El juego define la cultura. El ajedrez podría representar el sistema de castas indio y los roles de hombre y mujer en dicha sociedad… La ruleta como matematización simbólica de la liberté, egalité y fraternité francesa… El béisbol y el fútbol americano como representaciones del peso de los valores ley y seguridad entre los yankees… El levantamiento de piedras o la pelota vasca como ecuación del modo de ser vasco…
Pero, ¿y el cacho? ¿Cómo interpretar al boliviano en clave de cacho? ¿Cómo metaforizar el calculo hexadecimal en la absurda forma del lanzamiento de cinco dados…? Independientemente de la modalidad del juego, en el cacho se reproducen los escenarios en que el alcohol, el griterío, la algarabía y un grueso lenguaje son tan protagonistas como el mismo azar: El carácter como sublimación del destino. O viceversa, pues cualquiera sabe.
Y así, a base de ordenar tontos, dones, trenes, cuadras, quinas o senas, lo que se intuye como protoconcepto de la hoja de cálculo, el cacho discurre más allá de los números. Tres pichangas, como remedio a toda una vida de mierda, no suplen el carácter místico de una dormida: que como la Ítaca para Ulises, supone una revelación de nuestro una vez que se delimita quienes son los héroes y quienes, simples seres humanos.
Y si lo común de todos los juegos es lo efímero de la gloria, tal vez el cacho lo supo desde el momento mismo que escogió su nombre, pues cacho significa trozo, pedazo de algo; además de ser el mismo cubilete, geografía de un cono truncado. Tal vez los andinos de hace mil siglos llamaran a sus cachos Illimanis. Hoy el boliviano, como el Mururata, busca su gloria perdida en el mar. Sin embargo, todos saben que las leyendas no son de ida y vuelta, y por eso prolongan sus vidas en el cacho, de forma que bien sea solos, por parejas o equipos de cuatro, unen sus destinos a lo que tienen: Tiempo para la palabra, tiempo para el singani, tiempo para los abrazos.
Iñaki Arbeloa
1 comentarios:
I would like to Party and Dine in that city.
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