jueves, septiembre 30, 2010

Vila-Matas y "Dublinesca", de entierros, obsesiones y literatura


“Recordé unas frases que escribió Borges en su juventud: 'Ignoro si la música sabe desesperar de la música y si el mármol del mármol, pero la literatura es un arte que sabe profetizar que aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin.' ” Enrique Vila-Matas, Doctor Pasavento

“Los españoles son de esa clase de gente que se cree que por repetir una y otra vez la misma cosa al final acaba siendo verdad.” Enrique Vila-Matas, El Mal de Montano

"Lo apocalíptico es un señor o un sentimiento muy informal, que no merece tanto respeto." Enrique Vila-Matas, Dublinesca


Enrique Vila-Matas es un escritor, o mejor dicho un obseso, o aun mejor dicho, en jerga de fútbol argentino, un funebrero, resumiendo un escritor obsesionado en escribirse en funerales, o al revés un enterrador obsesionado en enterrarse en la literatura, cualquiera de las fórmulas funciona ya que Vila-Matas es una cinta de Moebius o una pintura de Escher, donde la cinta, o las escaleras, o Enrique siempre vuelven sobre si mismas, que son la literatura, los escritores, las obsesiones, las sepulturas y los sepultureros y es por eso que con su última máscara del editor retirado Riba en su última novela Dublinesca (2010) va en busca de otro episodio luctuoso, el entierro de la Galaxia Gutenberg obviamente en clave joyceana verbigracia del título del libro. Riba pretende enterrarse en el mismo funeral de la Galaxia Gutenberg, como Rosario Girondo pretende curarse del mal de Montano, de ese mal de literatura, a través de la escritura, o como el Doctor Pasavento pretende disolverse y desaparecer como el lenguaje y las letras en los microscópicos microgramas de Walser, y si al final el desvanecimientos, la enfermedad y el deceso, son partes o directrices de esa culminación que es la muerte, esa irrenunciable pugna que sostenemos con el tiempo y con la memoria y con el libro, ya que como dijo Borges la prótesis de la memoria es el libro, por ende la literatura, donde Vila-Matas libra sin escatimar en ahínco y denuedo su obsesa batalla entre la vida y la muerte, entre la memoria y la desaparición, entre la catarsis liberadora y la autoimpuesta y autoparasitaria esclavitud.

Dentro de este redundante mapa, existe siempre la noción de viaje, sea este real o mental, sea el destino Nueva York, Valparaíso, Lyon, Herisau, la sempiterna Barcelona París, o Dublín, la travesía es un algo intrínseco en las letras de Vila-Matas, que viaja a de escritor a escritor, de cita a cita, de memoria a memoria, de ciudad a ciudad, intercalando entre todos los anteriores con encantadoras asociaciones que lo llevan de la de una mera botella de agua a Molly Bloom, como el lo dijo en una entrevista, a través de n pasos de asociaciones relativas a su incurable enfermedad: la literatura. Quizás la única vía que Vila-Matas halla para purgar, o para curar ese mal, esa enfermedad, es aniquilarla, buscar la catarsis a través de enterrar, sepultar a la literatura y por ende suicidarse en cada intento y resucitar al siguiente, con otra máscara, en otro versión del obituario, igual de enfermo, igual de obseso, con la misma enfermedad, con idéntica obsesión.

Dublinesca presenta a Samuel Riba, el último editor literario, que provocado por una discusión con sus padres trama un viaje a Dublín aprovechando de honrar el sexto capítulo del Ulises de Joyce, para elaborar el sepelio de la Galaxia Gutenberg, aprovechando en el ínterin brindar un homenaje a la amistad, a Irlanda y a sus próceres literarios Joyce y Beckett, a la evaporación alcohólica en un país esencialmente alcohólico, al tránsito de un mundo (el del papel y la imprenta) a otro (el del ordenador y google), al salto de lo francés a lo inglés, a los fantasma y al inasible y espectral escritor genial, y a su profundo e incomprendido amor por Celia su budista esposa, y a tantas otras cosas, mientras en su cabeza día a día se teje una telaraña insondable al igual que a Spider, ese ensimismado personaje de la película homónima de Cronenberg; finalmente toda la confabulación de Riba no es otra cosa que un ejemplar suicidio, al mejor estilo de Vila-Matas, o sea otro episodio de ese diario que es la gran parte de su apasionante carrera de escritor.

Antes de empezar a escribir este texto escuchaba, muy a lo Vila-Matas “Downtown Train” de Tom Waits, releyendo algunos pasajes de algunos de sus libros anteriores en los cuales por más que utilice miles de disfraces, o abanicos de géneros, o pléyades de citas, siempre termina desenmascarándose, él nos dice en El mal de Montano: “Es bien sabido que no hay mejor forma de liberarse de una obsesión que escribir sobre ella” (E.M.D.M. 117), ese es Vila-Matas para quien la literatura es un viaje sin punto y aparte que lleva a esa callejuela, que parafraseando a Doctor Pasavento, es el mejor atajo que conoce para llegar a la misteriosa calle única de su vida (D.P. 368) y donde cada libro es un finado que como dice el poeta sirio-libanés citado en la misma novela “A todos esos muertos a nuestro alrededor, ¿dónde sepultarlos sino en el lenguaje?” (D.P. 40). ¿En qué otro cementerio podría sepultarse ese obseso de don Enrique?

jueves, septiembre 23, 2010

“The Darjeeling Limites” u otra pieza del abigarrado universo de Wes Anderson

“The Darjeeling Limited” como casi todo el cine del estadounidense Wes Anderson, versa sobre la vacuidad y la incomunicación existente en la relación paternofilial, que provoca a su vez barreras y cortocircuitos entre hermanos o familiares. Como en “The Royal Tenenbaums”, “Life Aquatic” o “The Amazing Mr. Fox”, un acontecimiento particular permite una reunión familiar en determinado entorno claustrofóbico. En los Tenenbaums fue una preciosa y angosta casa nuevayorkina, en “Life Aquatic” el interior de un fascinante e intrigante submarino y en “Mr. Fox” las profundidades del subsuelo terrestre, en “The Darjeeling Limited” el entorno es el camarote y los pasillos de un tren hindú en el cual tres hermanos se embarcan en pos de sanar su relación en un entorno plenamente espiritual.

El conflicto familiar es el móvil del cine de Anderson, y la claustrofobia, la asfixia y el amor por los detalles, la forma de plasmarlo; “The Darjeeling Limited” no es la excepción, ya que dentro de la travesía por el tren Anderson goza de una libertad completa para sugerir minuciosamente las distintas personalidades de los tres hermanos (interpretados por Owen Wilson –amigo entrañable de Anderson en la vida real–, Adrien Brody y Jason Schwartzman), el cuidado y el cariño por el detalle hace de Anderson un director de corte netamente fetichista; los objetos, el vestuario y los decorados en conjunto hacen parte de una cuidadísima y deliciosa puesta en escena donde el color es también un ingrediente crucial. Las maletas de los hermanos, el reproductor de Ipod de Schwartzman, las gafas y el cinturón de Brody, los calzados y el bendaje de Wilson son todos elementos que dan profundidad y contexto a sus personajes, dotan de sentido a la trama de la película y permiten que en tan corta duración Anderson se pueda explayar con tanta amplitud y competencia.

Para mayor disfrute del filme “The Darjeeling Limited” y para ampliar su particular universo, Anderson realizó una precuela, un cortometraje llamado “Hotel Chevalier” donde uno de los personajes tiene un incómodo encuentro con su mujer amada, interpretada por Natalie Portman, que desde “Beautiful Girls” no sale tan hermosa y provocadora. El cortometraje crea un vínculo entre este y el comienzo de la película, que en su secuencia inicial abre con un memorable y frenético cameo de uno de los actores fetiches de Anderson, el inefable Bill Murray.


El filme en si, no es una obra maestra que quizás si es “The Royal Tenenbaums”, pero es indudablemente una buena película, pero lo más elogiable es que pieza a pieza Anderson va consolidando un universo plagado de personajes inseguros, que buscan el sentido de su existencia a través del desvencijado vínculo con sus progenitores, y ese universo goza de colores, matices y guiños dramáticos que convierten a Wes en uno de los directores más originales y entrañables del cine actual. A disfrutarlo se ha dicho.

jueves, septiembre 16, 2010

Sobre las implicaciones antropológicas de la música y el fabuloso encuentro de David Lynch y Lee Scratch Perry



La música es el lenguaje universal – el significado del universo – y el nexo invencible entre nuestro mundo y orbes más diáfanas y sutiles. A la vez código y sensación, ordenadamente caótica, caóticamente estructurada, domadora del tiempo y de todas sus bestias, la música, como el fuego, vive de su propia extinción.

Ligada a la especie como la facultad de erguirse, hablar o domesticar(se), la música, como hecho social, trasciende las diferencias interculturales y parece comunicar con símbolos más antiguos que el lenguaje mismo, más antiguos que la encarnación. Su ligación al tiempo como plataforma para desplegarse en tanto unidad, le otorga características que se hacen incomprensibles para la razón lógica. Esa paradoja, esa tensión entre la unidad y la multiplicidad que se alimentan mutuamente, hacen que, a pesar de poder ser estudiada como una ciencia exacta y apoyándose en los instrumentos de la física, la raíz de la música, su origen profundo, no puede ser sino mágico-religioso. Vislumbro un grupo de homínidos en la noche de los tiempos, sacudiendo el cuerpo, percutiendo una cosa de la naturaleza contra otra, como una prolongación del cuerpo, hasta encontrar, en un trance incomparable, repeticiones, cadencias. De repente, los horribles movimientos inarticulados se transforman en baile, los cacofónicos golpes, en ritmo y el grupo de homínidos ya no es el mismo, ahora vislumbro ángeles y genios que los cabalgan y les encienden los ojos a un universo que se enciende también con ese acto. Los cuerpos, súbitamente, aparecen como prolongaciones del alma. Como una chispa del sol de medianoche que palpita en cámara lenta, en concordancia con los golpes que las sobreexcitan, las siluetas se mueven a pesar de ellas: por primera vez se han encontrado el espíritu y la materia. A partir de ahora la materia será espiritual y el espíritu material, a partir de ahora la vida será la vida y el tiempo será el tiempo.


Tantos años después, no se puede sino constatar que la música es tan vital como el agua dulce o el sueño para nuestra especie. ¿Por qué? Quizás, como el sueño, es una reminiscencia necesaria de los tiempos en los que sabíamos volar, recuerdos de cuando éramos uno. Esa memoria que se contiene en la música es un puente para superar las inmensas barreras socio-culturales que se han desarrollado con la difusión y nos han diferenciado, esa memoria nos recuerda que somos una especie y que esa especie está posesa… por un genio musical.

¿Qué tendrían que ver entre sí un blanco cafeinómano de Missoula de raíces protestantes con un jamaiquino marihuanero de origen rural? Muy poco o nada. Excepto que comen, cagan, duermen, hablan y aman la música. Y la música, en este valle de lágrimas, es la palestra para ejercer la más pura libertad y es el ángel que nos permite desplegarnos en los vertiginosos terrenos de la belleza inmaterial - no se trata de un sentido figurado en absoluto sino que, efectivamente, el terreno emocional de la música es el del vértigo y no es casualidad que el oído sea y el sentido musical y el del equilibrio -. Experimentadores incansables, tachados de genios por algunos y de dementes por otros, David Lynch (1946) y Lee Scratch Perry (1936) han consolidado un sirwiñaku musical sin par, dándole así continuidad a su onírica trayectoria. Sí, onírica a más no poder, ni en uno de esos afiebrados sueños chapareños, me hubiera imaginado al mago del cine Lynch junto al sacerdote de la música dub LSP jameando, tejiendo sonidos etéreos… y, pensándolo bien, la combinación es perfecta.


Con esa conciencia de que la música es una alfombra voladora que nos hace viajar, invito al lector a escuchar estas notas de estos dos viajeros trabajando juntos para el placer del oyente: Dubblestandart meets David Lynch and Lee Scrath Perry.