martes, junio 26, 2007

Crítica poppy (valga el oxímoron)


Los desvaríos de Rodrigo Fresán empiezan a preocuparme. Hace unos días nos sorprendió con su carta de amor incondicional a Murakami en Página 12. Ahora miren esta crítica de la trilogía de Robertson Davies publicada en Letras Libres. Chorrera de referencias, una supuesta ubicación del libro dentro de una simpática división de las Grandes Novelas, para a continuación dedicarse a lo de siempre, es decir, las etiquetas, la adjetivación indiscriminada y esas frases, esas frases tan ingeniosas y tan largas y tan sagaces...me recuerda a mi mamá cuando leía el periódico los domingos: empezaba a desplegar las hojas con avidez y entusiasmo y el periódico acababa esparcido por todo el suelo de la pieza, la sección de comiquitas por un lado, las páginas culturales por otro (mi abuelo se enfurecía cuando veía a mi mamá con un periódico, aunque fuera debajo del sobaco). Lindezas del tipo: "Si llevamos las coordenadas de un número de ilusionismo a la estructura de esta trilogía, cabría afirmar que la primera trata sobre el espectador, la segunda sobre el inconsciente voluntario que sube a participar de un truco, y la tercera sobre el mago que controla todos los hilos pero que en algún lugar paga el precio y el desencanto de saber cómo se consigue el calculado espejismo de lo que para los asistentes a la función es, sí, la infantil felicidad de lo inexplicable y de lo que no se entiende". O sea: magia, pura magia, misterios insondables porque, al fin y al cabo, la literatura es eso: "la esquiva naturaleza del portento inexplicable" y "el punto exacto de las tablas donde el azar se confunde con la magia".

En sus peores momentos, la crítica à la Fresán es poppy en el sentido más macabro del término: huera ostentación de referencias que sólo puede conducir a la proliferación de otras referencias y de ahí a otras y a otras y a otras (versión cínica de lo posmoderno), y dado que es imposible resolver esa metástasis referencial se recurre a la enunciación de un centro inefable, inabarcable e irreductible que Fresán llama alternativamente "misterio", "amor", "fe" o cualquier otra chorrada. Lo poppy se presenta, pues, como una gesticulación, una mímica alentada por una necesidad mística de adorar y creer en ídolos de papel.

Esto colabora a trasladar las estructuras propias del universo de la música pop al terreno de la literatura y el resto de la cultura, con lo cual tenemos a un ejército de fans y freakies que lo saben todo, todo, todo, sobre un ídolo que detenta las claves ocultas del placer, el conocimiento y la iluminación.

Resulta patético, por otro lado, ver cómo Fresán intenta emular el estilo de Foster Wallace. Pero donde éste último consigue ser verdaderamente fresco, rebosante de ideas, con un andamiaje intelectual apabullante al servicio no de la ostentación de referencias sino del hallazgo deconstructivo, Fresán, en cambio, nos asfixia con su atorrante despliegue de erudición (esa variante de la pereza mental).

Los que nos oponemos a lo poppy no lo hacemos, como se piensa, por un supuesto temor a la superficialidad. Nos oponemos precisamente porque detrás de la frivolidad poppy hay un pantano teológico y reaccionario, muy parecido a la ciénaga en la que Norman Bates dejaba hundir a sus víctimas (prolongar las comparaciones entre la figura del crítico poppy y el personaje de la película de Hitchcock podría revelar nuevas y jugosas claves sobre este asunto). En definitiva, no hay ideas, ni argumentos, ni observaciones, ni siquiera detalles, a lo sumo muecas de satisfacción, como la jovencita que se pone a dar brincos y se ahoga y le clava las uñas a otra jovencita igualmente histérica cuando la estrella de rock sale al escenario. La superficialidad de lo pop no es tal: opera en realidad con unas jerarquías muy bien establecidas, con pedestales y súbditos, con un arriba y un abajo delimitados. Si el arte y su crítica no desempeñan un papel desacralizador, si no constituyen una profanación, si, por el contrario, comportan una reificación, un acto de canonización irracional, aunque su envoltorio multicolor y plagado de eslóganes nos prometa la libertad, estamos en realidad ante el desvelamiento del espectáculo. Y eso, francamente, apesta.

martes, junio 19, 2007

El fútbol ha muerto, el Madrid vive


Para el Machi, que también ama el fútbol y odia al Madrid.

Conozco el mundo y aunque no me guste, está. Y sé lo que quiero. Quiero que la gente aplauda a mi equipo. Quiero que el valor del espectáculo esté por encima de un triunfo. He visto equipos que ganan y que la gente no va al estadio. Y otros que pierden y lo llenan porque juegan bien.

Francisco Maturana, Entrevista en la revista “Al Arco”.

Durante mucho tiempo uno de los grandes debates de la Academia fue la relación entre objetividad y subjetividad; es decir, la posibilidad o no de que exista una construcción del conocimiento desde una mirada absolutamente neutra, imparcial y alejada de cualquier influencia del investigador. La antropología solucionó ese debate (y es posible que sea lo único decente que ha hecho como ciencia) planteando que la clave es plantear claramente los sesgos del investigador, no tratar de anularlos. Pues bien, ahí va mi sesgo: odio al Madrid, lo odio profunda y enconadamente. Lo odio por muchas razones: por Franco, por pavones y zidanes, por poderoso, por causas personales, en fin, por muchas cosas.

Pero en esta su coronación como campeón del fútbol español, el enojo contra el Madrid es más pequeño que el miedo, por una razón esencial: su triunfo ratifica fehacientemente una tendencia que está matando al fútbol y que se ha confirmado este año, el fútbol se muere.

Ya nadie se preocupa por jugar bien, ya a nadie le interesa el arco ajeno. El sentido primigenio del juego ha sido transformado: ya no es lo importante meter la pelota en el arco ajeno sino evitar que te la metan en el propio. Para intentar confirmar esta intuición, veamos el año que hemos tenido en materia futbolística.

Campeón del Mundo 2006: Italia. El equipo dirigido por Marcelo Lippi jugó como un típico equipo italiano: defenderse, achicar la cancha y esperar que el centrodelantero haga un gol de casualidad. Como en el 70, dejaba a los “diferentes” en el banco (Del Piero en Alemania, Rivera y Mazzola en México). Todo el campeonato jugó sólo 15 minutos, en la semifinal contra Alemania, liderados por Del Piero. Pasaron de ronda frente a Australia con un penal regalado por el arbitro y su estandarte fue Materazzi. Que asco.

Campeón de la Copa de Campeones 2007: Milán. El equipo dirigido por Carlo Ancelotti atiborró el campo de mediocampistas y dejó que Kaká haga el resto. Lo importante: el arco propio en cero. Recibió (para variar) regalos por parte del arbitro en la eliminatoria contra el Celtic (un penal más grande que una casa no pitado que le daba el pase a los de Escocia). En la final: matar el partido y esperar un milagro. Al revés de lo que pensaba el Quijote, la fortuna está del lado de los malos: gol fortuito de tiro libre y todo se acabó. Campeón de Europa sin ninguna intención de jugar al fútbol.

Campeón de España: Real Madrid. El equipo dirigido por Fabio Capello traicionó la historia del Madrid, cambió el amor por la pelota y la estética por el corte, la mediocridad y la abulia. Contra el Bayer de Munich, Capello alineó un mediocampo plagado de perros de caza para terminar el partido con el arco en cero: Gago, Diarra y Emerson. Antes del primer minuto del partido, los alemanes ya les habían hecho un gol (vehemente lección de que renunciar al ataque no garantiza la defensa). En la última fecha, la FIFA les hizo un último regalo: prohibió que Diarra fuera a jugar con Malí porque tenía que defender los colores del poderoso equipo español. Y como la vida es una mierda, Diarra hizo el gol que le daba el campeonato al Madrid. Nada raro, a Blatter y sus secuaces no les importa ni un poco los débiles de África y Sudamérica.

¿Qué nos queda de todo esto? Que el ataque, la intención ofensiva, la búsqueda de la belleza y la alegría, ya no existen. Los delanteros son piezas prescindibles. El fútbol fue mutando, en ese sentido, en momentos claves. Pasamos del 4-2-4 al 4-3-3, para terminar en el 4-4-2 (y su variante el 3-5-2), sin embargo los nuevos grandes directores técnicos encontraron una nueva vuelta de tuerca: mantener intacta la línea defensiva, llenar el campo de volantes y dejar a un solitario para ver si consigue algún regalo de la contingencia: surge ahora el 4-5-1. Matar cualquier intento contrario, destruir antes que crear, perder de vista la pelota. Ese es ahora el sentido del juego. Intuyo que de acá a unos años algún italiano descubrirá que el atacante es prescindible y jugará 5-5. Italia volverá a ser campeón.

Y nosotros seguimos acá, destilando sueños y esperanzas, esperando cada domingo, miércoles y jueves por un regate, por una pared, por un Liverpool - Milán 2005, por un poco de fútbol, de amor a la pelota, de magia, de disfrute, de emoción. Pero la decepción es infinitamente más grande que el cobijo de la alegría. En realidad toda la tensión y la emoción ya sólo están presentes en la previa, en la espera por el partido, en la alegría de saber que dos grandes equipos se enfrentan por algo importante, en la cadencia de tomar conciencia que empieza el Mundial, la Copa de Campeones o algún Campeonato local. Pero ahí se muere todo, los 90 minutos reales del partido son un bodrio, una somnolencia extendida, una batalla de dos ejércitos agazapados sin afán de gloria, cuyo único sentimiento es el miedo.

Frente a todo esto: ¿Queda esperanza? Quedan aún algunos resquicios que se vislumbran como posibles espacios de cambio benigno: la liga inglesa donde se sigue jugando a muerte, donde los volantes no sólo rompen sino que también hacen goles, el Estudiantes de Simeone que en la cancha de River mete cinco delanteros para matar o morir, el San Lorenzo de Ramón Díaz que no duda en alinear a tres jugadores que para Capello jamás podrían jugar juntos, el Lyon que cuida la pelota, la maneja a través de Junínho y encuentra claros en tres delanteros que siempre abren la cancha. Siempre hay esperanza, pero hoy, Lunes post triunfo madridista, no tengo espacio para ella. Hoy sólo queda empute y desasosiego, la horrible Italia de Lippi es campeóna, el abúlico Milan de Ancelotti es campeón y el asqueroso Madrid de Capello es campeón. Nada más queda.

miércoles, junio 13, 2007

Los fecundos, inopinados y gloriosos Díaz del Cuervo


Para Bachicha
y los Camboyanos de otrora.


Seis meses atrás, era de lo más impensado creer que San Lorenzo iba a estar celebrando la gesta que hoy como Cuervos festejamos orgullosos (aunque algunos creían más que otros). Seis meses atrás nos debatíamos en la resignada tarea de aceptar el hecho de que en la Argentina sólo hay dos grandes y tres ex-grandes cuyas hinchadas sólo utilizan su falso epíteto para insultar y echar a sucesivos técnicos y jugadores como si su grandeza estuviera probada por otra cosa que no fuera una florida y grandiosa pre-historia. En eso andaba San Lorenzo, venido de una temporada de vilipendio, habiendo recibido en sendas y brutales dosis de 12 goles propiciadas por Boca (0-7) y River (5-1), demasiado oprobio para cualquier hincha que creyese en un proyecto a largo plazo, no quedaba más, Ruggeri se tenía que ir, venga quien venga.

He ahí cuando nuestro destino sufre un ostensible viraje. Mas que por decisión suya, que por un esforzado y decidido esfuerzo de los dirigentes, Ramón Díaz recala en San Lorenzo después de 4 años de voluntario ostracismo futbolístico y la hace como esas veces que es la mina la que te agarra a vos (aunque yo nunca lo hasha vivido de esa forma) por no sabés qué. Y así fue, aunque Ramón sí sabía por qué, el había pensado y estudiado muy bien cual era el mejor lecho para ser acogido, ya que el nos recordó motivos olvidados de porque San Lorenzo era y es grande, nos recordó e insufló ese viejo espíritu de campeones, nos devolvió a la memoria, que tenemos una hinchada para llenar cualquier cancha y nos evocó que el equipo que históricamente debía ser castigado como mal hijo es Boca y no viceversa. Son algunas de tantas cosas que Ramón nos recordó, y nos remontó entonces a los tiempos de Pontoni y Martino, de Sanfilippo (hoy un periodista detractor con el cual yo concordaba en algunas cosas y, bueno, Ramón me hizo cambiar de idea) y “Coco” Rossi, de “Toto” Lorenzo y Scotta.

Tantas cosas cambiaron con Ramón. Pensar que los defenestrados Christian Tula (a posteriori el caudillo de la lanza) y el “Muchacho” Méndez (apelativo propiciado por Sanfilippo) serían el puntal de una defensa no únicamente sólida y valiente, sino agrandada, decisiva y goleadora. Pensar que Ramón dejó marchar a Gremio nuestro querido emblema Sebastián Saja, para sondear la factibilidad de una futura Copa Libertadores, en pos de colocar en el puerta al inmenso Orión, bastión indiscutible de San Lorenzo y sin regateos el mejor arquero del campeonato, por más Carrizos, Andujares y Carantas que vendan en los mercados de pulgas. Pensar que Ramón pese a sus múltiples pedidos de fichajes y a las múltiples promesas que le realizaron los dirigentes “sólo” pudo traer al “Lobo” Ledesma (desahuciado por Merlo) y a la “Gata” Fernández (desahuciado por Passarella), casi nada, ya que fueron sin lugar a duda los dos mejores jugadores del campeón, uno con su liderazgo y conducción conviriténdose en el relojero que todo equipo requiere otorgando quite, timing y pases filosos, el otro con su inteligencia y goles elevando su juego y oportunismo a niveles espléndidos apareciendo mortalmente en los momentos más trabados y sombríos.

Es que Ramón sabe de fútbol y sabe con mayúsculas, ya que el fútbol no se juega únicamente en la cancha, el fútbol se juega desde lo mediático, desde el vestuario, desde el alma y consciencia de cada uno de los futbolistas, desde las presiones autoasumidas, para finalmente jugarse en la cancha, así es como Ramón devolvió a un club golpeado y sin chances, plagado de jugadores desmoralizados, en un irreverente y convencido candidato y a la postre merecido e indiscutible Campeón. Y es que Ramón sabe, y hoy está más sabio, ya no incurre en polémicas insustanciales, les hace sentir a sus jugadores el apoyo de su inmensa personalidad y deja en evidencia la falta de ella a los neófitos polemistas de equipos rivales. Ramón sabe, ya que los últimos partidos nos convirtió a un jugador de gran despliegue físico, potencial talento y nula claridad como el “Gordo” Lavezzi en un jugador inteligente, ya que la potencia y virtud física no están reñidas con la inteligencia, como nos lo demuestran hace diez años Makele y Viera, y como nos deleitan hace más de tres años Eto´o y Drogba, y eso era algo que Lavezzi parecía no entender, todas las decisiones tomadas por él eran malas, centro en vez de gambeta, tiro al arco en vez de un pase, correr en vez de pensar, siempre mal; hasta que Ramón lo sentó, le habló y sacó de Ezequiel ese wing profético de los desbordes mortales y de los centros como puñaladas, sacó a ese amago de jugador, que ahora si perfila como jugadorazo.

Y es que Ramón sabe, y el fútbol está contento, porque él y Simeone llevan el timón de este nuevo fútbol argentino con delanteros, un fútbol sin cobardías, un fútbol de ir adelante, un fútbol a ser ganado en el área rival, y es por eso que para Ramón no fue dilema tener sanos a la “Gata”, a Lavezzi y a Silvera, ya que se la jugó con tres y ganó siempre, y si Ramón se equivocó, y hay que decirlo, es cuando se niega a poner su tridente contra Argentinos lo cual nos costó la victoria, pero no es terco Ramón y contra Arsenal demostró que poco le importa que le hagan dos goles si es su equipo el que marca cuatro, ergo campeones. No era fácil, no fue fácil,se los aseguro, se sufrío en todos los partidos (exceptuando dos: Boca y Racing) y Ramón lo sabe lo duro que fue; prevalecer sobre Estudiantes el indiscutible mejor equipo de la temporada, sobre el passareliano River que invirtió 27 millones de dólares que se tornaron en las 27 millones de putiadas y sobre el temible Boca de cuantioso fútbol, experiencia, jugadores y saber estar, liderado por ese Riquelme que cuando habla con los pies bien se le puede aguantar esa eterna y compungida cara de orto.

Y es que esto del San Lorenzismo tiene su enjundia, yo que de chico me cuestionaba cual Descartes su cogito o Pascal su fe, si alguna vez en mi mortal existencia vería al Cuervo Campeón. Desde aquella helada y memorable tarde de Rosario el 95 ya son tres las veces, cada seis años las dosis y siempre con un componente épico, de la hazaña al mando de Silas con 21 años de espera el 1995, pasando por los 11 triunfos consecutivos a partir de los goles de Romeo el 2001 y llegando a las lágrimas de Méndez y sonrisas de la “Gata” de éste 2007, San Lorenzo recordó su grandeza, le devolvió alegrías inmemoriales a niños y viejos, y como las 10 coronas de laureles demuestran San Lorenzo rezuma su grandeza. Ramón con sus renovados y lustrosos jugadores logró encaramar a San Lorenzo al campeonato, llenando de bendiciones y felicitaciones las plegarias celestiales del padre de la Massa y enorgulleciendo a toda la progenie de negros alados (y no dudosos ensotanados) apadrinados y auspiciados por Edgar Allan que por ésta vez se les ocurrió permutar el eleágico discurso por “Quoth the Raven, `Once more.'”.

viernes, junio 08, 2007

Enumeración sobre el valor primigenio de “Dead Man” de Jim Jarmusch

"Some are born in sweet delight, some are born in endless night", William Blake, Auguries of Innocence

Por esas extrañas gilipolleses que a uno se le pasan por la cabeza, en un afán de cachondeo y por mi innegable (muy criticada y vilipendiada) manía de preguntar demasiado, se me ocurrió hace algunos meses, de manera sumamente inopinada preguntar una suerte de poco fundamentada aseveración “¿No creen que “Dead Man” es la mejor película de la historia del cine?” Lo cual provocó reacciones que oscilan entre la risa y el inmediato repudio. Bueno, el episodio pasó, pero como otras preguntas mías que pasan a vagar al limbo del olvido ésta me volvía a la cabeza con recurrencia. Así, mi pregunta paso a convertirse en una cuestión conmigo mismo y a realizar una arqueología mental que dé sentido a cuestionamiento semejante. Decidí remitirme a la fuente para ver si lograba disolver las dudas poco cartesianas que divagaban por mis mientes, y lo cierto es que encontré no uno, sino
varios sentidos que hacían de mi pregunta no algo absurdo ni obsceno, sino algo premonitorio con una percepción que he desarrollado en torno al objeto de mi pregunta, “Dead Man” de Jim Jarmusch. Me explico en los siguientes puntos:

1. “Dead Man” fue estrenada en el festival de Cannes de 1995, justo 100 años después de la invención del cinematógrafo por los hermanos Lumière quienes empezaron a maravillar al mundo con uno de sus primeros cortometrajes y quizás el más emblemático "L'arrivée d'un train en gare de La Ciotat" (Llegada de un tren a la estación de la Ciotat). No soy muy afín a creer en coincidencias extraordinarias, pero el hecho de que se haya estrenado el western de Jarmusch 100 años después y que en la llegada del héroe William Blake al macabro pueblo de Machine se vea un arribo del ferrocarril muy parecido al registrado por los Lumière, no deja de ser una coincidencia o, sino, un homenaje sugerente y emotivo.

2. Jarmusch siempre ha sido un amante del cine en blanco y negro, lo cual no hace más que reafirmar su recalcitrante espíritu de cineasta independiente, como también parece ser un adorador del cine mudo, y aunque no llegue a los límites de “Juha” de su amigo Kaurismaki, Jarmusch parece adorar el silencio de los personajes y que sea esa incómoda incomunicación entre ellos la que nos revele las intenciones y emociones más profundas del realizador a través de sus personajes. “Dead Man” no es su filme más lacónico, aunque si se encuentra en la estela de su cine anterior, conjugando ese espíritu primigenio del cine: blanco, negro y mutismo (esa aspiración tan profunda de Murnau de que sean sólo las imagenes las que hablen y los rótulos se conviertan en un instrumento prescindible y superfluo, aspiración truncada por la llegada del sonido). La misma noción de Xebeche (alias del indio Nobody): “Aquel que habla fuerte sin decir nada” o a nuestro entender al revés, aquel que dice mucho sin hablar fuerte.

3. “Dead Man” es un western, extraño, exótico y críptico, pero no deja de ser un western, o sea cine de “género” si es que eso es posible para un autor como Jarmusch, y creo atisbar, en esa intención de hacer una película de “género” y elegir el western como vehículo, una seminal reivindicación del cine, de sus inicios, así como de su primer género propio, la película de vaqueros. El western es tan importante para el cine como para la joven cultura norteamericana que, carente de historia y de referentes, construyó su propia mitología en base a la conquista del oeste y de sus solitarios e incomprendidos héroes: los cowboys.

4. El western siempre ha tenido como subtexto la lucha entre lo incivilizado contra la paulatina civilización. En este caso, el protagonista no es héroe paradigmático del oeste, ya que no es ni un gran tirador ni un tipo duro, sino un endeble contador llamado William Blake, que a los ojos de su guía espiritual, el indio Nobody, es la reencarnación de poeta romántico inglés, que ha venido a ajusticiar a los “stupid fucking white men” permutando su candorosa pluma y lengua por el ardiente fusil justiciero. Jarmusch trasmuta los valores del género, hace que el indio sea el medium de Blake en pos de civilizar a los salvajes blancos, asunto muy recurrente en este director ya que siempre el extranjero –pese a sus taras idomáticas- parece ser la persona que más comprende la realidad y permite que exista una comunicación entre los personajes.

5. Otra fascinación de Jarmusch es el “road movie”, la exaltación del viaje como dador o sustractor de sentido, y eso nos presenta en la travesía espiritual de Blake por los parajes del averno (el pueblo de Machine y sus rededores), donde posee a su guía (Nobody) y a sus perseguidores que son los encargados de realizar su particular noche del cazador a cargo de un gigantesco Robert Mitchum. Toda la peripecia atraviesa los derroteros de la muerte, purificando su alma y el mundo, iniciándose en los misterios, perdiendo los anteojos para lograr ver de verdad, hasta encontrar a Caronte, el barquero que lo llevará de la “endless night” al “sweet delight”, donde el mar mira al cielo.

6. Todo el viaje de Blake parece ser un sublime homenaje a la historia del cine, con trazos muy sutiles; “Dead Man” parece remitirse a su origen, a su más simple e intrincado viaje por los años, a sus principio genéricos y formales, a sus fundadores, a su mística búsqueda a través de la mirada y a su parsimonioso y deleitable recorrido al son de las estremecedoras guitarras de Neil Young. No sé si sea la mejor película de la historia del cine, quiza no, pero “Dead Man” si es el mejor homenaje hecho por el cine al cine en sus primeros 100 años de espléndida existencia.


Ver: "Llegada de un tren a la estación de la Ciotat" (Hnos. Lumiere, 1895)


Ver: Fragmento del inicio de "Dead Man" (Jim Jarmusch, 1995)

martes, junio 05, 2007

¿La gente feliz no tiene historias


Si hay una banda a la que nadie le tira bola alguna en la historia del rock – y eso que de Nirvana se han visto y se siguen viendo cultos – me refiero a Therapy? con signo de interrogación. Sí, Marc no mentía cuando decía: “¿Qué va a decir tu mamá sabiendo que tus grupos favoritos son The Cure y Therapy??” Doble acierto; por un lado ¿Qué va a decir mi mamá? Por otro, son dos de mis bandas predilectas. Y la segunda tiene una caña que da catinga y solamente los iniciados tenemos acceso a ella.

Les propongo, si se lo proponen, tratar de buscar Looser Cop o Innocent X o Bowels of Love en internet y, si las encuentran digan sí sí sí, es la misma banda: sólida, agresiva y sarcástica, ácida y meláncolica. Es Therapy? Borrachos, católicos, payasos y grandes músicos )irlandenses tenían que ser(. Gente mal de bien o viceversa. ¿Y qué coño importa? Creo que enloquecí, no me acuerdo de mi propio nombre pero la masturbación me salvó la vida en la iglesia del ruido.

Therapy? a diferencia de Nirvana, tenía un baterista que no tiene nada que envidiarle a nadie de Dream Theater y un bajista que no se corre a ningun transe de cuerdas oxidadas de cerveza y ensarradas de drogas sintéticas y locas peores. Y un guitarrista que toca más de tres notas. Y, si se les cantaba, se suicidaban y sacaban un disco al año siguiente )vestidos de mariachis(. Y una ternura… no sé qué.

Therapy? es romper una botella y comersela a diente limpio al lado de un fan de Pantera satisfecho del acto. Therapy? es una acusación de bajo y bateria infectados de ritmo satánico-punkólico. Therapy? se persigna con una mano y la otra inyectada en el coño )propio o ajenjo(. Y no me digas que todo va bien en tu puta vida co(rrecta).

Therapy? Es una ¿Terapia? de punk y rock menospreciado por los pelotudos que no se toman la molestia – por pelotudos – de escuchar a un batero VIRTUOSO en una banda de baba de whisky infame y puño de cuerda vocal. Irlandesa y Católica banda; chistosa y melancólica banda.

Pesada y menospreciada banda de brutos geniales, genios brutales )?(adolescentes pajeros recuerdos en la trastienda del bar de más de media noche.

Olor a hospital vacío o lleno da igual. dice lo mismo: y estos tres se rien…

Si hay una banda a la que nadie le tira bola alguna en la historia del rock y no saben de lo que se pierden, me refiero a Therapy?

Punto final