miércoles, marzo 28, 2007

Aventuras y desventuras del huérfano Adán en el Paraíso


1

Tal vez el silencio de dios sea otro ejemplo de lo que se conoce por misericordia divina. O la primera medida en la historia para la creación de empleo. Profetas, exégetas, mensajeros divinos, hagiógrafos, santeros, evangelistas, cruzados, inquisidores, teólogos y toda una interminable lista de profesiones variopintas surgen a raíz de apagarse la voz. Todavía hay quién no se explica cómo nace la vocación…

2

Si dios no habla y el hombre no escucha, lo de tener oído es por si acaso.

3

Hay quién dice que no es una cosa de foniatra, sino que la humanidad entera está necesitada de otorrinos…
Pero si emite en ultrasonidos, acaso en vez de un dios antropomórfico, debamos darle aspecto de murciélago.

4

Los expertos en el tema afirman que la necesidad del habla nace en el niño para encontrar respuestas a sus preguntas. Cabe deducir entonces de esta teoría que aquel que todo lo sabe ha de tener algo más que una vocación clara hacia el silencio.

5

A la derecha de dios hay un logopeda.

6

Mi relación con él es como la de esos monarcas con sus reinas cuando se sentaban por la noche a cenar y ni siquiera se pasaban la sal: Sin levantar la vista del plato, sin mirarse, sin cruzar palabra. ¿Cuántas veces no he pensado en levantarme de la mesa y marcharme a cenar con el cocinero, cuántas veces me hubiese quedado en mi alcoba? Afortunadamente, la apostasía es más sencilla que el divorcio…

7

Harto de todo y de todos, finalmente dijo: “reset”.


Iñaki Arbeloa

lunes, marzo 26, 2007

Lo kafkiano en el cine: Pesadilla, metamorfosis y absurdo existencial en la pantalla (Parte I)


“Tengo la impresión de que el animal quiere amaestrarme; si no qué propósito puede tener retirarme la cola cuando quiero agarrarla,
y luego esperar tranquilamente que ésta vuelva a
atraerme, y luego volver a saltar”
Franz Kafka
kafkiano, na.
1. adj. Perteneciente o relativo a Franz Kafka o a su obra. Las novelas kafkianas
2. adj. Característico de este escritor checo o de su obra. Visión kafkiana del mundo
3. adj. Dicho de una situación: Absurda, angustiosa.

La tercera acepción del término según nuestro ilustre diccionario se refiere a la imaginería plasmada en “El Proceso”, “La Metamorfosis” y otros relatos más pequeños. Kafka es de los pocos creadores que, prácticamente, ha abierto la compuerta a toda una arquetipología hasta entonces desconocida o, al menos, desconocida desde una perspectiva tan auténtica, genial y aterradora: sí, se trata quizás de un sistema simbólico heredero del desencanto de la modernidad y del fracaso de la razón. Empero el señor K. no es el único en manifestar dicho desencanto; hay algo más puntual que especifica su obra y la diferencia de las demás: quizás algo inexplicable racionalmente, un aire, una sensación de indescriptible absurdo, incomodidad, miedo y hasta asco. Sí, una pesadilla sin cielo ni infierno, plana y sin sentido: ¿La peor de las pesadillas? Quizás. O quizás la más chistosa. Se trata de una nueva lógica de la monstruosidad en relación a la visión dantesca o bosquiana en donde los símbolos cobran sentido por oposición: de ese modo, lo reconfortante es que cada imagen monstruosa tiene su contraparte luminosa y viceversa (ángel-demonio, cielo-infierno, profundidades del abismo-verticalidad celestial). En Kafka, el sistema de la pesadilla funciona de diferente manera: lo cotidiano, visto bajo el lente de la extrañeza, es más monstruoso que el más horrible de los monstruos y más desolador que el más patético de los exilios. A ello se aumenta que, en el sin-sentido, tampoco hay un sentido de pelea, en el universo kafkiano no hay a quien vencer, no hay un San Jorge ni tampoco un dragón. O, mejor dicho, hay una amalgama horripilante de dos seres devenidos una entidad absurda y asquerosa, carente de fuerzas para vivir y de fuerzas para morir: hedionda y babosa mezcla de armadura metálica con escamas de reptil tratando de aniquilarse a sí misma, con mitad del cuerpo perdido en la oscuridad de la gruta y la otra mitad perdida fuera de ella, bajos los laberínticos rayos de un sol pálido.

En ese sentido, probablemente ese arquetipo del que hablamos, el arquetipo al que Kafka le da una perspectiva completamente innovadora y profunda, es el Laberinto: esa casa que intrigaba enormemente a Borges al haber sido “hecha para que la gente se pierda”: ¿Será el lenguaje? ¿Será el código mismo el que nos pierde y en el que nos perdemos? ¿Será la mente humana? El hecho es que, si bien el laberinto era efectivo en tanto que metáfora de esa realidad interior enrevesada y “sin salida”, en la modernidad, y Kafka lo vio mejor que nadie, esa metáfora dejó de serlo y se cristalizó a nivel exterior, palpable a través del Estado Nacional, la burocracia, el carnet de identidad, el certificado de nacimiento, el número de tarjeta de crédito, códigos y códigos y más códigos encerrados en redes de códigos encerradas en redes de códigos más grandes, todos supuestamente lógicos y racionalmente organizados… todos enmarañados y constantemente susceptibles de fallar y de manera categórica, absoluta (el error de un elemento implica error en todo el sistema). El mundo moderno, al exteriorizar, abstraer y cristalizar las formas de socialización (concepto caro al gran filósofo Georg Simmel) literalmente dio a luz a un laberíntico sistema abstracto que domina al individuo y lo guía por trayectorias a cual más absurda y deshumanizada, donde él no parece decidir nada, donde muere la idea de Sujeto y cunde la idea de Error.

La pesadilla kafkiana nace de la extrañeza de lo cotidiano o en lo cotidiano de la extrañeza, que, llevados al extremo, no difieren mucho. Los personajes que pueblan este mal sueño no parecen lo suficientemente espantados como para gritar de pavor ante el hecho de convertirse en un insecto o de engendrar un monstruo: es la naturaleza pasiva del héroe ante la monstruosidad la que genera ese terror especial y desolador que caracteriza lo kafkiano. Es un terror sin opciones e imprevisible en su nivel de absurdo: no se trata de una descripción “realista” u “objetiva” del inhumano mundo de la ley y de la sociedad sino más bien del caos interior que estos generan dentro del individuo. Es decir, el universo de Kafka no es solamente absurdo sino absurdísimo, brutalmente absurdo, a tal punto que deviene aterrador y jocoso a la vez y esto más aun dado su parecido con ciertas situaciones reales (si Kafka fuera mi contemporáneo yo apostaría que le interesaría una beca para una maestría en situaciones absurdas impartida en mi querida patria Bolivia).

Lo kafkiano, en fin, lo kafkiano… tipitos de sombrero y gabardina andando como hormigas sin ton ni son por la ciudad, absurdos recorridos a través de inmundas buhardillas que hospedan a la Justicia Estatal, animales híbridos y juguetones para siempre inalcanzables en este mundo como en el de los sueños, inverosímiles y grotescas formas arquitectónicas tatuadas de polvo, niñas burlonas y diabólicas musas de artistillas, venidos a menos de nacimiento… lo kafkiano, es muy difícil de decir pero es tan contundente cuando se siente, cuando se manifiesta en el espíritu (y en el cuerpo)… es un aire, escaso pero aire… ¿Quién sabe?... Para tratar (vanamente) de delinear lo kafkiano vamos a apelar a una serie de películas “posmodernas” que, en algo (unas más que otras) evocan, sugieren, contienen esa sensación tan ominosa y lúcida a la vez que nos regaló el genio de Praga. Si la mayoría de los filmes en cuestión son prácticamente contemporáneos es porque probablemente el espíritu kafkiano no ha podido encontrar eclosión en el cine sino a partir de la decadencia de ciertos patrones narrativos y morales (Welles es una de las pocas excepciones): ha sido necesario todo un proceso cultural para que “lo kafkiano” como tal pueda verse y comprenderse sin restricciones ni limitaciones en la pantalla grande como se dejó leer en “El Proceso”. He aquí la lista:

  • Gilliam: Brazil, 12 monkeys
  • Lynch: Eraserhead, Lost Highway
  • Cronenberg: Naked Lunch, Crash, Existenz, The Fly
  • Tati: Mon Oncle, Playtime, Traffic
  • Coen: Barton Fink, The Hudsucker Proxy, The Big Lebowsky
  • Gutierrez Alea: La Muerte de un burócrata
  • Fincher: Fight Club
  • Goscinny/Uderzo: Les douze travaux d´Asterix
  • Jarmusch: Dead Man
  • Kaurismaki: The man without a past
  • Widrich: Copyshop
En la Parte II:

En una especie de falsa matriz a doble entrada dispondremos esos filmes dentro de conceptos que parecen detectarse en el complejo sistema simbólico del gran Franz Kafka y veremos si así, poco a poco, vamos adentrándonos en lo kafkiano del asunto: . . .

miércoles, marzo 21, 2007

Autorretrato en fuga


Alicia adorada:

Anoche soñé contigo. Soñé que escribías en un papel porque no podías hablar. Te tenían prohibido hablar, sacar todo lo que tenías por dentro. "!Háblame!", te gritaba yo, un poco harto de intentar descifrar los garabatos que ponías en el papel. Era realmente desesperante. Después tú me besabas, pero no era suficiente, yo quería saber lo que me ocultabas. Curiosamente, estabas recostada en un oso de peluche azul del tamaño de tres hombres, desnuda y con un marcador rojo en la mano derecha.
Hace unos días encontré mi viejo pasaporte diplomático, documento infame de mis días infames como falso hijo de papi, impostor, jovencísimo y pésimo poeta que se cagaba de miedo porque era capaz de atisbar que su futuro era un desbarrancadero tapizado de cadáveres frescos. Pues bien, obedeciendo no sé qué impulsos, me puse a destruir el pasaporte. Aunque destruir no es la palabra adecuada: lo que hice en realidad fue "intervenirlo" (eso que los situacionistas llamaban el desvío). Primero escribí un texto en sus páginas, luego lo taché, pinté de colores hasta la última hoja y todo eso, sumado a los sellos de inmigración, proporcionó como un "ruido de fondo". A continuación recorté y pegué trozos de diálogos de una novela policiaca y de un diccionario de latín, pedazos de rostros y usé como leitmotivs repetititvos el hexagrama 50 del I Ching y una serie de bolitas rojas con un punto negro en el centro. En la página central partí en dos una fotografía de Robert Walser y al lado escribí con letras deliberadamente punkies: Walser Sudaka (Robert Walser es uno de mis escritores preferidos; pasó sus últimos días encerrado en un manicomio suizo, dedicado por completo a escribir sus "microgramas", unos textos en una letra tan chiquitita que podía meter el equivalente de cien páginas en una tarjeta postal. Los especialistas en su obra todavía están descifrando sus papeles valiéndose de microscopios). En cuanto a la primera página, aquella donde aparecía mi nombre, mi nacionalidad y todo eso, quedó tapada hasta el último milímetro con recortes, palabrotas, palabritas, piernas de mujer, aunque, y he aquí un detalle que me parece digno de mención, dejé sin cubrir un ojo de mi fotografía (una imágen de 1998 en la que aparecía francamente lindo, con una expresión de dulzura que he perdido para siempre). Sólo un ojo quedó despejado (para poder seguir mirando).
El caso es que el pasaporte se convirtió en otra cosa. Ya no era un documento de viaje sino el documento de un viaje, un registro y una afirmación de las mutaciones biográficas que, por obra de la desviación, se transforma en algo que va más allá de los subjetivo o de lo individualizable. Es como decir: el pasaporte es un órgano de mi identidad institucional; voy a trransformarlo para que sea un órgano de mi identidad "real" y con ello, una huella digital colectivizada, anónima. Nada de nombres, nada de señas particulares. Nada.
Así que sólo me quedaba un paso para terminar el juego: perder deliberadamente el objeto en la calle y no conservar ni un sólo rastro del mismo. Me fui a un bar al que no voy nunca, un bar de la Gran Vía por el que pasan cientos de personas al día, tiré el pasaporte al suelo y me largué. A partir de entonces el objeto ni siquiera me pertenecería a mí, simplemente entraría en circulación. A veces me pregunto adónde habrá ido a parar. Quién sabe. Lo más seguro es que haya acabado en un basurero. Esta carta es el único registro que queda de aquella experiencia y me gusta que así sea.

jueves, marzo 15, 2007

Dolor de muelas o decálogo del buen kamikaze*


1. Burroughsiano: ¿Por qué asocio Burroughs y ano?

2. No era una foca, era un saxofón. Debajo de todo está el mar.

3. El rape es el único animal que sabe hacer el amor. Una noche soñé que perseguía a una joven de cinco metros en una piscina y yo la tenía más tiesa que un tótem cherokee. Era hermosa, regordeta y rosadona como la Maja Desnuda, con los labios teñidos de rojo intenso y sonrisa traviesa. Nunca la alcancé (a pesar de jactarme de un crawl impecable).

4. Ventana a Tánger: Jamás vi a través de ella… la extraño más que nunca.

5. Lamer lo salado. Sin piedad, sin perdón, sin moral.



6. Ventana a Bruselas: Hace ya cuatro años que no veo a través de ella… la extraño más que nunca.

7. Arte o muerte, como dos y dos son cuatro (por lo menos para un pobre burgués como yo).

8. Hay un rincón de la habitación que es inmune a la luz; se trata pues, de un sitio que debe ser percibido con instrumentos de carne inflamada y severo gusto a pejerrey. Hay un rincón negro y ensangrentado en la habitación.

9. La garúa de vidrio estremecido. Mi esqueleto encima de la piel, como un Cristo de Chaki** esperando un condón de corona de espinas. Así es. Pronto anochecerá y te fumarás un porrico con Paola.

10. Un viejo horrendo te llevó debajo de la cama, encendió un fósforo y te dijo que en ese inmundo espacio consistía toda la casa. A ti, te dolían las muelas.


* Fotografía: Diego Loayza, foto digital
** Resaca, ángel de la resaca

domingo, marzo 11, 2007

Peripecias y compañeros de un huérfano de destino

“Now I’m telling my troubles to strangers
When the shadows get long I’ll be dead
. . .
I left Texas to follow Lu(cinda)
Now I’ll never see heaven or home”
Lu(cinda), Orphans, Tom Waits

En el pretérito, cuando el mar eran vastas aguas de un infinito inexplorado, cada vez que un navío zarpaba, los marinos envueltos en sus terrores y esperanzas debían lidiar con la contradicción y aspirar encontrar tierras inhóspitas plagadas de especias, tesoros, perfumes y riquezas, pero con la inseparable zozobra espiritual de toparse con un monstruo marítimo como el Kraken o el Leviatán que trunquen su ilustre vida al unísono de su ilusión de un solo aletazo. He ahí la esencia del viaje: la contradicción (paradoja).

Todo viaje es una apuesta, un pasaje, una puerta a la fortuna o a la desventura, a lo inhóspito e imprevisible. Cada viaje es una búsqueda ¿búsqueda de qué? Se busca encontrar, el qué ya es una redundancia. Uno viaja por países, reinos, imperios, contornos, sentimientos, brechas, pliegues, mares, añoranzas y barrancos. Viajar es mutar, es tornar en espacial una transformación de los fueros internos, es mirarse al espejo con una puesta en escena cambiada por ende con una desnudez imparangonable. Un viaje es una suerte de desentrañamiento, un enfrentamiento de fuerzas vivas que desencadena bienaventuranzas o traza aciagos desenlaces.

Dentro de las cosas impagables en la vida están los buenos compañeros de viaje, marinos de arrugas hendidas, preciosos especimenes en extinción; aquellos que comparten la peripecia, que deambulan el mundo junto a uno, que escuchan nuestras ahogadas tribulaciones, que su sabiduría hace del devenir de la travesía algo mucho más llevadero. Una suerte de imposible, un ente de exageración abstracta capaz de involucrarse en la necesaria reyerta, la enconada discusión y por último la eventual separación y consiguiente separación de derroteros.

En mi último viaje he tenido un compañero inestimable, baúl infinito de experiencias y máximas, de carácter afable y maleable para como aparecer cuando se lo requiere y ausentarse como a pedido. Ese “imposible” que suscribo no es otro que Orphans: Bawlers, Brawlers and Bastards, el último disco de Tom Waits, que más que un álbum es un recorrido, un largo, profundo y poco apacible paseo por los meandros del alma humana. Y no es descabellado que sea Tom Waits el compañero ideal de navegación, hombre conocedor de diferentes avernos, guía espiritual de seres sin retorno, heraldo del balsámico desagarro de la derrota existencial, hombre con luz en los ojos, monstruo de envenenadas cuerdas vocales y por último, sabio gurú de los huérfanos sin destino y sin retorno.

“The best friend you’ll have is a railroad track” es la frase de un innato itinerante, que sabe que el camino casi inequívocamente te lleva a extravío, a quedar “lost at the end of the world”, a no retornar a casa y si es que lo logras el camino será la analogía de una larga y sinuosa cicatriz. Pero Waits no es sólo un errante sino un interlocutor; sabe que la cura es la música, el canto gutural, la plegaria y la confesión, por eso te lo expresa, te lo dice, te lo reza y con él el mundo viene y va, uno viene y va; él calla, te escucha y te contagia como es él, impenitente y castigado, con sorna, cigarro y buen humor.

Y así con ojos vidriosos de mirada displicente, voz aguardentosa de garganta nicotinizada, corazón indómito de “little man”, paradoja viviente, te dice y te oye, vuelve y se va, te mira y te desdeña y te quiere y por último con un rosado velo perfumado de una doncella ausente se sopla la nariz y lo guarda como pañuelo en la solapa, se arregla el saco, arquea la ceja y rectifica el sombrero como diciendo adiós, como diciendo hasta la próxima . . . como fuere, sea cual sea el desenlace, con Tom cuando sea, a donde sea.

Ver: Lie To Me, "Orphans: Bawlers, Brawlers and Bastards", Tom Waits

Glosario

Huérfanos
Todos los seres de la extensa mitología de Tom Waits. Entre ellos errantes, alcohólicos, reos, almas penitentes, chulos, extraviados, tatuados, sentimentales, melancólicos y las tres nuevas adquisiciones que se desglosan a continuación.

Berreadores
Energúmenos de roncas voces que pueblan las diferentes tabernas del orbe, canturreando excesos, arengas futboleras, penas y desamores.

Bronqueadores
Facinerosos con ninguna pulga en el cuerpo, dispuestos a destrozar el vaso de cerveza en la crisma de cualquier cristiano por la razón más nimia del mundo y quedarse ufanos para pedir la siguiente copa.

Bastardos
Hijos naturales, seres de destino neblinoso y mirada nostálgica, solitarios y siempre sentados en la esquina ulterior de la barra recontando los tumultuosos avatares del recinto.

Escuchar: Sea of Love, "Orphans: Bawlers, Brawlers and Bastards", Tom Waits

lunes, marzo 05, 2007

"Seinfeld" o las crónicas sobre la absurda existencia humana


“Good Samaritan law? I never herd of it. You don`t have to help anybody.
That`s what this country`s all about”.
Jackie Chiles (abogado de Cosmo Kramer, Jerry Seinfeld y amigos).


Un concurso sobre quién dura más tiempo sin masturbarse, miles de mujeres dejadas por nimias razones, absurdos proyectos que no llevan a ningún lado, trabajos ilógicos y aburridos…charlas y charlas y charlas entre cuatro amigos sobre situaciones y temas fútiles y banales. Esas podrían ser algunas de las temáticas que se desarrollan en la serie cómica más maravillosa de la historia: “Seinfeld”. Sin embargo en este escrito no se pretende hablar sobre los capítulos, sobre los personajes o sobre las historias en la serie; miles de páginas podrían escribirse sobre los hilarantes sucesos que acontecen en “Seinfeld” y sobre los absurdos personajes que deambulan por sus entrañas. Acá sólo intentamos plantear algunos apuntes sobre los cuales se cimienta la riqueza de su humor y desparpajo. Lastimosamente, entonces, “el nazi de la sopa”, Newman, “el chico burbuja”, las empresas de Kramer, los enredos de George, las convicciones de Elaine, los problemas de Jerry, los gags memorables y los vericuetos de cada capítulo quedan fuera de estas líneas.

“Seinfeld” terminó el 14 de mayo de 1998, después de nueve temporadas sumamente exitosas. Aunque usualmente se la ve como una serie sobre “nada” (y George se empeñe hasta el cansancio en venderles esa idea a los ejecutivos de la NBC), en realidad “Seinfeld” es una serie sobre todo: la amistad, el amor, el trabajo…la vida cotidiana. Pero su humor tiene dos características esenciales, dilucidadoras y corrosivas: por un lado, poner en evidencia lo absurda que es muchas veces la cotidiana existencia humana y por otro, mostrarnos la vileza y perversión que nos caracteriza como sujetos sociales.

Erving Goffman, lúcido sociólogo del siglo pasado, afirmaba que los seres humanos, en este trance extraño que es la vida social, construían sus acciones en base principalmente a lo que el resto esperaba de ellos. En ese sentido, la acción es sólo una actuación coincidente con determinados escenarios y roles. Un devenir de máscaras, de puestas en escena, de rutilantes interpretaciones.

En el fondo la vida cotidiana está compuesta de miles de rutinas, de prerrogativas, de intuiciones confirmadas en la interacción del día a día. Muchas de ellas absurdas y risibles en sí mismas. El accionar de los seres humanos con esas prerrogativas es la base bajo la cual se construye el humor seinfeldeano, el movimiento de esos cuatro entrañables personajes en los linderos de los buenos modales, la construcción de relaciones amorosas, el relacionamiento con los otros distintos, la práctica de la religión, el sexo y los deportes. Por eso en “Seinfeld” se vive en base relaciones que son sólo caminos ante el patíbulo y se celebra silenciosa e íntimamente la muerte de tu prometida porque te estás librando de un yugo que se cernirá sobre tu vida para siempre, por eso se celebra el “Festivus” (“a Festival for the rest of us”) en vez de la Navidad, una festividad basada en mentar los errores que tiene cada uno y consolidar los lazos familiares y de amistad en base a la humillación, la incomprensión y el enfrentamiento físico. Los personajes de “Seinfeld” muestran sus más bajos instintos enfrentándose a las estructuras sociales existentes, creando una atmósfera hilarante, absurda y burlesca que pone en entredicho muchas de las convenciones sociales y nos muestra la faceta perversa, despiadada y pérfida de la condición humana.

Así, en “Seinfeld”, en cada una de las historias que viven sus personajes, se presentan las distintas oscuras facetas que ostenta el hombre en su trayecto cotidiano. La locura e irreverencia de Kramer, la avaricia y crueldad de George , el cinismo y comodidad de Jerry, la intolerancia y neurosis de Elaine son características que todos experimentamos y expurgamos mientras vivimos en relación con nuestro entorno, con las estructuras diseñadas en el afán de convivir de manera conjunta. Puedes tener mil condiciones que cumplir en tu trabajo, en tus relaciones, en tu acción cotidiana, puedes tener sólidos límites que intenten dirigir tus pasos por los caminos de la buena voluntad, la solidaridad y la tranquilidad; sin embargo, siempre te darás modos para pretender llevar a cabo un proyecto imposible, para recrear, peregrina y torpemente, una anodina relación amorosa, para darle preeminencia al bien propio (y el de tu clan) por sobre el sufrimiento de los otros, para burlarte del mal ajeno y mirarlo desde palco, viviendo desde tus instintos, tus pulsiones esenciales y las motivaciones de la parte turbia de tu corazón. Para muestra, un botón: George recurre a todas las manipulaciones posibles para que sus padres se vayan a Florida (2000 kilometros de distancia y tranquilidad), mientras Kramer descubre que la comida es mejor si se la cocina mientras uno se baña, Jerry decide dejar a una mujer porque tiene las manos muy grandes y Elaine compra por toda la ciudad todos los preservativos que a ella le gustan, por miedo a que se acaben un día. A veces, lo sabemos todos, la única manera de actuar es la más enferma, la más sucia, la más absurda, la más irracional.

Esa es la gran riqueza de la serie, poner en evidencia lo absurdas que son muchas de las rutinas sociales bajo las cuales se cimienta el vínculo de los humanos y develar nuestras características extrañas, enfermas, decadentes, perversas como habitantes de esta tierra. Por eso, después de “Seinfled”, siempre es más fácil percibir y tolerar nuestra absurda existencia; al final de cuentas, en el camino por estas extrañas carreteras sociales contemporáneas: “sick is the only way to go”.