domingo, febrero 02, 2014

Philip Seymour Hoffman (1967-2014), el más grande, The Master

Muy probablemente lo vi por primera vez cuando interpretó a ese mozalbete jailón y colorado en “Scent of a Woman” que dejó en vereda al protagonista antes de que Al Pacino diera uno de esos discursos efectistas que tanto inspiran a las audiencias estadounidenses, ya asomaba maneras. Luego su presencia  se hizo recurrente, Brad, el mayordomo del verdadero Big Lebowski, actor fetiche del inmenso Paul Thomas Anderson persiguiendo como chiquilla enamorada y babosa al sobredimensionado Dirk Digler, cuidando como enfermero al viejo moribundo en “Magnolia”, lanzando vozarrones por doquier en “Punch Drunk Love” o adoptando en su secta a Joaquin Phoenix en “The Master”. También urdiendo un atraco perfecto que deviene en parricidio junto a Ethan Hawke y a su espectacular mujer, Marisa Tomei, a las órdenes de Sydney Lumet, luchando en leotardos por interpretar a Jesús y no a Judas en la obra Jesuscrist Superstar mientras malaconseja a su amigo Ben Stiller, poniendo voz de tipludo interpretando a Truman Capote,  o viviendo ese automartirio en la tremenda “Happiness” de Todd Solondz.

Un actor bestia, un intérprete desproporcionado, un histrión de talento inagotable. Con un físico regordete, con mofletes y nariz de tono rojo cirrosis, de cabellera rubio platinada, y una apariencia que siempre denotaba más años de los que él tenía (murió a sus 46 años solamente), apariencia que para cualquier otro no hubiera alcanzado para pasar de un eterno segundón en películas de medio pelo, Philip Seymour Hoffman nos dejó un legado en la pantalla, un catálogo de personajes impresionante y maravilloso, que en mi visión subjetiva y sesgada, se erigió como el mejor actor de los últimos 20 años en el cine mundial, nada más, nada menos.
Un monstruo en la pantalla, una voz y una presencia escalofriante, capaz de sembrar matices y dejar improntas allá donde aparecía. No por nada el catálogo arriba mencionado y tantas otras películas poderosas y enriquecidas siempre, por el mero hecho, de contar con Hoffman y con su inabarcable presencia. Lo hemos perdido pero perdurará su legado plagado de su inherente gracia y autoparodia, su fuerza y patetismo, y tantos y tantos otros rasgos y detalles que lo hicieron ser ese gigante en 35mm. 
 Me he tomado el tiempo de contar cuantas pelis había visto de Philip Seymour, y resultó que eran 22, la verdad es que es un montón, no sé de cuantos actores pude haber visto tantos filmes, apostaría que de ninguno, y en todas, aunque fuera por minutos, se robaba el show, Hoffman siempre ponía el listón ahí arriba, donde sólo él brillaba haciendo cualquier película mejor. Adios, Philip Seymour, te echaremos mucho de menos, gracias por las risas, por las lágrimas que nos tragamos, por las memorias, y por lo que huelga decir. En la sabiduría popular del gran René Higuita, una vez escuche que decía "en esta vida no hay niño feo, ni muerto malo", en este caso el muerto no es malo, en este caso el muerto era el mejor. The Master.