"Prophecies are dirty and ragged"
Vaughan, Crash (1996)
Aprovechando el estreno próximo de Eastern Promises, se me ocurrió rendirle homenaje a David Cronenberg a través de un breve análisis de la monstruosa, genial y tragicómica Videodrome. Catorce años anterior, esta tremenda historia no tiene razón para envidiarle en nada los elementos desconcertantes, bizarros y terroríficos a Lost Highway del tocayo Lynch. La televisión es el lugar de la puesta en abismo por excelencia: la estática de la mala señal sugiere confusión así como la memoria afectada del esquizofrénico está interferida por la (des)memoria de alguien más. Lo ominoso de ese trato de la imagen es que el espectador mismo está preso en el juego simbólico propuesto por el demiurgo canadiense. Televisión contenida por televisión contenida por televisión. ¿Quién nos garantiza que, al someternos a la imagen (viral) de Videodrome, no haya un espectador que nos vea desde otra realidad, continente de la nuestra?
Todas las películas sumergen a la audiencia en un “nuevo mundo” pero esto, generalmente, se hace de manera sugerida, connotada; la diferencia con el cine de Cronenberg es que él hace explícito ese trayecto. El espectador, como un conejillo de indias, debe experimentar la misma incertidumbre y angustia del personaje al acceder a una realidad sostenida por leyes que no son las de la identidad sino más bien las del deseo (mortal) de carne: Max Renn, James Ballard, Bill Lee, Ted Pikull, todos llegan a un nuevo orden mental pero al que sólo se accede a través de una infiltración o, más bien, penetración material. De la penetración, en el caso que nos ocupa, se encargan los rayos catódicos emitidos por el monótono show sadomaso Videodrome: éstos se infiltran en el cuerpo (y en la identidad) a través del ojo. La mirada, desde esta perspectiva, tiene una función similar a la de cualquier orificio del cuerpo: nos hace vulnerables. ¿Qué poder puede llegar a tener el poseedor de la droga que te inyectará a través de los ojos bajo el nombre de realidad? Sí, el ojo en el ser humano no sólo cumple una función que biológicamente lo determina de manera categórica y lo separa de las demás especies sino que, simbólicamente, este órgano se asocia con la verdad, la luz, la capacidad de tener una certeza trascendental. Quizás por eso, se trata del órgano más peligroso que pueda haber: el humano, alienado por la hegemonía del sentido de la vista, no pone en duda la asociación visto = verdadero: una estructura tal se podría llamar complejo de Tomás. Cronenberg plantea el hecho de que es más importante una realidad vista que una realidad en sí. ¿Cuántas veces hemos escuchado la famosa frase “lo he visto en la tele”? Como dice Barry Convex, el inescrupuloso mercante de ilusiones, Videodrome es “una gigantesca máquina de alucinaciones”. ¿Cómo puede ser que una película tan ochentera no haya pasado de moda una pizca? Porque, emulando al mismo guión, a diferencia de la mayoría de pelis de los ochentas de ficción y/u horror, Videodrome tiene una filosofía. Su punto de vista, la alienación del individuo en imágenes que se visten de objetivas tan sólo por ser inter-subjetivas, no ha hecho sino incrementarse en nuestros tiempos: hoy por hoy la televisión es nuestra ventana al mundo que, por ser visto, es tildado de real y no sólo la televisión sino Internet con youtube y todo el arsenal de imágenes que nos ofrece. ¿Cómo garantizar que ninguna de esas imágenes está infectada, viciada? Poner en duda, hoy por hoy, que los norteamericanos pisaron la Luna es como decir que Judas era el hijo de Dios ante un tribunal de la Santa Inquisición: aquello era un atentado contra la verdad absoluta de las cosas. ¿Y cómo estamos seguros de que llegaron a la Luna? Lo vimos en la tele. No sólo una persona sino varias, millones de personas lo vieron en la tele, fueron penetrados por esa imagen que, aunque no pareciera, era, justamente, una imagen. ¿Eso basta para que sea verdad? ¿No hubiera sido más fácil fingirlo todo y que la señal de televisión se encargue de dotarle de Verdad?
Videodrome es una película guerrillera, incendiaria incluso, contra la idea de Razón que nos ha impuesto la modernidad y la de Libertad que nos ha impuesto el capitalismo. El hecho de que no haya una realidad última sino más bien que haya muchas realidades y que la consistencia de estas sea tan frágil como es frágil la existencia física rompe, categóricamente, con toda filosofía nacida del cogito.
¿Terror? ¿Ciencia ficción? ¿Comedia gore? ¿Drama erótico? Videodrome es igual de recalcitrante a cualquiera de estos géneros y sin embargo los abarca a todos. Muy pocas películas han reflexionado de esa manera sobre la imagen: un vehículo de sentido que es más parecido a una sustancia (la droga de Bill Lee, el animalejo-consola de Existenz, el metal del automóvil en Crash) que al lenguaje saussuriano. La imagen penetra y, así, da acceso al nuevo mundo, a la nueva carne, a Videodrome. Lo fascinante del trato que hace Cronenberg de esa imagen viral aparece cuando vemos en qué consiste ese nuevo mundo: Videodrome sólo habla de Videodrome, el juego de Existenz consiste en asesinar o defender al creador del juego de Existenz. La imagen, cuando es explotada como tal y no cómo un código, tiende a la repetición ad infinitum de ella misma y esto bajo todos los ángulos posibles (Crash). A esta imagen podríamos llamarla imagen libre o imagen imaginal. Lacan no se equivocaba al constatar una relación privilegiada entre la imagen, el espejo y la (ficticia) identidad: así mismo Max Renn contempla su muerte en la televisión que, al explotar libera “uncontrolable amounts of flesh” como el cuerpo mismo. La tele está determinada por un mecanismo interno y la pantalla es tan sólo la proyección, la ilusión que generan toda esa maraña de cables-tripas, venas-tubos. Sin duda, el humano de Cronenberg es una mutación entre su ser corpóreo y su entorno tecnológico, lo que implicaría, para la tristeza de los racionalistas, que el ser humano jamás podrá ser humano puro, siempre estaremos penetrados, siempre seremos híbridos entre nuestros sueños (pesadillas), cuerpos y objetos que nos rodean. ¿Pesimista? Yo diría, más bien, visionario.
Todas las películas sumergen a la audiencia en un “nuevo mundo” pero esto, generalmente, se hace de manera sugerida, connotada; la diferencia con el cine de Cronenberg es que él hace explícito ese trayecto. El espectador, como un conejillo de indias, debe experimentar la misma incertidumbre y angustia del personaje al acceder a una realidad sostenida por leyes que no son las de la identidad sino más bien las del deseo (mortal) de carne: Max Renn, James Ballard, Bill Lee, Ted Pikull, todos llegan a un nuevo orden mental pero al que sólo se accede a través de una infiltración o, más bien, penetración material. De la penetración, en el caso que nos ocupa, se encargan los rayos catódicos emitidos por el monótono show sadomaso Videodrome: éstos se infiltran en el cuerpo (y en la identidad) a través del ojo. La mirada, desde esta perspectiva, tiene una función similar a la de cualquier orificio del cuerpo: nos hace vulnerables. ¿Qué poder puede llegar a tener el poseedor de la droga que te inyectará a través de los ojos bajo el nombre de realidad? Sí, el ojo en el ser humano no sólo cumple una función que biológicamente lo determina de manera categórica y lo separa de las demás especies sino que, simbólicamente, este órgano se asocia con la verdad, la luz, la capacidad de tener una certeza trascendental. Quizás por eso, se trata del órgano más peligroso que pueda haber: el humano, alienado por la hegemonía del sentido de la vista, no pone en duda la asociación visto = verdadero: una estructura tal se podría llamar complejo de Tomás. Cronenberg plantea el hecho de que es más importante una realidad vista que una realidad en sí. ¿Cuántas veces hemos escuchado la famosa frase “lo he visto en la tele”? Como dice Barry Convex, el inescrupuloso mercante de ilusiones, Videodrome es “una gigantesca máquina de alucinaciones”. ¿Cómo puede ser que una película tan ochentera no haya pasado de moda una pizca? Porque, emulando al mismo guión, a diferencia de la mayoría de pelis de los ochentas de ficción y/u horror, Videodrome tiene una filosofía. Su punto de vista, la alienación del individuo en imágenes que se visten de objetivas tan sólo por ser inter-subjetivas, no ha hecho sino incrementarse en nuestros tiempos: hoy por hoy la televisión es nuestra ventana al mundo que, por ser visto, es tildado de real y no sólo la televisión sino Internet con youtube y todo el arsenal de imágenes que nos ofrece. ¿Cómo garantizar que ninguna de esas imágenes está infectada, viciada? Poner en duda, hoy por hoy, que los norteamericanos pisaron la Luna es como decir que Judas era el hijo de Dios ante un tribunal de la Santa Inquisición: aquello era un atentado contra la verdad absoluta de las cosas. ¿Y cómo estamos seguros de que llegaron a la Luna? Lo vimos en la tele. No sólo una persona sino varias, millones de personas lo vieron en la tele, fueron penetrados por esa imagen que, aunque no pareciera, era, justamente, una imagen. ¿Eso basta para que sea verdad? ¿No hubiera sido más fácil fingirlo todo y que la señal de televisión se encargue de dotarle de Verdad?
Videodrome es una película guerrillera, incendiaria incluso, contra la idea de Razón que nos ha impuesto la modernidad y la de Libertad que nos ha impuesto el capitalismo. El hecho de que no haya una realidad última sino más bien que haya muchas realidades y que la consistencia de estas sea tan frágil como es frágil la existencia física rompe, categóricamente, con toda filosofía nacida del cogito.
¿Terror? ¿Ciencia ficción? ¿Comedia gore? ¿Drama erótico? Videodrome es igual de recalcitrante a cualquiera de estos géneros y sin embargo los abarca a todos. Muy pocas películas han reflexionado de esa manera sobre la imagen: un vehículo de sentido que es más parecido a una sustancia (la droga de Bill Lee, el animalejo-consola de Existenz, el metal del automóvil en Crash) que al lenguaje saussuriano. La imagen penetra y, así, da acceso al nuevo mundo, a la nueva carne, a Videodrome. Lo fascinante del trato que hace Cronenberg de esa imagen viral aparece cuando vemos en qué consiste ese nuevo mundo: Videodrome sólo habla de Videodrome, el juego de Existenz consiste en asesinar o defender al creador del juego de Existenz. La imagen, cuando es explotada como tal y no cómo un código, tiende a la repetición ad infinitum de ella misma y esto bajo todos los ángulos posibles (Crash). A esta imagen podríamos llamarla imagen libre o imagen imaginal. Lacan no se equivocaba al constatar una relación privilegiada entre la imagen, el espejo y la (ficticia) identidad: así mismo Max Renn contempla su muerte en la televisión que, al explotar libera “uncontrolable amounts of flesh” como el cuerpo mismo. La tele está determinada por un mecanismo interno y la pantalla es tan sólo la proyección, la ilusión que generan toda esa maraña de cables-tripas, venas-tubos. Sin duda, el humano de Cronenberg es una mutación entre su ser corpóreo y su entorno tecnológico, lo que implicaría, para la tristeza de los racionalistas, que el ser humano jamás podrá ser humano puro, siempre estaremos penetrados, siempre seremos híbridos entre nuestros sueños (pesadillas), cuerpos y objetos que nos rodean. ¿Pesimista? Yo diría, más bien, visionario.
3 comentarios:
interesantes apreciaciones, dame unos minutos para digerirlas.
tu blog está increible y denso
abrazos
Algo si es seguro, querido amigo: No seguiríamos siendo tan imbéciles si de verdad hubiéramos llegado a la luna.
Así que si nos analizamos objetivamente está muy claro que no hemos llegado ni cerca del satélite terrícola.
Ojalá algún día lo logremos
Jairo
nois, no te olvides del bicarbonato de sodio, lo súblime en materia de digestivos... gracias por el apoyo.
Jairo, me alegra de sobremanera saber que no somos cuatro gatos los que no nos hemos dejado meter ese salchichón del viaje a la Luna.
¡Fuerza Cronenberg!
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