En un cuaderno de tapas negras había un aire de cosas muertas."
Eduardo Mateo y Fernando Cabrera, Por ejemplo.
Durante demasiado tiempo, el pensamiento social estuvo marcado por varias obsesiones absurdas. Intentar ser científico, construyendo métodos y discursos sofisticados que creían construir un prestigio alejado del sentido común. Intentar ser científico, construyendo ideas y nociones desde escritorios amurallados contra el mundo, usando como fuerza vital del pensamiento libros añejos antes que la realidad de los sujetos protagónicos de sus cavilaciones. Intentar ser verdadero, persiguiendo (e intentando demostrar) una verdad inalcanzable, una certeza inexistente, buscando anular una duda eterna. Los motores de la ciencia social tradicional siempre estuvieron marcados por las frías verdades por sobre las motivadoras dudas, por los alejados métodos que por la interacción con las personas, por el ego del conocimiento que por la intensidad de la creatividad. Como dice un personaje de un corto cinematográfico de dos entrañables amigos: "La sociología carece totalmente de glamour".
Dentro de este inhóspito y desesperanzador paisaje del siglo pasado, hay un sociólogo que parece caminar y pensar a contracorriente: Erving Goffman. Mientras la mayoría se preocupaba por las abstracciones (inexistentes sistemas y estructuras), él se concentraba en las pequeñas interacciones que marcan el fundamento de la existencia de los seres humanos. Mientras la mayoría construía lejanos métodos para acercarse a sus "informantes", él se sentaba a observar con los ojos bien abiertos y a hablar con la gente con admiración y asombro. Mientras la mayoría buscaba la gran ley que explicara, por fin y de una vez por todas, el funcionamiento de la sociedad, él planteaba una teoría chiquita y sugestiva. Mientras la mayoría defendía su ego y demonios internos a través de la promulgación de la verdad incuestionable de sus postulados, él construía postulados subjetivos y con validez parcial y relativa. Mientras la mayoría construía un discurso inasible y complicado para defenderse de futuras críticas y alejarse del vulgo, él plantea sus hallazgos desde un discurso simple y eficaz, como esas narraciones a las que uno vuelve cada tanto, y lo siguen conmoviendo. Erving Goffman, sociólogo canadiense, nacido en 1922, en medio de la dictadura científica.
Desde la observación de la interacción de los habitantes de la isla de Shettland construyó las bases de su propuesta teórica (sólo mirar le sirvió para entender, no hicieron falta complejas encuestas, talleres o entrevistas; mirar es cada vez más difícil: las luces de la computadora y la televisión, y la tinta de los libros, son nieblas que complejizan esta tarea): la vida social es, esencialmente, una actuación basada en ofrecer al otro la imagen que él espera de nosotros. Y viceversa. Así, la acción social es solamente un papel que desempeñamos en base al guión determinado por la situación y por las personas con las cuales interactuamos. Nuestra existencia es un desfile de máscaras que vamos cambiando en base al contexto en el cual nos encontramos.
En cada interacción cotidiana, formamos parte de una actuación marcada por un escenario y una audiencia, por una puesta en escena con objetivos determinados y por una fachada que es necesaria para que la actuación sea satisfactoria. Somos, entonces, solamente actores dentro de una maquinaria teatral inmensa que va marcando, en base a diálogos y direcciones aprendidas hace tiempo, nuestro camino por estas tierras. Para cumplir nuestros roles, llevamos disfraces (un terno, el cabello largo), máscaras (una sonrisa hipócrita cuando vez que tu tía abuela te vuelve a regalar medias por tu cumpleaños), objetos de utilería (unas flores para pedir disculpas por la borrachera y el escándalo de la noche anterior), un guión (el buen trabajador que uno es en una entrevista, lo bien que te va en el colegio con tus padres), un decorado (limpiar tu departamento cuando por fin crees que podrás romper la férrea resistencia de tu pareja). Cada día, cada momento, cada situación, es una interpretación que se construye en base a la idea de lo que el resto piense de nosotros.
Pero esta actuación, dice Goffman, no es sólo individual. Nuestras interpretaciones también son colectivas, también actuamos en equipos. La familia que se presenta armoniosa e ideal frente a otros (sea el jefe o los amigos); cada funcionario de un hospital, de un banco, de una oficina, que desarrollan papeles determinados para mostrar eficiencia; los miembros de un restaurante que te ocultan (desde el chef hasta el mesero) que acaban de tirarle un brutal estornudo sobre tu pasta primavera. Nuestras actuaciones, muchas veces, se sincronizan con las de otras personas para que la interpretación sea satisfactoria frente a los ojos de nuestra audiencia. Audiencia que también es un equipo.
Sin embargo, estas actuaciones, ya sean individuales o colectivas, no son cínicas. No es que estamos todos actuando premeditadamente, jugando todos entre la hipocresía y el aparentamiento. El problema es más complejo, nuestras máscaras han sido puestas desde lejos. Desde la escuela, desde la familia, desde la maquinaria que nos obliga a ser sujetos sociales. De ahí que nuestras actuaciones son naturales, sin "premeditación y alevosía", afines a una tradición heredada de tiempos lejanos. Por eso los únicos que rompen esa continuidad son los niños, seres donde las máscaras todavía no se han asentado totalmente. Llegas a una importante reunión familiar y la comida es horrible, todos intentan comer aparentando satisfacción. La anfitriona pregunta si el manjar está exquisito. Todos asienten, ocultando el desagrado que corre por sus paladares, el niño no calla: "Esto está horrible".
La sociología como género literario. Encontrar estas características profundas de nuestra vida como seres humanos y manifestarlas con tanta elocuencia y eficacia. Entender que tal vez nuestra identidad sólo es una actuación determinada, que nuestros pasos son guiados por un entorno particular. Develar al ser humano sin necesidad de artificios y egos académicos. Esa es la sociología que me gusta, esa es en la que quiero estar.