lunes, marzo 30, 2009

Erving Goffman: las máscaras

"En un espejo con caras viejas había un sitio para tus quejas.
En un cuaderno de tapas negras había un aire de cosas muertas."
Eduardo Mateo y Fernando Cabrera, Por ejemplo.

Cuentan que Zavaleta repetía siempre en clases: "Las ciencias sociales son sólo un género literario". Frase que también escuché decir a mi profesora Silvia Rivera Cusicanqui, arguyendo que la fuente de esta idea se encontraba en La Poética de Aristóteles. Las ciencias sociales sólo como un genero literario. Una idea tan potente que libera a la sociología de los burdos barrotes que todo el siglo pasado la tuvo encerrada entre la razón, la ciencia y la absurda búsqueda de la verdad.

Durante demasiado tiempo, el pensamiento social estuvo marcado por varias obsesiones absurdas. Intentar ser científico, construyendo métodos y discursos sofisticados que creían construir un prestigio alejado del sentido común. Intentar ser científico, construyendo ideas y nociones desde escritorios amurallados contra el mundo, usando como fuerza vital del pensamiento libros añejos antes que la realidad de los sujetos protagónicos de sus cavilaciones. Intentar ser verdadero, persiguiendo (e intentando demostrar) una verdad inalcanzable, una certeza inexistente, buscando anular una duda eterna. Los motores de la ciencia social tradicional siempre estuvieron marcados por las frías verdades por sobre las motivadoras dudas, por los alejados métodos que por la interacción con las personas, por el ego del conocimiento que por la intensidad de la creatividad. Como dice un personaje de un corto cinematográfico de dos entrañables amigos: "La sociología carece totalmente de glamour".

Dentro de este inhóspito y desesperanzador paisaje del siglo pasado, hay un sociólogo que parece caminar y pensar a contracorriente: Erving Goffman. Mientras la mayoría se preocupaba por las abstracciones (inexistentes sistemas y estructuras), él se concentraba en las pequeñas interacciones que marcan el fundamento de la existencia de los seres humanos. Mientras la mayoría construía lejanos métodos para acercarse a sus "informantes", él se sentaba a observar con los ojos bien abiertos y a hablar con la gente con admiración y asombro. Mientras la mayoría buscaba la gran ley que explicara, por fin y de una vez por todas, el funcionamiento de la sociedad, él planteaba una teoría chiquita y sugestiva. Mientras la mayoría defendía su ego y demonios internos a través de la promulgación de la verdad incuestionable de sus postulados, él construía postulados subjetivos y con validez parcial y relativa. Mientras la mayoría construía un discurso inasible y complicado para defenderse de futuras críticas y alejarse del vulgo, él plantea sus hallazgos desde un discurso simple y eficaz, como esas narraciones a las que uno vuelve cada tanto, y lo siguen conmoviendo. Erving Goffman, sociólogo canadiense, nacido en 1922, en medio de la dictadura científica.

Desde la observación de la interacción de los habitantes de la isla de Shettland construyó las bases de su propuesta teórica (sólo mirar le sirvió para entender, no hicieron falta complejas encuestas, talleres o entrevistas; mirar es cada vez más difícil: las luces de la computadora y la televisión, y la tinta de los libros, son nieblas que complejizan esta tarea): la vida social es, esencialmente, una actuación basada en ofrecer al otro la imagen que él espera de nosotros. Y viceversa. Así, la acción social es solamente un papel que desempeñamos en base al guión determinado por la situación y por las personas con las cuales interactuamos. Nuestra existencia es un desfile de máscaras que vamos cambiando en base al contexto en el cual nos encontramos.

En cada interacción cotidiana, formamos parte de una actuación marcada por un escenario y una audiencia, por una puesta en escena con objetivos determinados y por una fachada que es necesaria para que la actuación sea satisfactoria. Somos, entonces, solamente actores dentro de una maquinaria teatral inmensa que va marcando, en base a diálogos y direcciones aprendidas hace tiempo, nuestro camino por estas tierras. Para cumplir nuestros roles, llevamos disfraces (un terno, el cabello largo), máscaras (una sonrisa hipócrita cuando vez que tu tía abuela te vuelve a regalar medias por tu cumpleaños), objetos de utilería (unas flores para pedir disculpas por la borrachera y el escándalo de la noche anterior), un guión (el buen trabajador que uno es en una entrevista, lo bien que te va en el colegio con tus padres), un decorado (limpiar tu departamento cuando por fin crees que podrás romper la férrea resistencia de tu pareja). Cada día, cada momento, cada situación, es una interpretación que se construye en base a la idea de lo que el resto piense de nosotros.

Pero esta actuación, dice Goffman, no es sólo individual. Nuestras interpretaciones también son colectivas, también actuamos en equipos. La familia que se presenta armoniosa e ideal frente a otros (sea el jefe o los amigos); cada funcionario de un hospital, de un banco, de una oficina, que desarrollan papeles determinados para mostrar eficiencia; los miembros de un restaurante que te ocultan (desde el chef hasta el mesero) que acaban de tirarle un brutal estornudo sobre tu pasta primavera. Nuestras actuaciones, muchas veces, se sincronizan con las de otras personas para que la interpretación sea satisfactoria frente a los ojos de nuestra audiencia. Audiencia que también es un equipo.

Sin embargo, estas actuaciones, ya sean individuales o colectivas, no son cínicas. No es que estamos todos actuando premeditadamente, jugando todos entre la hipocresía y el aparentamiento. El problema es más complejo, nuestras máscaras han sido puestas desde lejos. Desde la escuela, desde la familia, desde la maquinaria que nos obliga a ser sujetos sociales. De ahí que nuestras actuaciones son naturales, sin "premeditación y alevosía", afines a una tradición heredada de tiempos lejanos. Por eso los únicos que rompen esa continuidad son los niños, seres donde las máscaras todavía no se han asentado totalmente. Llegas a una importante reunión familiar y la comida es horrible, todos intentan comer aparentando satisfacción. La anfitriona pregunta si el manjar está exquisito. Todos asienten, ocultando el desagrado que corre por sus paladares, el niño no calla: "Esto está horrible".

La sociología como género literario. Encontrar estas características profundas de nuestra vida como seres humanos y manifestarlas con tanta elocuencia y eficacia. Entender que tal vez nuestra identidad sólo es una actuación determinada, que nuestros pasos son guiados por un entorno particular. Develar al ser humano sin necesidad de artificios y egos académicos. Esa es la sociología que me gusta, esa es en la que quiero estar.

jueves, marzo 26, 2009

Sobre la fotografía a través de las letras de Susan Sontag

Otrora existieron personajes de la talla de Aristóteles, Leonardo o Leibniz, una suerte de seres enciclopédicos que compendiaban una innumerable cantidad de saberes por no decir todos los saberes de su tiempo. Ese tipo de erudición omniabarcante dejó de ser habitual en nuestros días debido al vasto desarrollo de las ciencias y sus varias ramificaciones, además de la inconmensurable producción de información de toda índole. En la segunda mitad del siglo XX aparece en la palestra intelectual Susan Sontag, que sin afán de compararla con los anteriores, encarna una suerte de personaje parecido a los de antaño en todo lo fue la actividad política y artística de su tiempo, mostrando no sólo una asombrosa erudición en todos los campos de la cultura sino, y esto es lo más elogiable y asombroso, una intelegencia, cabalidad y lucidez de mirada para abordar todas las cuestiones de su interés, que como mencionamos fueron inmensas. La literatura, el cine, la pintura, el arte contemporaneo o la sociología fueron temáticas que trato con profundidad y gusto; la fotografía fue otra de sus pasiones y la abordó de manera fascinante en una serie de ensayos que compendiados llevan en título de "Sobre la fotografía", que si bien no vamos a tratar es la inspiración de éste post, que siguiendo uno de los ensayos en la vena de Walter Benjamin de coleccionar citas, hemos realizado una yuxtaposición de fotografías de diversos fotógrafos citados en las páginas del libro con citas del mismo sobre las nociones, siempre incisivas y elucidadoras, que tiene Susan sobre la fotografía.

Diane Arbus (EEUU, 1923-1971)
"... hay algo depredador en la acción de hacer una foto. Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente. Así como la cámara es una sublimación del arma, fotografiar a alguien es cometer un asesinato sublimado, un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada."
"Lo que es cierto de las fotografías es cierto del mundo visto fotográficamente."
"Al igual que la estructuración mediante citas de una prosa de ficción, una pintura, una película -piénsese en Borges, Kitaj, Godard-, es un ejemplo especializado de gusto surrealista, la práctica cada vez más común de poner fotografías en las paredes de salones y dormitorios, donde antes colgaban reproducciones de pinturas, es un indicio de vasta difusión del gusto surrealista. Pues las propias fotografías satisfacen muchos de los criterios aprobados por el surrealismo, ya que son objetos ubicuos, baratos, anodinos."
August Sander (Alemania, 1876-1964)
"El atractivo de las fotografías, el señorío que ejercen en nosotros, consiste en que al mismo tiempo nos ofrecen una relación experta con el mundo y una aceptación promiscua del mundo."
"El mundo fotografiado entabla con el mundo real la misma relación, esencialmente inexacta, que las fotografías fijas con las películas. La vida no consiste en detalles significativos, iluminados con un destello, fijados para siempre. Las fotografías sí."
"Whitman pensaba que no estaba aboliendo la belleza sino generalizándola. Lo mismo pensaron durante generaciones los fotógrafos estadounidenses más talentosos, en su polémica busca de lo trivial y lo vulgar."
Lisette Model (Austria, 1901-1983)
"Las fotografías son, desde luego, artefactos. Pero su atractivo reside, en un mundo atestado de reliquias fotográficas, en que también parecen tener la categoría de objetos encontrados, rebanadas no premeditadas del mundo. Así, trafican simultáneamente con el prestigio del arte y la magia de lo real. Son nubes de fantasía y cápsulas de información."
"Ésta es una época nostálgica, y las fotografías promueven la nostalgia activamente. La fotografía es un arte eleágico, un arte crepuscular. Casi todo lo que se fotografía, por ese mero hecho, está impregnado de patetismo. Algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado. Algo bello puede ser objeto de sentimientos tristes porque ha envejecido o decaído o ya no existe. Todas las fotografías son memento mori. hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo."
"Viajar entre realidades degradadas y encantadoras es parte del impulso mismo de la empresa fotográfica, a menos que el fotógrafo está enclaustrado en una obsesión en extremo privada."
Lewis Hine (EEUU, 1874-1940)
"Las fotografías pueden ser más memorables que las imágenes móviles, pues son fracciones de tiempo nítidas, que no fluyen. La televisión es un caudal de imágenes indiscriminadas, y cada cual anula a la precedente.""El fotógrafo está comprometido, quiéralo o no, en la empresa de volver antigua la realidad . . ."
"El más lógico de los estetas del siglo XIX, Mallarmé, afirmó que en el mundo todo existe para culminar en un libro. Hoy todo existe para culminar en una fotografía."
Berenice Abbott (EEUU, 1898-1991)
"Desde un principio, los fotógrafos no sólo se impusieron la tarea de registrar un mundo en vías de extinción sino que la cumplieron por encargo de quienes la apresuraban."
"Así como la fascinación ejercida por las fotografías es un recordatorio de la muerte, también es una invitación al sentimentalismo. Las fotografías tranforman el pasado en un objeto de tierna reminiscencia, embrollando las distinciones morales y desmantelando los juicios históricos mediante el patetismo generalizado de contemplar tiempos idos."
"Los fotógrafos, operando dentro de los términos de la sensibilidad surrealista, insinúan la vanidad de intentar comprender el mundo y en cambio nos proponen que lo coleccionemos."

jueves, marzo 19, 2009

Mike Leigh y su desagarradora visión de la humanidad

Cámara en mano avanzando. Noche. Un callejón poco iluminado y al fondo oímos los gemidos de una pareja follando contra la pared, los gemidos son de placer. Mientras más se acerca la cámara y más inteligible se hace la imagen los gemidos de placer de la mujer empiezan a cambiar en quejidos y gritos de dolor. La mujer se desembaraza del sujeto y empieza a huir no antes de insultarlo y amenazarlo. Ella huye por un lado y el sujeto huye por el otro corriendo angustiado. El sujeto corre y corre jadeando por las calles de una ciudad aparentemente industrial. Entra a su casa y saca un maletín con sus cosas. Sigue corriendo hasta encontrar fortuitamente un coche abierto, toma las llaves y arranca conduciendo con el volante a la derecha. Vemos un banderín de Manchester Utd. en el retrovisor. La dueña del coche sale gritando de su casa mientras el coche se pierde. El sujeto toma una amplia carretera. Los créditos arrancan.

Es el comienzo de “Naked” (1993), película del cineasta inglés Mike Leigh, protagonizada por David Thewlis quien interpreta a Johnny, el sujeto que folla, es rechazado y huye durante la primera secuencia del filme (traducida al español como “Indefenso”, una de las pocas traducciones que me parecen apropiadas o por lo menos que indican que el traductor al menos vio la película).

Mike Leigh, representa en el mundo del cine contemporáneo una de las voces más singulares que hay, tanto por su crudeza temática como su personalísimo método de trabajo con sus actores y de la consecuente construcción de sus películas.
El universo habitual de Mike Leigh está situado en una Inglaterra donde la realidad humana es profundamente frustrada, intolerante y solitaria, ya sea en ámbitos familiares o individuales; Leigh nos revela una existencia desgarradora, donde la esperanza está iluminada de una luz tenue por no decir inexistente, donde la falta de comunicación y entendimiento es un denominador común las escasas veces que el individuo pretende salir de su insoslayable soledad.

Mike Leigh es una suerte de poeta de un mundo alienado, desesperanzado e incomprendido, por ende su cine es crudo, desgarrador, no fácilmente tolerable, pero lo innegable es que todo lo que nos narra viene cargado de verosimilitud; sus secuencias, sus diálogos nos escupen autenticidad, podemos reconocer a los personajes encuadrados por más irritables e irritantes que puedan ser, pero nos interesan, y hasta pueden causarnos empatía y ternura, todo gracias a la sabia mano de Leigh y la compenetración y conocimiento que tiene de sus personajes y de las situaciones que a estos les toca vivir.

Leigh y el manejo que tiene de sus personajes es único, ya los métodos que le son habituales al cineasta británico son muy suyos; Leigh basa sus filmes en alguna premisa un tanto abstracta o general como ser la familia, la adopción, el aborto, la soledad y a partir de nociones así y un casting posterior, empieza un arduo trabajo con sus actores en torno a la construcción, primero de personajes, en total complicidad con el actor y con todo el entorno que éste último pueda dotarle al personaje, y segundo a la creación de las circunstancias que luego serán la película. Horas, semanas y meses de ensayo van delineando a los personajes de la película, para que luego su interactuación vaya configurando las secuencias de la filme, su mera esencia.
“Secrets and Lies” (1997) o “All or Nothing” (2002) nos cuentan historias de familias con relaciones disfuncionales, casi rotas entre sus miembros, donde el silencio o la violencia verbal y la intolerancia, son la líneas que trazan la vida y relaciones de los pobladores de dichas familias. La frustración laboral, el tedio y el cansancio emocional, el aislamiento físico y sentimental de la vida, la falta de motivos y esperanzas conduce a los personajes a una vida gris y descarnada, donde el diálogo o la ternura se cambia por gritos y desprecio, la soledad parece entonces el refugio más sano que el contacto humano, que por otro lado se pide urgente como auxilio, pero que una vez más deviene en un reino de agresiva intolerancia.

Ya alejado de las esferas familiares en “Naked”, quizás su película más formidable, Leigh nos presenta a Johnny, un sujeto entrado en sus treintas, que por su peculiar e insidiosa forma de ser parece estar en constante huida y rechazo de todo su entorno. Johnny huye a Londres en búsqueda de su ex-novia y la película es una recolección de las peripecias que le toca vivir a este sujeto de tremenda inteligencia, de irónica y lúcida verborrea, de ambiguo carisma y de violentísima conducta sexual, o sea un antihéroe paradigmático, dueño de una visión apocalíptica del mundo. “Naked” nos muestra sus sucesivos encuentros y la incapacidad que él y sus interlocutores tienen para crear un vínculo ya sea comunicativo o sexual, y como la sociedad le ha creado al individuo una coraza para otorgar un poco de confianza al otro, o como comunicarse con el otro sin herirlo es una imposibilidad, o quizás una defensa al posible y reiterado rechazo.

“Naked”, como toda la obra de Leigh, toca fibras íntimas de lo que es el ser humano confrontado con la humanidad, con las coyunturas y taras sociales, con su incierto y doloroso destino individual, y con el áspero y conflictivo trato con las personas que uno quiere, aprecia y desprecia.
Otra de las facetas de la maestría de Leigh, pese a la desoladora cosmovisión que ofrece, nos otorga diálogos mordaces que no están para nada exentos de un agudísimo sentido del humor, como cuando Louise, la ex-novia de Johnny le pregunta como fue que él llegó a Londres, y el otro responde con su habitual inteligencia huidiza e ingenio sarcástico: “Well, basically, there was this little dot, right? And the dot went bang and the bang expanded. Energy formed into matter, matter cooled, matter lived, the amoeba to fish, to fish to fowl, to fowl to frog, to frog to mammal, the mammal to monkey, to monkey to man, amo amas amat, quid pro quo, memento mori, ad infinitum, sprinkle on a little bit of grated cheese and leave under the grill till Doomsday.*” Lapidaria respuesta contándonos en unas cuantas líneas la historia de la humanidad y obviando por completo el sentido que Louise le otorgaba a la pregunta, siempre la coraza, siempre la huida, pero casi siempre con humor, pequeño bálsamo de la existencia.

Creo que con “Naked” Mike Leigh alcanza las cotas más altas de talento cinematográfico, tanto en su contenido como en la metodología fílmica que lleva a cabo para lograr la performance de David Thewlis como Johnny, una de las interpretaciones más auténticas y brillantes que jamás haya visto; siempre en ese estilo y visión descarnada y desgarradora que tiene de la vida (aunque como rareza hay que aclarar que la última película de Leigh, basada también en un individuo y no en un colectivo, una chica llamada Poppy en éste caso, sea una comedia total, y muy recomendable por cierto, algo casi impensable para Leigh, película que no deja de tener su personalísima impronta) que hace a su cine tan valioso y auténtico, además de retratar con una imposible ternura las situaciones más crudas que tiene la cotidianeidad de un país y una clase social que como todo gran arte posee ese carácter de ser humanamente universal.

* Traducción libre de la frase al castellano: “Bueno, basicamente había un pequeño punto, ¿no? Y el punto hizo bang y el bang se expandió. La energía se convirtió en materia, la materia se enfrió, la materia cobro vida, la ameba al pez, el pez al ave de corral, el ave de corral al sapo, el sapo al mamífero, el mamífero al mono, el mono al hombre, amo amas amat, quid pro quo, memento mori, ad infinitum, rociar con un poco de queso rallado y dejar en la parrilla hasta el Juicio Final.”

jueves, marzo 12, 2009

W: ¿Monstruo, hombre o animal?


Al terminar de ver W. de Oliver Stone sólo me queda una cosa clara: si George Bush padre era un vendedor de zapatos en lugar de presidente de los E.E.U.U. y que, en lugar de ejecutar la operación Tormenta del Desierto, optaba por conquistar el mercado costarricense del calzado, nos hubiéramos ahorrado una de las guerras más estúpidas, innecesarias, absurdas, abusivas, prematuras e infames del milenio, apenas en pañales el pobre (¿Quién nos dice que esa guerra no será la semilla de una tercera y (última) guerra mundial?).

Producto que sólo puede corresponder a nuestra época, caracterizada por una inflación de información a un nivel insólito de inmediatez, W. me deja confundido. Mientras la veía, pensaba: probablemente esta película no agrade mucho ni a los bushistas (que hoy se deben limitar, con suerte, a George y Laura), ni a nosotros: los antibushistas. A los primeros, por razones obvias: Oliver Stone desnudando traumas psicoanalíticos profundos de un idiota que los vive a fondo sin intuirlos en lo más mínimo no es poca cosa. En cambio, en el segundo caso, nosotros, la cosa se pone interesante: lo molesto de ver la susodicha película es que, al contrario de Michael Moore con su ácido documentalismo, Stone nos muestra un rostro de Bush que no queremos ver y que, nos guste o no, está ahí: el rostro humano.



Fareinheit 9/11 es el primer y mayor síntoma de esta época de “libre expresión” (que, paradójicamente, en lugar de combatir el sistema, se adapta a él y legitima su reproducción) e inmediatez de la información a la que me refiero. Su panfletarismo, sumamente necesario en el momento de difusión del filme, oculta e ignora de manera consciente cualquier atisbo de humanidad por parte de George W. (so hijo de puta).

Oliver Stone, con mayor distancia y frialdad que Moore (aunque es escalofriante que ambas películas hayan sido producidas y divulgadas paralelamente a la presidencia del susodicho) opta por el género biográfico tan caro a él, se sirve narrativa y estéticamente de los recursos de la ficción y propone una incursión intimista y axiológicamente compleja en la vida de un personaje histórico crucial para el inicio del nuevo milenio. El afamado director de JFK y Nixon se mueve por la casa blanca y sus recovecos con la misma comodidad y pericia con la que George A. Romero se mueve entre sus ejércitos de zombies. El polémico director se centra en la relación de W. con su padre, interpretados de manera perturbadora (son personajes que todos hemos visto en la televisión y muchas veces) por Josh Brolin y James Cromwell respectivamente. Vemos, en una cronología desordenada, cómo Junior (como lo llama su padre, recalcándole su condición) incurre sin frenos en el mundo del alcohol y lo abandona tras casi perder la vida, cómo el padre asciende políticamente hasta devenir en presidente e ideólogo de la primera guerra de Irak, cómo el joven W. siempre sufrió el menosprecio de su progenitor que ponía toda la fé en Jeb, etc.

La historia se resuelve con un giro psicoanalítico al dejar en evidencia ante el público que George W. actúa para demostrarle a su padre. ¿Demostrarle qué? Que no es un inútil y que, allí dónde el viejo Bush retrocedió en lugar de tomar Baghdad y encular a Saddam, él sí lo haría y sería un héroe, un republicano tan memorable como Reagan. Es impactante como ese motor edipiano lleva a un all american asshole al trono del mundo. Si algo que queda claro después de la peli es que W. es un americano típico, por no decir ejemplar: de vaquero alcohólico a cristiano re-convertido, amante del béisbol, de la “democracia” y de la libertad, amante de América (esa que empieza en Nueva York, acaba en Los Angeles y cuyo centro está en Texas), amante de las armas, la música country y la carne asada. No hay nada en él de un Sauron o un Darth Vader, estamos muy lejos del tirano sentado en lo alto de su torre, de espaldas a la hoguera, maquiavélico y calculador, inhumano y deformado (quizás esa caricatura corresponda más a su padre). No, no, no: aquí todo es más simple, estamos ante un gringo-tipo que cree que es el heraldo del Bien de la humanidad por los valores que ostenta su país y que es muy fácil implantarlo en el mundo dado que se trata del Bien y punto.


Lo terrible y aterrador de W. es que denuncia la mediocridad a la que ha llegado el liderazgo del (primer) mundo. Olvidémonos de esos temibles hombres de estado que engendró el siglo XX como De Gaulle, Churchill, Lenin, Roosevelt o Castro (a punto ya de extinguirse), hombres con proyectos colectivos, visiones de Estado y visiones de la humanidad. En ningún caso se trataba de hermanitas de la caridad pero sí de tipos que conocían el contexto y el mundo que los rodeaba y querían, cada uno a su manera, agarrar a ese toro por las astas. Junior es un ignorante de calibre olímpico, producto del sistema educativo de su país, Junior cree que en el mito de Rocky Balboa, según el cual los gringos tienen la legitimidad y la luz como para dar lecciones aquí y allá en el mundo entero. Junior ignora el profundo conflicto que aqueja a Irak y a medio oriente y al resto del mundo, ignora también que toda conquista tiene que tener su parte de legitimidad y conocimiento del pueblo sometido, por más fuerza que se imponga. Justamente fueron esas razones (ojo con esta palabra) las que llevaron a George Bush padre (so hijo de puta) a abandonar la quimera de Irak allá por los lejanos noventas.

¿Entonces quienes estaban realmente conscientes de lo que realmente pasaría en Irak? El grupo de mafiosos corruptos que rodeaba al “elegido” W. Me refiero a Dick Cheney (nunca podré ver igual a Richard Dreyfuss, brillante), a Donald Rumsfeld y compañía (Condoleezza, cómo no): eso se sabía antes de que Stone o Moore hagan sus películas. Insisto, lo terrible es que estos son dos groseros políticos corruptos sin mayor astucia que la que se requiere para saquear y saquear, como malditos piratas panzones y ebrios. Estos tipos si que corresponden a la caricatura más grotesca (que Oliver Stone no se molesta en sutilizar).


Hay diversas conclusiones posibles, sin embargo queda claro que, por un lado Stone le da duro a Bush: lo pinta como a un tonto, impulsivo, ignorante, inseguro, narcisista y frustrado que actúa manipulado por una sarta de rasputines de mala muerte. Pero por otro lado, la película también lo humaniza y, por ende, en cierta forma, justifica sus acciones: la música dramática, la cámara intimista, la luz teatralizada y otros elementos cinematográficos como el acceso a la interioridad vía sueños y ensoñaciones nos hacen olvidar que estamos viendo la vida del mayor tirano del mundo contemporáneo y el responsable de la muerte de cientos de miles de personas inocentes (de las que Oliver Stone dice muy poco) y eso, a meses de terminada su presidencia. ¿Era justo presentarlo así o es mejor mantenernos, por ahora que las papas aún queman, en nuestra posición de que Bush, ante todo, es un monstruo?

Lo que sí es un hecho es que si la crítica de Oliver Stone, al humanizarlo, no recae exclusivamente en W., está clarísimo que ésta no puede sino desviarse hacia sistema en general donde TODO está viciado irremediablemente como por un virus informático indestructible y constitutivo mismo del sistema. Desde esta segunda perspectiva, las cosas son aún más espeluznantes: la democracia, los estados nacionales, los derechos humanos y todas las vacas sagradas de la modernidad no serían sino un pretexto para que viles piratas llenen sus bolsillos a costa de la sangre, los gritos y el hambre de miles de inocentes. ¿Cuál puede ser el futuro si nos referimos a las naciones más grandes de la humanidad? El panorama no es muy optimista.


miércoles, marzo 04, 2009

Hornby (Parte 1): Fidelidades, rupturas, canciones y mi amigo Paco Doblas

Hace ya algunos años en las afueras de Madrid, Las Rozas si mal no recuerdo, en esa neo-Europa quasi-Americana, de grandes malls o centros comerciales, con multicines gigantes que reemplazan a la Plaza de los Cubos o a la Gran Vía y plagados de hot dogs o kebabs que reemplazan a los pinchos de tortilla y a las patatas bravas del bareto cutre de la esquina, nos encontrábamos con una panda de amiguetes en la siempre ingrata labor de elegir que película ver, ya que los pareceres son como el culo, cada uno ostentaba el suyo, a lo que llega obligatoriamente el momento de ceder o pactar. Ese día Paco Doblas, insigne personaje y amigo vigués, abstemio, mujeriego, dicharachero y rockanrollero el hombre, sugirió entrar a “High Fidelity” (“Alta Fidelidad”) interpretada por John Cusack, que pese a las morisquetas de la prole fue la que más consenso alcanzó. Finalizada la función, Doblas recibió sendas miradas de aprobación y hasta algún golpe en el hombro, ya que unánimemente la película había gustado y en el peor de los casos había causado unas risas.

Recordé ese episodio porque hace poco cayó en mis manos la novela de Nick Hornby “High Fidelity”, a la cual le hinqué el diente y finalicé en pocas sentadas; la novela al igual que la película tiene guiños muy divertidos y causa muchas risas, y sobre lo cual puede surgir la sempiterna discusión, quizás un poco más interesante aunque casi tan trillada como el clima, de si es mejor la novela o la película, pero ese debate se lo vamos a dejar a otro. En cambio me parece más interesante abordar la literatura de Nick Hornby y como desde una perspectiva individual, masculina y fundamentalmente autoparódica afronta los dilemas y obsesiones que ostenta el género como ser las mujeres y las consiguientes rupturas con ellas o nuestros inmejorables e inimputables fetichismos musicales o nuestros irrenunciables sufrimientos domingueros por un equipo de fútbol que no podemos abandonar o de nuestra constante e infinita inmadurez.

De las varias novelas de Hornby sólo he leído “Alta Fidelidad” y “Fiebre en las gradas” , la primera y de la cual hablaremos en ésta ocasión está plagada de canciones esenciales, debacles sentimentales, top 5s de la vida y tantos otros infortunios que puede vivir un treintañero soltero a los albores de los 40; la segunda, la cual trataremos en su momento, es una novela de aprendizaje (muy escaso por cierto) que versa sobre el romance que se crea entre un niño y un equipo de fútbol y como este evento será un estigma de Caín que tendrá que cargar ese inocente y casi idiota niño a través de su adolescencia, juventud, madurez y eventual vejez hasta el fin de los días y como ese fenómeno distorsionará todo el entorno de su vida social.

“Alta Fidelidad” tiene rasgos de ser un tratado sobre la inseguridad masculina, sobre todo ese bagaje de virtudes de las que todos nos vanagloriamos y que luego en nuestras mentes devienen en defectos o fobias que no nos dejan vivir tranquilos, en esa vena la novela goza de momentos tan hilarantes como cuando Rob Fleming (el protagonista) trata de explicarnos por qué él es un buen partido para las mujeres y en qué estriban sus méritos para serlo, lo cual él plasma de la siguiente manera: “Mi genio, si se puede decir así, consiste en combinar un montón de cualidades medias en una presentación compacta. Yo diría que hay millones de tíos como yo, pero en realidad no creo que sean tantos: muchos tíos tienen un gusto musical impecable, pero luego resulta que no leen; muchos tíos sí que leen, pero es innegable que tiran a gordos; muchos tíos simpatizan con la causa del feminismo, pero llevan una barba estúpida; muchos tíos tienen un sentido del humor digno del mejor Woody Allen, pero son clavaditos a Woody Allen. Muchos tíos beben demasiado, muchos tíos hacen el idiota cuando conducen sus coches o motos, muchos tíos tienden a meterse en peleas o se las dan de tener dinero por un tubo o toman drogas. Yo la verdad es que no peco de nada de eso; si se me dan así las mujeres no es por las virtudes que tengo, sino por las sombras que no tengo.”

Rob trata de situarse y meter en contexto la reciente ruptura con Laura, recapitula las Top 5 relaciones rotas más dolorosas dentro de las que obviamente con tenaz orgullo masculino no incluye a Laura y va procurando hilar y comprender los deseos y añoranzas masculinas con las confusas demandas femeninas como cuando nos narra por qué el emparejamiento perfecto sería entre una chica Cosmopolitan y un adolescente de 14 años: “Basta con leer cualquier revista femenina para comprobar que se trata de la misma queja de siempre: los hombres –esos muchachitos, sólo que al cabo de diez, veinte, o treinta años-son un desastre en la cama. No les interesan “los prolegómenos”; no tienen el menor deseo de estimular las zonas erógenas propias del sexo opuesto; son egoístas, codiciosos, torpes, nada sofisticados. Estas quejas, es inevitable percibirlo, tienen un deje irónico. Por aquel entonces (N.d.A.: El protagonista se refiere a su adolescencia), lo único que nosotros buscábamos eran los prolegómenos, y a las chicas les importaban un pepino. No querían que uno las tocase, las acariciase, las estimulase, las excitase; de hecho, te daban un pescozón si lo intentabas. Por eso no es de extrañar, a mi entender, que no se nos dé nada bien. Nos pasamos dos o tres larguísimos años sumamente formativos, es verdad, aguantando un chorreo constante para que ni siquiera pensáramos en ello. Entre los catorce y los veinticuatro, eso de los prolegómenos pasa de ser lo que los chicos quieren y las chicas no, a ser lo que las mujeres desean y a los hombres les importa un pimiento. (O eso es lo que dicen. A mí, la verdad es que me gustan los prolegómenos, sobre todo porque aquellas veces que yo sólo quería tocar están alarmantemente frescas en mi recuerdo.) El emparejamiento perfecto, si quieres que te diga lo que pienso, es el que se daría entre la chica Cosmopolitan y el chaval de catorce años.” Era imposible que Hornby pudiera obviar a esas famosas aleteadoras femeninas que parecen activarse indefectiblemente cada vez que uno empieza la subida de las manos partiendo del radio de la cintura frustrando nuestras temerarias y lascivas exploraciones.

Así es como Hornby de una manera totalmente risible y profundamente autoparódica nos traza el mapa de nuestros vicios y frustraciones, delineando las paradojas de nuestra existencia y reflexionando acongojadamente: “Llevo pensando con la polla desde los catorce años, y si he de ser sincero, pero sólo entre tu y yo, que no se entere nadie más, he llegado a la conclusión de que mi polla tiene un cerebro de mosquito.” Y así prosiguen las disquisiciones sobre el desamor, el sexo, la felicidad, la nostalgia y, cómo no, la música: “¿Qué fue primero: la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música?”

Será en la próxima entrega en la que hablemos de Hornby y su insoslayable obsesión con el fútbol y con su equipo el Arsenal londinense, pero eso no evita las risas que prosiguen la lectura de “Alta Fidelidad” y las evocaciones que esto provoca remitiéndose siempre a la figura de Paco Doblas y de esas eternas charla super masculinas que sosteníamos con él y Álvaro Monje, o con los paseos por el centro madrileño cuando Paco decía a Monje o a mí “mira esa tía, es muy tuya” discerniendo a la perfección los gustos y tendencias de cada uno, y cuando a él se le preguntaba cuál tía era muy suya, el siempre respondía “a mí me gustan todas”. Un crack Paquiño, ojalá Hornby lo hubiese conocido antes de escribir la novela de marras, así estaría escrita esa maravillosa salida de Paco cuando cautivados por el enigma le preguntamos qué pensaba de la pose perrito y él, meditabundo y algo contrito con esa sabiduría y kilometraje que sólo él posee, respondió: “¿Acaso hay otra?.”