Al terminar de ver W. de Oliver Stone sólo me queda una cosa clara: si George Bush padre era un vendedor de zapatos en lugar de presidente de los E.E.U.U. y que, en lugar de ejecutar la operación Tormenta del Desierto, optaba por conquistar el mercado costarricense del calzado, nos hubiéramos ahorrado una de las guerras más estúpidas, innecesarias, absurdas, abusivas, prematuras e infames del milenio, apenas en pañales el pobre (¿Quién nos dice que esa guerra no será la semilla de una tercera y (última) guerra mundial?).
Producto que sólo puede corresponder a nuestra época, caracterizada por una inflación de información a un nivel insólito de inmediatez, W. me deja confundido. Mientras la veía, pensaba: probablemente esta película no agrade mucho ni a los bushistas (que hoy se deben limitar, con suerte, a George y Laura), ni a nosotros: los antibushistas. A los primeros, por razones obvias: Oliver Stone desnudando traumas psicoanalíticos profundos de un idiota que los vive a fondo sin intuirlos en lo más mínimo no es poca cosa. En cambio, en el segundo caso, nosotros, la cosa se pone interesante: lo molesto de ver la susodicha película es que, al contrario de Michael Moore con su ácido documentalismo, Stone nos muestra un rostro de Bush que no queremos ver y que, nos guste o no, está ahí: el rostro humano.
Fareinheit 9/11 es el primer y mayor síntoma de esta época de “libre expresión” (que, paradójicamente, en lugar de combatir el sistema, se adapta a él y legitima su reproducción) e inmediatez de la información a la que me refiero. Su panfletarismo, sumamente necesario en el momento de difusión del filme, oculta e ignora de manera consciente cualquier atisbo de humanidad por parte de George W. (so hijo de puta).
Oliver Stone, con mayor distancia y frialdad que Moore (aunque es escalofriante que ambas películas hayan sido producidas y divulgadas paralelamente a la presidencia del susodicho) opta por el género biográfico tan caro a él, se sirve narrativa y estéticamente de los recursos de la ficción y propone una incursión intimista y axiológicamente compleja en la vida de un personaje histórico crucial para el inicio del nuevo milenio. El afamado director de JFK y Nixon se mueve por la casa blanca y sus recovecos con la misma comodidad y pericia con la que George A. Romero se mueve entre sus ejércitos de zombies. El polémico director se centra en la relación de W. con su padre, interpretados de manera perturbadora (son personajes que todos hemos visto en la televisión y muchas veces) por Josh Brolin y James Cromwell respectivamente. Vemos, en una cronología desordenada, cómo Junior (como lo llama su padre, recalcándole su condición) incurre sin frenos en el mundo del alcohol y lo abandona tras casi perder la vida, cómo el padre asciende políticamente hasta devenir en presidente e ideólogo de la primera guerra de Irak, cómo el joven W. siempre sufrió el menosprecio de su progenitor que ponía toda la fé en Jeb, etc.
La historia se resuelve con un giro psicoanalítico al dejar en evidencia ante el público que George W. actúa para demostrarle a su padre. ¿Demostrarle qué? Que no es un inútil y que, allí dónde el viejo Bush retrocedió en lugar de tomar Baghdad y encular a Saddam, él sí lo haría y sería un héroe, un republicano tan memorable como Reagan. Es impactante como ese motor edipiano lleva a un all american asshole al trono del mundo. Si algo que queda claro después de la peli es que W. es un americano típico, por no decir ejemplar: de vaquero alcohólico a cristiano re-convertido, amante del béisbol, de la “democracia” y de la libertad, amante de América (esa que empieza en Nueva York, acaba en Los Angeles y cuyo centro está en Texas), amante de las armas, la música country y la carne asada. No hay nada en él de un Sauron o un Darth Vader, estamos muy lejos del tirano sentado en lo alto de su torre, de espaldas a la hoguera, maquiavélico y calculador, inhumano y deformado (quizás esa caricatura corresponda más a su padre). No, no, no: aquí todo es más simple, estamos ante un gringo-tipo que cree que es el heraldo del Bien de la humanidad por los valores que ostenta su país y que es muy fácil implantarlo en el mundo dado que se trata del Bien y punto.
Lo terrible y aterrador de W. es que denuncia la mediocridad a la que ha llegado el liderazgo del (primer) mundo. Olvidémonos de esos temibles hombres de estado que engendró el siglo XX como De Gaulle, Churchill, Lenin, Roosevelt o Castro (a punto ya de extinguirse), hombres con proyectos colectivos, visiones de Estado y visiones de la humanidad. En ningún caso se trataba de hermanitas de la caridad pero sí de tipos que conocían el contexto y el mundo que los rodeaba y querían, cada uno a su manera, agarrar a ese toro por las astas. Junior es un ignorante de calibre olímpico, producto del sistema educativo de su país, Junior cree que en el mito de Rocky Balboa, según el cual los gringos tienen la legitimidad y la luz como para dar lecciones aquí y allá en el mundo entero. Junior ignora el profundo conflicto que aqueja a Irak y a medio oriente y al resto del mundo, ignora también que toda conquista tiene que tener su parte de legitimidad y conocimiento del pueblo sometido, por más fuerza que se imponga. Justamente fueron esas razones (ojo con esta palabra) las que llevaron a George Bush padre (so hijo de puta) a abandonar la quimera de Irak allá por los lejanos noventas.
¿Entonces quienes estaban realmente conscientes de lo que realmente pasaría en Irak? El grupo de mafiosos corruptos que rodeaba al “elegido” W. Me refiero a Dick Cheney (nunca podré ver igual a Richard Dreyfuss, brillante), a Donald Rumsfeld y compañía (Condoleezza, cómo no): eso se sabía antes de que Stone o Moore hagan sus películas. Insisto, lo terrible es que estos son dos groseros políticos corruptos sin mayor astucia que la que se requiere para saquear y saquear, como malditos piratas panzones y ebrios. Estos tipos si que corresponden a la caricatura más grotesca (que Oliver Stone no se molesta en sutilizar).
Hay diversas conclusiones posibles, sin embargo queda claro que, por un lado Stone le da duro a Bush: lo pinta como a un tonto, impulsivo, ignorante, inseguro, narcisista y frustrado que actúa manipulado por una sarta de rasputines de mala muerte. Pero por otro lado, la película también lo humaniza y, por ende, en cierta forma, justifica sus acciones: la música dramática, la cámara intimista, la luz teatralizada y otros elementos cinematográficos como el acceso a la interioridad vía sueños y ensoñaciones nos hacen olvidar que estamos viendo la vida del mayor tirano del mundo contemporáneo y el responsable de la muerte de cientos de miles de personas inocentes (de las que Oliver Stone dice muy poco) y eso, a meses de terminada su presidencia. ¿Era justo presentarlo así o es mejor mantenernos, por ahora que las papas aún queman, en nuestra posición de que Bush, ante todo, es un monstruo?
Lo que sí es un hecho es que si la crítica de Oliver Stone, al humanizarlo, no recae exclusivamente en W., está clarísimo que ésta no puede sino desviarse hacia sistema en general donde TODO está viciado irremediablemente como por un virus informático indestructible y constitutivo mismo del sistema. Desde esta segunda perspectiva, las cosas son aún más espeluznantes: la democracia, los estados nacionales, los derechos humanos y todas las vacas sagradas de la modernidad no serían sino un pretexto para que viles piratas llenen sus bolsillos a costa de la sangre, los gritos y el hambre de miles de inocentes. ¿Cuál puede ser el futuro si nos referimos a las naciones más grandes de la humanidad? El panorama no es muy optimista.
Producto que sólo puede corresponder a nuestra época, caracterizada por una inflación de información a un nivel insólito de inmediatez, W. me deja confundido. Mientras la veía, pensaba: probablemente esta película no agrade mucho ni a los bushistas (que hoy se deben limitar, con suerte, a George y Laura), ni a nosotros: los antibushistas. A los primeros, por razones obvias: Oliver Stone desnudando traumas psicoanalíticos profundos de un idiota que los vive a fondo sin intuirlos en lo más mínimo no es poca cosa. En cambio, en el segundo caso, nosotros, la cosa se pone interesante: lo molesto de ver la susodicha película es que, al contrario de Michael Moore con su ácido documentalismo, Stone nos muestra un rostro de Bush que no queremos ver y que, nos guste o no, está ahí: el rostro humano.
Fareinheit 9/11 es el primer y mayor síntoma de esta época de “libre expresión” (que, paradójicamente, en lugar de combatir el sistema, se adapta a él y legitima su reproducción) e inmediatez de la información a la que me refiero. Su panfletarismo, sumamente necesario en el momento de difusión del filme, oculta e ignora de manera consciente cualquier atisbo de humanidad por parte de George W. (so hijo de puta).
Oliver Stone, con mayor distancia y frialdad que Moore (aunque es escalofriante que ambas películas hayan sido producidas y divulgadas paralelamente a la presidencia del susodicho) opta por el género biográfico tan caro a él, se sirve narrativa y estéticamente de los recursos de la ficción y propone una incursión intimista y axiológicamente compleja en la vida de un personaje histórico crucial para el inicio del nuevo milenio. El afamado director de JFK y Nixon se mueve por la casa blanca y sus recovecos con la misma comodidad y pericia con la que George A. Romero se mueve entre sus ejércitos de zombies. El polémico director se centra en la relación de W. con su padre, interpretados de manera perturbadora (son personajes que todos hemos visto en la televisión y muchas veces) por Josh Brolin y James Cromwell respectivamente. Vemos, en una cronología desordenada, cómo Junior (como lo llama su padre, recalcándole su condición) incurre sin frenos en el mundo del alcohol y lo abandona tras casi perder la vida, cómo el padre asciende políticamente hasta devenir en presidente e ideólogo de la primera guerra de Irak, cómo el joven W. siempre sufrió el menosprecio de su progenitor que ponía toda la fé en Jeb, etc.
La historia se resuelve con un giro psicoanalítico al dejar en evidencia ante el público que George W. actúa para demostrarle a su padre. ¿Demostrarle qué? Que no es un inútil y que, allí dónde el viejo Bush retrocedió en lugar de tomar Baghdad y encular a Saddam, él sí lo haría y sería un héroe, un republicano tan memorable como Reagan. Es impactante como ese motor edipiano lleva a un all american asshole al trono del mundo. Si algo que queda claro después de la peli es que W. es un americano típico, por no decir ejemplar: de vaquero alcohólico a cristiano re-convertido, amante del béisbol, de la “democracia” y de la libertad, amante de América (esa que empieza en Nueva York, acaba en Los Angeles y cuyo centro está en Texas), amante de las armas, la música country y la carne asada. No hay nada en él de un Sauron o un Darth Vader, estamos muy lejos del tirano sentado en lo alto de su torre, de espaldas a la hoguera, maquiavélico y calculador, inhumano y deformado (quizás esa caricatura corresponda más a su padre). No, no, no: aquí todo es más simple, estamos ante un gringo-tipo que cree que es el heraldo del Bien de la humanidad por los valores que ostenta su país y que es muy fácil implantarlo en el mundo dado que se trata del Bien y punto.
Lo terrible y aterrador de W. es que denuncia la mediocridad a la que ha llegado el liderazgo del (primer) mundo. Olvidémonos de esos temibles hombres de estado que engendró el siglo XX como De Gaulle, Churchill, Lenin, Roosevelt o Castro (a punto ya de extinguirse), hombres con proyectos colectivos, visiones de Estado y visiones de la humanidad. En ningún caso se trataba de hermanitas de la caridad pero sí de tipos que conocían el contexto y el mundo que los rodeaba y querían, cada uno a su manera, agarrar a ese toro por las astas. Junior es un ignorante de calibre olímpico, producto del sistema educativo de su país, Junior cree que en el mito de Rocky Balboa, según el cual los gringos tienen la legitimidad y la luz como para dar lecciones aquí y allá en el mundo entero. Junior ignora el profundo conflicto que aqueja a Irak y a medio oriente y al resto del mundo, ignora también que toda conquista tiene que tener su parte de legitimidad y conocimiento del pueblo sometido, por más fuerza que se imponga. Justamente fueron esas razones (ojo con esta palabra) las que llevaron a George Bush padre (so hijo de puta) a abandonar la quimera de Irak allá por los lejanos noventas.
¿Entonces quienes estaban realmente conscientes de lo que realmente pasaría en Irak? El grupo de mafiosos corruptos que rodeaba al “elegido” W. Me refiero a Dick Cheney (nunca podré ver igual a Richard Dreyfuss, brillante), a Donald Rumsfeld y compañía (Condoleezza, cómo no): eso se sabía antes de que Stone o Moore hagan sus películas. Insisto, lo terrible es que estos son dos groseros políticos corruptos sin mayor astucia que la que se requiere para saquear y saquear, como malditos piratas panzones y ebrios. Estos tipos si que corresponden a la caricatura más grotesca (que Oliver Stone no se molesta en sutilizar).
Hay diversas conclusiones posibles, sin embargo queda claro que, por un lado Stone le da duro a Bush: lo pinta como a un tonto, impulsivo, ignorante, inseguro, narcisista y frustrado que actúa manipulado por una sarta de rasputines de mala muerte. Pero por otro lado, la película también lo humaniza y, por ende, en cierta forma, justifica sus acciones: la música dramática, la cámara intimista, la luz teatralizada y otros elementos cinematográficos como el acceso a la interioridad vía sueños y ensoñaciones nos hacen olvidar que estamos viendo la vida del mayor tirano del mundo contemporáneo y el responsable de la muerte de cientos de miles de personas inocentes (de las que Oliver Stone dice muy poco) y eso, a meses de terminada su presidencia. ¿Era justo presentarlo así o es mejor mantenernos, por ahora que las papas aún queman, en nuestra posición de que Bush, ante todo, es un monstruo?
Lo que sí es un hecho es que si la crítica de Oliver Stone, al humanizarlo, no recae exclusivamente en W., está clarísimo que ésta no puede sino desviarse hacia sistema en general donde TODO está viciado irremediablemente como por un virus informático indestructible y constitutivo mismo del sistema. Desde esta segunda perspectiva, las cosas son aún más espeluznantes: la democracia, los estados nacionales, los derechos humanos y todas las vacas sagradas de la modernidad no serían sino un pretexto para que viles piratas llenen sus bolsillos a costa de la sangre, los gritos y el hambre de miles de inocentes. ¿Cuál puede ser el futuro si nos referimos a las naciones más grandes de la humanidad? El panorama no es muy optimista.
4 comentarios:
Independientemente de lo hijoéputa que es y fue Bush y de sus facetas humanas y biográficas ..., hay un matiz que es más que llamativo y es esa mención que haces sobre la prontitud o casi inmediatez en la aparición de los productos audiovisuales ya sea Farenheit o W. y cómo en nuestra época es posible realizar algo análogo mientras el suceso está ocurriendo o está en proceso ... algo impensable en tiempos pasados, lo cual no sé si es admirable o aterrorizante.
Excelente post!!
Santi: Efectivamente, la confusión es severa, la época de la inmediatez de la información y de la libre expresión puede llegar a ser de doble filo.
en Colombia la libertad de expresión, y la libertad en general esta tan manosiada que es cochino hablar de eso acá, siento que solo los tiranos hablan ya de libertad... claro, porque asi mismo hablan de justicia y transparencia... La seguridad democrática es lo más anti-seguro, en Colombia ha habido una grave deformación en el lenguaje, el sentido de las palabras se ha relativisado drasticamente... es muy dificil tomar una posición, no sabes en quien creer, ni que conceptos usar para que no te asesinen por oposición de cualquiera de los tantos bandos actuales... es ridículo, hay un problema serio de información, y todos tan tranquilos viendo las estupidas novelas... eso hace parte de la estrategia evidentemente... mmm... claramente este Estado (y estado de las cosas) es un residuo adaptado a un ecosistema tercermundista-tropical de los amigos W's. Un saludo
El tema de la libertad de expresión ha devenido en un arma de doble filo. Me parece que todos los resultados de la modernidad acarrean paradojas irresolubles. Hoy por hoy, en el primer mundo sí se puede denunciar, decir, demostrar lo que hacen los poderosos abiertamente ¿Y? El proyecto democrático-capitalista engendra bestias que no nos imaginábamos y que nos dejan impotentes.
Gracias por pasar. Visita:
www.pescotis.blogspot.com
Publicar un comentario