miércoles, agosto 26, 2009

Óleos para el fin del mundo

Una breve muestra del trabajo realizado en materia de aceites en los últimos años por el duendesco personaje del lar conocido como Oneiros, el Cholo o Pulgatron para los creyentes en la existencia de los Transformers de Cybertron. No escatimar en críticas, abucheos e injurias. Algunos de estos lienzos y muchos más ya fueron publicados en el blog www.pescotis.blogspot.com caracterizado por ser profético, para algunos, y terrorista para otros. Darse un vuelco y juzgar.

En la comarca, óleo sobre tela, 2008

William Wilson, óleo sobre tela, 2008

El cisne agonizante, óleo sobre madera, 2008

A los conejos les gusta el tulipán, óleo sobre tela, 2007

lunes, agosto 10, 2009

"Boogie Nights": el épico sondeo de una época por Paul Thomas Anderson o la mejor película de Martin Scorsese en los últimos 20 años

En una noche de insomnio me tocó prender la TV y dar rienda suelta al inevitable como infructuoso vicio del zapping, afortunadamente pude reconocer los fotogramas de “Boogie Nights”, película de Paul Thomas Anderson que ya había tenido la suerte de ver y de gustar, enmarcada como “Movies that Rock” en la programación de VH1, y decidí volver a mirarla ya que apenas había empezado. Mientras el metraje transcurría, me vi imbuido de lleno en todo el entramado que ofrecía el filme, su director y su reparto; lo cierto es que a no sé que hora de la madrugada terminé chupándome los casi 155 minutos de duración y no por tener un insomnio incorregible, sino por el mágico viaje que “Boogie Nights” ofrece por ese marginal, glamoroso y sectario mundo de la industria porno desde su apogeo fílmico a fines de los setentas y su ocaso videístico desde el principio de los ochentas.

El filme es un fiesta total y completa, una colosal borrachera de película, que como toda borrachera conlleva un poderoso y perseguidor chaki o resaca. Todo lo que se nos cuenta y describe al principio es el descubrimiento de Dirk Diggler (Mark Wahlberg) por parte de Jack Horner (Burt Reynolds), un gurú de la industria pornográfica con el anhelo de llevar su arte al siguiente nivel, que será el evento que provoque un cataclismo en el mundo del porno a raíz de la sensualidad de Dirk, pero sobre todo de su soberbia poronga (misterio que no será fácilmente desvelado durante todo el transcurso del filme), hecho que llevará a Diggler, Horner y todo su séquito de actores y técnicos a un apogeo deslumbrante donde la joie de vivre, la imparangonable libertad y la desmesura excesiva serán los senderos y motivos a seguir. La segunda parte que se inaugura con la noche en la que se festeja la llegada de la nueva década, marcará un giro que sacudirá a la industria y a su vez, de diferentes maneras, al estilo de vida de cada uno del nutrido y fantástico grupo de protagonistas.
Después de terminar de verla, me quede pasmado; antes la película me había gustado, pero ésta vez me maravilló. La audacia con la que Anderson enfrenta el desafío de filmar el espíritu de una época, interpretado por un conglomerado de actores tan vasto y con una fotografía tan despampanante como dificultosa, es llevada a cabo con una destreza magistral que impresiona por los secretos desvelados con cada visionado sucesivo, destacando lo pretencioso del relato, la cabalidad y humor de la trama y la pericia y virtuosismo con que se resuelve secuencia a secuencia.

La época es descrita en la soleada California entre “bikinis” y pantalones cortos, sátiras fílmicas de “Starsky y Hutch” en versión XXX (de ahí el personaje de ficción Brock Landers y su sidekick Chest Rockwell), así como el poliéster por doquier y una magnífica banda sonora que fluye entre discotecas chic, mansiones y sets de filmación plagados de lindas tetas, piscinas, incontables rayas de cocaína y exceso de pirotecnia.

El reparto está compuesto por una tropa de actores deslumbrantes, casi todos ellos partícipes del siguiente proyecto de Anderson “Magnolia”, -otra joya coral del director, pero un tanto menor que “Boogie Nights” porque adolece del desopilante humor que a ésta última le sobra-; las performances refuerzan a cada uno de los matizados personajes que quedan tan bien definidos, dirigidos e identificados, que hay tiempo para disfrutar y conocer las particularidades, pensamientos y tribulaciones de cada uno de ellos, como Little Bill (William H. Macy) quien es humillado por su esposa vez tras vez al ésta hacerse follar por inopinados cortejos fiesta tras fiesta, o de la tímida actriz Rollergirl (Heather Graham) que incluso en la máxima de las desnudeces no se desprende de sus patines, o del pervertido Coronel James (Robert Ridgely) productor y facilitador de todos los emprendimientos en celuloide del director Horner, así como tantos otros personajes reunidos que nos iluminan y que nos hacen sonreír, y que posteriormente sus interpretes nos iluminarán como muchos de los más grandes actores de su generación que sólo por mencionar caben Julianne Moore, Phillip Seymour Hoffman, John C. Reilly, Luiz Guzmán, Don Cheadle y tantos otros omitidos o mentados con anterioridad. El colorido y la diligencia con que se mueven los personajes permiten que la duración del filme se haga sutil, digerible y de un pleno disfrute; sin duda uno de los castings más impresionantes de la historia de cine, por su inmensa cantidad y desmesurado talento y precisión a la hora de interpretar.
Por último, la película ofrece un baile fotográfico de un genio impresionante, con travellings que discurren durante fiestas que pasan de personaje a personaje, de acción a diálogo, de alegría a desazón, describiéndonos a través de los detalles y diálogos más ínfimos el corazón de todo un grupo de personas, de una época y de una idiosincrasia tan carismática como desvergonzada, permitiéndole al espectador el atisbo de los sinuoso intríngulis de una industria y su entorno humano.

Me atrevo, muy temerariamente, a calificar a “Boogie Nights” de Paul Thomas Anderson como la mejor película de Martin Scorsese de los últimos veinte años, léase, después de “Goodfellas”. Es como si Martin se hubiera tornado en Paul Thomas, ya aburrido de los gangsters ítaloamericanos de Little Italy, y hubiese mudado su talento en máxima inspiración a filmar con ese tacto y épica que lo caracterizan al mundo pornodisquero de Los Angeles setentero/ochentero abandonando su tan caro New York. Un prodigio de película en todos los sentidos que dejará huella en lo posterior como un filme de fondo épico que se mueve con la soltura y frivolidad de los bailes de la época, con el derroche temático y formal de los magnates que fomentaban ese estilo de vida y con la rigidez y certeza de los embistes del hiperdotado Dirk Diggler.