jueves, abril 08, 2010

Julio Cordero Castillo: Del instante al arquetipo (parte II)


Concentraremos el presente texto en una fotografía específica de 1915* que el autor bautizó “Libando está”, mentando, con mucho humor, el clásico de la música nacional “Nevando está”. Es inmensa e inmensamente significativa la colección de retratos, paisajes y eventos que aportó este ojo implacable y plagado de arte. Ese hecho hace imposible o inadecuado abarcar semejante obra en un pequeño ensayo. La toma en cuestión resume y enaltece como pocas la contribución de este titán de la imagen.

La fotografía, por su veracidad, nos hace olvidar que es, ante todo, una imagen, como un cuadro abstracto o un monolito. La fotografía, representa, está en lugar de algo o alguien. Lo que hay que estudiar en realidad son las propiedades de la fotografía en su manera de ser imagen. A diferencia del retrato clásico en lienzo, la toma fotográfica retrata y nos sugiere el concepto de instante. El pintor, cuando retrataba un noble o un clérigo, hacia abstracción del instante en que lo pintaba para proponer al espectador una imagen de la esencia, de lo permanente del sujeto, en otras palabras, proponía una idea de aquel que representaba. La modernidad de la pintura también implicó una nueva aproximación del sujeto: Degas, Seurat o Lautrec se empeñaron, en capturar instantes de la vida cotidiana. Sin embargo, esa labor recayó, sobre todo, en la fotografía por su velocidad en la toma, su propia mecánica y su veracidad.


El instante es, por excelencia, la idea de una totalidad espacio-temporal. El instante, como dijimos antes, no existe en los hechos. Es una construcción mental y el arte fotográfico es un soporte privilegiado de esa construcción. Sin embargo, la gama de posibilidades en la fotografía es tan amplia como en la pintura. Desde esas construcciones abstractas y oníricas en estudio de Joel Peter Witkin (aunque no se pueda creer, el mismo Cordero tiene una serie sumamente semejante a la de este tenebrista y muchas décadas antes) hasta la vertiginosa imagen fuera de foco o en movimiento de los fotógrafos de guerra, podemos barajar una cantidad inmensa de posibilidades que se pueden obtener a través de la “escritura con luz” con relación a la captura de un instante irreproducible. “Libando está” puede considerarse en el medio justo entre esos dos extremos. Por un lado, vemos que la locación es al aire libre y el evento es una chupa-asado campestre. Todo eso genera una buena cantidad de condiciones no manipulables. Sin embargo, por otro lado, vemos que la disposición de las personas y el encuadre sugieren una puesta en escena, una construcción.

La fuerza de esta imagen radica en esa tensión. De alguna manera, nos evoca la espontaneidad, la alegría, la ligereza y hasta la banalidad de un momento cualquiera en una reunión de ocio cualquiera. Sin duda, las copas que ingieren los extraordinarios personajes, colaboran a ese ambiente laxo y a ese aire de naturalidad en el retrato. Por un lado vemos un instante, claro, uno en medio de una secuencia infinita de instantes. Lo que equivale a pescar, al azar, un segmento en una lógica diacrónica. Y, a pesar de eso, por la disposición, la imponencia del paisaje y el encuadre, también estamos frente a una visión que trasciende el momento, retrata una época, una sociedad, un tipo de hombre, como hacía Velásquez, siglos antes, en “Las Meninas”.

Sí, así es como estas personas pasan a ser personajes y más aún: arquetipos, del boliviano, del hombre. Cada gesto, postura y acción delata, revela una condición que escapa a toda perspectiva diacrónica para hablarnos de nosotros mismos a través del tiempo, independientemente del tiempo. De repente, la magia de esta disciplina que es arte y ciencia (probablemente esa sea la naturaleza de toda magia) se manifiesta y deja ese vértigo fantasmal que no cesa de sorprendernos por más que estemos más familiarizados con la fotografía que con el aire que respiramos. Esa magia radica pues, en una paradoja.

Son la coincidencia y la tensión entre la inmediatez y la permanencia idealista de la imagen de Cordero que le dan un valor simbólico único, y una poética conmovedora. Al estar, a la vez, posando y distraídos a la toma o, mejor dicho, atentos a otros sucesos que la toma, los sujetos de la foto se asemejan a esos personajes que pintaba Ingres en “La apoteosis de Homero”. Asimismo, el paisaje, abismal, de la hoyada paceña (un valle inhóspito aún) no aparece como una objetividad sino que más bien consta de un cariz simbólico que remite a los cuadros religiosos del renacimiento. La presencia fantasmal del Illimani, esa “bestia solemne y rígida” sugiere incluso una cierta metafísica, un otro reino respecto del reino temporal y efímero de la sociedad y de la vida del ser humano. En ese sentido, el encuadre sugiere un ordenamiento similar al del “Entierro del Conde de Orgaz” del Greco, donde las dos realidades están bien delimitadas.

Entre los personajes, como en las grandes obras, vemos arquetipos humanos: el vividor, el desconfiado, el artista, el glotón, el soñador, los amigos, etc. Asimismo, vemos un retrato cautivador de la sociedad boliviana: machista, estratificada y hedonista (por no decir alcohólica) pero no desprovista de un poderoso espíritu gregario y de una saludable cohesión microsocial. En este aspecto es menester rescatar la posición de la duendesca imagen del único aymara de la foto, al pie, cómo no, encarnando como nadie la metáfora de la “pirámide” social. Vistiendo harapos, porta una bandeja vacía a no ser por la humilde copa de alcohol que le toca beber. Su mirada es de las pocas que fija en la cámara, más aún, fija en nosotros, en el futuro. Mientras los otros disfrutan el instante y se olvidan del problema esencial de nuestro ser en la tierra, como en una Vanitas, el indio encara como nadie la visión de la cámara y, como por intuición, nos reta, reta al tiempo. Todos ellos son fantasmas y por ende, la mirada del aymara lo confirma, nosotros también somos fantasmas. He ahí lo fantástico y aterrador de una fotografía: frena el tiempo y, al contrastar ese hecho con el flujo de la vida, nos sugiere la muerte. Como la luz de una estrella apagada, vemos a los ojos a los muertos, que somos nosotros.

Cordero lleva su arte a profundidades místicas. “Libando está” es sólo un ejemplo del poder alquímico de la fotografía fija que, a diferencia de la cinematografía – que imita la vida –, remite misteriosamente a la muerte. Mientras más pasa el tiempo, más espesor cobran esas miradas, esos gestos que, aunque hace casi cien años, son también los nuestros. La memoria lo es todo y no es nada. Vivimos en el pasado igual que esas luces y sombras plasmadas en el celuloide del maestro, pues sólo somos eso: luces y sombras viajando hacia un destino común.

*Se recomienda al lector admirar la foto, ya que la disponemos en altísima resolución (cortesía de Gordo Colapsos).

4 comentarios:

Juan Sebastián Cárdenas dijo...

No conocía a Cordero Castillo. Pero después de leer este texto y el anterior y, sobre todo, tras buscar otras imágenes en la red, me parece de verdad algo extraordinario. Me llamó la atención la artificialidad en la composición. En "Libando está" todos posan de una manera bastante forzada y sutilmente irónica. Parecen actores de Meliès. Pero esa artificialidad aparece como un signo distintivo de cierto arte boliviano (para mí, el más notable) que se observa en los escritos y pinturas de Arturo Borda o en los textos de Saenz. Cierta comodidad en el artificio, en el hecho de subrayar a priori el carácter ficticio del acontecimiento artístico. No sé...da para echarle lápiz con más detenimiento.

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Totalmente de acuerdo, tampoco olvidemos esa solemnidad hipertrofiada hasta la caricatura que forma parte del encanto de ese arte al que haces referencia y que se hace totalmente patente en la obra de Cordero.

La extensión de su obra no puede limitarse a un aspecto y debe encararse desde múltiples perspectivas: histórica, sociológica, estética, psicológica, etc. Sin embargo todas esas armas no logran resumir la emoción de una buena fotografía.

Saludos y abrazos desde el cholo.

Vania dijo...

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