

A continuación emito una lista de los cinco filmes que más me han impresionado por el tratamiento de la imagen. No hay un orden específico y fácilmente podría emitir cinco listas más como ésta con películas con una fotografía igual o mejor que las mentadas, empero, lo sabemos, lo bueno y lo malo de un top 5 es la exclusión. Ahí vamos.
Les vacances de Monsieur Hulot (1953): Tati es uno de los Maestros menos reconocidos en la historia del cine. Se trata de un autor moderno con todas las de la ley que, además, tuvo una propuesta tan singular que hasta hoy su obra parece inclasificable, extraterrestre. En cuanto al tratamiento de la imagen, logró una poesía de inconmensurable belleza: a la vez sencilla y meticulosamente compuesta. En Les Vacances de M. Hulot, junto a Jean Mousselle y Jacques Mercanton, nos transporta, a través de bucólicas postales veraniegas plagadas de delicadeza, a una ensoñación casi infantil donde el burgués adulto se ridiculiza de una manera tan cómica como en Mafalda o Charlie Brown. Imperdible para los amantes de la fotografía y en especial del blanco y negro.
Naked Lunch (1991): Reconstruir una Tánger de época, pesadillesca y atravesada por la ominosa subjetividad de Bill Lee (héroe de la travesía y alter-ago de William Burroughs) fue el reto que se propuso David Cronenberg al abordar semejante desafío de adaptar El Almuerzo desnudo. Al final se optó por una película de estudio al cien por cien (de hecho se filmó en Canadá). Peter Suschitzky, maestro de la fotografía en estudio y de la luz afiebrada, consiguió ambientar las torturadas rutas de Interzone de manera espléndida además de lograr una química formidable con el equipo de dirección de arte para mostrar la monstruosidad con suma elegancia y belleza.
Dolls (2002): En Dolls el color es la sustancia misma que sustenta la estructura de la historia; concebida inexorablemente para plasmarse en celuloide. De una belleza mitad humana, mitad divina, esta película se sirve de las gamas cromáticas como una sinfonía se sirve de las notas musicales para generar aquello que todo arte debe generar: emoción y a raudales. El color abraza a los personajes y su tratamiento penetra al espectador y lo embriaga con una embriaguez de emociones puras, de prístina alianza con la naturaleza.
In the mood for love (2001): Wong Kar Wai es el rey de la sensualidad en la pantalla. La historia del cine es testigo de muy pocos relatos tan líricos y poéticos como In the mood for love. Aquello se logra a través de un trabajo inspirado de sintonización de medios para transmitir esa trágica experiencia del amor irrealizable. La imagen, a cargo del genio Christopher Doyle y de su colega no menos talentoso Mark Li Ping-Bing, deviene cómplice de dos corazones ansiosos y reprimidos, cómplice del estremecimiento mismo. Esto mediante una combinación casi impresionista de la temperatura de color, de los contrastes y las texturas además del manejo meticuloso de una óptica intimista y unos movimientos de cámara devenidos en sublime coreografía. ¿El resultado? Posiblemente la mejor película del siglo XXI.
Touch of evil (1958): Se trata de una obra vanguardista a más no dar. El plano-secuencia inicial es, por sí solo, un momento de los más grandes de la historia del cine, de la dirección de fotografía y de la puesta en escena. Este plano anuncia ante todo una cosa: una película abismal. Quizás precediendo a Sin City, Welles y Russell Metty componen una atmósfera irreal y perversa a través de una combinación espectacular de gran angular, claroscuro y contrapicado además de las implacables intermitencias luminosas que posteriormente llenaron de ominoso suspenso las pantallas de Lynch, Fincher o Aronofsky.
Aun recuerdo perfectamente cómo, allá por 1994, los cantos de unos pajarillos empezaron a emitirse al rodar la cinta del cassette de un grupo llamado Tiamat, extraño grupo, extraño disco: se trataba del Wildhoney. Los susurros cavernosos del cantante sobre fondos de melodías violáceas y mieles cósmicas, la emanación de vapores opiáceos, las dunas de inciensos nacarados en atardeceres prohibidos, qué se yo… Era un encuentro de esos que te cambia la vida, efectivamente: me cambió la vida.
Desde ese momento, Tiamat no ha cesado de marcar épocas de mi vida como un fiel acompañante sideral: el encuentro con Wildhoney me impulsó a conocer su brutal obra pasada donde escaseaba melodía y predominaba el terror de un doom satánico-astral. Luego vino la joya de las joyas: A Deeper Kind of Slumber en 1997. ¡Dios sea loado! ¡Qué disco inspirado! Y único, irreproducible, imperdible, peligroso, eterno, perfumado, sublime, visionario, todo lo que quieran y más. Luego hicieron un giro por la vibra de Sisters of Mercy y Cia. Sacaron a la venta, con mucho sentido del humor, el Skeletor Skeletron. En 2002 sale Judas Christ y marca nuevamente con una síntesis maravillosa de Tiamat; hasta ahora recuerdo, en una ensoñación de tierna melancolía, como escuchaba este fascinante álbum, sobre el techo de mi casa en Bruselas, susurrando la tibia brisa de principios verano y una botella de vino tinto. El penúltimo opus titula Prey y, a mi gusto, no concreta un espíritu de álbum pero eso no quita que tenga grandes temas (Clovenhoof, por favor) y que, de una manera u otra, haya marcado época.
Este 2008 es testigo del nacimiento de Amanethes, catorce años después del inicio de mi travesía Tiamatística me caigo de culo ante la sorpresa que me dio escuchar este nuevo proyecto. A los que creían que desde Wildhoney eran cosa del pasado en Tiamat las voces guturales, los riffs peso-pesado, las baterías aceleradas y los teclados de estirpe doom, se equivocaron. Johan Edlund ejerce tanto su libertad artística que es capaz de romper esquemas a propios y extraños. Sí, sí, sí, vuelven los temas satánicos, Amanethes es el esfuerzo de hacer de Tiamat un todo inseparable, un esfuerzo por re-integrar al Sumerian Cry, Astral Sleep, y Clouds a todo el sistema musical conseguido desde 1994. ¿El resultado? Alucinante. Lo más contundente y notorio en Amanethes es el riguroso trabajo vocal y el de la bateria. Edlund se ha dejado la garganta y logra un amplio registro que va desde estruendosos y venenosos gritos a lo Fernando Ribeiro de Moonspell, pasando por una voz ronca y gutural como la de Vorphalack de Samael, hasta llegar a la melódica onda que nos transmitió en "Heaven of High" o "Too far gone". Lars Skold también aportó mucho y revivió su savia blackmetalera pero con variantes rítmicas mucho más amplias.El disco es tan variado que incluye canciones como "Equinox of the gods" o "Raining dead angels" que parecen haber hecho abstracción de todo lo que ocurrió después del Clouds: el aura doom, caótica, oscura y pesada es capaz de satisfacer a los más puros fans de Hypocrisy, Kovenant, etc. Al mismo tiempo existen temas como "Misantropolis" y su hermosa secuela "Amanitis" en las que la atmósfera melancólica emana como en las mejores épocas del Wildhoney o A Deeper Kind of Slumber. Entre esos dos extremos se asienta un disco oscuro y pesado que por momentos recuerda, con gusto, el rock purpúreo del Skeleton.
Tiamat es indudablemente una de las mejores bandas de rock del orbe; digo rock, porque han trascendido todos los subgéneros, incluido aquel que ellos han inventado y que nadie ha igualado durante ese maravilloso dúo de discos Wildhoney-Deeper. En una ocasión, inolvidable ocasión, nos tomábamos (más de) una cerveza con Johan Edlund y me dijo que a él le gustaba todo lo que se podía encontrar desde Pink Floyd hasta Morbid Angel, en este disco se nota la veracidad de su afirmación dado que esa es la gama que abarcan sus sonidos meticulosamente producidos: no tengo otro nombre para calificarlo que el de rock, puro, duro, sin concesiones. En su larga trayectoria Tiamat ha recorrido la historia del rock con un virtuosismo y una creatividad desbordantes. ¿Con Amanethes cerraron el círculo? Yo diría que no. Cerrar el círculo implica volver al principio, lo que está lejos de constatarse en el opus en cuestión. Yo pienso más bien que estos suecos ahondaron en una espiral de maravilloso colorido musical donde nada, nada, nada se desperdicia y lo más insospechado es susceptible de volverse oro renovado en sus manos.
Si quieren ver un excelente vídeo de este inigualable grupo no duden en echar un vistazo a:
“Morenada pa mi entierro sigan tocando, hasta que los músicos caigan borrachos,si alguien va llorar por esto, llore alegre, las lágrimas bailando se mezclan con el sudor.”
Morenada al corazón, Atajo.
¿Expresionista? ¿Realista? ¿Sobria? ¿Exuberante? ¿Intimista? ¿Cósmica? El mejor calificativo que subsume la obra de esta maestra es: Femenina. Ya verán como todos los anteriores conceptos se ordenan y son comprendidos por este último. Quizás solamente esa capacidad sintética del espíritu femenino es capaz de llevar a cabo esa gigantesca tarea de reunir la obra de los amigos Vincent y Paul aportando además esa fría dulzura que caracteriza a la madre nórdica, a través de un testimonio antropológico profundo, digno de enviarse al espacio estelar para caracterizar a la especie en caso de un encuentro con otras civilizaciones probablemente no tan mamíferas.
Gracias mamita (nunca mejor dicho), te estamos recordando y admirando desde estos mundos inferiores…
SOY POLICÍA Y MARCHARÉ-POR CAMBATIR A LOS PARAMILITARES EN SUCRE ME ECHARON DE LA POLICIA NACIONAL. SOY POLICIA EN EL GRADO DE AGENTE-EN EL AÑO 1998 COMBATI CONTRA UN GRUPO PARAMILITAR EN PAJONAL, SAN ONFRE-SE DIERON DE BAJA CUATRO PARAMILITARES, SE DECOMISARON VARIOS FUSILES Y GRAN MATERIAL DE GUERRA E INCLUSO MURIO UN PATRULLERO-ME CONDECORARON CON LA MEDALLA AL VALOR, MEJOR POLICIA DE SUCRE- Y LUEGO ME VOTARON PORQUE ESTABA INCAPACITADO FISICAMENTE PARA SEGUIR EN LA POLICIA, PUES DE HECHO PERDDI UN OIDO, PARTE DE LA VISION, LA CARA ME QUEDO DESFIGURADA POR LAS ESQUIRLAS DE GRANADAS, EN SI QUEDE CASI INUTIL PARA LABORAR, PERO LA POLICIA ME DIO UNA MERMA LABORAL DE 37% Y ME RETIRO DEL SERVCIO ACTIVO SIN UNA PENSION- ES MAS PARA QUE ME CENCELARAN LA INDENIZACION TUVE QUE INSTAURAR UNA TUTELA CONTRA EL DIRECTOR DE LA POLICIA-LUEGO PRESENTE UNA DEMANDA POR CONSIDERAR INJUSTO MI RETIRO Y PORQUE ESTABA GRAVE DE SALUD Y EXISTIAN VARIAS LESIONES QUE NO ME VALORARON Y PORQUE ME ECHARON DE LA POLICIA SOLO POR COMBATIR A LOS PARAMILITARES- LA DEMNDA LA PERDI POR DESCUIDO DEL ABOGADO Y ME QUEDE SIN NADA- ES MAS PERDI EL DERECHO A LA VIVIENDA MILITAR PORQUE ME HACIA FALTA UN AÑO PARA GANARMELA Y COMO RETIRARON YA NO TENIA DERECHO- EL ESTADO-GOBIERNO-POLICIA NACIONAL ME CASTIGO POR COMBATIR A LOS PARAMILIATERS EN SUCRE-ES MAS PERDI MI SUBSIDIO A UNA UNA VIVIENDA POR DAR DE BAJA EN COMABTE A CUATRO PARAMILITARES.- POSTERIORMENTE Y LUEGO DE HABER PERDIDO TODA ESPERANZA Y POR LA INHUMANIDAD DEL ESTADO Y DE LOS MANDOS POLICIALES, YA QUE NI LOS AUDIFONOS MENENTREGARON PARA CALMAR MI SOREDRA E INCLUSO ME QUITARON EL SUMNISTRO DE DROGAS PARA SIQUIATRIA, TODO ELLO POR HABER DADO DE BAJA A CUATRO PARAMILITARES EN SUCRE.- SINEMBARGO INSTAURE TUTELA Y ASI LOGRE QUE EL TRIBUNAL DE SUCRE TUTELARA MIS DERECHOS-MENTIRA DEL GOBIERNO- LOS POLICIAS QUE COMBATIMOS Y QUEDAMOS CON LESIONES SOMOS DISCRIMINADOS, LA FAMILIAS DE LOS LOS POLICIAS CAIDOS EN COMBATE PIERDEN EL 50% DE PENSION, SOLO LE RECO...
Y aún así, el combate real no tiene lugar afuera, atacando el marketing con anti-marketing (el marketing siempre acaba reutilizando las formas del anti-marketing en su propio beneficio). El combate real se da adentro, en el texto. El texto, como sigue ocurriendo en Cervantes, en Joyce, en Kafka, en Guimaraes Rosa, debe ser un escenario de entrecruzamientos, de líneas de fuga, de aporías, un escenario donde las palabras chocan unas con otras como huesos dentro de una caja, un espacio electrificado donde el lenguaje es capaz de superar su fase de domesticación representacional para empezar a vibrar, amenazando en todo momento con diluirse en la pura vibración.
Después de haber paseado durante horas, vencidos por el sofoco del mediodía, entramos a la primera cafetería que encontramos abierta. Era domingo y la ciudad estaba como adormecida por el calor. Mi abuela pidió un vaso de avena fría y yo, dos bolas de helado de maracuyá.
— El helado no quita la sed— me recordó ella.
Lo cierto es que dos días atrás había estado en ese mismo lugar con una amiga y ya conocía bien el helado.
— ¿Querés probarlo? —le dije cuando vi que me miraba con curiosidad.
— No. No me gusta.
— Dale, abuela, probalo que está riquísimo— insistí.
La vieja se encogió de hombros y mientras enterraba la cucharita en una de las bolas volvió a decir que no le gustaba el helado, pese a lo cual se llevó a la boca una buena cantidad. Por un momento creí que iba a vomitar, los ojos inyectados y la repentina expresión de perplejidad. El asco. Me reí a carcajadas.
— Yo ya había probado estos helados— dijo con una gravedad tan desmesurada que por un rato no pude parar de reírme.
— Ya los había probado— repitió.
En la cafetería no había más clientes que nosotros pero mi abuela no dejaba de recorrer todo el local con la mirada, como si se le hubiera perdido algo.
En ese momento se escucharon voces al fondo del local, más allá de los grandes refrigeradores que custodiaban la entrada a la trastienda y cuya vibración era perfectamente audible en medio de ese silencio tórrido y perezoso. Poco después vimos aparecer a la mesera que nos había atendido, seguida de cerca por un viejecito que la reprendía cariñosamente:
— La próxima vez me pregunta primero…
De inmediato la mesera se puso a limpiar meticulosamente el cristal de un mostrador que exhibía tortas heladas. El viejecito, todavía dirigiéndose a la mujer con tono paternal y bonachón, pasó junto a nuestra mesa. La sola visión de mi abuela logró cortarle la frase por la mitad. Por un instante dudó si debía o no detenerse ante nosotros, pero acabó por afrontar el asunto.
— Doña Paulina, qué gusto verla.
Mi abuela no contestó de inmediato pero le estrechó la mano.
— El gusto es mío, don Tomás.
— ¿Este es su nieto? —preguntó.
— Sí.
— Qué grande.
Entonces yo también le estreché la mano y aproveché para elogiar los helados. Me pareció que la abuela y el viejo se miraban como dos viejos amantes, o al menos como dos cómplices.
— ¿Y a usted, doña Paulina, le gustan los helados?
— La receta no cambia.
El anciano sonrió complacido y pidió permiso para retirarse. En las puertas de la cafetería lo esperaba un taxi.
Poco después pagamos la cuenta y cuando salimos de nuevo al calor de la calle mi abuela empezó a hablar:
— Este hombre se llama Tomás Echandía. Antes, te hablo de hace décadas, tenía la heladería en el barrio Valencia, a dos cuadras de mi casa. Nosotros solíamos comprar en su tienda porque ahí vendían de todo, no sólo helados. Piola, alambre, tornillos, hojas de plátano para envolver tamales y hasta una chicha de piña muy buena que le gustaba a mi mamá Barbarita. Antes incluso de que mataran a Gaitán, el tipo empezó a hacerle trabajos a la policía chulavita. A tu abuelo lo tuvo retenido varios días en la estación que había junto al Hotel Monasterio, dizque para interrogarlo. Lo sapió, a pesar de que se conocían del barrio, y luego lo estuvo torturando horas y horas, le arrancó las uñas, le dio con bolillo de caucho en todo el cuerpo, lo dejó colgado boca abajo y no sé cuántas barbaridades más. Se cebó con él. Si un amigo de mi hermano no llega a intervenir, seguramente Echandía lo hubiera matado porque el abuelo, terco como era, no iba a decir ni pío. En esa época descuartizaban a la gente era con machete y éste tenía fama de hacerlo muy bien, limpiecito sacaba el brazo, la pierna, la cabeza. Según dicen, el tipo no tardó en perder la cuenta de la gente que había matado. No tenía remordimientos. Yo creo que ya no tenía conciencia, ni alma.
Sólo una vez estuvo a punto de volverse completamente loco y fue con un enano que se llamaba Jorge Eliécer Múnera, liberal, buen hombre como ninguno, que se ganaba la vida arreglando bicicletas. Resulta que un mal día, me imagino que para amedrentarnos, se le ocurrió a Echandía matar al pobre enano en plena calle, a la vista de toda la gente que pasaba por ahí a esa hora. Vaya a saber por qué, pero al tipo éste le costó matar al enano. Como que al principio no se decidía o no sabía muy bien cómo entrarle con el machete. Y es que, claro, no debe de ser lo mismo matar a un enano que a una persona normal. El pobre Múnera agonizó durante horas en el suelo de la calle, dando alaridos horribles, mal matado como le había quedado al Echandía, que de la vergüenza prefirió dejar el trabajo hecho a medias y se fue para su tienda. Unos días después, Echandía se despertó en plena noche con ganas de orinar y cuando salió de la pieza en dirección al baño, se encontró de bruces con el enano Múnera, que se le apareció montado en una bicicleta chiquita, como de niño, en la que solía andar por la calle. El enano volvió, pues, a recoger los pasos. Y como era de esperarse, Echandía casi se vuelve loco con el visitante. Parece que el tipo armó tal alboroto aquella noche que su mujer y sus hijas le cogieron miedo y hasta prefirieron irse temporalmente a Santa Rosa, donde tenían una finca. Dicen que durante un tiempo dejó de matar gente para los conservadores. Le daba pánico salir a la calle. Pero claro, eso no duró mucho. Lo que cuentan también es que Echandía consultó a un brujo que le aconsejó comer de la carne del muerto para deshacerse del fantasma. No tengo ni idea si habrá hecho o no lo que el brujo le dijo. Al final estos son puros cuentos que me han llegado y no hay forma de averiguar hasta qué punto son ciertos. Echandía volvió a las andadas unos meses después con ímpetus renovados…en fin, mijo, que por eso no me gusta el helado.
"Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de
La cita proviene de Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, de Patricio Ferrufino S.J., libro que alcanzó cierta popularidad en algunos países de América Latina en los años sesenta, cuando la desaparecida editorial caraqueña Espíritu Santo lo comercializó en fascículos ilustrados que se adquirían en los puestos de revista. Ignoro cuál de mis familiares hizo la colección entera. Lo más probable es que fuera César Villaquirán, un tío-abuelo aficionado a los asuntos paranormales. Sea como fuere, los fascículos siempre estuvieron a mi disposición en la biblioteca de mis padres, con sus coloridas imágenes de animales fabulosos y sus historias fantásticas. Tal vez debo apresurarme a decir que esta impudicia autobiográfica y la concesión casi voluptuosa a las fuentes plebeyas, como se irá viendo, están más que justificadas por la pertinencia de la cita.
Tengo a mano la edición en dos tomos de la Leyenda Dorada y los Ensayos completos y por más que me he esforzado en la búsqueda, no he hallado referencia alguna a esta historia ni en Montaigne ni en Santiago de la Vorágine, mucho menos una cita cruzada del primero al segundo. Todo apunta a que el padre Ferrufino habría abusado por partida doble del recurso de autoridad para hacer verosímil una invención, su caída en la tentación literaria. En otras palabras, creo que nos hallamos ante un fraude, si se quiere nada reprochable en una publicación tan poco prestigiosa, pero sí digno de atención por sus implicaciones para el tema que nos ocupa.
Ahora bien, en uno de sus ensayos Montaigne sí describe a un niño monstruoso bastante parecido al que menciona Ferrufino, pero sólo para concluir en un antiguo argumento de inspiración platónica:
"Los que llamamos monstruos no lo son para Dios, que ve en la inmensidad de su obra la infinitud de las formas que en ella ha comprendido; y es de creer que esta figura que nos asombra refleje y dependa de alguna otra figura del mismo género desconocido para el hombre. De su infinita sabiduría nada sale que no sea bueno y común y ordenado; más no vemos nosotros ni la armonía ni la relación" (Ensayos, Cátedra, 2003).
Cabe recordar que esta idea, paráfrasis moderna de una vieja premisa mística, cara a la teología negativa, que afirmaba el carácter a la postre inescrutable de los designios divinos, sirvió durante siglos como argumento a favor de los milagros, las apariciones y otros fenómenos sobrenaturales. Veamos lo que el propio Santiago de la Vorágine nos cuenta al respecto:
"El maestro Silo rogó encarecidamente a uno de sus compañeros de claustro gravemente enfermo, que si moría no dejase de venir del más allá a comunicarle en qué situación se encontraba su alma. Unos días después de su fallecimiento, el difunto, vistiendo una hopalanda de pergamino interiormente guarnecida de llamas y plagada en el exterior de frases sofísticas escritas sobre la vitela, se presentó ante Silo, el cual, como no lo reconociera, le preguntó:
— ¿Quién eres?
El aparecido contestó:
— El mismo a quien pediste que después de muerto viniese a verte. Te prometí que lo haría; aquí, pues, me tienes, cumpliendo mi promesa.
— ¿En qué situación se encuentra tu alma en la otra vida? —inquirió el maestro.
El difunto le respondió:
— Fíjate en la capa que llevo puesta; esta vestidura me oprime y me aplasta con su insoportable peso más que si llevara sobre mí una torre de piedra. Me cubrieron con ella en cuanto llegué al otro mundo y me ordenaron que la llevase encima de mi alma para que recordase continuamente los éxitos que cuando vivía obtuve con mis sofísticos argumentos (…).
— Paréceme a mí —dijo Silo— que esas penas que te han impuesto son fácilmente tolerables.
— ¿Fácilmente tolerables, dices? —replicó el difunto con viveza—. ¡Anda! ¡Tócame con tu mano y comprobarás por ti mismo que el suplicio que padezco no es tan liviano como piensas!
Alargó el maestro su brazo, mas retirólo al instante porque, antes de que las yemas de sus dedos hubiesen llegado a tocar la capa de su compañero, sintió en su mano un vivísimo dolor al caer sobre ella una gota de sudor desprendida del rostro del difunto. Pasmado quedó Silo al advertir que aquella mera gota de sudor, cual si hubiese sido un dardo, habíale perforado la mano y traspasado la encarnadura de la misma y dejádole en ella un agujero, en un imperceptible instante" (La leyenda dorada, Alianza 1982, traducción de Fray José Manuel Macías).
Más allá de que aparezca típicamente como el emisario aleccionador, voz de la conciencia, azote de las pretensiones racionales humanas, lo más llamativo de este espectro es, por una parte, la definición que proporciona de sí mismo, una definición aplicable también al cuerpecillo fantasma del cuento de Ferrufino: "El mismo a quien pediste que después de muerto viniese a verte", que en la traducción inglesa de William Caxton (1483) adopta una forma más acorde con el carácter del aparecido y que acaso se adelanta a las sofisterías del fantasma de Hamlet: "I am such one that am come again to thee", algo así como: "soy ese mismo que ha venido de nuevo hasta ti". El fantasma, pues, sería en primer lugar aquello que no deja de volver, lo que se repite, lo que no acaba de morir ni de resucitar, lo que está siempre-por-venir, siempre de paso y por tanto se encuentra, como las partículas elementales, en un estado incierto y paradojal del tiempo, del espacio y la materia.
Y es precisamente ese carácter material del fantasma el otro aspecto destacable de las dos historias. Como ha señalado Jean-Claude Schmitt, "lejos de relacionarse únicamente con el espíritu del soñador o del visionario, [los aparecidos] también pueden actuar sobre un cuerpo; lejos de ser totalmente inmateriales, pueden poseer una cierta corporeidad; lejos de estar totalmente desapegados del cuerpo del muerto, pueden, en el caso de la aparición de un muerto, mantener relaciones con el cadáver". (Les revenanats. Les vivants et les morts dans la société médiévale, Galliamard, 1994). Dicha materialidad, en el caso de Ferrufino, se manifestaría en un movimiento de inversión de lo real a través de lo que podemos describir como un deseo sin objeto, propio, según Freud, del pathos melancólico. En este sentido, no podemos pasar por alto el aporte de Giorgio Agamben en Estancias, su admirable genealogía del fantasma en la cultura occidental. Después de trazar un itinerario que lo lleva desde el demonio meridiano, hasta los procedimientos psíquicos del fetichismo en Freud, pasando por la melancolía dureriana, Agamben concluye que "la pérdida imaginaria que ocupa tan obsesivamente la intención melancólica no tiene ningún objeto real, porque es a la imposible captación del fantasma a lo que dirige su fúnebre estrategia. El objeto perdido no es sino la apariencia que el deseo crea al propio cortejar del fantasma y la introyección de la líbido es sólo una de las facetas de un proceso en el que lo que es real pierde su realidad para que lo que es irreal se vuelva real" (Estancias, Pre-textos, 1995).
A estas alturas ya podemos concluir que el cuento de Ferrufino, incluso en su propia confección, apoyada en una cita siamesa inexistente, reúne con asombrosa capacidad de síntesis un buen número de atributos fantasmáticos. Se trataría, por tanto, de una historia falsa pero plausible, fraudulenta pero verosímil, una singular coincidencia de forma y contenido, el contrabando de un diminuto organismo fantasma dentro de un estudio erudito concebido para el consumo popular.