miércoles, febrero 25, 2009

Guillermo Arriaga: la vida como literatura

En momentos clave, la existencia, o mejor aún, sus giros sorprendentes, tienen una cualidad profunda para construir momentos límite. Momentos increíblemente redentores, momentos increíblemente hijos de puta. Entre la posibilidad de pasión y desgarro transitamos cotidianamente. A cada vuelta de esquina puede aparecer un evento que trastoque todo, que desvirtue todo, que (re)funda todo. La vida, en última instancia, sólo encierra malignas penas o enormes alegrías. Caminamos por un destino que es un péndulo entre la plenitud y la tristeza. Y esa cualidad intrínseca también está en nosotros, estamos poseídos por ella. Los seres humanos somos una conjunción de vida y muerte. Capacidad para crear como para destruir. Capacidad para construir solidaridades como para destrozarlo todo, para matarse por los que uno quiere como para olvidarse del resto de los mortales que no conoce. Para ser artistas como para ser abogados. Esta contraposición esencial entre la vida y la muerte, entre la plenitud y la tristeza, es una de las principales propiedades de la existencia y sus actores.

Guillermo Arriaga, inmenso escritor y guionista mexicano, autor de novelas como El búfalo de la noche y Escuadrón Guillotina, y de guiones como Amores Perros, 21 Gramos y Babel, plantea la relación entre la creación y las características complejas de la existencia cuando dice en la solapa de uno de sus libros: "Contando historias los seres humanos podemos celebrar los hondos dolores de la vida. Por eso se siguen escribiendo novelas, cuentos y guiones. Por eso escribo yo. Las influencias en mi obra son la calle y el monte. Siempre, más que otros libros. La vida misma, con su crudeza y su dulzura, con sus desgarros y sus festejos".

Creo que en esta reflexión se concentra el sentido último de la literatura de Arriaga. Beber de lo humano, reportar y reflexionar sobre la vida misma, engendrar creaciones que muestren nuestras profundas propiedades y características. Así, los motivos de su obra se encuentran inscritos en esta fuente inmensa y desoladora. El dolor y la desnudez que implican una relación de amor marcada por la locura, el desapego y la amistad. La paradoja que implica la posibilidad de muerte para engendrar vida a través de nuestras construcciones científicas que sólo implican miedo. La posibilidad de que el cruce de un semáforo trastoque la existencia de manera definitiva. El poder y la crueldad que se expresan desde niños, desde una familia, desde un barrio.

La vida por sobre los libros, la sustancia por sobre los mecanismos, la médula por sobre los artificios. Esa es la literatura de Arriaga. Talento puro y duro. En un espectro creativo marcado por el experimentalismo y la búsqueda técnica, Arriaga retorna a los principios básicos de la literatura. Pienso muchas veces, cuando leo algunas cosas contemporáneas o charlo con estudiantes de literatura o prospectos de escritor, que la escritura se ha ido perdiendo, concentrándose demasiado en las técnicas y en los conocimientos de otros autores. Es más importante el mecanismo de la novela, la estructura y los medios sorprendentes, que la sustancia de la misma. Es más importante el juego que el autor puede desarrollar con otros autores, que las cavilaciones profundas que entrañan sus páginas.
Bueno, en Arriaga la técnica y los libros son siempre secundarios frente a la necesidad de narrar y a las sorprendentes historias que cada segundo nos pone la vida frente a los ojos. De ahí que sus historias estén dominadas por una emotividad extrema, por una capacidad movilizadora que se apoya en las sensaciones que todos vivimos algún día. Cuando existe esa posibilidad para beber de los complejos caminos de la existencia y para poder expresarla respetando sus honduras y misterios; los instrumentos, los artificios y la técnica no tienen demasiada importancia. Lo más importante, lo esencial, ya está realizado.

lunes, febrero 16, 2009

El no tan curioso bodrio de Benjamin Button, David Fincher y Brad Pitt

No es una curiosidad o una extrañeza que una película larga, pulcra, sensiblona, aburrida, bien hechita y poco ingeniosa esté a la cabeza de ganar un Oscar de la Academia, es más bien volver a un pasado medido por un baremo similar que siempre ha privilegiado los “Forrest Gump” sobre los “Pulp Fiction” (tendencia que parece emanciparse al galardonar a la fabulosa y perversa “No Country For Old Men”, pero aparentemente de nuevo debemos ser iluminados), y no digo porque este año haya ningún “Pulp Fiction”, la verdad no lo sé, de las nominadas sólo he visto “The Curious Case of Benjamin Button” y para muestra, nunca mejor dicho, un botón.

La película arranca con un prólogo bastante decoroso con algunos momentos álgidos en sentido del humor y con uno que otro personaje con cual sentir empatía, pero eso dura poco, un quinto de la película para ser indulgente, después se empieza a suceder un burdo remedo de “Forrest Gump” el filme de Robert Zemeckis, mostrándonos el transcurrir del mundo a través de los inocentes y diáfanos ojos de Benjamin Button, un hombre nacido viejo y que va rejuveneciendo mientras avanza su vida. El filme nos descubre su ubicuidad en los eventos históricos más relevantes, lo purificador que es para las personas que va conociendo, tornándose en una cinta predecible y aburrida ante cada fotograma que pasa (perdón a la hermosura de Cate Blanchett, que tampoco alcanza para salvar el conjunto de la hoguera).
Una cosa altamente sorprendente es la firma de la película; me parece muy confuso que esta obra esté suscrita por David Fincher, un cineasta pese a no estar entre mis favoritos, entendía yo que poseía una visión más sórdida, pesimista y valiosa, visto lo visto en “Fight Club”, “Seven” o “Zodiac”, uno espera una interpretación menos cándida de la vida, no tan salida de un popurrí de Paolo Coehllo y Steven Spielberg, ya que sin saber el director a mi se me hubiera pasado por la cabeza pensar que esto era una hechura de Spielberg o de uno de sus tantos epígonos (léase por ejemplo Ron Howard) propagadores de la buena caligrafía, el pastel cinematográfico y el final feliz.

Que mezcla de risa y repugnancia en los momentos en que Brad Pitt empieza a aparecer vestido de James Dean, y de Marlon Brando, para terminar en un comercial de perfume de Ralph Lauren mientras observan el despegue de un cohete cerca de Cabo Cañaveral. Brad, ya eres un hombre grande y has demostrado tener alguna cualidad actoral, un poco de rubor en la cara. Es difícil percibir al final de la película algo distinto que un empacho que además evoca algo que ya has visto con un maquillaje un poco grotesco, para algunos esa sensación será felicidad y catarsis, pero un poco pensada esto último es algo artificial hasta los poros. Lo único verdaderamente rescatable de este bodrio es el viejo que fue sacudido por un rayo en siete ocasiones, que lástima que solo muestren seis de ellas. Por lo demás “The Curious Case of Benjamin Button” se quedará como un emulo descompuesto de una raza de películas que está más para indignar que para iluminar.

jueves, febrero 12, 2009

Depeche Mode: Touring the angel (Vivo en Milán, 2006)


Es curioso como son inversos los destinos de The Cure y Depeche Mode. Los primeros (el primero) empezaron con una propuesta marginal, oscura, fría y derivaron en un soft rock tierno y melancólico pero muy lejano a las ominosas notas que poblaban sus primeros discos. Los segundos empezaron con un pegajoso pop niuhueivero que, poco a poco, fue derivando en una densa y ácida banda de viejos rock-stars en penitencia.

El resultado en la actualidad me parece contundente: mientras Robert se ha aburguesado y se ha cerrado en la misma burbuja musical que viene proponiendo desde el "Wish" (hay cosas hermosas, claro), ignorando todo el cambio en la propuesta sonora que ha acaecido en el rock y en la cultura underground desde entonces; Depeche Mode ha creado un sonido tan propio como adaptado a la época, sedienta de nuevas vetas, enamorada de un frenesí sensorial muy ajeno al que se exigía allá por los ochentas. Mientras Robert ha engordado y parece un rockero satisfecho con su estilo de vida, un bon-vivant; Martin Gore y Dave Gahan están más en forma que nunca para sobreexcitar la mente de las nuevas generaciones con notas perturbadas, abnegadas y sinceras; poderosas a más no dar cuando de ser transmitidas en directo se trata.

Justo antes del estallido mundial de la gira “Tour of the Universe 2009”, me permito introducirles esta perla entre los vídeos en vivo: “Touring the Angel”. La gira promocionaba el “Playing the Angel”, el mejor disco de la banda desde “Violator”. Nada tienen que envidiarle en poder y carisma a grupos como Nine Inch Nails, Tool, Radiohead que, si bien pueden meter más bulla, carecen de un frontman como el de Depeche: Gahan, como verán, es una bestia de escenario que pocos pueden igualar (un Jagger, quizás, un Dickinson). Como en un partido de futbol donde todo le sale bien a un equipo, en aquella fecha de Milán, Martin Gore y compañía dieron cátedra en lo que es presentarse en vivo y darse integro a una audiencia, idiotizada audiencia, por cierto.

He aquí un entremés yutubístico:

lunes, febrero 02, 2009

Las 10 mejores películas de los 2000s

Pese a que la década sigue en curso, que exista un montón de omisiones por falta de visionados y de buen gusto, y que seguirán apareciendo por diferentes canales grandes películas, aquí se expresa una arbitraria lista de 10 filmes que a mi parecer serían lo mejor que he visto durante los 2000s. Toda lista brilla más por sus ausencias que por sus presencias, y por eso me brindo a las más violentas y ácidas críticas con listas propuestas por los lectores. (N.d.E.: La lista no denota orden de preferencia alguno)

In The Mood For Love (Wong Kar-Wai, 2000): Junto a “Chunking Express” la cumbre del cine de Wong Kar-Wai, que a través de la cadencia de la cámara, la esbelta y escultural belleza de Maggie Cheung con sus destellantes vestidos, las tonadas de Nat King Cole y una sobria nostalgia nos narra un amor imposible en un Hong Kong pretérito. Contiene rasgos que permiten evocar clásicos como “Brief Encounter” de David Lean y “Hiroshima Mon Amour” de Alain Resnais.
Mulhollan Dr. (David Lynch, 2001): Dentro del pesadillezco y fascinante universo de David Lynch, “Mullholland Dr.”, un recorrido onírico y dramático por la (ir)realidad Hollywodiense plagada de personajes extraños y macabros además de situaciones erotizantes y terroríficas, es quizás la quintaesencia de su cine, por no decir su obra maestra. Junto a “Sunset Boulevard” (otra película titulada en honor a una avenida de Hollywood) las películas que de forma más maravillosa muestran el lado oscuro y perverso de la tierra de los sueños.
Mystic River (Clint Eastwood, 2003): Dentro de la creciente sabiduría y mesura para contar historias del maestro Clint Eastwood, “Mystic River” nos narra una desgarradora historia de tres amigos de infancia que por diferentes vicisitudes ven sus vidas despedazadas con actuaciones memorables por parte de Tim Robbins, Marcia Gay-Harden y Sean Penn.
Hierro 3 (Kim Ki-Duk, 2004): Dentro de la invasión asiática que irrumpió brutalmente durante la década, uno de los nombres sobresalientes fue el del coreano Kim Ki-Duk, autor de películas maravillosa y otras muy lejanas de serlo, tiene en “Hierro 3 (Bin-Jip)” su filme más sobresaliente. Cuenta la película una historia de un personaje fantasmal y lacónico (tanto así que no profiere palabra en toda la película), y todas las fronteras y barreras especiales que traspasará para estar con su alma gemela. Una de las películas más brillantes y frescas de los últimos años.
Un Hombre Sin Pasado (Aki Kaurismaki, 2002): Preciosa parábola soteriológica que nos trae las “desventuras” de un hombre que pierde la memoria a raíz de una brutal golpiza, pero que encuentra su redención en una comunidad que lo ampara pese a no tener nombre, carnet, ni número de seguridad social. En la vena minimalista, tierna y lacónica del finlandés Kaurismaki, “Un Hombre Sin Pasado” es un triunfo, donde el color, la música, los personajes y la historia se engranan para seducir inevitablemente al espectador.
Amores Perros (Alejandro González Iñárritu, 2000): Brutal retrato de Mexico D.F. que nace en una colisión que deriva en tres historias que muestran tres capas sociales de dicha megalópolis, cada una con condimentos de un realismo dramático hilados todos por protagonistas en una íntima relación con canes. Enorme debut fílmico de Alejandro González Iñárritu y uno de los mayores logros del cine latinoamericano de la década.
Ciudad de Dios (Fernando Meirelles y Katia Lund, 2002): Película salvaje e hiperkinética situada en una favela de Rio de Janeiro en su involución hacía un antro narco, que conjuga una dirección fresca, un guión muy bien hilvanado y delincuentes perfectamente carismáticos con macabro sentido del humor. Comparada en algunos medios con “Matrix”, afortunadamente “Cidade de Deus” no tiene ninguna tara grosera para que esta analogía tenga fundamento alguno, quizás una "Goodfellas" con sabor y ritmo carioca tendría nociones más apropiadas.
The Man Who Wasn’t There (Joel y Ethan Coen, 2001): Una pequeña pieza evocadora del “Film Noir” en su cuidadísima y bella fotografía en blanco y negro, con rasgos temáticos de “El Extranjero” de Albert Camus, firmada por unos inspirados hermanos Coen en su vena de preciocismo estético, enjundia temática y humor socarrón.
Ararat (Atom Egoyan, 2002): El egipcio-armenio-canadiense Egoyan es un director de filmes a fragmentos que sólo cobran sentido al final mostrando un rompecabezas armado de una finísima hechura y de un hondo pathos con una pléyade de personajes que tratan de hilvanar su presente con las heridas de su pasado. En “Ararat” alcanza una de las cimas de su cinematográfia conjugando el drama familiar, la identidad personal y colectiva, todo dentro de la filmación de una película épica sobre el velado genocidio armenio por parte de los turcos. Una joya.
Dolls (Takeshi Kitano, 2002): El japonés Takeshi Kitano en “Dolls” se separa de la estricta temática de Yakuzas para contarnos tres trágicas historias de amor hiladas por el silencio y lo inefable. Visualmente estupenda y conmovedora, es para Kitano, en su cliché de poeta de la violencia, un paso más allá en su sangrienta y enternecedora trayectoria fílmica.
Omisiones notables: Los Lunes al Sol (Fernando León, 2002), No Country For Old Men (Joel y Ethan Coen, 2007), Kill Bill Vol. 1 (Quentin Tarantino, 2003), Snatch (Guy Rithchie, 2000), Vera Drake (Mike Leigh, 2004), Al Otro Lado (Fatih Akin, 2007), Oldboy (Park Chan-wook, 2003), Hable con Ella (Pedro Almodóvar, 2002), History of Violence (David Cronenberg, 2005), Song From The Second Floor (Roy Andersson, 2000), The Royal Tenenbaums (Wes Anderson, 2001), Grizzly Man (Werner Herzog, 2005), Yi Yi (Edward Yang, 2000).