lunes, enero 29, 2007

“De cuando en cuando Saturnina”, el método y la liberación

“Jamás olvidare aquella transmisión. Aunque era octubre, invierno, esa noche no llovió. El cielo de Morazán estaba cuajado de estrellas. Mil de ellas tenían nombre.

Declaramos este 23 de octubre día de reivindicación por los mártires de la patria, por los asesinados en todos los caseríos y cantones de nuestro departamento, donde este verdugo masacró tantas vidas de inocentes. ¡Esta es Radio Venceremos, indestructible como nuestro pueblo!

Cuando acabamos el programa, Atilio nos reunió a todos:

- ¡Y ahora, llamen a los Torogoces y hagan fiesta grande! No nos alegramos por el muerto, sino por los que, ya sin él, podrán vivir.”

José Ignacio López Vigil, Las mil y una historias de Radio Venceremos.


Primera centena del siglo XXI. El mundo ya es sólo una plana aldea global signada por la tecnología y la exploración del espacio exterior. Los “Estados Jodidos de América”, China y otros países siguen dirigiendo el sentido de la civilización terráquea. En medio de todo este contexto, un país, llamado Bolivia, expulsa a los blancos dominadores, cierra herméticamente sus fronteras y construye un ordenamiento social, fundamentalista y arcaico, basado en los valores culturales indígenas del Tawantinsuyo. Este es, a muy grandes rasgos, el argumento de la novela de ciencia ficción “De cuando en cuando Saturnina” de Alison Spedding, antropóloga inglesa radicada hace más de quince años en Bolivia.

“De cuando en cuando Saturnina” esboza ficcionalmente la historia de Bolivia en el futuro, a partir del triunfo de la revolución indianista acaecida en el 2022. El intento del gobierno blanco de turno de acabar con los cocales en zonas rurales del país es la chispa que enciende una revolución que expulsa a los blancos, logra la separación de los departamentos orientales del país e instaura un gobierno basado en valores culturales aymaras liderado por una élite indígena que dirige un país separado del mundo, cuyo único contacto es la tecnología espacial boliviana. La historia es contada por dos mujeres bolivianas, ingenieras espaciales de primer nivel en el planeta, que se enfrentan con el estado de cosas instalado en el mundo global a partir de movimientos insurreccionales feministas y anarquistas (“terroristas” les llamaría el Departamento de Estado de Estados Unidos). Todo esto combinado con reseñas históricas de la revolución indianista y esbozos de la situación global, enfocándose en el uso “pachamamista” y exótico que se les da a las culturas “originarias” en países sudamericanos.

A primera vista es fácil observar las connotaciones políticas de tal propuesta literaria; sin embargo, a pesar de lo en boga que está la palabra liberación y de los complejos aspectos del devenir político de Bolivia en este momento, me parece más interesante reflexionar sobre la novela a partir de su riqueza narrativa en relación con un aspecto esencial: el método.

No tengo claro (y no creo que sea para nada importante) si se puede aplicar esta característica a una obra ficcional. Pero me parece que determinadas construcciones narrativas parten de un método determinado. Borges, en muchas de sus obras más interesantes, decide escribir la crónica de obras inexistentes; en sus palabras: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ese ya es un método, inconciente y particular, para empezar a crear. En la novela negra, particularmente en el tipo asociado a Chandler, Mcoy, Goodis, Hammet o Handley Chase, entre tantos otros, el método es simple. Acción pura y dura: un asesinato, una intriga, un tipo duro, una mujer fatal, un cachiporrazo y un final que devele todos los misterios. Murakami decide ir por otros derroteros: la acción es casi sólo una anécdota, en el fondo lo importante es la digresión, la reflexión sobre la existencia, sobre la muerte, sobre la incapacidad para sobrellevar la existencia sin pertenecer al dolor y a la inconformidad. Bolaño, en su quijotesca “2666”, decide partir de hechos existentes (los asesinatos de mujeres en Juárez) para elaborar una monumental obra literaria, un cobijo de palabras donde se intersectan extrañas historias de amor, de corrupción, de muerte, de regresos y de destinos inconclusos.

Estos son algunos modestos ejemplos donde se puede interpretar el método desde donde surge una obra. “De cuando en cuando Saturnina” plantea un camino distinto. En el fondo, elabora un escenario de ciencia ficción en el futuro para reflexionar sobre aspectos de la realidad social contemporánea. Las relaciones de discriminación y sometimiento en la Bolivia contemporánea, la (im)posibilidad de construir un ordenamiento social más libre, las características culturales y sociales de los indígenas elaboradas burdamente por nuestros pobres antropólogos, las relaciones de dominación a las que son sometidas las mujeres, las posibilidades de elaborar espacios de resistencia ante el monolítico estado de cosas ante el cual nos encontramos, la complejidad de la liberación política. Todo esto combinado con un extraño y encantador sentido del humor, un corrosivo y dilucidador uso del lenguaje en tres idiomas (español, aymara y spanglish) y una estructura infinita que, al igual que “Rayuela” de Cortazar, nos permite acercarnos a la historia desde muchas distintas entradas.

Queda otra connotación interesante en la novela: el camino de la liberación, el trastocamiento de las cosas, la posibilidad de construir otro orden. Y sobre este punto la novela parece ser absolutamente pesimista. Se puede cambiar la forma del Estado, pero el Estado sigue en pie. Se pueden cambiar las prácticas, pero las pulsiones centrales de los seres humanos siguen intactas. Esto ya sucedió antes en la Historia. La increíble cruzada benéfica de Sandino se convirtió, años después, en una burocracia de abusos y sinsentidos; el camino del Frente Farabundo Martí fue después nada más que un Partido Político peleando por pegas y dinero. Foucault ya lo sabía hace tiempo: el poder es microscópico y está en todos lados, más allá del régimen bajo el cual se sustenta. Por eso las heroínas de “De cuando en cuando Saturnina” intuyen un gobierno sin Estado antes que cambiar el Estado, una liberación femenina antes que política, una acción caótica y redentora antes que el Orden nuevo que reemplaza lo existente.

Pero tal vez toda esta tinta derramada no es más que cháchara, una interpretación absolutamente subjetiva y burda de la obra; tal vez las intenciones de Spedding eran totalmente distintas y esto no es más que una catarsis difusa de lo que me provocó la obra. No importa, una novela es siempre miles de novelas, desde que es publicada adopta infinitas formas y significados, muta desde lo subjetivo para crear distintos sentimientos. Desde ese lugar afirmo sin dudas que “De cuando en cuando Saturnina” es la mejor novela jamás escrita en Bolivia.

miércoles, enero 24, 2007

This Mortal Coil y la prevalencia del espíritu romántico

“Todo indica que los primeros hombres estaban más cerca que nosotros del animal; le distinguían de sí mismos pero no sin una duda mezclada de terror y de nostalgia”
Georges Bataille, Teoría de la religión

“He knows the use of ashes… he worships god with ashes”
The jeweller, "Filigree and shadow", This Mortal Coil

Hay un grupo olvidado en los trasfondos de la década (prodigiosa) de los ochenta que ha elaborado discos de una magnitud tal que no tienen nada que envidiarle a un "The Wall" de Pink Floyd, "Serpents Egg" de Dead Can Dance, "A Deeper Kind of Slumber" de Tiamat o Disintegration de The Cure en cuanto a álbumes-concepto se refiere. Ese grupo se llama This Mortal Coil (TMC) y puede ser visto como un breve pero hermoso hálito musical venido de otro mundo, de uno más puro quizás, o más oscuro, pero eso sí: ajeno al que conocemos.

Con tan sólo tres álbumes en su discografía, este nombre refiere en realidad a un dream team de la vanguardia post-punk nor-europea en lugar de un conjunto fijo de músicos. En realidad, lo que unifica a TMC es únicamente el concepto o, más aún, el aura de la estética que baña esta maravillosa aventura musical. En resumidas cuentas podemos decir que TMC es el experimento de un productor llamado Ivo Watts Russell, presidente y co-fundador de la (no tan) famosa compañía de discos 4AD. La propuesta de esta institución se caracteriza por una búsqueda de lirismo, poesía y densidad simbólica que aparecían escasos en el movimiento punk y post-punk tan en boga allá por inicios de los ochenta. Grupos como Dead Can Dance o Cocteau Twins son paradigmas de esta derivación introduciendo sonidos angelicales, exóticos y esotéricos, no ya como acompañamiento ambiental (o de transición), sino como contenido principal de la propuesta musical. TMC lleva esta experimentación al extremo y en total libertad creativa: Watts Russell se encarga de combinar a los músicos de su sello naciente para crear discos concepto con las más altas exigencias musicales y no así comerciales. Así, en 1984 aparece en las disqueras underground "It will end in tears”, en 1986 “Filigree and shadow” y en 1990 “Blood”. Decir si el primero o el segundo de los álbumes mentados es el “mejor” de TMC es a patear oxigeno, lo indudable es que “Blood”, a pesar de tener grandes momentos, es inferior a los dos anteriores. La discografía contiene participaciones de miembros de grandes grupos de la corriente como ser Cocteau Twins, Dead Can Dance, Cindytalk, English Speaking y Dif Juz (entre otros).

¿Qué es lo que tiene de especial este curioso proyecto? Quizás se puede resumir la respuesta con este oxímoron: la belleza de la melancolía o la melancolía de la belleza. Sí, estos dos elementos en apariencia opuestos están incondicionalmente ligados en las notas espectrales que infunde, no sin generar escalofríos, este grupo de músicos tocados, sin duda, por la más mágica de las varitas conocida como inspiración. TMC representa la persistencia del espíritu romántico, trascendiendo épocas y estéticas (en referencia al movimiento artístico puntual del siglo XIX conocido como romanticismo), jamás mejor encarnado que por el joven Werther, paradigmático héroe romántico goethiano. ¿En qué aspecto se puede leer en la propuesta musical de TMC vestigios de aquel gran movimiento del siglo XIX? El romanticismo es, ante todo, un manifiesto de nostalgia que había de nacer con la fría racionalización y objetivación del mundo que implica la revolución industrial y la ilustración. Sí, nostalgia es la palabra clave: nostalgia de la comunidad, de la naturaleza y la animalidad, nostalgia de la niñez, de la acción afectiva y del misterio de la muerte antes de la esclerótica visión “iluminada” del pensamiento científico. Lo interesante y desafiante de este movimiento es que prefiere sufrir la melancolía del paraíso perdido pre-moderno antes de buscar su reestablecimiento, como sospechando que ese “lugar” nunca existió en los hechos objetivos sino en un mundo ideal, estético, poseedor de una belleza impalpable en nuestra baja realidad. La manera de aproximarse a esa realidad es a través de la exaltación de los sentimientos, de la nostalgia que en los casos extremos deviene melancolía. El héroe romántico transita y explora los estados emocionales, desde la algarabía loca de vivir hasta las ganas implacables de morir, transfigurándolos en símbolos bellos, el héroe romántico figura la belleza y la inocencia perdidas para siempre ¿A caso esta tarea es posible sin entrar en un estado de profunda tristeza? El ser de un espíritu romántico está preso en un constante dilema entre la nostálgica evasión en el colorido y apaciguante mundo imaginal (al que se llega por vía de la inspiración) y la opaca existencia en un mundo de máquinas humanas y humanos maquinizados. Y si mencionamos la evasión como concepto clave del romanticismo, hay una que es mayor que todas las otras y esta es la muerte; este monstruo despiadado, temido y expulsado por la ideología moderna se transfigura ante los ojos de estos artistas y se convierte en benigno, maternal: en el romanticismo la muerte deviene una añoranza: he ahí el gusto por los paisajes lúgubres, por los edificios en ruina o los ambientes nocturnos.


Si el siglo XIX vislumbraba el advenimiento de un mundo guiado por el pragmatismo de la razón, el imperativo económico y el exilio del mundo espiritual a un nivel ontológico inferior, este siglo que nos toca vivir no ha hecho sino acentuar esta tendencia, y de una manera más fría, vana y carente de ideología – característica que no se les podía reprochar a la industrialización y democratización nacientes –. El espíritu romántico es la otra cara de la moneda y mientras persista la hegemonía simbólica de la modernidad, persistirá también esta contracultura que prefiere refugiarse en la noche negra y sus símbolos a ver bajo la luz de un sol cartesiano. Esto no quiere decir que toda contracultura que se enfrente al espíritu moderno sea romántica. El romanticismo se caracteriza, quizás, por la inactividad, la ensoñación y la resignación frente a otros grupos llamémosles “militantes”. El espíritu romántico no tiene acepciones políticas ya que lo que busca no está en este mundo: aspecto netamente platónico tanto por lo nostálgico (reminiscencia) como por dar importancia fundamental a lo estético como vía de trascendencia.

No es casual que a pesar de las hermosas canciones que componen el corpus TMC, éste grupo sea ignorado por la gran mayoría: su objetivo, fiel a la esencia romántica, nunca fue vender muchos discos, sino más bien quedar como una joya oculta. Al igual que el mentado movimiento del siglo XIX, que fue fundamental para las futuras vanguardias: simbolismo, novela gótica, surrealismo y mucho más; TMC, en el movimiento underground post-punk, sirvió de base a grupos (algunos muy difíciles de encontrar) que llevaron al extremo esta nostalgia romántica y postromántica haciendo referencia directa a Baudelaire (Elija´s Mantle) o a Poe (Sopor Aeternus), además de acercarse más a la instrumentación y estética de la edad media que a lo que hoy conocemos como rock.

Con temas como Song to the siren, I want to live, Strenght of Strings, Not me o Fond Affections, el oyente de TMC viaja por mundos melódicos; oscuros y a la vez coloridos, - donde la emoción cromática aparece mágicamente en el espíritu a través de notas combinadas como “flores del mal” –; océanos oníricos, donde bogan voces tanto masculinas como femeninas envueltas en dulce reverberación y ecos lejanos, casi crepusculares. El oyente atento de TMC se enfrentará a una belleza inconmensurable en la historia de la música underground y, si se encuentra en un estado de sensibilidad wertheriana, quizás se la piensa dos veces en volver al mundo opaco y torpe que habitamos en lugar de apostar por uno mucho más puro y lejano.


Escuchar: Song to the Siren, "It Will End in Tears", This Mortal Coil


*Por razones de orden técnico la canción Another Day no está disponible actualmente

viernes, enero 19, 2007

"Mantra", una recitación de El Pancracio


Desde la aparición del Google Earth, herramienta satelital que nos deja la observación desde las alturas de las ciudades más importantes del orbe, permitiéndonos localizar calles, boliches, garitos, terrazas (y con alguna suerte, una vecina bronceándose) y sitios estratégicos de nuestro discurrir por una y otra ciudad, nos parece haber avanzado un paso más al control que tenemos sobre el espacio en el que vivimos.

Lamentablemente, o con mucha más razón, felizmente las ciudades no son meras fotografías aéreas ni se reconocen como tales sólo por tan coqueto artificio, sino que Google Earth es incapaz de penetrar en el tiempo de esas ciudades y por ende las andanzas que llevan a cabo los habitantes de las mismas, o sea es ajeno a los impenetrables personajes y tradiciones que hacen de una ciudad una ciudad.

El escritor argentino Rodrigo Fresán, amante incondicional de la cultura pop(ular) ya sea del Londres de los Beatles y de Antonioni (en su novela “Kensignton Gardens”), o del México D.F. de los enmascarados y de los mariachis, nos presenta en su novela “Mantra” una suerte de experiencia Google Earth del D.F. pero no inerte, sino dotada de un remolino de vida, tradiciones, olores, sabores, anécdotas, asesinatos, personajes locales, personajes extranjeros y un enorme e inconmensurable etcétera.

“Mantra” es una novela de muchas cosas, entre ellas de tumores cerebrales bautizados y personalizados o de terremotos apocalípticos, pero no me interesa hablar de eso, sino de un descubrimiento no menos que fascinante que me otorgó la novela: El Pancracio.

¿Qué es El Pancracio? Es sin duda una de las tradiciones más conocidas y arraigadas del pueblo mexicano, la lucha libre, la cual hasta la lectura de “Mantra” nunca supe que también ostentaba un apelativo tan peculiar como carismático: El Pancracio.

El incipiente interés que yo guardaba por la lucha libre mexicana se magnificó exponencialmente al conocer nombre tan célebre y galán el cual me provocó desternillarme de risa e interesarme con profusa fruición sobre esta acepción y el quehacer en torno a ella. La suerte acaecida es que Fresán no se conforma en aludir a ese sustantivo sino que lo desarrolla de manera extraordinaria durante el libro, ya que “Mantra” es como un diccionario de cultura popular mexicana donde se entremezclan asuntos y tradiciones tan variopintas como el pancracio y sus emblemáticos luchadores enmascarados; las telenovelas mexicanas que son en palabras del autor “serpientes emplumadas que se convierten en culebrones plumíferos” y que se nutren de la vida real para exagerarla deviniendo en vida real de la que otra vez se nutrirá la serpiente; los mariachis, tan machos y viriles ellos que entonan canciones “de victorias derrotadas o de derrotas victoriosas” y que para evitar la fuga rockanrrolesca de uno de sus vástagos el magnate televisivo Max Mantra manda a componer para su hijo Carlos Carlos “una ranchera perfecta, irresistible, en perfecta sintonía con el inconsciente colectivo de la nación” de lo que nace la memorable “Te ordeno que me perdones” que reza “Te ordeno que me perdones/ Por lo que te hice y lo que te haré/ Más vale que me perdones, si no tomaré sanciones/ Y mis pistolas vaciaré” que huelga decir que fue un éxito instantáneo; también se encuentran en “Mantra” una pléyade de respetadísimos (y no tanto) personajes culturales, políticos o mediáticos de todo el mundo como ser Boris Karloff, Speedy González, Andre Breton, Sam Peckinpah, Bob Dylan, León Trotsky, Rod Serling, William Burroughs y el mismísimo maestro Buñuel entre tantos otros que deambulan por México incautos ellos padeciendo maldiciones ancestrales como ser la infame Venganza de Moctezuma que “es la revancha de un emperador que fue un anfitrión demasiado bueno y que pagó por ello y desde entonces la hospitalidad mexicana sigue siendo vigorosa y desinteresada porque los dueños de casa saben que Moctezuma y su Venganza se encargarán de ajustar cuentas con los indeseables”; y así tantas pero tantas cosas que no se pueden resumir, por lo que vamos a optar sólo tratar ese fascinante arte “marcial” de piruetas y cabriolas corporales conocido como El Pancracio.

El hilo conductor o guía que nos va desvelando las maravillosas aristas de El Pancracio como tradición popular, es el titánico personaje bautizado en el registro civil por sus píos padres como Jesús Nazareno y de Todos los Santos Mártires en la Tierra Fernández, quien luego devendrá en el luchador enmascarado Black Hole, y es él quien, en su convalecencia en la clínica tras un trágico accidente, iniciará al protagonista de la segunda parte de la novela Estrellito, el niño espacial, como a los lectores, en el esoterismo y rituales del Pancracio.

Black Hole, personaje de gran sensibilidad hacía la vida y gran parte de sus facetas, pertenece dentro de la categoría y estilo de los luchadores a los técnicos que son “los buenos, los artistas, los que pelean limpio” y que luego por no menos que amargas vicisitudes tuvo que mudar a los rudos que son “los malos, los deshonestos, los que pelean sucio y llevan el pelo largo”. Nunca ajeno, él, a las grandes cavilaciones y a los temas intrínsecamente humanos se alineó a la filosofía existencialista, heredada de su mentor El Francés (Scaramouche El Magnífico era su nombre de guerra) quien a su muerte le pidió como última voluntad que filmara “una película de luchadores enmascarados, pero del tipo existencialista con estética nouvelle vague”.

Así que de la mano de Black Hole vamos recorriendo un vademécum del Pancracio en el cual aprendemos los nombres de las llaves y contrallaves más reputadas como ser La Tapatía, La Desinfectante, La Hurracarrana o La Existencialista, así como también los nombres de vastos luchadores como ser El Cónsul Britanico (obviamente perteneciente a los rudos), Fiebre Aftosa, Lujo Asiatico, El Brazo, El Otro Brazo, Prótesis, Mucho Macho, Mucho Más Macho, El Más Macho de los Tres y sin olvidar a los míticos Santo, Huracán Ramírez, Blue Demon o Mil Máscaras. Cuenta a su vez Black Hole el ritual bautismal del pancracio allí en la sima piramidal de Teotihucán donde se recita con ínclita solemnidad el código de honor de los luchadores del Pancracio como dice Black Hole “aquí . . . donde es más fácil hablar con Dios que pelear con nuestros semejantes” y donde reza “dignificaré la Lucha Libre y la adoraré como un Arte, como una Ciencia, como una Madre, como una Diosa” tanto creía Jesús Nazareno en esto que se portaba inclemente y porfiado al aseverar que es falso calificar al Pancracio como tongo, circo, maroma, pantomima o teatro, él como pocos defendió, con la enjundia que lo caracterizaba, su arte a ultranza.

Ya retirado Black Hole contaba sus gestas en una cafetería llamada “El Cuadrilatero” donde se apagaban los ígneos incendios gastrointestinales a partir de “Chaparritas”, una bebida de un radioactivo color anaranjado, que acudía cual bombero a apagar el fuego “recién cuando ya no queda árbol en pie que apagar”, ya que como todo buen mexicano y luchador, el picante y las tortas el Gladiador (especialidad de la casa) eran sus otras locas pasiones.

Lamentablemente Black Hole nunca pudo hacer honrar la voluntad última de El Francés, ya que en su incursión a tierras francas para la filmación de la película a ser titulada “La vida existencialista de un luchador enmascarado mexicano”, acaeció una insospechada calamidad que privó a nuestro héroe de su mano izquierda al ser pisoteada por un colosal proboscidio en la filmación de una peculiar escena de la cual carecemos de contexto lógico y cinematográfico. Según Black Hole la película no iba a ser “la típica payasada de cine-pancracio y sólo podrá filmarse en Francia, centro existencialista del universo”. Black Hole denostaba la frivolidad con que tomaban su arte cinematográfico otros luchadores como el Santo y Blue Demon que combatían contra “monstruos que daban más lástima que miedo” como ser las Mómias de Guanajuato o las Mujeres Vampiro, clásicos del cine-pancracio.

Black Hole al padecer el oprobio de convertirse en un rudo llamado Mano Muerta (tras su accidente fílmico) y no poder ejercer su vocación existencialista representando tal papel dejó la Lucha Libre para vivir en el recuerdo de sus fanáticos más acérrimos como aquel que defendió El Pancracio como se debe, enarbolando la bandera de los buenos, de los enmascarados ya que se dice que “el clásico máscara contra cabellera no es otra cosa que la puesta en escena, una vez más, del Bien contra el Mal”, en esta maniquea disyuntiva, nuestro héroe, fiel a sus valores y su existencial filosofía, no rengueó en denuedo para hacer de su arte, parafraseándolo, algo que se aprecie, algo para encariñarse y darle por eso su valor necesario. Murió Black Hole víctima de asesinato a manos de un enajenado y como se recordó en su necrológica “no sólo fue un verdadero gladiador contemporáneo sino, además, un auténtico patriota” y acotaría, para mi, un guía y un gurú de todo eso que significa y entraña ese arte popular llamado El Pancracio.

Así es como Rodrigo Fresán nos da tiempo, vida y mitología a nuestro Google Earth mexicano donde sin haber pisado tan frenética, caótica y maravillosa urbe, ahora podemos buscar con un peculiar conocimiento de causa y ubicación cafeterías como “El Cuadrilatero” o antros del Pancracio como la “Arena Asesina” de Tepito, “el centro del universo del souvenir horripilante”. Pero creo que dos cosas se nos quedan en incógnita, tanto para Fresán como para nosotros, y es la verdadera etimología del broncíneo apelativo Pancracio (si se debe a una culta elocución griega, a un santo patrón de la Lucha Libre, a una calle donde se practicaba o a algún dadivoso patrocinador del deporte en sus inicios) y que fue de, si es que existió, la única telenovela que hubo sobre el Pancracio, “La fuerza de la pasión”. Yacen las incógnitas, por suerte ahora nos quedan las pesquisas.

viernes, enero 12, 2007

La blogósfera y la segunda Babel


Disfruto semana a semana de las variopintas reflexiones del blog el “lar de los conformes disconformes” y como los blogs se consolidaron como medios de comunicación, tribunas de ideas y arte, papeles de confesiones salvajes y cotidianeidades tan intrascendentes como entretenidas me animé a hacer algunas reflexiones sobre la andadura de esta centenaria y joven ciencia de las telecomunicaciones que por ser la infraestructura de una nueva sociedad asume un impensado poder.

“Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado” dice Orwel en “El león y el unicornio”. Lo ha dicho por una razón muy simple, la historia es opinión. Lewis Carroll le hace preguntar a su Alicia en el país de las maravillas “¿Entonces cuál es la clave?” Y le hace recibir esta respuesta: “La clave, querida Alicia, es saber quién escribe la historia”. Las telecomunicaciones hoy, son las que tienen ese poder de escribir y reescribir la historia.

Las telecomunicaciones surgen a fines del siglo XIX, digitales y portando datos por el cable del telégrafo gracias al talento de Morse y Wheatstone. Se vuelven inalámbricas con Maxwell y Marconi: el genio de Maxwell descubre el Telecosmos y verifica que fenómenos como el sordo ruido de Johnson, la energía eléctrica, las ondas de radio, el calor, la luz y los chillones radio gamma, pueden escribirse con una expresión matemática común y conforman el espectro electromagnético. Guglielmo Marconi echa a andar el futuro cuando emite inteligencia a través de ese magnífico fluido imaginario llamado éter.

De ahí, sin solución de continuidad, aparecerán el teléfono, la radio, la televisión, los cables submarinos, las microondas, los satélites, las redes celulares, la Internet y con la red: el e-mail, el Chat y el webblog.

Las telecomunicaciones se reinventan y luego de esa hégira por el mundo analógico de la telefonía vuelven adonde empezaron: a lo digital y los datos. Hacen una simbiosis con la informática para crear la Telemática y convertirse en la infraestructura de una nueva era. De una nueva Sociedad, que es llamada “sociedad de la información y del conocimiento” y este es el hecho que le da trascendencia al desarrollo de esta tecno-ciencia.

Efectivamente, estamos inmersos desde hace algunas décadas en una gran transformación, en un salto cuántico de la historia, en una revolución tecnológica de amplio espectro, análogo al de la revolución agrícola que duraría miles de años o el de la revolución industrial que abarcaría los últimos tres siglos.

Su devenir ha puesto en cuestión y esta interpelando nuestros sistemas políticos, económicos, sociales, religiosos, e incluso nuestros valores. Una nueva civilización está emergiendo, alterando el modo en que vivimos, trabajamos, estudiamos, nos organizamos, nos comunicamos e interactuamos.

Es un hecho, como decía Paul Valery, que el futuro ya nunca más será lo que era. Lo que estamos viviendo es el principio de algo pero, sobre todo, es el final de mucho.

Históricamente, una de las preocupaciones fundamentales de las sociedades ha sido la de lograr desarrollar sistemas de comunicación para romper el aislamiento y la distancia. En la época moderna, primero fueron las hidrovías, después las ferrovías, posteriormente las rodovías y las aerovías, y hoy son las infovías, las que, fundamentalmente, vinculan a los hombres.

Las infovías son las autopistas extendidas a lo largo y ancho de toda la geografía actuando como el siste-ma nervioso de la sociedad de la información y sir-ven de vehículo relacional entre los hombres rompiendo los paradigmas de espacio y de tiempo.

Técnicamente, las células que han permitido su desarrollo son las Tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Hacen su aparición como consecuencia de la masificación de los medios en el entorno de la digitalización y la convergencia, generando una plataforma multimedia que permite todo intercambio de información inteligente a través de tecnologías.

Su vertiginoso crecimiento se ha basado en una regla empírica, conocida como Ley de Moore, que afirma- a modo de profecía- que la densidad de transistores de un circuito integrado se duplica cada dieciocho meses. Doble de transistores, doble de potencia de procesamiento. O mitad de precio a igualdad de prestaciones.

Los alcances del crecimiento exponencial de la ley de Moore han ido abarcando, otros rubros-seguramente no pensados en 1965 por aquel vidente ingeniero de la Fairchaild, como el ancho de banda, la capacidad de almacenamiento en disco duro, las memorias, los terminales móviles y otros productos que utilizan microchips.

Hoy es casi audible la velocidad del cambio y la verificación de esta ley por la variación de los costos, prestaciones y ciclo de vida de los celulares que son los dispositivos que se han democratizado con mayor velocidad.

Agenda, videojuegos, cámara fotográfica, reproductores de música MP3, sintonizadores de FM y TV, y todo lo imaginable, pronto tendrán balcón con vista al mar, cochera, cuarto de empleadas, yacuzzi, pequeño baño privado.

Parecen no tener límite las facilidades y las aplicaciones de un dispositivo, que, en muy pocos años ha superado primero a las PC, el pasado año a los teléfonos fijos y recientemente a los receptores de TV y que aparecería como el símbolo de la nueva Sociedad de la Información y del Conocimiento, como lo fueron el arado y la locomotora de la Sociedad Agrícola e Industrial respectivamente.

Estamos ahora en un período de cambio llamativamente rápido. Hace tres décadas no existían el ordenador personal, ni el fax, ni los videos y la televisión por cable recién empezaba. Hace quince años el enorme teléfono celular era un artículo de pocos. Cinco años atrás la gente no usaba buscadores de Internet, y tres años atrás la gente no usaba el término blog.

Pero el paso del cambio tecnológico continuará acelerándose, como decía un gurú de la industria “Las telecomunicaciones tienen la temporalidad del perro donde cada año vale por siete” Todo ello y a previsión de una generalización de los sistemas multimedia nos ofrece un panorama afín a lo que McLuhan previó en su aldea global.

En resumen hoy estamos construyendo algo que yo llamo la Segunda Babel, infinitamente más poderosa que aquella primera torre de conexión entre el cielo y la tierra, de la que Jehová dijo: “He aquí que todos forman un solo pueblo y hablan una sola lengua y éste es el comienzo de sus empresas. Ahora, ningún designio será irrealizable para ellos”. Ustedes recordarán que Jehová se opuso a esos designios comunicativos y socializantes nuestros, así que expeditivamente confundió las lenguas para que no pudiésemos entendernos los unos con los otros, y nos dispersó por toda la faz de la tierra. Esperemos que haya cambiado de opinión y nos apruebe las infovías y nos dé la sabiduría de manejar con modestia y responsabilidad social una herramienta o instrumento que, habiendo roto los paradigmas de distancia y aislamiento, nos podrá trasladar a cumplir la agenda del siglo XXI sin haber cumplido, siquiera, la agenda del siglo XX.

Si así lo hacemos, estaremos contribuyendo a escribir la Historia de una sociedad más justa, equitativa y solidaria, donde todos los habitantes de la ciudad y el campo puedan estar más comunicados entre sí y con el mundo.

Megabitio

lunes, enero 08, 2007

De fiambres, energúmenos y fascismos gastronómicos


Una de las rutas paceñas más reconocidas a nivel mundial es aquella de comidas callejeras, donde los hamburgatos y las perraguesas inflan su petulante pecho al ser las delicias más apreciadas y devoradas por los comensales. Los quioscos de metal, azul generalmente, con ese típico olor a aceite o kerosene chamuscado, adornan nuestra urbe dotando al ciudadano de un exquisito manjar hasta altísimas horas de la noche (bálsamo recuperativo de los “mareaditos”) y a módicos precios accesibles para el bolsillo más exiguo.

De tal modo y haciendo referencia a nuestras anteriores palabras nos toca dejar para la posteridad la visita a un personaje cuya fama se ha expandido por cada rincón paceño. Hombre viril y gallardo, perenne malgeniudo, con bigote enrizado y cachucha de olor fiambresco, aposentado en su carrito de martes a domingo, para dotar al populacho del indescriptible deguste de su aceitosa, picante y abundante salchipapa, así es señores, fuimos al encuentro del “Salchipapa Nazi”.

Para quienes lo identifican, saben de su habitual ubicación, para los que no las coordenadas son las siguientes: Av. Busch casi esquina Díaz Romero, carro grande, viejo y herrumbroso; fue ahí donde nos apersonamos el día martes de la pasada semana, en la copiosa y habitual fila que corresponde realizarse antes del bocado encontramos a un historiador de la ventura de nuestro hombre; casero fiel, taxista que sabe de la vida nocturna y de los mejores rincones gastronómicos y etílicos de la ciudad, nos contaba de aquel tiempo, ocho años atrás, cuando las escasas raciones del Nazi iban a llevar a él a la quiebra y a sus clientes a la inanición. Pero el gremio de los taxistas lo exhortó a no medir en cantidad y en el grosor del fálico ingrediente y así la contundencia de su producto, sin menoscabar la peculiar sabrosura de su densa mayonesa, lo llevo en pocos meses a una fama sin precedentes para una persona de su oficio. Las colas se multiplicaron, las ventas crecieron exponencialmente y los carajazos se quintuplicaron, sobre todo a sus hijas, víctimas por excelencia de este sádico individuo, que fueron tildadas de guasas, malcriadas, boconas, ingratas, torpes, burras y de otros improperios más que nos es imposible reproducir por consideración a nuestros lectores.

Su malhumor le permitía darse cualquier lujo con sus adictos clientes: rehusarse a venderles, expulsarlos de la cola, incluso mostrar el bufo, alias la fría, cuando había algún amague de que alguien se largue sin pagar su consumición. Hoy después de tantos años y tantos colerones el hombre sigue impertérrito ante las quejas y firme en los constantes carajazos que reparte a diestra y siniestra, porque no es más, sus salchipapas son hoy por hoy, insuperables.

Los férreos y vilipendiados clientes del Nazi
Muchos y tremendamente adictos

martes, enero 02, 2007

Sobre el amor, la pérdida y la memoria. Apostillas a "2046" de Wong Kar-wai


Wong Kar-wai posee una de las miradas visualmente más fascinantes y temáticamente más conmovedores que posee el cine actual, con ocho largos en su haber ha cubierto un amplio rango de registros como ser el frenetismo de “As tears go by” o de “Fallen Angels”, o en cambio el lirismo de “In the mood for love” o “Happy together”, todas con el desencuentro amoroso como temática común.

El amor imposible, perdido es el tema esencial del cine de Wong, quien no puede ser entendido como otra cosa que un nostálgico añorante. La memoria es un componente esencial para entender al honkonés. Tal como lo hiciera Proust a principios del s. XX, ambos se encuentran “en busca del tiempo perdido”, en busca de esas personas y momentos que son irrecuperables a no ser por la memoria y la evocación. Cada recuerdo es para los personajes de Wong un estigma que llevan quemado en el corazón, y que se convierte en motor de sus vidas tanto para adelante como para atrás. Ese instante perdido nos remite al sentimiento más profundo que hay: el sentimiento de pérdida. El aquel entonces, ese otrora, esa pérdida es el sinónimo mismo del amor. El amor jamás es presente, el amor será siempre pretérito, un instante pasado, existente, pero perdido; por ende el amor sólo vivirá en la memoria, en el recuerdo y todo el discurrir existencial de alguien será darle sentido a ese recuerdo, a envolverlo nuevamente, a vivirlo, a no olvidarlo, a hacerlo prevalecer ante todo, ya que es el único resquicio que nos liga al sentimiento sumo del amor.

Por eso Wong liga su cine tanto a otro sentimiento crucial, que es el deseo. La idea de que el amor sólo es pretérito, se complemente con la idea de que el deseo solo existe si es que hay incompletud, el momento en que es deseo se hace carne deja de ser deseo y se vuelve en efímera fogosidad, y por eso, como la memoria, para mantener el deseo, el deseo debe comprenderse de una latencia eterna, jamás cumplirse, ya que si se cumple desaparecerá para siempre. El deseo insatisfecho tiene un pacto con la eternidad, el deseo cumplido pierde su nombre y firma un pacto con la muerte y el olvido.

Por eso siguiendo la estela de “In the mood for love”, película que gira en torno a ese ferviente deseo de poseer al ser amado que nunca se consuma, viene “2046”, una aparente secuela de la anterior donde el personaje se embarca en un viaje literario hacía el 2046, un lugar donde se recuperan las memorias perdidas, un lugar donde uno encontrará su verdadero sino, o sea, el verdadero sentido que ese deseo reprimido y ese amor prístino ha dado a todo su existir anterior y posterior. El viaje al 2046 es la pretensión de hacer realidad esa memoria, el recuerdo como vivencia, para dotar de sentido a toda la realidad que sin ese recuerdo pasa a ser un mera irrealidad.

“2046” es para el espectador como para el personaje una travesía, una conmovedora experiencia visual y un adentramiento a los recovecos más íntimos de una alma humana que está herida, y que ninguna lágrima puede sanar. Para finalizar vamos a citar el sentir de Chow Mo Wan, personaje de esta extraordinaria travesía fílmica, pero sobre todo el sentir de Wong Kar-wai, el evocador, añorante y deseoso labrador de una maravillosa obra fílmica, donde no hace más que colocar sus sentimientos más profundos y apremiantes. “El amor es una cuestión del momento adecuado. De nada sirve conocer a la persona ideal mucho antes o mucho después. Si yo viviera en otro lugar, en otro tiempo . . . mi historia podría tener un final diferente”.