lunes, junio 29, 2009

Boletín de último momento: ¡El rey del pop vive!

Esta fue la imagen encontrada en una cámara digital abandonada en la plaza Eguino de la ciudad de La Paz, sector por el que el ídolo del pop habría circulado horas antes.

En la fotografía se puede ver claramente que, si bien Jackson no goza de una salud impecable, está lejos de estar finado como sugería el bombardeo de los mass media durante este último fin de semana.

Ciudadanos respetables afirman haber visto al divo merodeando por las calles de Puno y Juliaca (Perú) y no descartan que esté en proceso de grabación un nuevo disco (con dejes chicheros) que romperá todos los records de ventas mundiales.

¡Sabíamos que no podías dejarnos de esa manera Michael!

Fuente: P.A.T.

lunes, junio 22, 2009

Mano a mano: Twin Peaks Fire Walk With Me vs. INLAND EMPIRE

"Quedaba un árbol, su imagen y la noche.
Inmóvil fiera, pegada y voluntaria,
escarba con sus uñas, destruye con su aliento
."
José Lezama Lima



Dentro del mapa de la obra lynchiana, hay dos películas que se pueden hermanar de manera especial debido a ciertas isotopías de forma y contenido: Twin Peaks Fire Walk With Me e INLAND EMPIRE. Y quizás la mejor manera de describir su sino común es la frase siguiente: “Mujeres en problemas” (women in trouble). Sheryll Lee y Laura Dern vendrían a incorporar, con sus rostros polimórficos, una serie similar a la de “mujeres llorando” de Picasso, en esta galería de pesadillas cinematográficas.

Ambas películas han sido engendradas en contextos anómalos en relación a una producción estándar. Fire Walk With Me no nace de la nada, al contrario, ha sido concebida dentro de un contexto en el que la serie Twin Peaks venía de romper los cánones de la televisión y de acceder a las masas, constituyéndose en una auténtica serie de culto. El universo en el que la película debía de asentar su contenido ya estaba establecido: los personajes, las locaciones, la luz, el tono, etc. La película se inscribe entre las escasas y arriesgadas prequels. Lynch, en lugar de buscar satisfacer a todo el mundo apostando por lo seguro, se jugó por un film expresionista, lúgubre, intenso y largo como el viaje de los muertos, un universo casi ajeno al aura bucólica que la serie proponía como contrapeso a lo ominoso. No es de extrañarse que Fire Walk With Me haya sido un fracaso al salir, considerada casi como una afrenta tanto a los cinéfilos extraños al mundo de la televisión como a los fans incondicionales de la serie.


INLAND EMPIRE nació desmembrada o, más bien, no nació como una idea unitaria sino que devino en ello, como por una alquimia interior de las imágenes que iban apareciendo como fragmentos de un poema audiovisual: no se trató de un rodaje y una producción normal sino de un trabajo independiente y audaz como pocos, un patchwork cinematográfico donde las intuiciones del pintor parecen ser la clave metodológica de realización. El resultado es una película extraterrestre y un viaje inclemente hacia la interioridad laberíntica de una cuarentona de extraña belleza en estado de suma desesperación.


Laura Palmer y Susan Blue (y/o Niki Grace) encarnan como pocas a la heroína femenina (Andrómeda encadenada ante el monstruo marino) y señalan esa inclinación irresistible de Lynch hacia lo femenino, ese universo movido una paradójica energía entre las fuerzas de la vida (la mujer como madre, otorgadora de la vida) y de la muerte (la mujer como emisaria de las fuerzas oscuras y sanguinarias de la materia, del sometimiento al tiempo), energía que emana a borbotones y, la mayor de las veces, a pesar de ellas. La dualidad o, más bien, la duplicidad esencial de la vida encuentra una veta sin par en la exploración del universo femenino.


El concepto de “mujer en problemas” (en oposición a Henry Spencer y Fred Madisson, hombres en problemas, en Eraserhead y Lost Highway) sirve de pretexto para emprender un viaje estético. Se trata de un concepto casi isotópico con el de la noche como estación imaginaria: desde su simbolismo más maternal, hogareño e intimista hasta la noche oscura y sin estrellas, casa de gritos, dolor y sangre; pasando por el misterioso colorido y sensualidad de la “noche iluminada” en el mundo secreto de los sueños. Lynch es, quizás, después de Poe, el poeta del deseo devenido en horror por excelencia, esa dialéctica marcada por los símbolos de la caída, resultando en una melancolía indecible. La mujer, por su belleza, es peligrosa y – dentro de la más pura tradición del noir –, sobre todo, lo es para ella misma.


Laura es víctima, Susan es culpable. La primera es violada por su padre, mientras que la segunda cede ante la debilidad y cae en adulterio, provocando una situación emocionalmente intolerable. A partir de esos hechos, ambas emprenden una travesía hacia ellas mismas y deben enfrentar los más espantosos monstruos interiores (Bob y “The Phantom”) hasta llegar al instante de paz, a la epifanía de luz y al encuentro con el espejo celeste.


La sala roja en Twin Peaks y el hogar-palestra donde habitan los misteriosos conejos en INLAND EMPIRE, encarnan el nivel de interioridad más profundo, la región abisal del espíritu humano, espacio límite entre la idea y la imagen, epicentro de los arquetipos, fuente de luces y oscuridades del ser, donde entra en juego la savia simbólica del individuo y de la colectividad: miedos y esperanzas, deseos y culpas, cosas universales en la frontera de lo figurable. En una auténtica actualización del mito del Minotauro, Niki Grace accede al corazón del misterio después de enfrentar al monstruo al final de laberinto, monstruo que no es sino una versión espantosa de ella misma. Asimismo, Laura deambula por la sala roja como un fantasma, a veces diáfano, la mayor de las veces, abominable.


La mujer deviene en el símbolo de la multiplicidad identitaria por excelencia. El tránsito que se ve progresivamente en la obra de Lynch entre la simbología masculina-heroica (Dune, Blue Velvet y Twin Peaks serie) y la simbología femenina-intimista es el resultado intuitivo de una búsqueda sobre la realidad velada del ser que no es uno sino muchos, aunque deba jugar a ser idéntico a sí mismo para ser socialmente hábil. Tanto Laura Palmer como Niki/Susan encarnan tantos rostros que son capaces de asustar sólo por eso: puras, maternales, seductoras, desesperadas, demenciales, poseídas, infantiles, asustadas y envalentonadas… la gama es vertiginosamente amplia. Las dos películas, al abordar lo femenino desde lo femenino, han sido probablemente las más cuestionadas en su momento: los repetidos “Esta (otra) vez Lynch se pasó de vueltas” o “¿Para qué sirve ver una película en la que no se entiende nada?” son corrientes al escuchar la crítica de estas películas separadas por más de quince años. ¿No será que la narración lineal, escatológica y trascendentalista, está ligada a una simbología diurna y a una moral heroica? ¿No será que la búsqueda de narración clara y distinta, donde todo vuelve al lugar que le corresponde, responde a una hegemonía simbólica de lo masculino? El genio de Missoula, como un auténtico bateleur, no busca estabilidades sino energías, tensiones, intensidades, no busca placer en llegar a destino sino en ir. Todo esto viene implicado en una ontología de la mutabilidad, en una ética de la transfiguración y una estética basada en la atracción universal de los opuestos.


A la noche, como condición cósmico-antropológica y como realidad absoluta, se la (re)conoce mejor a través de la mujer y sus símbolos: ésta es capaz de iluminarla de una manera que es incomprensible para la lógica solar que viene apoderándose de la simbología occidental (y mundial) desde los últimos siglos. En ella se concentran las fuerzas eróticas y tanatológicas de una manera indistinta, una fuerza implica la otra. Los purgatorios respectivos de Laura y Niki exigen de la audiencia una posición más de lector (de un texto) que de pasivo espectador de cine. El lector, si quiere acceder a un escrito, tiene que poner de su parte. Cada acto de lectura es una co-imbricación de sentido entre el autor y el lector. El cine, al trabajar con imágenes, nos ha malacostumbrado a no tener que participar de lo que estamos viendo, limitándonos a ser simples receptores. Esto se debe a que la mayor parte de las veces, las imágenes comportan estereotipos (códigos culturales) que no tenemos que cuestionar para entender. Cuando una película deja de trabajar con estereotipos, entonces la imagen exige, se constituye en un desafío y el espectador debe poner de su parte (de su ser, de sus recuerdos, de su cuerpo) para acceder al sentido de esa imagen.



Así pues, tanto INLAND EMPIRE como Twin Peaks: Fire Walk With Me pretenden trazar las reglas de una gramática narrativa muy ajena a los esquemas occidentales de lectura del mundo y del cine. Estas travesías se pueden ver como auténticas Odiseas femeninas, a través de la noche oscura del ser interior. La lógica intimista de las muñecas rusas (a dream within a dream within a dream) barre la búsqueda escatológica de trascendencia (que, sin embargo, llega cuando toca pero no como consecuencia de una serie cronológica de actos sino como lugar, rincón de paz, escondido en medio de un laberinto). Enfrentar a Laura Palmer y a Niki Grace es enfrentar nuestros prejuicios más anclados; la dualidad, la doblez a la que tanto tememos es una condición con la que hay que vivir, la ambigüedad de los valores y la relatividad de la belleza lo son también. En el fondo hay un mensaje de liberación: hay otros mundos, hay otras claves de lectura del mundo, otras bellezas; vivimos dentro de un sueño (misteriosa máxima de un David Bowie perturbado en Fire Walk With Me) y ese sueño, a su vez, yace dentro de otro sueño. Cada uno oficiando de contenido y de continente en un recorrido cuyo principio y motor es, antes que cualquier otra cosa, el misterio; dulce, tierno, aterrador, fabuloso e inacabable misterio.




jueves, junio 11, 2009

Arrebato (1979)

A la Vale

“El caballo es imagen concentrada”
William Burroughs

Hay películas y películas. Arrebato, es un hecho, no corresponde a ninguna de ellas. Es oscura y enigmática, independiente y underground a más no poder, desoladora, dulce y lírica como pocas. Una obra codificada en el lenguaje de los sueños (o de las pesadillas). El grano del filme, la propuesta – así como las imperfecciones técnicas – en el sonido, la luz helada del invierno madrileño, la luz escasa en la noche de los adictos, la imagen dentro de la imagen, la (espeluznante) voz en off, la puesta en abismo hecha proyección: todo contribuye a un inestable viaje alucinatorio, como el de un heroinómano o el de un cinéfilo, renegado contra su sociedad.

Arrebato, como Videodrome de Cronenberg (no he podido evitar relacionarlas por la época, la audacia y la rareza de ambas propuestas), versa sobre la imagen… su sutileza, su fragilidad y su poder; versa sobre la necesidad de encontrarse en esa imagen, de ser arrebatado por ella. Pedro es auténtico: un vampiro y un creador. José, en cambio, se limita a vivir la época y es incapaz de encontrarse en ese mundo complejo que es el de la creación cinematográfica. En una misteriosa lección, Pedro le pasa su material a José y este viaje audiovisual se torna en una auténtica odisea a través del mundo de la imagen en movimiento, la representación fantasmática y la autopsia del tiempo que se puede lograr a través del cine. No hay palabras para describir narrativamente lo que ocurre; son sólo intensidades, contrastes, en el ritmo, en el cuadro, en el sonido.

La imagen, como la heroína, te atrapa y te lleva, cual fantasma, a intersticios temporales paralelos que coinciden rara vez con el tiempo cotidiano. El cuerpo desaparece pero la imagen de él no. Como Drácula, el ser cautivo de la imagen cinematográfica, podrá moverse cual sombra independiente de la materia que la produce, ese será su castigo y su objetivo final, para llegar al éxtasis o, sin afán de redundar, al arrebato.

Anclada en los ochentas profundos – el destape español total –, Arrebato no envejece nada mal y, como un Dorian Grey de la historia del cine, se actualiza de una manera poderosa gracias a la sinceridad de su imagen, a su búsqueda extraterrestre de belleza y a su autismo narrativo. En fin, guste o no, Arrebato ha de ser vista y no será extraño que el espectador se vea preso en medio de los granos de la Super 8 de Pedro que, hasta ahora, tanto enigma y fascinación provocan y provocarán (estoy seguro) en las audiencias ávidas de buen cine.

martes, junio 09, 2009

Breve noción sobre ausencia, calor y catarsis en Naomi Kawase

A raíz de un dossier aparecido en la revista argentina El Amante Cine –publicación que por cierto tiene muchas intuiciones interesantes pero a mi entender le sobra una petulancia que muchas veces resulta molestosa- me enteré de la existencia de Naomi Kawase, directora de cine japonesa de la cual se hacía una relevante loa de su obra. Por fortuna he podido toparme con algunos títulos en el fecundo y alborotado mercado pirata de La Paz y así frecuentar a tientas mis primeros pasos kawasianos. Los títulos que he podido hallar son “Shara” y “El bosque de luto” dos muestras de una cineasta sigilosa, donde huelgan los grandes aspavientos y sobran las sombras fantasmales que colocan a las ausencias como protagonistas faltantes pero omnipresentes del relato; ya que hay dos cosas que me asombraron de los filmes vistos, y son esas ausencias presentes de personajes que el pretérito se ha llevado consigo y la otra es la mirada, el calor y la presencia que exhuma la cámara, o sea el ojo de Kawase y como éste se mueve, ya que apostando por planos largos y planos secuencia, la realizadora acompaña el proceder de sus personajes, siendo asiduamente tan cercana a ellos, que se vuelve otro protagonista que abraza a los suyos (sus personajes) y hace parte indisoluble de sus aparentemente pequeñas empresas y grandes tribulaciones. Pocas veces he visto y sentido en la cadencia del movimiento de cámara, tanta cercanía y tanta presencia por parte de la mirada que nos otorga. He ahí un triunfo de la visión kawasiana, y por último loar, por mi parte, otra faceta que engrandece su cine, y es la noción de catarsis, a la cual los dos relatos observados conducen y permiten a los suyos lavar sus almas y reconciliarse con la perenne ausencia que los rodea.


Fantástica secuencia de catársis en "Shara" durante el festival del pueblo.

miércoles, junio 03, 2009

El brebaje


La bruja preparaba el brebaje con harta maldad y rabia contra la patria y la savia de la patria que son sus habitantes. Era un menjunje amarillento y viscoso que no parecía en nada dañino, hasta tenía un sabor aceptable a largo plazo y venía en elegantes botellitas de vidrio que le daban un aura mítica. De hecho, esta amarga mujer se había hecho millonaria vendiendo la susodicha sustancia como tónico y afrodisíaco: funciones que cumplía en la inmediatez de la ingestión. Lo que la gente ignoraba era que el líquido en cuestión contenía, a una escala microbiótica, el embrión de una bestia que se apoderaba de la persona que lo bebía (casi en un noventa por ciento de los casos) y se servía de ella como crisálida, en una etapa de incubación anterior a su espantoso alumbramiento. Keftópedo es el nombre que la gente de ciencia (criptozoología para algunos positivistas) le otorgó a la criatura que emanaba del cuerpo de las víctimas del brebaje. Pasaba un par de semanas desde el consumo y, de repente, en la noche afiebrada, los globos oculares del individuo saltaban como proyectiles orgánicos; luego, todo el cuerpo se desgarraba en dos como un cascarón de volumen humano y de él emanaba, triunfante, en medio de vísceras y humores, el asqueroso keftópedo. Lo curioso del diabólico tónico es que hacía al portador (relativamente) inmune a semejante impacto para sus tejidos y sus órganos vitales. Una noche de descanso bastaba para que las costillas reventadas, el tórax abierto como un acordeón desbarrancado y la severa hemorragia dieran paso a un cuerpo renovado; débil, eso sí, pero apto nuevamente para la vida.

El bicho era un tanto menor que un ser humano normal, su porte podía compararse al de un joven orangután. Era lampiño y de tez purpúrea, la piel en la espalda era verrugosa y necroseada, casi un caparazón de tejido dérmico muerto. A pesar de estos rasgos humanoides, no se confunda, el keftópedo tenía poco de humano. En su mirada, visqueada, vidriosa y moribunda, se denotaban rasgos ligeramente himenópteros, sus glándulas salivales trabajaban a un mil por ciento más que las de un hombre normal: por ende, se la pasaban babeando ese líquido verdoso, mal oliente y en extremo espeso. Tampoco se puede negar la particularidad de estos estafermos en materia de locomoción. Estas bestias quasi-bípedas, tenían un andar ornitomorfo (haciendo especial referencia a las grandes aves carroñeras andinas como el Vultur gryphus) combinado con ciertos dejes de crustáceo decadópodo: lo que complicó entonces y complica aún la ubicación taxonómica de su especie de una manera alarmante. Pero nada sería eso en comparación con sus habilidades cognitivas: si bien poseían aptitudes para el lenguaje, éstas eran muy limitadas e inconstantes. Algunos tienen la teoría de que su lenguaje, por momentos, no les permitía comunicarse ni entre ellos y que, durante períodos muy breves y sumamente discontinuos, afloraba un débil feed-back. Generalmente las conversaciones eran monopolizadas por un individuo que se olvidaba del significado primero que lo había llevado a tremenda disquisición. Usualmente estos amagues de oratoria terminaban en griteríos y peleas cuando de machos se trataba (rara vez un keftópedo atacaba a un hombre o a una mujer pero, cuando lo hacía, era brutal e imprevisible) y en copulación indecente y desinhibida, en suma promiscuidad, cuando machos y hembras se veían envueltos. El vocabulario de su lengua era en extremo limitado y, generalmente, para poder ser comprendidos tenían que recurrir a gestos grotescos y movimientos descoordinados. No era extraño verlos estallar en carcajadas irritantes y carentes de fundamento humorístico. No es certeza de nadie que estos engendros tuvieran cultura, sin embargo, era remarcable notar que, los machos, a pesar de su desnudez, portaban corbata (generalmente babeada y vomitada): la intensidad de sus colores y su tamaño eran elementos para atraer al sexo opuesto. Los machos, ya que estamos en el tema, tenían una desmesurada prolongación peniana de textura casi ósea y porosa en la parte baja y en el escroto (por lo que también le servía de arma contundente). Las hembras, con afán hedonista - dado que la reproducción de esta especie se daba exclusivamente a través de la ingestión del mentado brebaje -, tenían los labios vaginales y la vulva al final de una trompa que se prolongaba (en función de la excitación del individuo) hasta un metro de largo, con este tentáculo envolvía a su pareja y le sugería, de manera violenta, el coito. Algo que no se podía negar era la atracción de la especie keftópeda hacia la danza y su sensibilidad para la música. No era raro encontrarse en la calle con una de estas bestias llorando al son de alguna canción melancólica y/o de amor. Asimismo, no faltaban los que brincaban como monos en transe ante la presencia de una banda y sus ritmos endiablados. Es de remarcar el hecho de que estas criaturas no vivían más de tres o cuatro días y sus cadáveres se descomponían completamente en un tiempo semejante, lo que impedía que uno pudiera encariñarse un mínimo con algún miembro de la especie. Su comportamiento errático, caprichoso, grosero y casi sonámbulo, también contribuía a ello. Ni qué decir de su agudísimo hedor.

El objetivo de la bruja con esta propagación de keftópedos dentro de las fronteras de nuestra nación era simple: el control absoluto sobre el humor y la motivación de los habitantes de esta noble sociedad. Tan dolorosa era la gestación y la parición de estos monstruos que la persona quedaba totalmente abatida y se hacía presa de un dolor y una melancolía indecibles, además de una incapacidad absoluta para la concentración y el trabajo, se hacía víctima también de una semi-muerte de la líbido. Esta situación era insostenible para el cotidiano vivir, así que los individuos recurrían al brebaje de la bruja para recuperar el vigor, las ganas de trabajar, las ganas de socializar y de tener relaciones sexuales, cómo no. No es necesario hacer hincapié sobre el círculo vicioso que generó esa mujer maligna en nuestra difunta población con esa maniobra.

De repente, y en un muy poco tiempo, proliferaron a cualquier hora y en cualquier lugar, los keftópedos: metiendo bulla, fornicando, zarandeándose, dando rienda suelta al trolerío, peleando, bailando como monos piojosos o gritoneándose en ese estilo tan propio de gramática que poseían. Las madres cubrían los ojos de sus hijos al ver a los monstruosos, pero lo hacían a sabiendas de que, pronto, ellas engendrarían otros similares, a sabiendas de que también portaban en su seno la potencialidad del mal y que serían ellas mismas o sus esposos los que traerían más keftópedos al hogar. Quizás la asociación entre el misterioso tónico y la propagación de humanoides se omitió de manera voluntaria en la población. El jarabe de la bruja era la causa y la solución de los males que generaban estos bichos raros: en ella se encontraba el embrión de un keftópedo, pero éste era tan sólo una potencialidad si no conseguía un cuerpo que lo hospede en el cual pueda desarrollarse hasta el alumbramiento. Es decir, era necesaria la contribución de los hombres para que los keftópedos proliferen.

La situación devino a la vez que insostenible, absolutamente normal (por paradójico que suene). La sociedad se negaba a sí misma los lazos entre el brebaje – cuya receta siempre permaneció secreta e inaccesible – y la invasión keftópeda. Hombres y mujeres de toda edad y clase social se nutrían en exceso de la demoníaca amalgama (la bruja se encargó de hacerla accesible en precio y distribución) y se cegaban ante la posibilidad de asociarla con el nacimiento de las bestias. Todos las llevaban dentro, éstas esperaban salir con paciencia y cuando lo hacían, no dudaban en hacer su agosto. Los keftópedos se apoderaron de todos los espacios y campos de la sociedad: la política, los medios, la ciencia, el futbol, el área de servicios, la docencia y el arte.

Hoy por hoy algunos se empecinan en reducir la existencia de los keftópedos y la debacle socio-demográfica de mi nación a un mito. Sin embargo los rastros ahí quedan y se constituyen en evidencias… en medio de esa inmensa aridez abandonada. Tierra de nadie. Quién diría que este paisaje seco y penumbroso hubiera albergado a una nación fuerte, hermosa en paisaje, sociedad y espíritu ¿Quién diría que allí mismo bullía la vida como una fábrica de transfiguración de la luz? Creo que soy el último y pronto moriré pero espero que estas palabras sirvan de advertencia a otras naciones, potenciales víctimas de esta siniestra señora que sólo quiere engrandecer su imperio – el imperio de la decadencia y la putrefacción –, a costa de la exterminación de las poblaciones con este método que tiene tanto de inteligencia como de maldad cuando de envilecer la especie se trata.

Cuadros

1. Pintura, Francis Bacon

2. Cha cha cha chaaaaan, Juan Carlos Eberhardt

3. El triunfo de la muerte, Pieter Brueghel (el viejo)

4. La pesadilla, Henry Fusseli

5. El infierno, Hans Memling

6. Sensualidad, Franz Von Stuck