Para los maestros Federico y Zidenine.
La bella confusione iba ser el título de una película de la década de los 60s que narraba las atribuladas peripecias de un director cinematográfico en pos de rodar una película en el exitoso mediodía de su carrera como titiritero cinematográfico. Sus deseos, sus traumas infantiles, sus ilusiones, sus inseguridades y muchos más avatares del alma humana se ven conjugadas de una manera magistral por la onmiabarcante, onírica y desmesurada visión de Federico Fellini, otorgándonos lo que finalmente sería Otto y mezzo (8 1/2), una de las manifestaciones artístico-“populares” más importantes de los últimos 100 años.
Cabe reparar que el cine como el fútbol son quizás las manifestaciones más populares que ha cultivado el espíritu humano durante la última centena de años.
El último domingo durante la final de la Copa del Mundo entre Italia y Francia, nos toco presenciar, lamentablemente, La (no tan) bella confusione, o sea una pésima relectura de la obra maestra felliniana, no sin que ésta esté plagada de rasgos que firmaría nuestro insigne director.
Confusión, es uno de los epítetos que se puede achacar a los ocurrido el domingo. Injusticia, es otra de las flagrantes conclusiones que nos dejó el partido. Desasosiego, la más profunda de las sensaciones con la que culminó nuestro trémulo cuerpo al término del partido (me refiero como nuestro a todos los que cómo yo, amamos el “fútbol”, y que en ese amor comprendemos la devoción y cariño por todos aquellos que juegan al “fútbol” y hacen del buen trato a la pelota y al afán de la consecución de un gol como su sino, por no decir el estandarte de su denodado destino como deportistas).
Remitiendo a los hechos, la no tan bella confuzione, se alcanza el momento en que Zidane es expulsado por el cabezazo propiciado a Materazzi. Fue en el instante, en el que Medina Cantalejo, un alcahuete de proporciones bíblicas, dueño de un pasaporte Español bañado de tinta azzurra (sino preguntarle al anegado lateral australiano Chipperfield o al genial histrión Grosso) hace expulsar vía vídeo y linesman a Zidane.
La confusión está sembrada, el sinsentido cobra sus cotas más altas, y la sensación que nos pasa por nuestro cuerpo, es que el partido como la carrera de Zidane había llegado a su epílogo sin tener como justificar lo primero con razones fehacientes.
Ergo, la injusticia. En lo que ya no era un partido, sino un cúmulo de minutos que cumplir y una sarta de penales que ejecutar. Ganó Italia, un equipo que durante 75 minutos (segundo tiempo y alargue) no mostró ninguna vocación de ganar el encuentro - como si lo hizo durante únicos 30 minutos ante Alemania, haciendo caso omiso a su horrendo catenaccio y marcando la patente de que con cuatro buenos delanteros se pueden ganar grandes partidos de fútbol-, las loas para su defensa pueden ser infinitas y muy bien justificadas, sobre todo para dos monstruos como Buffon y Cannavaro; pero eso no ensombrece que otra vez el fútbol de acicalamiento táctico y de exacerbada racanería, triunfara otra vez. Italia campeón, ese triunfo no es objetable, sus armas aunque de factura zafia y destructiva, son válidas.
Pero lo condenable no se encuentra en el tema del resultado, sino en un tema que trasciende el mismo, aunque se refleja de refilón en éste, y es el triunfo de los Materazzis, sobre los Zidanes, en consecuencia la aceptación de una realidad que se hace cada día más tangible, la muerte paulatina del “fútbol”. Un “fútbol” que parafraseando al señor Ainstein de ESPN, tilda de estúpido a Zidane, y de inteligente a un rufián de cuantioso prontuario futbolístico como Materazzi (cabe recordar sin remontarse demasiado el artero codazo que sin pelota Materazzi asesta a Sorín en un partido de Copa de Campeones). No estamos aquí para justificar ni para alabar la conducta de Zidane el instante del cabezazo, pero mucho menos para condenarlo, ya que hace falta tener cara para condenar a la única persona que ha hecho algo, y no algo, sino mucho, para salvarnos este fraude con expectativas, llamado Mundial. Zidane a partir del instante en que dribló a Puyol y batió a Casillas, enarboló la bandera del “fútbol”, blandiéndola a diestra y siniestra, con sombreros, tacos, gambetas, pases de ballet, convertir en una final un penal a lo Panenka y todo tipo de cabriolas, con las que embelesó nuestros ojos, redimiendo que el fútbol es un juego y un juego bello, redituando nuestra baqueteada esperanza de que alguien quisiera o pudiera evocar lo que antes nos dejaron los Garrinchas, los Maradonas, los Pelés, y que hoy ni los Ronaldinhos, ni los Lampards, ni los Ballacks nos pudieron ofrecer ni a cuentagotas. Zidane contra Brasil nos construyó un monumento al fútbol, como Diego lo hizo otrora contra Inglaterra o contra Bélgica, nos salvó el Mundial por todo lo alto, haciéndonos creer de nuevo, en “él”, en el protagonista, en el magno actor de esta comedia vuelta tragedia, el jugador de “fútbol”, el Zidane por sobre todos los demás. Pregunto ¿merece Zidane ser condenado? Yo creo que no, y no sólo eso, sino que debería ser perdonado además de recibir el agradecimiento de todos por habernos otorgado con sus botas los verdaderos momentos de Mundial.
Triste, mas en el epílogo ganó Materazzi, el impúdico delincuente fue la figura de la cancha, y aquí es donde se juntan nuestros tres temas, confusión, injusticia y desasosiego. Así se dicta el fútbol hoy, pero los que aun creemos en un deporte, en más que un deporte, llamado “fútbol”, donde una gambeta vale más que un insulto, que la hombría de pedir la pelota vale más que la de una patada, en la que un golazo vale más que diez mil rechazos, entonces debemos reivindicar al maestro Zidane, y condenar a la vileza de los Materazzis, por nada más y nada menos que por el amor al juego. Y sino cabría preguntarle al ya finado maestro Fellini, amante insobornable de circo como espectáculo, del lado de quién estaría ¿de Colunha o de Pelé, de Gentille o de Maradona, de Materazzi o de Zidane?
Cabe reparar que el cine como el fútbol son quizás las manifestaciones más populares que ha cultivado el espíritu humano durante la última centena de años.
El último domingo durante la final de la Copa del Mundo entre Italia y Francia, nos toco presenciar, lamentablemente, La (no tan) bella confusione, o sea una pésima relectura de la obra maestra felliniana, no sin que ésta esté plagada de rasgos que firmaría nuestro insigne director.
Confusión, es uno de los epítetos que se puede achacar a los ocurrido el domingo. Injusticia, es otra de las flagrantes conclusiones que nos dejó el partido. Desasosiego, la más profunda de las sensaciones con la que culminó nuestro trémulo cuerpo al término del partido (me refiero como nuestro a todos los que cómo yo, amamos el “fútbol”, y que en ese amor comprendemos la devoción y cariño por todos aquellos que juegan al “fútbol” y hacen del buen trato a la pelota y al afán de la consecución de un gol como su sino, por no decir el estandarte de su denodado destino como deportistas).
Remitiendo a los hechos, la no tan bella confuzione, se alcanza el momento en que Zidane es expulsado por el cabezazo propiciado a Materazzi. Fue en el instante, en el que Medina Cantalejo, un alcahuete de proporciones bíblicas, dueño de un pasaporte Español bañado de tinta azzurra (sino preguntarle al anegado lateral australiano Chipperfield o al genial histrión Grosso) hace expulsar vía vídeo y linesman a Zidane.
La confusión está sembrada, el sinsentido cobra sus cotas más altas, y la sensación que nos pasa por nuestro cuerpo, es que el partido como la carrera de Zidane había llegado a su epílogo sin tener como justificar lo primero con razones fehacientes.
Ergo, la injusticia. En lo que ya no era un partido, sino un cúmulo de minutos que cumplir y una sarta de penales que ejecutar. Ganó Italia, un equipo que durante 75 minutos (segundo tiempo y alargue) no mostró ninguna vocación de ganar el encuentro - como si lo hizo durante únicos 30 minutos ante Alemania, haciendo caso omiso a su horrendo catenaccio y marcando la patente de que con cuatro buenos delanteros se pueden ganar grandes partidos de fútbol-, las loas para su defensa pueden ser infinitas y muy bien justificadas, sobre todo para dos monstruos como Buffon y Cannavaro; pero eso no ensombrece que otra vez el fútbol de acicalamiento táctico y de exacerbada racanería, triunfara otra vez. Italia campeón, ese triunfo no es objetable, sus armas aunque de factura zafia y destructiva, son válidas.
Pero lo condenable no se encuentra en el tema del resultado, sino en un tema que trasciende el mismo, aunque se refleja de refilón en éste, y es el triunfo de los Materazzis, sobre los Zidanes, en consecuencia la aceptación de una realidad que se hace cada día más tangible, la muerte paulatina del “fútbol”. Un “fútbol” que parafraseando al señor Ainstein de ESPN, tilda de estúpido a Zidane, y de inteligente a un rufián de cuantioso prontuario futbolístico como Materazzi (cabe recordar sin remontarse demasiado el artero codazo que sin pelota Materazzi asesta a Sorín en un partido de Copa de Campeones). No estamos aquí para justificar ni para alabar la conducta de Zidane el instante del cabezazo, pero mucho menos para condenarlo, ya que hace falta tener cara para condenar a la única persona que ha hecho algo, y no algo, sino mucho, para salvarnos este fraude con expectativas, llamado Mundial. Zidane a partir del instante en que dribló a Puyol y batió a Casillas, enarboló la bandera del “fútbol”, blandiéndola a diestra y siniestra, con sombreros, tacos, gambetas, pases de ballet, convertir en una final un penal a lo Panenka y todo tipo de cabriolas, con las que embelesó nuestros ojos, redimiendo que el fútbol es un juego y un juego bello, redituando nuestra baqueteada esperanza de que alguien quisiera o pudiera evocar lo que antes nos dejaron los Garrinchas, los Maradonas, los Pelés, y que hoy ni los Ronaldinhos, ni los Lampards, ni los Ballacks nos pudieron ofrecer ni a cuentagotas. Zidane contra Brasil nos construyó un monumento al fútbol, como Diego lo hizo otrora contra Inglaterra o contra Bélgica, nos salvó el Mundial por todo lo alto, haciéndonos creer de nuevo, en “él”, en el protagonista, en el magno actor de esta comedia vuelta tragedia, el jugador de “fútbol”, el Zidane por sobre todos los demás. Pregunto ¿merece Zidane ser condenado? Yo creo que no, y no sólo eso, sino que debería ser perdonado además de recibir el agradecimiento de todos por habernos otorgado con sus botas los verdaderos momentos de Mundial.
Triste, mas en el epílogo ganó Materazzi, el impúdico delincuente fue la figura de la cancha, y aquí es donde se juntan nuestros tres temas, confusión, injusticia y desasosiego. Así se dicta el fútbol hoy, pero los que aun creemos en un deporte, en más que un deporte, llamado “fútbol”, donde una gambeta vale más que un insulto, que la hombría de pedir la pelota vale más que la de una patada, en la que un golazo vale más que diez mil rechazos, entonces debemos reivindicar al maestro Zidane, y condenar a la vileza de los Materazzis, por nada más y nada menos que por el amor al juego. Y sino cabría preguntarle al ya finado maestro Fellini, amante insobornable de circo como espectáculo, del lado de quién estaría ¿de Colunha o de Pelé, de Gentille o de Maradona, de Materazzi o de Zidane?
5 comentarios:
Bravo! Bravo! Bravo! Gracias por publicar este hermoso mensaje justo, claro y emocionante que un ser como Zidane merece indiscutiblemente.
El Lar de los conformes disconformes emprende muy bien su camino para conformar a una disconforme como yo. Gracias!
Invitaré a mis amigos y conocidos a entrar en EL LAR para leer este soberbio artículo .
Hay Alvarito, Alvarito...
Como se notan tus largas lecturas de los grandes maestros del pensar...
Claro que si. Por fin hay que romper el tópico de que el futbol sólo le puede gustar a los cazurros...
A mi me gusta casi tanto como leer a Nietzsche. Por cierto gran artículo.
En mi autorizada opinión, el tano ligó el cabezazo por aposharle el bulto en el tujes al pelado. Y no por acordarse de su madre, pues como es sabido las madres son un lugar común, casi sintagmas tan cristalizados como decir buen día, escuchados como quien oshe shover.
O sea q el hombre está libre de culpa y cargo y tiene todas mis simpatías. Desencanto hubiese sido q en respuesta le propinase un piquito ¿no?.
Claire, de Buenos Aires.
Sr. "tengo media Bolivia cortada en esas maletas", no sólo estoy de acuerdo contigo, sino que me gusta tu articulillo. Ahora bien, los cabezazos a partir de ahora los llamaremos "zidanazos"; como buen amante del fútbol,y sé que lo soy, sin ser cazurro como bien dice Andrés, destesto el fútbol italiano, desde Tassotti y la nariz de Luis Enrique, hasta el pobre juego que nos dieron en cierta final de la Copa de Europa el Milán y la Juve.
Los italianos son expertos en insultar a tu madre y hacer una "cuerda" a la vez. Si yo hubiese estado en el pellejode Zidane le hubiese cascado tres "zidanazos" y no uno, total, el daño estaba hecho ya; y que me llamen salvaje, o violento o lo que sea. Que sea un deporte para todo el mundo no quiere decir que lo sea para nenazas y sinvergüenzas como Materazzi. Olé por Zidane, el mejor mediapunta de todos los tiempos, acaba su carrera como quiere, y si es "luchando" como él dice, pues mejor. Zidane es la crema, los demás han sido sólo la canela.
Sólo me queda un pesar, su retirada; y un horrible futuro: Capello. Lo que me queda además, por desgracia, es seguir jugando al fútbol en un equipo de barrio llamado "catenaccio"...
Saludos "trans"
Muy bueno Alvarex
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