martes, agosto 07, 2012

España, o el absurdo de la "democracia"

No me cabe ninguna duda que todos en algún momento podemos considerar algo como ilégitimo en contraposición a que pueda ser legal. En muchas ocasiones vemos como tildamos una ley de injusta, poco ética, inmoral… Parece olvidarse que las leyes no sólo están escritas por hombres, sino que son aplicadas por seres semejantes a nosotros que tienen su particular interpretación de las mismas.

No es raro tampoco escuchar a los que no son partidarios de un gobierno afirmaciones que cuestionan la legitimidad del mismo o de sus decisiones. Argumentos se esgrimen de todo tipo y fundamento. Y se hace con mucha más frecuencia que la que hoy nos pretenden hacer ver los que prestan su apoyo a los gobernantes españoles actuales.

Puedo comprender que haya muchos que entiendan que no hay motivos suficientes como para tomar la drástica medida de cercar el Congreso para presionar a quienes hoy lo ocupan a que lo abandonen. Pero no me resultan creíbles aquellos que dicen que no se puede resolver una situación de ilegitimidad con otra medida ilegítima. Es una falacia. Y lo es, desde el mismo momento en que una democracia se autodefine como tal y deposita la legitimidad del poder en la voluntad del pueblo; y si una mayoría del mismo entiende que los que lo representan han establecido unos mecanismos para usurparle su soberanía, puede y debe sublevarse ante dichos representantes.

Podré estar de acuerdo en los límites de la capacidad de aguante de cada cual. Y en la interpretación que se puedan hacer de palabras y hechos. Incluso en las medidas a adoptar o los medios a utilizar para conseguir revocar un gobierno. Pero decir que no se puede derrocar a un gobierno calificado como ilegítimo saliendo a la calle y cercando o tomando el Congreso sólo puede hacerse desde una posición teórica: Se sigue considerando como legítimo a dicho gobierno.

Es falso decir que las urnas son las únicas garantías de legitimidad a la hora de gobernar en democracia. Y el gran Saramago ya nos mostró en una de sus novelas la falacia que se esconde tras tal afirmación y las consecuencias que en la sociedad tiene el convertir al ciudadano en mero votante. La legitimidad no sólo reside en un resultado electoral, también consiste en cumplir las promesas o los programas, en la defensa del interés común, en la protección de las instituciones públicas, en el respeto al ciudadano, en la mejora de las condiciones de vida de los más desfavorecidos, en dejar el país en unas condiciones al menos similares a como se coge… La legitimidad de un gobierno democrático reside en muchas más cosas que el mero voto, y aunque a nuestras elecciones no lleguen observadores internacionales para validar nuestra calidad democrática, es evidente que la percepción mayoritaria en la ciudadanía sobre sus gobernantes es francamente nefasta. Paradójicamente, hay dictadores que han pasado a la historia con mejor opinión de quienes fueron represaliados.

En mi opinión, si la situación política y ciudadana general no da un giro de 180 grados, no merece la pena quedarse aquí a criar a un hijo. Prefiero lo desconocido en un lugar con condiciones de vida mucho peores, a esta sensación de opresión que nos ofrece las ventajas de las democracias occidentales en donde el ciudadano no es más que un número de DNI, una filiación a la seguridad social, un voto y/o un perfil de facebook.