jueves, enero 21, 2010

Sobre Béla Tarr


Preguntar por qué resulta difícil mantenerse despierto durante el visionado de cualquier película de Bèla Tarr podría servirnos para abrir esta breve nota. En efecto, uno se duerme. Pero, al menos en mi caso, nunca por falta de interés o por aburrimiento. Damnation (1987), por ejemplo, empieza con un plano general en blanco y negro muy extraño: pendiendo de cables tensados sobre gigantescas torres metálicas, se observan las idas y venidas de unos receptáculos por encima de un paisaje de suaves colinas desérticas. Una bruma sutil lo envuelve todo. La música concreta que produce el trasiego mecánico no deja dudas: estamos ante una ruinosa industria pesada que, valga el juego de palabras, se torna así muy leve. Pues, ¿qué se está transportando? Quizás por la velocidad con la que avanzan, quizás porque las torres parecen a punto de ponerse a flotar a unos palmos del suelo, los receptáculos dan la impresión de estar vacíos. ¿Acaso todo aquel ingenio se ha puesto en movimiento por sí solo y para nada? ¿De qué sirve continuar produciendo y transportando si el juego ya está perdido? Los cables que sostienen los receptáculos se hunden en un horizonte de niebla espesa. Es una industria fantasma. Muy gradualmente la cámara retrocede, paso a paso, hasta que el paisaje y todo lo que éste incluye queda enmarcado en una ventana. Pero no se detiene ahí. Continúa retrocediendo y a medida que aparecen los objetos de la habitación alrededor de la ventana, muy despacio, el paisaje de los cables va dejando paso a un cielo uniforme. El movimiento de la cámara por momentos es casi imperceptible. Finalmente, en la esquina inferior derecha de la imagen empieza a surgir una cabeza humana, un pescuezo, unos hombros. Los sucesivos reencuadres han acabado construyendo un plano semi-subjetivo: un hombre solitario mira el cielo gris por la ventana mientras escucha el ciclo interminable de los ruidos metálicos. Si bien no conseguí llegar a este punto del plano-secuencia hasta el tercer intento, creo que sin duda valió la pena. Es una imagen riquísima, llena de detalles y sugerencias, un complejo nudo trenzado de tal forma que no se puede tirar de un hilo estético sin tirar a su vez de otro político, psicológico o filosófico. Pero asimismo, entregarse a la combinación de texturas en clara oposición (metal, peso / niebla, levedad, luz; densidad, humedad / vacío, soledad, frío…) y caer poco a poco en el sueño me parece una experiencia igualmente gratificante. Esta sensación envolvente se consigue gracias al método del reencuadre. Ocurre a menudo que la espacialización resultante de este proceso en el que no se efectúa ni un solo corte es tan exhaustiva que el cuerpo del espectador queda, de algún modo, rodeado por las imágenes. En el plano antes mencionado las correcciones incluyen movimientos zigzagueantes que intensifican el efecto de tridimensionalidad. Otros ejemplos soberbios los encontramos en las secuencias iniciales de Werckmeister Harmonies (2000) y El hombre de Londres (estrenada en 2007 y recientemente editada en DVD como parte de la colección filmoteca FNAC). En ésta última el plano traza, después de un par de vaivenes, un cuidadoso semicírculo alrededor del protagonista (y del espectador). Si a ello le sumamos el agua, los murmullos, el tren, las situaciones apenas insinuadas, la música de acordes graves que se superponen como discretas corrientes de aire, ¿cómo no dejarse ganar por el sueño ahí adentro?
Y es que estas películas escamotean la cadena retórica compuesta de sucesos, información y estimulación que pone en marcha todo el aparato ficcional del cine. Aquí los trucos no tienen el objeto de imponer ninguna lógica y unos contenidos sino que sirven para liberar la mirada generando espacios que propician esa experiencia. A menudo se ha citado a Susan Sontag, quien, después de ver Satantango, afirmó que se trataba de unas de las “escasísimas violaciones heroicas de las normas cinematográficas de nuestros tiempos”. Y antes de que alguien se pregunte maliciosamente si es posible quedarse dormido delante de una violación heroica diremos que, a pesar de la desafortunada elección de términos, a Sontag no le faltaba algo de razón. La ralentización excesiva de las situaciones lleva la película hacia la disolución paulatina de la narrativa. De ahí la torpeza con la que se suelen redactar las sinopsis de los argumentos, pues, incluso en aquellos filmes donde hay más concesiones a los géneros como Damnation o El hombre de Londres, nadie está muy seguro de qué es lo que se está contando. Paradójicamente, la máxima continuidad en el interior de los planos asegura la máxima desconexión del sentido argumental y abre la narración a otras intensidades (sensoriales y conceptuales).
Se ha hablado también muchas veces −citando a medias unas declaraciones del propio director− de una “mirada cósmica” que dotaría a su cine de un discurso “metafísico”, clichés que repite un poco inspirado Antonio Weinrichter en los extras del DVD de El hombre de Londres. Lo que ha dicho Tarr es, sin embargo, mucho más interesante: “cuando empezamos había una gran responsabilidad social que todavía existe hoy en día. Entonces pensábamos: <OK, tenemos algunos problemas sociales en este sistema político, quizás habría que tratar esas cuestiones>. Luego hicimos una segunda película y una tercera, entonces vimos que no sólo había problemas sociales, sino también ontológicos. Ahora creo que hay una enorme cantidad de mierda proveniente del cosmos. Se trata de escuchar la vida. Con ello estamos pensando en lo que nos rodea. Estoy hablando de la calidad de la vida humana y cuando digo <mierda> me refiero a la que tenemos más cerca." (Fergus Daly y Maximilian Le Cain. “Waiting For The Prince. An Interview with Béla Tarr”. Disponible en http://archive.sensesofcinema.com/contents/01/12/tarr.html)

lunes, enero 18, 2010

Gracias y desgracias del buen soldado Svejk (hilarante personaje praguense de Jaroslav Hasek, ilustrado por Josef Lada)


“-Escuche, Svejk, ¿de verdad es usted un pedazo de burro?

-Lo soy, mi teniente, a sus órdenes –contestó Svejk triunfalmente-. Desde pequeño tengo una mala suerte increíble. Siempre intento mejorar algo, hacer las cosas bien, y lo único que consigo es desgracia para mi y para los que me rodean . . .”

Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Svejk


“En un viejo libro bávaro sobre el arte militar, encontramos instrucciones para los asistentes. El criado de los tiempos antiguos tenía que ser piadoso, virtuoso, honrado, modesto y trabajador. En pocas palabras, debía ser un hombre ejemplar. Los tiempos modernos han cambiado notablemente este prototipo. El asistente de nuestra época no suele ser piadoso ni virtuoso, ni, huelga decirlo, honrado. Es un saco de mentiras, engaña a su amo y no pocas veces reduce la existencia de éste a un verdadero infierno. Es un esclavo que se las sabe todas e inventa las tácticas más maquiavélicas con tal de llevar a su amo por el camino de la amargura”

Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Svejk



El brillante intelectual italiano Angelo María Ripellino escribió un maravilloso libro titulado “Praga mágica” que narra a través de las calles, los personajes, los artistas, los fantasmas, las iglesias y sinagogas, las tabernas y los tugurios, la historia de esta fabulosa capital centroeuropea. “Praga mágica” es uno de esos recuentos o tributos que cada gran urbe se merece, donde Ripellino nos cuenta las leyendas y nos describe los recovecos de la ciudad del Moldau con una prosa magnética y elevada, pero es la alquimia que existe entre los habitantes y personajes de la ciudad con los palacios y las casuchas por ellos habitados, lo que destaca el autor y que le otorga a Praga ese deslumbrante y ambiguo encanto entre lo majestuoso y lo tenebroso, entre lo grandilocuente y lo sórdido. Uno de los protagonistas más rimbombantes de ese lienzo praguense es el escritor Jaroslav Hasek, del cual Ripellino nos dice que “A través de las distintas máscaras se trasluce, siempre, la auténtica sustancia de Hasek, su naturaleza errante, pendenciera, desordenada, su habilidad de saltimbanqui ambulante” y continúa diciéndonos “Sólo en la embriaguez nocturna, en covachas y antros ennegrecidos por el humo y rociados con escupitajos; en medio de borrachos torcidos e hinchados y con sombreros de payaso, como pintados por Josef Capek; sólo en el barrunte amargo de cerveza orinada y amoniacal que exhala de las letrinas de los tugurios; sólo en aquellas esperpénticas cuevas se enfervorece su fantasía.”


Ese perdulario y malviviente conocido como Jaroslav Hasek es el autor de una de las novelas más importantes y divertidas del siglo xx, no sólo dentro de la literatura checa sino universal, titulada “Las aventuras del buen soldado Svejk”. Josef Svejk es un poblador de clase humilde de la ciudad de Praga donde ejerce el oficio de vendedor de canes, con todas la habilidades que eso amerita, como adulterar las genealogías, razas y edades de los animales en cuestión, y mata su tiempo libre en la cervecería de “El Cáliz”, donde se enzarza en grandes conversaciones y da lugar sin grandes reproches a toda la retahíla de inopinadas e intempestivas anécdotas que tanto saborea de narrar.



La novela parte de un hecho determinante en la historia del siglo pasado, el asesinato acaecido en Sarajevo del Archiduque Fernando en el año 1914, lo cual dará origen a la 1ª Guerra Mundial, cuando el imperio Austrohúngaro del cual los checos hacen parte indisociable, le declaran la guerra a Serbia. Svejk entre su reumatismo, su afición a la cerveza y a la chácara y su trafico de caniches, se verá involucrado en los relevantes eventos bélicos que trastornarán al mundo, aunque él mismo no parezca darse cuenta en ningún momento de las vicisitudes históricas que se cuecen a su alrededor. El personaje oscila en una mezcla de profunda idiotez o un fingimiento tan avezado de la misma que lo propulsiona a la genialidad; en este respecto Ripellino reza “Pero Hasek procura que el lector se quede hasta el final con la duda de si el personaje es, realmente, un tonto redomado o más bien un tremendo astuto, lleno de malicia, «un refinado bribón o, por el contrario un desgarbado zambombo»”.


Con todo el alboroto provocado por el asesinato del Archiduque Fernando, Svejk se ve presa de una serie de confusiones y acusaciones que lo llevan de la prefectura a donde los médicos forenses, de los forenses al manicomio, del manicomio a la comisaría, hasta regresar al hogar después de un burocrático y ridículo recorrido, que nos evoca un paralelismo con Josef K. su vecino praguense, pero en una clave mucho más cómica e irreverente y menos atribulada y terrorífica que la que le tocó vivir al segundo. Luego le tocará a Svejk comparecer al reclutamiento al servicio militar, prestándose de nuevo a montón de confusiones que lo harán ir y venir de hospitales a servir de asistente a capellanes castrenses, a ser perdido en juegos de azar por éste último, servir a un subteniente y finalmente, después de una sarta de extravíos y alborotos llegar al frente acusando, en cada página que transcurre, una mirada paródica y despectiva en cuanto a la guerra, los militares, la religión, la autoridad y lo que puede denominarse la historia con mayúsculas. Un personaje como Svejk provoca que la suma obediencia, a toda autoridad, se vuelva un rasgo, o más bien dicho, un trastorno provocador de una anarquía soslayada, socarrona y liberadora.



“Si le confían un encargo, él (Svejk) lo ejecuta a pesar de todo y con tanta urgencia, que suscita garrafales malentendidos y alborotos carnavalescos, pequeños apocalipsis, que disipa adornando su obesa cara de “O” con una sonrisa alelada”. Así lleva a cabo sus diligencias y peripecias éste ciudadano bonachón que Ripellino describe físicamente como un “pingüe mamarracho, flotando en el arrugado uniforme, con nariz de tapón y barba de cerdas” que es como se nos aparece en los extraordinarios y cómicos dibujos de Josef Lada (amigo de juergas del Jaroslav Hasek) que nos ilustran la novela, lo cual nos produce un efecto aun más cómico del diverso discurrir de Svejk.


Cada malentendido desembocado por el exceso de presteza de Svejk causa descabellados, ridículos y divertidísimos episodios que produce iracundos brotes de cólera en sus superiores, sobre todo del teniente Lukas, que no sabe si acribillar al implicado o si acariciarlo con el inexplicable cariño que le ha adquirido. Pero Svejk no pulula solo en sus distintas aventuras, sino que lo acompañan capellanes beodos y libertinos, soldados glotones y socarrones, oficiales insufribles e imbéciles, cuyo plantel le dota de un formidable y risible colorido a la novela, que siempre se ve sazonado por las incontables y aguardentosas anéctodas-digresiones de la inagotable verborrea de Svejk que gracias a la cualidad anterior y a su cara de beatífico idiota zafa de graves aprietos e incluso de la muerte.


Svejk, hijo de una gran familia literaria de tendencias orondas que proviene desde los inconmensurables Gargantuas y Pantagrueles, pasando por el insigne Sancho Panza llegando hasta el inabarcable Ignatius J. Reilly entre tantos otros, que son quienes dan riego a un terreno literario donde la irreverencia y la sátira son las claves, las vueltas de tuerca, los caminos asfaltados hacía un humor que tiene en los tintes grotescos, el exceso y lo escatológico gran parte de su inagotable combustible. Por lo que no me queda más que recomendar encarecidamente la lectura de "Las aventuras de buen soldado Svejk" y desear que éste texto sea acicate suficiente para tal emprendimiento como para mi fueron el ensayo del maestro Sergio Pitol sobre tan mentado personaje incluido en su "Arte de la fuga", las páginas de Ripellino y el presente de mi hermano Juan.



(entremés ilustrativo y paradigmático de la novela de Hasek)

Fragmento de Las aventuras del buen soldado Svejk de Jaroslav Hasek


El motivo de la rabia del teniente era una menudencia sin importancia: se trataba del número de maletas que Svejk tenía que vigilar:

-Nos han robado una maleta –le reprochaba a Svejk-, y lo dice usted así, como si nada, ¡sinvergüenza!

-A sus órdenes, mi teniente –profirió Svejk con timidez-, no hay duda de que la han robado. Por la estación rondan muchos ladrones y supongo que a uno de ellos le habrá entusiasmado nuestra maleta, de modo que ha aprovechado la oportunidad que se le ha presentado cuando me he alejado un momento para comunicarle a usted que nuestro equipaje estaba en orden. El ladrón sólo ha podido robarla en ese momento tan oportuno. Para los amigos de lo ajeno, la ocasión la pinta calva. Hace dos años, en la estación Noroeste, le robaron a una señora un cochecito incluso con una niña en pañales dentro, pero fueron tan generosos que llevaron a la pequeña a la comisaría de mi calle y dijeron que la habían encontrado abandonada en un portal. Entonces los periódicos convirtieron a la pobre mujer en una madre desnaturalizada.
Y Svejk concluyó con énfasis:

-En las estaciones siempre se ha robado y siempre se robará. No tiene remedio.

-Estoy convencido, Svejk –replicó el teniente-, de que un día u otro usted acabará muy mal. Aun no sé si se hace pasar por tonto o es así de nacimiento. ¿Qué había en la maleta?

-Nada especial, mi teniente –respondió Svejk sin dejar de mirar la calva del hombre que estaba sentado frente del teniente y que, según parecía, no mostraba ningún interés en el asunto de los dos militares porque estaba inmerso en la lectura de Neue Freie Presse-. El espejo de la sala de estar y el perchero del recibidor, pero como ambos objetos eran propiedad del dueño de la casa, se puede considerar que no he sufrido ninguna pérdida.

Al ver el gesto amenazador del teniente, Svejk continuó con tono amable:

-A sus órdenes, mi teniente. Yo no sabía que robarían la maleta, y respecto al perchero le he dicho al dueño que se lo devolveríamos cuando acabe la guerra. En los países enemigos suele haber muchos espejos y percheros, de modo que el amo tampoco deberá lamentar pérdida alguna. Tan pronto como conquistemos alguna ciudad...

-Cállese, Svejk –lo interrumpió el teniente con un tono de voz aterrador.. Un día lo llevaré ante el tribunal militar. Es usted la persona más estúpida que he conocido en mi vida. Otro, aunque viviera mil años, no cometería tantos disparates como los que usted es capaz de perpetrar en unas cuantas semanas. Espero que se haya dado cuenta.

-A sus órdenes, mi teniente, y por supuesto que me he dado cuenta. Soy lo que se dice muy observador, me doy cuenta de todo, pero demasiado tarde, cuando ya no hay remedio. Tengo tan mala suerte como Nechleba de Nekázanka, el que solía ir a la taberna El Paraíso de los Perros. Aquel hombre siempre quería portarse bien y comenzar una nueva vida a partir de sábado, pero cada domingo decía: “Y por la mañana me di cuenta de que estaba en el catre de la cárcel”. Eso le pasaba siempre que tomaba la firme decisión de volver sereno a casa: entonces rompía vallas, desenganchaba caballos en la calle o intentaba limpiarse la pipa con el penacho de la patrulla de policía. Aquel tipo estaba totalmente desesperado: la suya era una mala suerte hereditaria que ya había perseguido a generaciones enteras de antepasados suyos. Su abuelo se fue a dar la vuelta al mundo...

-Déjeme en paz con sus historias Svejk.

-A sus órdenes, mi teniente, todo lo que le estoy contando es la pura verdad. Su abuelo se fue a dar la vuelta al mundo...

-Svejk –dijo con enejo el teniente-, le ordeno otra vez que no me explique más historias, no quiero escuchar nada. Y cuando lleguemos a Budejovice ajustaremos cuentas. ¿Es consciente, Svejk, de que mandaré que lo arresten?

-A sus órdenes, mi teniente, no –dijo Svejk con inocencia servil-. Todavía no lo había mencionado.


viernes, enero 08, 2010

(Loach, Tarantino y Gilliam) De variados regresos exitosos, (Von Trier) una gran pifia y (Haneke) una gran expectativa

El 2009 se fue pero, en lo que respecta al cine, nos dejó un buen sabor de boca. Admiradores de tantos cineastas o autores de raigambre y paladar tan distinto como ser Ken Loach, Terry Gilliam, Quentin Tarantino, Lars von Trier o Michael Haneke, el 2009 nos ofreció nuevas propuestas de los mismos, todas ellas estrenadas en Cannes, que en la mayoría de los casos causó algo más parecido a la algarabía que al desencanto.


Para empezar, Ken Loach venía de ser el triunfador de la Palma de Oro con su filme anterior “The wind that shakes de barley” (El viento que agita la cebada), narrando las peripecias de la liberación de Irlanda y su posterior guerra civil. La película si bien está muy bien hecha no deja de parecer sobrevalorada y de estar muy lejana de los mejores momentos del realizador que firma “Raining stones” (Lloviendo piedras), “My name is Joe” (Mi nombre es Joe) o “Sweet Sixteen” (Dulces dieciséis). En primavera Loach nos presentó “Looking for Eric” (Buscando a Eric), en la que retoma a sus atribulados personajes de clase media baja alcanzado nuevas dimensiones temáticas cuando Eric Cantona, el ídolo futbolístico del protagonista, como si fuera un hada madrina, descubre en su protector un escape para poner en orden su vida, una tragicomedia al estilo Loach con un final hilarante que otorga un nuevo giro a su cine de realismo tan patético.

Terry Gilliam, el maestro del cine fantástico, que después de el caos y la aciaga desventura que privó la conclusión de su largometraje sobre el Quijote, filmó dos obras,“The brothers Grimm” (Los hermanos Grimm), sumamente desafortunada y “Tideland” que pese a gustar mucho a otros, a mi me pareció muy irregular, que dejaron muy en entredicho la forma artística de tan reputado director. “The imaginarium of Doctor Parnassus” (El imaginario del Doctor Parnassus) es un regreso al Gilliam clásico, película que pertenece al vecindario del Barón Munchausen, tiene interpretes e interpretaciones excelentes como el finado Heath Ledger, en su última actuación, el fabuloso Tom Waits, interpretando al Maligno, y Christopher Plummer, impoluto como el mismo Parnassus. Gilliam envuelve a todo este elenco con imágenes que solo él puede imaginar y plasmar, dotando a su universo fílmico de otra pieza que hace rememorar las mejores virtudes del ex-Monty Python.


De Quentin Tarantino ya habíamos escrito que en “Death Proof” después de sus Kill Bills, el director parecía estar agotando su imaginación y estar cayendo en un espiral de citas ajenas y citas propias, que daba cuenta de una preocupante anemia creativa. A diferencia de Gilliam y de Loach, lo que más alegro y sorprendió de la película de Tarantino “Inglorious Basterds” (Malditos bastardos o Bastardos sin gloria) es que no se repite a si mismo, sino que con un estilo reconocible nos ofrece algo fresco, novedoso, siempre gracioso y como siempre disfrutable. No deja jamás de citar a otros cineastas, se reconoce una llegada a la guisa Leone (Once upon a time in the west), un inmenso rostro cinematográfico al estilo Bergman (Persona) y un descenso por las escaleras que firmaría Hitchcock (Notorious), por mencionar solo algunos de tantos guiños cinéfilos tan amados por el estadounidense. “Inglorious Basterds” nos otorga una sarta de personajes tan despreciables como entrañables, diálogos Tarantino provenientes de una nueva e innovadora raigambre, una trama que trata con sorna a la historia y que aprovecha para traicionar con cada giro las expectativas del espectador, haciendo un conjunto triunfal de película que nos refresca todas las esperanzas en el innato talento de Tarantino, del cual añoramos no en un futuro muy lejano un western que haga nuestras delicias.

De Michael Haneke, ganador de la Palma de Oro, de éste año nos aguarda todavía la contemplación de “The White Ribbon”, que seguramente seguirá la estela de “Caché” (Escondido), una película extraordinaria, y no la morosa repetición plano a plano de “Funny Games” cuya primigenia versión alemana era también excelente y terrorífica. Lamentablemente el único de los grandes directores aquí mencionados, que pifió totalmente con su propuesta fue Lars von Trier. El danés estrenó “The Antichrist” (El anticristo), un fallido y engorroso alegato de la castidad católica, causando risas bochornosas en vez de su pretendido asco, escándalo y polémica.


Esperemos que el 2010 nos devele satisfactorias muestras de directores que nos embelesaron con sus películas de antaño, pero que hace algún tiempo vienen jugando a repetirse a ellos mismos con muy poca sutileza y fortuna. Saludos y un fuerte abrazo para un nuevo año lleno de buenas películas.