Demonios, amigo, dijo el diminuto mono de hojalata peluda trepado en el bonsai hipertrófico!!!!! --El explorador no pudo más que soltar una risita idiota que se metió bien doblada --bajo la tupida moqueta de la selva. Nos persiguen, amigo, quieren tener el control y huimos y saltamos y nos revolcamos y...demonios, amigo!!!! Era todo lo que el diminuto animal sabía decir. Y aún así, el explorador sentía el vértigo, los jugos gástricos recorriendo sus intestinos, el salto de una rana en un pozo invisible --parece increíble que la superficie del agua nocturna se rompa con tan poco. --Negra, agria, negra noche. Y entonces -- y entonces.
Bien, pasada la efervescencia del cut-up, vuelvo a mis cabales para proclamar, con la más absoluta convicción y certeza, que todo escritor que tenga un mínimo aprecio por algo que podríamos llamar la decencia o que podríamos llamar la atracción científica por la verdad, en algún momento de su vida, tendrá que enfrentarse a William Burroughs. Éste siempre está sobre el ring, fumando un cigarrillo tras otro, esperando a sus oponentes, nosotros. Casi todos llegan a él por azar y por gracioso que parezca, cuando alguien por fin se sube al ring y el combate empieza, William Burroughs se deja ganar. Basta un puñetazo en la mandíbula, algo casi cortés, para que el tipo se desplome sobre la lona. Desde ahí abajo, entonces, comienza a reírse a carcajadas y vos te quedás de pie, coloso de arena barrida por el viento. Vaya, vaya, parece decir sin interrumpir la carcajada, encendiendo un nuevo cigarrillo, arreglándose la corbata. Vaya, vaya.
Bien, pasada la efervescencia del cut-up, vuelvo a mis cabales para proclamar, con la más absoluta convicción y certeza, que todo escritor que tenga un mínimo aprecio por algo que podríamos llamar la decencia o que podríamos llamar la atracción científica por la verdad, en algún momento de su vida, tendrá que enfrentarse a William Burroughs. Éste siempre está sobre el ring, fumando un cigarrillo tras otro, esperando a sus oponentes, nosotros. Casi todos llegan a él por azar y por gracioso que parezca, cuando alguien por fin se sube al ring y el combate empieza, William Burroughs se deja ganar. Basta un puñetazo en la mandíbula, algo casi cortés, para que el tipo se desplome sobre la lona. Desde ahí abajo, entonces, comienza a reírse a carcajadas y vos te quedás de pie, coloso de arena barrida por el viento. Vaya, vaya, parece decir sin interrumpir la carcajada, encendiendo un nuevo cigarrillo, arreglándose la corbata. Vaya, vaya.
2 comentarios:
La corbata y el sombrero por favor... ¡Qué épocas aquellas!
Burroughs... Valiente cabrón. De todas las cosas que le envidio, la que más me corroe es que hiciera un disco con los Smashing Pumkins siendo nonagenario. Espero y deseo un futuro como el de Futurama, pues yo también quiero hacer un disco para los de las calabazas...
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