“Jamás olvidare aquella transmisión. Aunque era octubre, invierno, esa noche no llovió. El cielo de Morazán estaba cuajado de estrellas. Mil de ellas tenían nombre.
Declaramos este 23 de octubre día de reivindicación por los mártires de la patria, por los asesinados en todos los caseríos y cantones de nuestro departamento, donde este verdugo masacró tantas vidas de inocentes. ¡Esta es Radio Venceremos, indestructible como nuestro pueblo!
Declaramos este 23 de octubre día de reivindicación por los mártires de la patria, por los asesinados en todos los caseríos y cantones de nuestro departamento, donde este verdugo masacró tantas vidas de inocentes. ¡Esta es Radio Venceremos, indestructible como nuestro pueblo!
Cuando acabamos el programa, Atilio nos reunió a todos:
- ¡Y ahora, llamen a los Torogoces y hagan fiesta grande! No nos alegramos por el muerto, sino por los que, ya sin él, podrán vivir.”
José Ignacio López Vigil, Las mil y una historias de Radio Venceremos.
- ¡Y ahora, llamen a los Torogoces y hagan fiesta grande! No nos alegramos por el muerto, sino por los que, ya sin él, podrán vivir.”
José Ignacio López Vigil, Las mil y una historias de Radio Venceremos.
Primera centena del siglo XXI. El mundo ya es sólo una plana aldea global signada por la tecnología y la exploración del espacio exterior. Los “Estados Jodidos de América”, China y otros países siguen dirigiendo el sentido de la civilización terráquea. En medio de todo este contexto, un país, llamado Bolivia, expulsa a los blancos dominadores, cierra herméticamente sus fronteras y construye un ordenamiento social, fundamentalista y arcaico, basado en los valores culturales indígenas del Tawantinsuyo. Este es, a muy grandes rasgos, el argumento de la novela de ciencia ficción “De cuando en cuando Saturnina” de Alison Spedding, antropóloga inglesa radicada hace más de quince años en Bolivia.
“De cuando en cuando Saturnina” esboza ficcionalmente la historia de Bolivia en el futuro, a partir del triunfo de la revolución indianista acaecida en el 2022. El intento del gobierno blanco de turno de acabar con los cocales en zonas rurales del país es la chispa que enciende una revolución que expulsa a los blancos, logra la separación de los departamentos orientales del país e instaura un gobierno basado en valores culturales aymaras liderado por una élite indígena que dirige un país separado del mundo, cuyo único contacto es la tecnología espacial boliviana. La historia es contada por dos mujeres bolivianas, ingenieras espaciales de primer nivel en el planeta, que se enfrentan con el estado de cosas instalado en el mundo global a partir de movimientos insurreccionales feministas y anarquistas (“terroristas” les llamaría el Departamento de Estado de Estados Unidos). Todo esto combinado con reseñas históricas de la revolución indianista y esbozos de la situación global, enfocándose en el uso “pachamamista” y exótico que se les da a las culturas “originarias” en países sudamericanos.
A primera vista es fácil observar las connotaciones políticas de tal propuesta literaria; sin embargo, a pesar de lo en boga que está la palabra liberación y de los complejos aspectos del devenir político de Bolivia en este momento, me parece más interesante reflexionar sobre la novela a partir de su riqueza narrativa en relación con un aspecto esencial: el método.
No tengo claro (y no creo que sea para nada importante) si se puede aplicar esta característica a una obra ficcional. Pero me parece que determinadas construcciones narrativas parten de un método determinado. Borges, en muchas de sus obras más interesantes, decide escribir la crónica de obras inexistentes; en sus palabras: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ese ya es un método, inconciente y particular, para empezar a crear. En la novela negra, particularmente en el tipo asociado a Chandler, Mcoy, Goodis, Hammet o Handley Chase, entre tantos otros, el método es simple. Acción pura y dura: un asesinato, una intriga, un tipo duro, una mujer fatal, un cachiporrazo y un final que devele todos los misterios. Murakami decide ir por otros derroteros: la acción es casi sólo una anécdota, en el fondo lo importante es la digresión, la reflexión sobre la existencia, sobre la muerte, sobre la incapacidad para sobrellevar la existencia sin pertenecer al dolor y a la inconformidad. Bolaño, en su quijotesca “2666”, decide partir de hechos existentes (los asesinatos de mujeres en Juárez) para elaborar una monumental obra literaria, un cobijo de palabras donde se intersectan extrañas historias de amor, de corrupción, de muerte, de regresos y de destinos inconclusos.
Estos son algunos modestos ejemplos donde se puede interpretar el método desde donde surge una obra. “De cuando en cuando Saturnina” plantea un camino distinto. En el fondo, elabora un escenario de ciencia ficción en el futuro para reflexionar sobre aspectos de la realidad social contemporánea. Las relaciones de discriminación y sometimiento en la Bolivia contemporánea, la (im)posibilidad de construir un ordenamiento social más libre, las características culturales y sociales de los indígenas elaboradas burdamente por nuestros pobres antropólogos, las relaciones de dominación a las que son sometidas las mujeres, las posibilidades de elaborar espacios de resistencia ante el monolítico estado de cosas ante el cual nos encontramos, la complejidad de la liberación política. Todo esto combinado con un extraño y encantador sentido del humor, un corrosivo y dilucidador uso del lenguaje en tres idiomas (español, aymara y spanglish) y una estructura infinita que, al igual que “Rayuela” de Cortazar, nos permite acercarnos a la historia desde muchas distintas entradas.
“De cuando en cuando Saturnina” esboza ficcionalmente la historia de Bolivia en el futuro, a partir del triunfo de la revolución indianista acaecida en el 2022. El intento del gobierno blanco de turno de acabar con los cocales en zonas rurales del país es la chispa que enciende una revolución que expulsa a los blancos, logra la separación de los departamentos orientales del país e instaura un gobierno basado en valores culturales aymaras liderado por una élite indígena que dirige un país separado del mundo, cuyo único contacto es la tecnología espacial boliviana. La historia es contada por dos mujeres bolivianas, ingenieras espaciales de primer nivel en el planeta, que se enfrentan con el estado de cosas instalado en el mundo global a partir de movimientos insurreccionales feministas y anarquistas (“terroristas” les llamaría el Departamento de Estado de Estados Unidos). Todo esto combinado con reseñas históricas de la revolución indianista y esbozos de la situación global, enfocándose en el uso “pachamamista” y exótico que se les da a las culturas “originarias” en países sudamericanos.
A primera vista es fácil observar las connotaciones políticas de tal propuesta literaria; sin embargo, a pesar de lo en boga que está la palabra liberación y de los complejos aspectos del devenir político de Bolivia en este momento, me parece más interesante reflexionar sobre la novela a partir de su riqueza narrativa en relación con un aspecto esencial: el método.
No tengo claro (y no creo que sea para nada importante) si se puede aplicar esta característica a una obra ficcional. Pero me parece que determinadas construcciones narrativas parten de un método determinado. Borges, en muchas de sus obras más interesantes, decide escribir la crónica de obras inexistentes; en sus palabras: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ese ya es un método, inconciente y particular, para empezar a crear. En la novela negra, particularmente en el tipo asociado a Chandler, Mcoy, Goodis, Hammet o Handley Chase, entre tantos otros, el método es simple. Acción pura y dura: un asesinato, una intriga, un tipo duro, una mujer fatal, un cachiporrazo y un final que devele todos los misterios. Murakami decide ir por otros derroteros: la acción es casi sólo una anécdota, en el fondo lo importante es la digresión, la reflexión sobre la existencia, sobre la muerte, sobre la incapacidad para sobrellevar la existencia sin pertenecer al dolor y a la inconformidad. Bolaño, en su quijotesca “2666”, decide partir de hechos existentes (los asesinatos de mujeres en Juárez) para elaborar una monumental obra literaria, un cobijo de palabras donde se intersectan extrañas historias de amor, de corrupción, de muerte, de regresos y de destinos inconclusos.
Estos son algunos modestos ejemplos donde se puede interpretar el método desde donde surge una obra. “De cuando en cuando Saturnina” plantea un camino distinto. En el fondo, elabora un escenario de ciencia ficción en el futuro para reflexionar sobre aspectos de la realidad social contemporánea. Las relaciones de discriminación y sometimiento en la Bolivia contemporánea, la (im)posibilidad de construir un ordenamiento social más libre, las características culturales y sociales de los indígenas elaboradas burdamente por nuestros pobres antropólogos, las relaciones de dominación a las que son sometidas las mujeres, las posibilidades de elaborar espacios de resistencia ante el monolítico estado de cosas ante el cual nos encontramos, la complejidad de la liberación política. Todo esto combinado con un extraño y encantador sentido del humor, un corrosivo y dilucidador uso del lenguaje en tres idiomas (español, aymara y spanglish) y una estructura infinita que, al igual que “Rayuela” de Cortazar, nos permite acercarnos a la historia desde muchas distintas entradas.
Queda otra connotación interesante en la novela: el camino de la liberación, el trastocamiento de las cosas, la posibilidad de construir otro orden. Y sobre este punto la novela parece ser absolutamente pesimista. Se puede cambiar la forma del Estado, pero el Estado sigue en pie. Se pueden cambiar las prácticas, pero las pulsiones centrales de los seres humanos siguen intactas. Esto ya sucedió antes en la Historia. La increíble cruzada benéfica de Sandino se convirtió, años después, en una burocracia de abusos y sinsentidos; el camino del Frente Farabundo Martí fue después nada más que un Partido Político peleando por pegas y dinero. Foucault ya lo sabía hace tiempo: el poder es microscópico y está en todos lados, más allá del régimen bajo el cual se sustenta. Por eso las heroínas de “De cuando en cuando Saturnina” intuyen un gobierno sin Estado antes que cambiar el Estado, una liberación femenina antes que política, una acción caótica y redentora antes que el Orden nuevo que reemplaza lo existente.
Pero tal vez toda esta tinta derramada no es más que cháchara, una interpretación absolutamente subjetiva y burda de la obra; tal vez las intenciones de Spedding eran totalmente distintas y esto no es más que una catarsis difusa de lo que me provocó la obra. No importa, una novela es siempre miles de novelas, desde que es publicada adopta infinitas formas y significados, muta desde lo subjetivo para crear distintos sentimientos. Desde ese lugar afirmo sin dudas que “De cuando en cuando Saturnina” es la mejor novela jamás escrita en Bolivia.