lunes, noviembre 25, 2013

Jarmusch triunfa, otra vez, en su versión de hematófago

No es que sea un fanático del género de vampiros, y mucho menos del terror, diría que con unas cuantas excepciones, este último es un género que trato de evitar, pero si Jim Jarmusch decide filmar una película de vampiros, ahí me tienes.

Pese al auge zombi, los vampiros se han puesto de moda nuevamente con deplorables sagas como las de Twilight, o con series poco serias como True Blood de HBO, todas plagadas de toneladas de metrosexualidad. El no ser víctimas de la mortandad es una ventaja que ostentan los vampiros, lo cual les otorga una vigencia que podríamos declarar permanente, y bueno a Jarmusch se le ha dado por filmar una de chupasangres, titulada Only Lovers Left Alive.
Sin entrar en muchos detalles, la cinta va de dos vampiros, apasionados amantes desde tiempos inmemoriales, que se encuentran viviendo en las antípodas del orbe, uno en Detroit, Adan, (Tom Hiddleston) y otra en Tanger, Eve, (Tilda Swinton), que se reúnen imantados por su amorosa pasión. Ambos ancestrales en edad, expertos en el sigilo y la templanza y peritos en sus conocimientos sobre las artes. El primero músico, fetichista, coleccionista, sedentario, y depresivo, quasi suicida, la otra literata, extrovertida, intuitiva, sabia y audaz; y por último la hermana (Mia Wasikowska), insoportable y de voraz animalidad.  

Esos serían lineamientos básicos de una película cuya trama, como casi toda la filmografía de Jarmusch, está muy lejos de ser lo principal; lo que el realizador estadounidense logra es hacer hincapié en las sensaciones, las situaciones y los ritmos que transmite el filme.

La cadencia de los movimientos de cámara, así como el constante y formidable uso de la música, enarbolan un tono a la película de constantes sensaciones y emociones que nos permiten empatizar con el peculiar carácter de los protagonistas y de sus circunstancias. La música podría considerarse el cuarto personaje de Only Lovers Left Alive, ya que desde un inicio de antología los acompaña de forma diegética o como banda sonora. Por eso se sitúa en la mayor parte del metraje en Detroit, como un tributo a esta decadente, trasnochada y melómana urbe norteamericana; el trato que el director realiza de la ciudad evoca en versión nocturna cierta plástica del New Orleans de  Down By Law.
La elegancia y la sofisticación, es otro rasgo distintivo de la película, que ya de por si ostenta a un director muy elegante siempre en su puesta en escena, pero ahondado ahora por unos protagonistas con el colmo de distinción y gusto, lo cual brinda al conjunto una deliciosa textura, con ciertos dejos de snobismo. Un enorme aplauso a Yorick Le Saux, director de fotografía de la obra, que es una de las películas de escenografía más abigarrada de todas las hechas por Jarmusch.

En fin, la exploración de Jarmusch a un género, casi tan antiguo como el cine mismo, trae un matiz de autor al nutrido universo de títulos, mediante el magnífico trazo del cineasta, además del cariño que pone en los planos, personajes, canciones y situaciones. Lo anterior puede situar no sólo a su película entre los mejores acercamientos a los primos de Drácula, sino que nos encontramos ante una joya que seguro estará entre las mejores películas del año.

Me podrán acusar de fetichista, pero no por los pálidos  hematófagos, ni por las eternas historias de amor, sino por el canoso cineasta de Ohio que vez tras vez firma una auténtica maravilla en 35mm.