Alicia adorada:
Anoche soñé contigo. Soñé que escribías en un papel porque no podías hablar. Te tenían prohibido hablar, sacar todo lo que tenías por dentro. "!Háblame!", te gritaba yo, un poco harto de intentar descifrar los garabatos que ponías en el papel. Era realmente desesperante. Después tú me besabas, pero no era suficiente, yo quería saber lo que me ocultabas. Curiosamente, estabas recostada en un oso de peluche azul del tamaño de tres hombres, desnuda y con un marcador rojo en la mano derecha.
Hace unos días encontré mi viejo pasaporte diplomático, documento infame de mis días infames como falso hijo de papi, impostor, jovencísimo y pésimo poeta que se cagaba de miedo porque era capaz de atisbar que su futuro era un desbarrancadero tapizado de cadáveres frescos. Pues bien, obedeciendo no sé qué impulsos, me puse a destruir el pasaporte. Aunque destruir no es la palabra adecuada: lo que hice en realidad fue "intervenirlo" (eso que los situacionistas llamaban el desvío). Primero escribí un texto en sus páginas, luego lo taché, pinté de colores hasta la última hoja y todo eso, sumado a los sellos de inmigración, proporcionó como un "ruido de fondo". A continuación recorté y pegué trozos de diálogos de una novela policiaca y de un diccionario de latín, pedazos de rostros y usé como leitmotivs repetititvos el hexagrama 50 del I Ching y una serie de bolitas rojas con un punto negro en el centro. En la página central partí en dos una fotografía de Robert Walser y al lado escribí con letras deliberadamente punkies: Walser Sudaka (Robert Walser es uno de mis escritores preferidos; pasó sus últimos días encerrado en un manicomio suizo, dedicado por completo a escribir sus "microgramas", unos textos en una letra tan chiquitita que podía meter el equivalente de cien páginas en una tarjeta postal. Los especialistas en su obra todavía están descifrando sus papeles valiéndose de microscopios). En cuanto a la primera página, aquella donde aparecía mi nombre, mi nacionalidad y todo eso, quedó tapada hasta el último milímetro con recortes, palabrotas, palabritas, piernas de mujer, aunque, y he aquí un detalle que me parece digno de mención, dejé sin cubrir un ojo de mi fotografía (una imágen de 1998 en la que aparecía francamente lindo, con una expresión de dulzura que he perdido para siempre). Sólo un ojo quedó despejado (para poder seguir mirando).
El caso es que el pasaporte se convirtió en otra cosa. Ya no era un documento de viaje sino el documento de un viaje, un registro y una afirmación de las mutaciones biográficas que, por obra de la desviación, se transforma en algo que va más allá de los subjetivo o de lo individualizable. Es como decir: el pasaporte es un órgano de mi identidad institucional; voy a trransformarlo para que sea un órgano de mi identidad "real" y con ello, una huella digital colectivizada, anónima. Nada de nombres, nada de señas particulares. Nada.
Así que sólo me quedaba un paso para terminar el juego: perder deliberadamente el objeto en la calle y no conservar ni un sólo rastro del mismo. Me fui a un bar al que no voy nunca, un bar de la Gran Vía por el que pasan cientos de personas al día, tiré el pasaporte al suelo y me largué. A partir de entonces el objeto ni siquiera me pertenecería a mí, simplemente entraría en circulación. A veces me pregunto adónde habrá ido a parar. Quién sabe. Lo más seguro es que haya acabado en un basurero. Esta carta es el único registro que queda de aquella experiencia y me gusta que así sea.
Anoche soñé contigo. Soñé que escribías en un papel porque no podías hablar. Te tenían prohibido hablar, sacar todo lo que tenías por dentro. "!Háblame!", te gritaba yo, un poco harto de intentar descifrar los garabatos que ponías en el papel. Era realmente desesperante. Después tú me besabas, pero no era suficiente, yo quería saber lo que me ocultabas. Curiosamente, estabas recostada en un oso de peluche azul del tamaño de tres hombres, desnuda y con un marcador rojo en la mano derecha.
Hace unos días encontré mi viejo pasaporte diplomático, documento infame de mis días infames como falso hijo de papi, impostor, jovencísimo y pésimo poeta que se cagaba de miedo porque era capaz de atisbar que su futuro era un desbarrancadero tapizado de cadáveres frescos. Pues bien, obedeciendo no sé qué impulsos, me puse a destruir el pasaporte. Aunque destruir no es la palabra adecuada: lo que hice en realidad fue "intervenirlo" (eso que los situacionistas llamaban el desvío). Primero escribí un texto en sus páginas, luego lo taché, pinté de colores hasta la última hoja y todo eso, sumado a los sellos de inmigración, proporcionó como un "ruido de fondo". A continuación recorté y pegué trozos de diálogos de una novela policiaca y de un diccionario de latín, pedazos de rostros y usé como leitmotivs repetititvos el hexagrama 50 del I Ching y una serie de bolitas rojas con un punto negro en el centro. En la página central partí en dos una fotografía de Robert Walser y al lado escribí con letras deliberadamente punkies: Walser Sudaka (Robert Walser es uno de mis escritores preferidos; pasó sus últimos días encerrado en un manicomio suizo, dedicado por completo a escribir sus "microgramas", unos textos en una letra tan chiquitita que podía meter el equivalente de cien páginas en una tarjeta postal. Los especialistas en su obra todavía están descifrando sus papeles valiéndose de microscopios). En cuanto a la primera página, aquella donde aparecía mi nombre, mi nacionalidad y todo eso, quedó tapada hasta el último milímetro con recortes, palabrotas, palabritas, piernas de mujer, aunque, y he aquí un detalle que me parece digno de mención, dejé sin cubrir un ojo de mi fotografía (una imágen de 1998 en la que aparecía francamente lindo, con una expresión de dulzura que he perdido para siempre). Sólo un ojo quedó despejado (para poder seguir mirando).
El caso es que el pasaporte se convirtió en otra cosa. Ya no era un documento de viaje sino el documento de un viaje, un registro y una afirmación de las mutaciones biográficas que, por obra de la desviación, se transforma en algo que va más allá de los subjetivo o de lo individualizable. Es como decir: el pasaporte es un órgano de mi identidad institucional; voy a trransformarlo para que sea un órgano de mi identidad "real" y con ello, una huella digital colectivizada, anónima. Nada de nombres, nada de señas particulares. Nada.
Así que sólo me quedaba un paso para terminar el juego: perder deliberadamente el objeto en la calle y no conservar ni un sólo rastro del mismo. Me fui a un bar al que no voy nunca, un bar de la Gran Vía por el que pasan cientos de personas al día, tiré el pasaporte al suelo y me largué. A partir de entonces el objeto ni siquiera me pertenecería a mí, simplemente entraría en circulación. A veces me pregunto adónde habrá ido a parar. Quién sabe. Lo más seguro es que haya acabado en un basurero. Esta carta es el único registro que queda de aquella experiencia y me gusta que así sea.
4 comentarios:
1. La foto es fantática
2. Lo es aun más cuando lees lo de "autorretrato en fuga"
3. Todo texto va algún tipo de Alicia adorada
4. Los años en que somos "hijos de papi, impostor, jovencísimo y pésimo poeta" son los de todos, son comunes.
genial
Me vuelvo repetitiva con esta frase pero “Una fuerte imaginación genera el acontecimiento”. Y es que me encantan estas intervenciones en la realidad. Al dejar caer el pasaporte generas un acontecimiento (el momento en que alguien encuentra el objeto) que es absolutamente desconocido para ti, que eres el que en algún momento fue portador del documento de viaje en cuestión. El pasaporte ha empezado un viaje, es decir una historia con principio y con final definidos.
Pero ¿cuál es el principio de esta historia? Cuando pintaste el pasaporte o cuando saliste de tu casa con la intención de tirarlo, cuando finalmente lo tiraste o cuando alguien lo encontró. A lo mejor ese alguien ahora está inventado una historia sobre el portador inicial del pasaporte, como seguramente harías tú de haber encontrado algo así.
Y es que una fuerte imaginación genera un acontecimiento y a partir de este el entramado de historias es infinito.
¿Cuándo empezó esta historia? Digamos que en el momento en el que tú y el pasaporte se separaron. Pero ¿cuál es la historia? Puede ser cualquiera, la verdad eso ya no importa.
El arte debe ser como un perro rabioso que se rasca contra un palo. Ese palo es lo real. Y el sonido que produce esa frotación entre el perro y el palo es la verdad. Si el arte no es un perro rabioso, o si el perro no se rasca contra el palo no hay arte y no hay verdad. No hay nada. Se trata justamente de eso, mi querida Edith Oster, de crear SITUACIONES NUEVAS. Las obras son como cristalizaciones, terminales, testimonios del fin de un impulso creativo. Hay que reactivar las obras para que éstas dejen de ser terminales. Las obras deben perpetuar el impulso creativo ad infinitum. Y para que eso ocurra deben dejar de ser lo que son, es decir, obras. La obra es sólo una etapa del proceso.
SÍ, IDIOTA, YO, AL IGUAL QUE TÚ, TAMBIÉN QUIERO HACER LA REVOLUCIÓN. PERO AMBOS ESTAMOS SOLOS, ENCERRADOS EN UN CUARTO (EN EL FONDO SE TRATA DEL MISMO CUARTO. EL ENCIERRO NOS HACE IGUALES E IGUALA NUESTROS CALABOZOS). PONTE EN CONTACTO CONMIGO CUANTO ANTES. PODEMOS MANDAR TODO AL CARAJO. ESCRÍBEME UN MAIL A LA DIRECCIÓN QUE APARECE EN MI PERFIL O UNA CARTA, NOTA O TELEGRAMA A: Calle Arganzuela, 13, 3ro Izquierda. 28005. Madrid, A LA ATENCIÓN DE LA PULGA AMAESTRADA S.A.
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