lunes, diciembre 01, 2008

Cuando fuimos niños (o una breve disquisición sobre una novela de Kazuo Ishiguro)


"Supongo que llegué a apreciar -en los letreros chinos de las tiendas, o simplemente en los chinos que se ocupaban de sus asuntos en los mercados- algún vago eco de Shanghai. Pero tales ecos me resultaron en su mayoría incómodos. Era como si, en una de esas aburridas cenas a las que solía asistir en Kensington o Bayswater, me hubiera topado con una prima lejana de una mujer a la que antaño había amado. Una prima cuyos gestos, expresiones faciales y pequeños encogimientos de hombros te espolean la memoria, pero que no deja de ser, en conjunto, sino un torpe e incluso grotesco remedo de una imagen mucho más preciada"

Kazuo Ishiguro, Cuando fuimos huérfanos

“Cuando fuimos huérfanos” (When We Where Orphans) fue mi primera incursión a Ishiguria, que es como algunos críticos conocen al universo narrativo de Kazuo Ishiguro, escritor nativo del Japón pero de pluma inglesa, cuyas novelas más famosas pueden ser “Los restos del días” (The Remains of the Day) o “Pálida luz en las colinas” (A Pale View of Hills).

La novela “Cuando fuimos huérfanos” nos narra de voz propia las peripecias y memorias de Chirstopher Banks, un nuevo y exitoso detective británico que pasó su niñez en Shangai hasta que sus padres fueran secuestrados y el fuera donde su tía a vivir en Londres. En principio y en mera apariencia esta novela puede percibirse enmarcada dentro de un genero detectivesco, ilusión que pasadas las páginas se va diluyendo, ya que no existe casi ninguna relevancia en cuanto a los casos que a Banks le toca resolver, sino a una insistencia en ir rememorando e hilvanando los episodios fundamentales de su infancia, aquellos días de su feliz niñez en Shangai al lado de su mejor amigo Akira a principios del siglo XX, en una atribulada urbe marcada por el desmesurado tráfico de opio.

La narración tiene tres partes marcadas, una que discurre entre fiestas y eventos de alta sociedad inglesa, donde aparece la extrovertida figura de Sarah Hemming, quien con su peculiar belleza no deja de intrigar al protagonista, la segunda es ese cosmos de memorias infantiles y la tercera y culminante, es el regreso a una beligerante Shangai de guerra entre chinos y japoneses, para gracias a sus forjados talentos detectivescos dilucidar por fin el misterio del secuestro y desaparición de sus padres, lo que lo ha tenido en vilo por largos años.
Lo que nos cuenta Ishiguro está demasiado emparentado con las perspectivas subjetivas de Banks, de todas las películas que el va dibujando en su consciencia y como sus percepciones van tomando derroteros extraños hasta incluso absurdos, lo que va confundiendo primeramente al lector, ya que uno parece guiado por esa suerte de narradores objetivos que te describen el mundo, sus derredores y circunstancias tal como son, en este caso no, y esa es la mayor bifurcación que puede tener “Cuando fuimos huérfanos” con una novela de genero detectivesco y no es que a la trama le falten recovecos e intrincaciones, sino que tenemos que cargar con las añoranzas, ilusiones y alucinaciones que configuran la mente de nuestro detective, lo cual hace a la realidad poco ajustada y poco real.

Esta perspectiva lo que provoca, es como el personaje posee esa pulsión tan profunda y tan necesaria hacía ese hueco causado por el sentimiento de pérdida, por ende hacía el pasado, y hacía los fantasmas que pueblan a éste, espectros que él necesita resolver para poder vivir algo parecido al presente o a la realidad, por eso la novela trata de como la reconstrucción de la identidad de Christopher Banks, y como las piezas de su pasado cual él las imaginaba más las piezas de su pasado como realmente eran, van creando a un personaje muy distinto de la que él mismo percibe, ya que no es como él mismo se figura, ni el Rick Blaine de “Casablanca”, ni el Vassili Zeitsev de “Enemigo a las puertas” (Enemy at the gates), ni tampoco un Sherlock Holmes.

Así el y los misterios una vez revelados nos traen a un final quijotesco, en esa vena de vivir semi-loco y morir semi-cuerdo, que nos entrega esa sensación triste, patética de saber por qué una infancia normal de dioses y monstruos, de miedos y satisfacciones, siempre es el lugar más poético y feliz donde la existencia puede transcurrir, pero que como destino o fatalidad humana, en algún momento tiene que terminar.

4 comentarios:

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Como decía Fred Madisson en Lost Highway: "Me gusta recordar las cosas a mi manera, no necesariamente de la forma en que ocurrieron".

¿No es así para todos nosotros?

Juniper Girl dijo...

No digo "los mejores" por el hecho de que no los olvido ni porque los haya perdido para siempre. Son los mejores porque existen únicamente en la memoria de cada uno.

Hou Hsiao Hsien

Alvaro G. Loayza dijo...

Oneiros, Chistopher Banks ostenta la filosofía de Madison, pese a que ni él ni su querida mutan en Pete Dayton ni en Alice Wakefield, por lo tanto su memoria en cierto sentido es más apacible, o menos lyncheana.

Juniper, la memoria además de ser una criba es un misterio que a lo Tarkovski se esculpe en el tiempo.

Saludos y abrazos a ambos!!!!

Möbius el Crononauta dijo...

Ahibá con Aivazovski. Me han gustado sus cuadros marinos.

Interesante de veras.

Saludos