Siento la ausencia de un órgano vital y las funestas consecuencias que acarrea este hecho. No sé cuando lo perdí, cuál era su ubicación en mis entrañas, cuál su función. Sólo sé que el susodicho órgano era vital y que sin él, el único destino es la muerte; de ahí el adjetivo que le acolo sin la menor exageración. A veces paso las noches a esbozar con lápiz – mi talento de dibujante me llevó a ilustrar el noventa por ciento de los libros de anatomía que se publican en el país – las diferentes figuras que me vienen a la cabeza para delinear a este elemento tan crucial para el funcionamiento de mi ser: a veces lo hago parecer a una vejiga tornasolada con escamas en espiral, pero inmediatamente me decepciono ya que el órgano, si bien puede contraerse y extenderse con mayor facilidad y alcance que cualquier vejiga conocida, posee un tamaño fijo y pre-determinado. A veces pienso que es verdoso y fosforescente y otras que se trata más bien de una válvula semi-ósea llena de espinas que se encargan de la faena de protección contra otros órganos que envidian su condición supralunar. Estoy convencido de que este órgano tiene algo que ver con los sueños y lo que los provoca así como con la transpiración y la búsqueda del más allá. Otras veces, la mayoría, lo imagino como un sentido nuevo que tiene un funcionamiento sólo comparable a lo que sería un arrecife de coral ígneo e interestelar. Un sentido más bien emanante que percibidor. Un sentido raro. Empero es imposible saber cuál era su plaza exacta en el organismo y sólo se la puede deducir negativamente, a partir de su ausencia. Un curandero me dijo que su posición real estaba en la entrepierna o en los hombros; un médico naturalista que se podía regenerar uno completamente nuevo comiendo lagañas de perro sofritas en plata derretida, todos los amaneceres durante un mes lunar específico, cuando, por última vez, se contempla el aura del sol sin que sus rayos ataquen la vista. No les creí porque nunca me dijeron el nombre que le correspondía ni quién me lo había extirpado. Ahora sólo espero paciente el fin. Los dolores, según aquellos que experimentaron semejante ablación, se harán persistentes y, en algún momento, insoportables. Aquí, en la habitación que da a la cordillera, los esperaré con bravura. De hecho, en algunas ocasiones, cuando pernocto en una disposición específica, siento el espacio que le correspondería pero al intentar palparlo, reaparecen los riñones, corazón, pulmones, testículos e intestinos: todos ellos se encargan de tapar su ausencia no sin cierta solidaridad – yo vivo de ellos y ellos de mi – pero todos sabemos que sin él moriremos y no una sino dos o tres veces, quizás un millón.
3 comentarios:
El órgano fantasma: cuenta Montaigne que cuenta Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre --una especie de bebé descabezado que se clavaba al cuerpo más grande a partir del cuello--. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró agradecido. El médico peregrino siguió su camino llevando consigo el cuerpecito extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una horrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes. Según algunas fuentes, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores sencillamente afirman que murió de tristeza dos meses después de la operación.
¿Cuantos órganos, propios, habrán esparcidos por ahí y más aun con esto del calentamiento global y el advenimiento de la sociedad de la información?
Gracias Juanito por la historia de aquel hombre alsaciano y su hombrecillo, quizás una fatalidad de la estirpe masculina...
cholito aver si le das una vueltita a este blog
www.iinnuendo.wordpress.com
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