martes, mayo 22, 2007

Desafíos del cineasta boliviano ante las nuevas tecnologías*


Debido al escaso y valioso tiempo de ponencia es necesario abreviar los pensamientos que surgen tras una reflexión personal sobre los temas que hemos venido a tratar y que tanto nos interesan. Esta reflexión puntual se enfoca, ante todo, en los problemas y ventajas de las nuevas tecnologías en nuestro contexto de producción.

En primer lugar me parece imperativo recalcar lo relevante de lograr una concordancia entre forma y contenido, no solo en las manifestaciones audiovisuales sino en toda expresión artística. En un pequeño seminario de dirección con Marcos Loayza quien, aclaro, no tiene otro parentesco con nosotros que el común denominador de desenvolverse en el mundo audiovisual, éste nos dijo, no sin bastante lucidez, que lo único que puede determinar si una película es buena o mala no depende del contenido en sí o del aspecto formal en sí, sino la medida en que la historia sea fiel al universo que proponen sus premisas estéticas y narrativas.

El arte posmoderno, más que una tendencia en sí se trata de una especie de buffet donde están a disposición del artista todo un bagaje de recursos estéticos, simbólicos y narrativos así como una considerable paleta de instrumentos que, en las etapas clásica y moderna, se veían limitados a determinados contextos de elite situados en puntos privilegiados del planeta o simplemente no existían. El arte posmoderno, más que una nueva propuesta, más que una ruptura, consiste en crear una visión personal, subjetiva a través una forma singular de darle uso a todos los instrumentos antes mencionados. A lo que apunto con esta reflexión es que el contexto en el que nos toca hacer cine no es un contexto de ruptura sino más bien de re-lectura. En ese sentido yo me declaro en una posición anti-posmodernista desde una perspectiva tanto artística como filosófica, el arte ha sido siempre re-lectura del pasado, reminiscencia; los grandes revolucionarios en el arte han sido grandes conocedores y amantes de sus antecesores, mezclando alquímicamente ciertas técnicas de estos con nuevas intuiciones, nuevos instrumentos, en nuevos contextos socioculturales. En ese sentido el arte sería desde el principio, lo que me parece absurdo, posmoderno. Nadie nunca inventa nada nuevo, todo se ha hecho antes, lo lindo es re-leer, re-pensar las obras del pasado.

Si me refiero tan enérgicamente a esta condición acumulativa y retroalimentativa del arte, y más específicamente del cine, es porque si el nuevo cineasta boliviano no tiene esa humildad de seguro se enfrentará a un gran problema cuando se vea delante de todo este nuevo arsenal de instrumentos que permiten abaratar costos y dejar volar y violar la imaginación en todo sentido. Hoy por hoy, la fascinación que nos provoca el hecho de que sea accesible producir una película nos puede también hacer olvidar de que es necesario una idea que sustente a la aventura cinematográfica. Otro peligro de tener una isla virtual de edición que tenga todos los instrumentos de montaje hasta hoy conocidos como el Final Cut o un laboratorio virtual de fotografía como el Photoshop no quiere decir que la persona que lo maneje entienda esos instrumentos y los utilice óptimamente. La precariedad instrumental del pasado era útil en el sentido de que si un creador se aventuraba a experimentar en un contexto clásico era porque estaba siendo guiado por una idea: Vértigo de Hitchcock, Soy Cuba de Kalatozov o El Testamento del Doctor Mabuse del maestro Fritz Lang son películas filmadas con instrumentos del pasado pero ideas muy contemporáneas formalmente. Todo ya se ha hecho, y si el cineasta boliviano no se sumerge en la historia del cine puede caer en la deriva de creer que está inventando la pólvora y quizás solamente está repitiendo de mala manera lo que ya se había ideado hace cuarenta años sin necesidad de una G5.

Todo ya se ha hecho y eso antes del cine digital: cámaras de movimiento inexplicable, dobles exposiciones, efectos inverosímiles de desdoblamiento, pantallas partidas en cuantos cuadros se quiera, aceleraciones, montajes frenéticos, cambios estroboscópicos de positivo a negativo, sobreimpresiones múltiples, apariciones y desapariciones de personajes, todo ya se ha hecho y quizás no sea necesario ir más allá de Meliès en la historia del cine para comprobarlo: lo importante, y a eso se deberían dedicar las escuelas, es enseñar a hacer uso de esos instrumentos conceptualmente, enseñar el lenguaje cinematográfico para que el joven cineasta tenga una estructura básica para empezar a experimentar. Es necesario también que el joven cineasta se empape más de cine clásico, latinoamericano, de autor o nouvelle vague que de cine pirotécnico hollywoodiano o de videos de MTV. Esto lo digo, primeramente, y justamente dentro de la exigencia de conjunción entre fondo y forma, dado que en nuestro contexto de producción por más abaratados que sean los costos debido a la tecnología digital jamás se puede llegar a las perfecciones técnicas de cualquier película que nos llega al ilustre cine “Monje Campero” y digo cualquiera, no Matrix o El Señor de los anillos. Y en segundo lugar ¿Queremos hacer ese tipo de cine? Ojalá que no. No digo en base a esto que haya que hacer cine indígena y social como hizo en su momento Sanjinés, pero en Bolivia hay tantas historias que contar que no se parecen en nada a lo que Hollywood pretende que sería una pena que el cineasta boliviano se contagie de la enfermedad de lo políticamente correcto tan querido en Hollywood y tan ajeno a nuestra realidad.

El peligro de las nuevas tecnologías surge de manera alarmante cuando se trata de concebir ese concepto tan fabuloso y confuso como es el de “experimentación”. El joven cineasta boliviano tiene que enfrentar dicha amenaza con mucha humildad. En ese sentido los cineastas realmente experimentales como David Lynch, Lars Von Trier o Peter Greenaway pueden ser buenísimos como nefandos ejemplos para los nuevos realizadores de cine ya que su osadía estética y narrativa puede llevar al nuevo artista a decir: “todo vale” y perder el rigor que caracteriza una obra maestra o, lamentablemente, perder el rigor de una obra que cumpla los mínimos requisitos para ser difundida en salas. No debemos olvidar que estos tres genios no solo han dominado la estética clásica sino que se la han apropiado de una manera personal y cuando la han negado ha sido con todo el conocimiento de causa y no tras un capricho aparecido al juguetear con el Final Cut.

El cine digital, que comprende toda una nueva serie de instrumentos de producción y post-producción, es una bendición para el cineasta boliviano dado que ya tiene acceso al bagaje material de una producción audiovisual pero también puede tornarse en una maldición si, al verse sobrepasado por los instrumentos, se olvida del contenido, de la idea, de la puesta en escena, del guión, de la construcción de los personajes, de la historia y consigue a penas lograr un compendio de elementos inconexos proyectados en una pantalla que no transmiten absolutamente nada: cero emociones, cero reflexiones, cero belleza, cero mensaje. Este segundo escenario puede ser terrible para la producción nacional a largo plazo ya que la competencia nacional del cine hollywoodense del “Monje Campero” y “Cine Center” van a ser películas de pésima calidad, que se pretendan innovadoras y no lleguen a ser ni grotescas. Es necesario, y con esto quiero concluir, lograr no solamente una invasión de “juguetes de alta definición” sino una invasión de ideas cinematográficas, hace falta un diálogo con los maestros del pasado sin importar la diferencia contextual de espacio-tiempo ya que el lenguaje universal que todos queremos hablar es el cine y una buena película lo es en la Bolivia post-emenerista como en la Francia de las vanguardias o en Rusia comunista. Una película genial puede haber costado 150 millones de dólares o diez mil, lo importante son la ideas y cómo expresarlas ¿Dónde pescar estas ideas? En la vida cotidiana, en las películas, novelas, cuadros y canciones del pasado, en una peluquería, en una revolución o en una fantasía de semi-vigilia. ¿Quién sabe? Para esa faena no hay escuela pero ello no quiere decir que no sea la primera y más importante etapa de construcción en una obra de arte: con el Final Cut y la HDV ya tenemos con qué hacer ahora cabe más que nada pensar, mucho, mucho en qué hacer. Muchas gracias.

*Esta ponencia fue expuesta el viernes 13 de abril en La Paz, Bolivia en el marco del Encuentro de Cineastas Sub-40: visiones e inquietudes organizado por el CEDOAL y el CONACINE, donde Diego y Alvaro Loayza fueron invitados en representación de Cubitel Producciones; ésta ponencia completa de Alvaro Loayza antes posteada en el blog.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaron las ponencias de los miticos loayzas aunque tengo mis diferencias mas con Alvaro que con Diego, de todas maneras concuerdo con la posicion, y sigamos habalndo de cucarachas y traseros

Alvaro G. Loayza dijo...

Gracias por tu visita y por tu aprecio por las cucarachas, traseros y ponencias que pululan por nuestro blog. En relación a las ponencias es importante mantener una visión crítica y poco contemplativa en torno a nuestra realidad cinematográfica si es que pretendemos dar, a partir de las tecnologías digitales, un giro que permita la aparición de productos de calidad.
Saludos!!!

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

¿Que tienen en comun las cucarachas y los traseros sino el hecho de no comprender de niños el por qué de la fascinación que estos y estas procuran en los grandes?

Mentira... las cucarachas no fascinan a TODOS los grandes, de hecho a muy pocos (pero fieles).

Gracias el comentario