miércoles, febrero 20, 2008

Ferrufino y la cita fantasma


"Cuenta Montaigne que cuenta el piadoso Santiago de la Vorágine que en un pueblo de Alsacia vivía un hombre que tenía adherido a su cuerpo el cuerpo más pequeño de otro hombre, una especie de bebé descabezado que se clavaba a su huésped más grande a partir del cuello. Un médico peregrino se ofreció a extirpar la anomalía con ayuda de un cirujano local. Una vez concluida la operación, el paciente se mostró muy agradecido y contento. El médico peregrino no le cobró un céntimo y a cambio sólo le pidió que le dejara llevarse el cuerpecillo extirpado y convenientemente disecado para exhibirlo por doquier como prueba de su talento. Semanas después, el paciente empezó a dar señales de una terrible melancolía: decía seguir sintiendo la presencia de aquel cuerpecillo, como si aún lo llevara adherido a sus carnes y declaraba que su ausencia le hería el espíritu mucho más que otrora su presencia el cuerpo. Según algunos comentaristas, el hombre acabó vagando por la tierra como un alma en pena. Otros autores afirman que el paciente sencillamente murió de tristeza dos meses después de la cirugía. Respecto a la suerte del médico el veredicto de todos es unánime: pagó su vanidad con la muerte a manos de unos salteadores de caminos".

La cita proviene de Monstruos y fenómenos extraordinarios de la Edad Media, de Patricio Ferrufino S.J., libro que alcanzó cierta popularidad en algunos países de América Latina en los años sesenta, cuando la desaparecida editorial caraqueña Espíritu Santo lo comercializó en fascículos ilustrados que se adquirían en los puestos de revista. Ignoro cuál de mis familiares hizo la colección entera. Lo más probable es que fuera César Villaquirán, un tío-abuelo aficionado a los asuntos paranormales. Sea como fuere, los fascículos siempre estuvieron a mi disposición en la biblioteca de mis padres, con sus coloridas imágenes de animales fabulosos y sus historias fantásticas. Tal vez debo apresurarme a decir que esta impudicia autobiográfica y la concesión casi voluptuosa a las fuentes plebeyas, como se irá viendo, están más que justificadas por la pertinencia de la cita.

Tengo a mano la edición en dos tomos de la Leyenda Dorada y los Ensayos completos y por más que me he esforzado en la búsqueda, no he hallado referencia alguna a esta historia ni en Montaigne ni en Santiago de la Vorágine, mucho menos una cita cruzada del primero al segundo. Todo apunta a que el padre Ferrufino habría abusado por partida doble del recurso de autoridad para hacer verosímil una invención, su caída en la tentación literaria. En otras palabras, creo que nos hallamos ante un fraude, si se quiere nada reprochable en una publicación tan poco prestigiosa, pero sí digno de atención por sus implicaciones para el tema que nos ocupa.

Ahora bien, en uno de sus ensayos Montaigne sí describe a un niño monstruoso bastante parecido al que menciona Ferrufino, pero sólo para concluir en un antiguo argumento de inspiración platónica:

"Los que llamamos monstruos no lo son para Dios, que ve en la inmensidad de su obra la infinitud de las formas que en ella ha comprendido; y es de creer que esta figura que nos asombra refleje y dependa de alguna otra figura del mismo género desconocido para el hombre. De su infinita sabiduría nada sale que no sea bueno y común y ordenado; más no vemos nosotros ni la armonía ni la relación" (Ensayos, Cátedra, 2003).

Cabe recordar que esta idea, paráfrasis moderna de una vieja premisa mística, cara a la teología negativa, que afirmaba el carácter a la postre inescrutable de los designios divinos, sirvió durante siglos como argumento a favor de los milagros, las apariciones y otros fenómenos sobrenaturales. Veamos lo que el propio Santiago de la Vorágine nos cuenta al respecto:

"El maestro Silo rogó encarecidamente a uno de sus compañeros de claustro gravemente enfermo, que si moría no dejase de venir del más allá a comunicarle en qué situación se encontraba su alma. Unos días después de su fallecimiento, el difunto, vistiendo una hopalanda de pergamino interiormente guarnecida de llamas y plagada en el exterior de frases sofísticas escritas sobre la vitela, se presentó ante Silo, el cual, como no lo reconociera, le preguntó:

— ¿Quién eres?

El aparecido contestó:

— El mismo a quien pediste que después de muerto viniese a verte. Te prometí que lo haría; aquí, pues, me tienes, cumpliendo mi promesa.

— ¿En qué situación se encuentra tu alma en la otra vida? —inquirió el maestro.

El difunto le respondió:

— Fíjate en la capa que llevo puesta; esta vestidura me oprime y me aplasta con su insoportable peso más que si llevara sobre mí una torre de piedra. Me cubrieron con ella en cuanto llegué al otro mundo y me ordenaron que la llevase encima de mi alma para que recordase continuamente los éxitos que cuando vivía obtuve con mis sofísticos argumentos (…).

— Paréceme a mí —dijo Silo— que esas penas que te han impuesto son fácilmente tolerables.

— ¿Fácilmente tolerables, dices? —replicó el difunto con viveza—. ¡Anda! ¡Tócame con tu mano y comprobarás por ti mismo que el suplicio que padezco no es tan liviano como piensas!

Alargó el maestro su brazo, mas retirólo al instante porque, antes de que las yemas de sus dedos hubiesen llegado a tocar la capa de su compañero, sintió en su mano un vivísimo dolor al caer sobre ella una gota de sudor desprendida del rostro del difunto. Pasmado quedó Silo al advertir que aquella mera gota de sudor, cual si hubiese sido un dardo, habíale perforado la mano y traspasado la encarnadura de la misma y dejádole en ella un agujero, en un imperceptible instante" (La leyenda dorada, Alianza 1982, traducción de Fray José Manuel Macías).

Más allá de que aparezca típicamente como el emisario aleccionador, voz de la conciencia, azote de las pretensiones racionales humanas, lo más llamativo de este espectro es, por una parte, la definición que proporciona de sí mismo, una definición aplicable también al cuerpecillo fantasma del cuento de Ferrufino: "El mismo a quien pediste que después de muerto viniese a verte", que en la traducción inglesa de William Caxton (1483) adopta una forma más acorde con el carácter del aparecido y que acaso se adelanta a las sofisterías del fantasma de Hamlet: "I am such one that am come again to thee", algo así como: "soy ese mismo que ha venido de nuevo hasta ti". El fantasma, pues, sería en primer lugar aquello que no deja de volver, lo que se repite, lo que no acaba de morir ni de resucitar, lo que está siempre-por-venir, siempre de paso y por tanto se encuentra, como las partículas elementales, en un estado incierto y paradojal del tiempo, del espacio y la materia.

Y es precisamente ese carácter material del fantasma el otro aspecto destacable de las dos historias. Como ha señalado Jean-Claude Schmitt, "lejos de relacionarse únicamente con el espíritu del soñador o del visionario, [los aparecidos] también pueden actuar sobre un cuerpo; lejos de ser totalmente inmateriales, pueden poseer una cierta corporeidad; lejos de estar totalmente desapegados del cuerpo del muerto, pueden, en el caso de la aparición de un muerto, mantener relaciones con el cadáver". (Les revenanats. Les vivants et les morts dans la société médiévale, Galliamard, 1994). Dicha materialidad, en el caso de Ferrufino, se manifestaría en un movimiento de inversión de lo real a través de lo que podemos describir como un deseo sin objeto, propio, según Freud, del pathos melancólico. En este sentido, no podemos pasar por alto el aporte de Giorgio Agamben en Estancias, su admirable genealogía del fantasma en la cultura occidental. Después de trazar un itinerario que lo lleva desde el demonio meridiano, hasta los procedimientos psíquicos del fetichismo en Freud, pasando por la melancolía dureriana, Agamben concluye que "la pérdida imaginaria que ocupa tan obsesivamente la intención melancólica no tiene ningún objeto real, porque es a la imposible captación del fantasma a lo que dirige su fúnebre estrategia. El objeto perdido no es sino la apariencia que el deseo crea al propio cortejar del fantasma y la introyección de la líbido es sólo una de las facetas de un proceso en el que lo que es real pierde su realidad para que lo que es irreal se vuelva real" (Estancias, Pre-textos, 1995).

A estas alturas ya podemos concluir que el cuento de Ferrufino, incluso en su propia confección, apoyada en una cita siamesa inexistente, reúne con asombrosa capacidad de síntesis un buen número de atributos fantasmáticos. Se trataría, por tanto, de una historia falsa pero plausible, fraudulenta pero verosímil, una singular coincidencia de forma y contenido, el contrabando de un diminuto organismo fantasma dentro de un estudio erudito concebido para el consumo popular.

2 comentarios:

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Poco a poco, en la dialéctica que ha ido emanando con el tiempo, en este blog se está esbozando una concepción estructurada y veraz sobre la existencia de los fantasmas, además, lo que queda claro es que si éstos existen (sí, éstos existen) sólo pueden ser materiales o subsumidos al orden de la materia. La teología negativa propone la unión extática con la Nada que nos comprende a todos, nada que, a mi juicio, es simbolizada por la materia. Para Dios nada es monstruoso, por ende todo es monstruoso.

Anónimo dijo...

Hola: quería saber si tienes datos de vida y obra de Patricio Ferrufino, tengo que hacer un trabajo y los necesito. Muchas gracias.

Saludos!!