martes, agosto 22, 2006

Sin título tentativo: Homenaje personal a un goleador, Alan Shearer


(Este es un artículo escrito hace unos meses referido al retiro de Alan Shearer, ahora que la Premier League se ha reiniciado, y es cuando más se empieza ha sentir el hueco dejado, creo que es pertinente su publicación en el lar.)

Hace una semana volvía a la realidad (mediática) después de un viaje a las tropicales tierras del Chapare. Revisando los últimos resultados acaecidos miré de reojo y con gran satisfacción que Alan Shearer había marcado nuevamente en menos de tres días su 10º gol de la temporada, justo lo que yo como fan suyo había puesto como un justo umbral en lo que iba a su última temporada como jugador profesional. También observé que había sido sustituido a los 70 minutos de juego, imaginé que cómo homenaje y forma de que le lluevan los aplausos después de hacer un gol a los rivales eternos del Newcastle, léase el Sunderland. Pero después de indagar más profundamente que la mera síntesis de los partidos, me tope con una noticia que me cayó como un rayo, dejándome tan anonadado como triste, y era que el “viejo” Alan había sufrido una lesión de rodilla que podía ocasionarle un retiro anticipado (digamos que cuatro partidos antes y la posible ausencia en su partido de despedida), las perspectivas eran poco alentadoras y días después se confirmo la gravedad de la lesión y que la ilustre carrera de Shearer era cuestión del pretérito.

La pena que me ocasionó la noticia fue aliviada y renovada por lo que el mismo Shearer (desconsolado, me imagino, pero como siempre íntegro y valiente) dijo a la prensa que no tenía ningún arrepentimiento sobre su carrera, ya que había vivido su sueño, vestir la 9 del club del que fue hincha, marcar goles en la tribuna en la que de niño presenció por primera vez un partido de fútbol y además ser el capitán y máximo goleador de la historia del Newcastle. Esas palabras no sólo fueron un bálsamo para la tristeza de nunca poder ver a mi ídolo en la cancha, ni si quiera en un partido más del Newcastle, sino que hizo que el fuego del orgullo hinchiera mi pecho de haber tenido en tan alta estima a un jugador que parece pertenecer a otra época, no sólo por sus innatas cualidades de centrodelantero clásico, sino por su deslumbrante ética futbolística, que primó por siempre lo que estuvo en su corazón (el cual es de donde provienen las mayores virtudes futbolísticas de Alan) y no en su bolsillo, ni en las glorias más accesibles.

Shearer ha pasado diez años en el Newcastle y recuerdo que después de la Eurocopa del 1996, donde brilló castigando las redes de quien se pusiera al frente, fue cuando se anunció que Alan había desechado una oferta del Manchester United, para firmar por el club del que había estado enamorado desde niño. Yo que había seguido la anterior temporada con gran ilusión y posterior amargura, cuando el Newcastle había dejado escapar la liga de una forma increíble, volvía a cargarme de ilusión y veía en el hombre que había sido el estandarte del seleccionado inglés como un guía digno de una extraordinaria travesía futbolera. Y vaya que lo fue. No me arrepiento un ápice, el haber apostado como Shearer, mi devoción por la Urracas, en vez de afiliarme al poderoso United que todavía ostentaba como bastión al indómito y carismático Eric Cantona, “El Rey”, como era conocido en los rededores de Old Trafford. Pero cual valiente iluso, al igual que Shearer, juré lealtad al Newcastle United, y de la mano del goleador viví inmensidad de momentos lindos y memorables, así como otros que pesan recordar.

Nunca nos tocó, al él como jugador y a mí como hincha, vivir un título, algunos desaciertos por parte de los técnicos, e infortunios inopinados como intempestivos mermaron la posibilidad de erigir un equipo para batallar contra los Diablos Rojos. Quizás es la mala fortuna la piedra que golpeó a Shearer en más de una vez durante su carrera, dos lesiones graves de las cuales valientemente se repuso, impidieron que Sheaerer estuviera ahí en la cancha liderando a su club cuando estaba en el mejor momento de su carrera. La forma en como termina su carrera es quizás un guiño a esa suerte que fue el único ingrediente que a Alan no le sobró durante sus memorables años en el fútbol, o será que se agotó el día en que enarboló la Premier League con el Blackburn Rovers destronando por primera vez al Manchester United, de algo que parecía haber sido inventado sólo para que ellos lo pudieran alcanzar.

Son tantos los goles, las alegrías, por ende las memorias, y sobre todo el orgullo que deja haber tenido a Alan Shearer, “El Viejo”, como lo denomino ya hace algunos años, como mi referente máximo dentro de mi cosmovisión futbolística, no porque crea ni creyera que el era el mejor jugador del mundo, aunque si sólo de goles se tratara esto, muy pocos se atreverían a discutir mi perspectiva, sino por el símbolo que él encarna, por su amor al juego, por su amor al club y porque por una vez, en éste mundo mercantilista de intereses crematísticos, hubo un hombre que con la número 9 tatuado en la espalda levantó su mano derecha en más de 200 ocasiones durante 10 años atreviéndose a vivir el sueño que una vez tuvo cuando de la mano de su padre gritó los goles de ese club que hoy y siempre amó con devoción, entrega y orgullo.

Por todo eso, y más, mucho más, te doy gracias Alan, y no te preocupes que mi memoria endeble siempre tendrá un sitial privilegiado para ti, y que mis postreros relatos futboleros se encargarán de divulgar tu obra que fue forjada a plan de goles y corazón.

martes, agosto 15, 2006

Apuntes sobre "Lo más bonito y mis mejores años"




La explosión digital que ha vivido el cine en los últimos años, ha permitido un ostensible abaratamiento para hacer cine, por ende el exponencial aumento de los filmes que aparecen, además de un no menor cambio estético de las propuestas cinematográficas. Por ejemplo en gran cineasta iraní Abbas Kiarostami, en principio, se mostró fascinado con las nuevas posibilidades que ofrecía el cine digital, la espontaneidad permitida y la intimidad entre el cineasta y lo que desea narrar, eran algunas de las cosas que entusiasmaba a Kiarostami. Cinco años después el mismo cineasta decía haber perdido su entusiasmo inicial, ya que él no entendía una pugna entre cine digital o cine en 35 mm, ni entre el documental y la ficción, sino entre buen cine y mal cine, y su percepción en cuanto a lo que se venía haciendo en digital mayormente eran ensayos superficiales o simplistas, ya que sus realizadores parecían no comprender realmente la sensibilidad de cómo explotar y expresarse a través del medio digital.

Me parecen muy acertados los apuntes de Kiarostami, ya que la facilidad de hacer cine no implica que exista una verdadera propuesta ni un tratamiento apropiado de ésta, dadas las nuevas posibilidades ofertadas por el digital. Dentro de las últimas aproximaciones que se han dado en Bolivia a través del digital, creo que hoy, con Lo más bonito y mis mejores años (Martín Boulocq, Bolivia, 2006), nos encontramos finalmente con una primera victoria. Martín Boulocq, el realizador, parece haber comprendido por ósmosis, por intuición, muchas de las claves del nuevo cine digital. La primera: no está filmando una película de corte convencional, y el responde rompiendo las convenciones narrativas y estilísticas de un filme. Segundo: se aferra al emparentamiento que existió desde siempre entre lo digital y lo documental, superándolo, desembocando en lo que podemos decir una ficción verdadera, algo que nos creemos, que sentimos próximo a la realidad o, con mayor énfasis, a lo real. Tercero: el poder de las actuaciones, ya que al carecer de un guión con conflictos delineados, el director pende de la fuerza de la personalidad de sus personajes para narrar su historia, los cuales penden de la fuerza de sus intérpretes para traslucir vida y realidad. Cuarta: un tratamiento análogo en cuanto a lo estilístico, y a la realidad que quiere retratar. La cámara es un utensilio para narrar las emociones de los personajes, las cuales son a veces dulces y humorísticas, la mayoría de la veces, duras y crueles, y la cámara sin ninguna sensiblería barata nos las hace patente, sin caer en los clichés o en el exageramiento de un burdo y “profundo existencialismo” tan propensos en el cine y video boliviano. Quinto: la intimidad, cercanía que mantiene el realizador entre lo que, con que y con quienes cuenta su historia. Finalmente, destacar que el talento y la fortuna se conjuguen, debido a la posibilidad de la película de haber merecido un justo tratamiento de postproducción, lo cual siempre resalta las virtudes y minimiza los desaciertos; y de haber conseguido una, tan preciada, distribución a nivel festivales internacionales, lo cual dentro de la vorágine de producciones digitales de hoy, es una aguja en el pajar.

Kiarostami, quiero creer, no estaría descontento con lo que hallamos aquí, en Lo más bonito y mis mejores años, y sigo creyendo, que lo que más loaría, más que un gran producto final, es el innegable e impagable hallazgo de un vasto y fértil derrotero.