Una de las rutas paceñas más reconocidas a nivel mundial es aquella de comidas callejeras, donde los hamburgatos y las perraguesas inflan su petulante pecho al ser las delicias más apreciadas y devoradas por los comensales. Los quioscos de metal, azul generalmente, con ese típico olor a aceite o kerosene chamuscado, adornan nuestra urbe dotando al ciudadano de un exquisito manjar hasta altísimas horas de la noche (bálsamo recuperativo de los “mareaditos”) y a módicos precios accesibles para el bolsillo más exiguo.
De tal modo y haciendo referencia a nuestras anteriores palabras nos toca dejar para la posteridad la visita a un personaje cuya fama se ha expandido por cada rincón paceño. Hombre viril y gallardo, perenne malgeniudo, con bigote enrizado y cachucha de olor fiambresco, aposentado en su carrito de martes a domingo, para dotar al populacho del indescriptible deguste de su aceitosa, picante y abundante salchipapa, así es señores, fuimos al encuentro del “Salchipapa Nazi”.
Para quienes lo identifican, saben de su habitual ubicación, para los que no las coordenadas son las siguientes: Av. Busch casi esquina Díaz Romero, carro grande, viejo y herrumbroso; fue ahí donde nos apersonamos el día martes de la pasada semana, en la copiosa y habitual fila que corresponde realizarse antes del bocado encontramos a un historiador de la ventura de nuestro hombre; casero fiel, taxista que sabe de la vida nocturna y de los mejores rincones gastronómicos y etílicos de la ciudad, nos contaba de aquel tiempo, ocho años atrás, cuando las escasas raciones del Nazi iban a llevar a él a la quiebra y a sus clientes a la inanición. Pero el gremio de los taxistas lo exhortó a no medir en cantidad y en el grosor del fálico ingrediente y así la contundencia de su producto, sin menoscabar la peculiar sabrosura de su densa mayonesa, lo llevo en pocos meses a una fama sin precedentes para una persona de su oficio. Las colas se multiplicaron, las ventas crecieron exponencialmente y los carajazos se quintuplicaron, sobre todo a sus hijas, víctimas por excelencia de este sádico individuo, que fueron tildadas de guasas, malcriadas, boconas, ingratas, torpes, burras y de otros improperios más que nos es imposible reproducir por consideración a nuestros lectores.
Su malhumor le permitía darse cualquier lujo con sus adictos clientes: rehusarse a venderles, expulsarlos de la cola, incluso mostrar el bufo, alias la fría, cuando había algún amague de que alguien se largue sin pagar su consumición. Hoy después de tantos años y tantos colerones el hombre sigue impertérrito ante las quejas y firme en los constantes carajazos que reparte a diestra y siniestra, porque no es más, sus salchipapas son hoy por hoy, insuperables.
Los férreos y vilipendiados clientes del Nazi
Muchos y tremendamente adictos
De tal modo y haciendo referencia a nuestras anteriores palabras nos toca dejar para la posteridad la visita a un personaje cuya fama se ha expandido por cada rincón paceño. Hombre viril y gallardo, perenne malgeniudo, con bigote enrizado y cachucha de olor fiambresco, aposentado en su carrito de martes a domingo, para dotar al populacho del indescriptible deguste de su aceitosa, picante y abundante salchipapa, así es señores, fuimos al encuentro del “Salchipapa Nazi”.
Para quienes lo identifican, saben de su habitual ubicación, para los que no las coordenadas son las siguientes: Av. Busch casi esquina Díaz Romero, carro grande, viejo y herrumbroso; fue ahí donde nos apersonamos el día martes de la pasada semana, en la copiosa y habitual fila que corresponde realizarse antes del bocado encontramos a un historiador de la ventura de nuestro hombre; casero fiel, taxista que sabe de la vida nocturna y de los mejores rincones gastronómicos y etílicos de la ciudad, nos contaba de aquel tiempo, ocho años atrás, cuando las escasas raciones del Nazi iban a llevar a él a la quiebra y a sus clientes a la inanición. Pero el gremio de los taxistas lo exhortó a no medir en cantidad y en el grosor del fálico ingrediente y así la contundencia de su producto, sin menoscabar la peculiar sabrosura de su densa mayonesa, lo llevo en pocos meses a una fama sin precedentes para una persona de su oficio. Las colas se multiplicaron, las ventas crecieron exponencialmente y los carajazos se quintuplicaron, sobre todo a sus hijas, víctimas por excelencia de este sádico individuo, que fueron tildadas de guasas, malcriadas, boconas, ingratas, torpes, burras y de otros improperios más que nos es imposible reproducir por consideración a nuestros lectores.
Su malhumor le permitía darse cualquier lujo con sus adictos clientes: rehusarse a venderles, expulsarlos de la cola, incluso mostrar el bufo, alias la fría, cuando había algún amague de que alguien se largue sin pagar su consumición. Hoy después de tantos años y tantos colerones el hombre sigue impertérrito ante las quejas y firme en los constantes carajazos que reparte a diestra y siniestra, porque no es más, sus salchipapas son hoy por hoy, insuperables.
Los férreos y vilipendiados clientes del Nazi
Muchos y tremendamente adictos
4 comentarios:
¡Pues vaya! Ya puede ser bueno el producto, que está claro que por simpatía no es...
Un saludo!
De paladar esquisito no soy pero de grasas, fiambres, y aceites reciclados, me pudo considerar como un consumidor regular, la verdad no tuve en placer de probar las delicadesas culinarias del nazi, pero como me lo presentan y los comentarios que pude escuchar hasta me da miedo pararme al frente de su acorazado azul, pero si es el precio a pagar por un buen ramillete de chorizos y papas fritas que se le va a hacer.
un saludo queridos lads.. : Alva, a esos mis dos Kinky Scottish y la jerga de delincuentes cubiteleros
Chubi
Aunque tememos que el "Nazi" se entere de la autoría de éste artículo e incendie este blog (si es que eso es posible) certificamos la calidad del producto a regañadientes.
Saludos a Rosenrod y a Chubi!!
PD: El comentario suprimido aunque lo parezca, no es un atropello de fascismo blogero sino un experimento fallido del webmaster y la primera certificación de su inutilidad como tal (mea culpa).
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