viernes, febrero 16, 2007

Lovis Corinth y Chaim Soutine: la marca de la carne, la carne marcada.



El tránsito del impresionismo al expresionismo se delata ante todo, desde un punto de vista de contenido, por el cambio de motivos llamémosles externos o exotéricos a otros internos o esotéricos que se esfuerzan ya no en abstraer la luz y las formas desde una perspectiva objetiva sino más bien en generar, mediante una deformación de luces y sombras y una síntesis de recursos cromáticos (contrariamente a la perspectiva analítica del color por parte del impresionismo), la expresión de una subjetividad. No es un azar que el paso del uno al otro signifique también el paso de la corriente más asidua al paisajismo a una que recupera la preferencia por la representación del cuerpo humano y especialmente el retrato. Formalmente este cambio se caracteriza, ante todo, por una liberación de la pincelada y la de-formación de la perspectiva clásica más que una abstracción de esta misma – como es en el caso del impresionismo –.

Este cambio de tendencia también se refleja en la invocación de los expresionistas a los viejos maestros flamencos y españoles. La oscuridad de los colores y los motivos, la pasión en la pincelada y el rol esencial de la intuición en la obra de estos pintores había sido puesta entre paréntesis por los impresionistas: minuciosos y casi matemáticos en su descomposición de la luz natural. Si hay alguien que representa este tránsito de tendencias – además de Van Gogh que representa eso y mucho más – es el genio alemán Lovis Corinth (Tapiau, Alemania 1858 – 1925 Zandvoort, Países Bajos). Sí, este multifacético artista es emblemático tanto en el impresionismo como en el expresionismo alemán; en él se puede traducir la mutación pictórica que representa el salto expresionista y todo dentro de un contexto inmejorable para este movimiento trastornado pero de innegable belleza: Alemania de fines del XIX y principios del XX.

Corinth, al final de su vida y carrera, afirma una tendencia marcadamente expresionista combinando tanto formalmente como a nivel de contenido las influencias de Goya, El Greco, Rembrandt y la plástica exuberante del impresionismo; todo dentro de una tonalidad imaginal sombría y en algunos casos desgarradora. Sus motivos preferidos: mitología dionisiaca, crucifixiones y desnudos. Qué tienen en común todos estos temas sino la aquella condición, humana condición, que nos causa temor en la misma medida que deseo: la carne. El cuerpo de Corinth no es un cuerpo pulcro, representación abstracta de una humanidad que ha superado la bestia interior, en este caso hablamos más bien de un cuerpo marcado, infectado por el paso del tiempo, captado en una pincelada casi animal y de una violencia verdaderamente sobrecogedora.

La expresión de la mentada condición, la carnal, se plasma en el lienzo de este teutón de una manera fundamentalmente ambivalente: la carne es vehículo de monstruosas pulsiones sexuales; y la carne es también, por excelencia, receptáculo definitivo de la enfermedad, la vejez y la muerte. El expresionismo pretende exteriorizar el oscuro interior del humano; en Corinth la cicatriz es la escritura misma de la carne: exteriorización caótica, indescifrable e incontrolable de un interior más indescifrable aun. Las posiciones trágicas en las que se encuentran los personajes nos pintan la corporeidad como una condición incómoda pero implacable; tanto en su función erótica como tanatológica.

Desencanto, desesperación, agonía: esos son quizás los apelativos que más condensan la aventura expresionista. Sí, no es casualidad que hablemos de un movimiento que nace de las entrañas de la guerra y la carnicería que fue la Europa de la primera mitad del siglo XX: la modernidad que prometía Razón, Progreso y Justicia se había convertido en la bestia más cruel y despiadada ante los ojos de estos pintores de una sensibilidad extraordinaria. El paradigma de ese espíritu agónico de una época ominosa es quizás, más aun que el mismo Munch, el maestro ruso-judío Chaim Soutine (Smilovichi, Bielorusia 1893 - Champigny-sur-Veuldre, Francia 1943).

Si la asociación biografía – obra no se encuentra en la creación artística como una ley, en el caso de este gran pintor esta relación se manifiesta claramente tanto a nivel de connotativo como denotativo. Soutine fue un hombre pobre y enfermo la mayor parte de su vida, pasó una niñez traumática y su condición de judío no le fue muy favorable en un contexto europeo radicalmente antisemita (que los franceses no se hagan). La mueca profundamente patética de sus personajes, la posición contorsionada, el uso violento de los rojos y, sobre todo, la densísima viscosidad plasmada en el lienzo indican un interior torturado, explosivo y expansivo. Si en Corinth la marca de la carne se plasma dentro de una pulsionalidad cruel y descontrolada, en Soutine la carne es trágicamente puesta en escena como objeto de deseo, pero no sexual, sino más bien deseo de alimento. La pintura de Soutine es la manifestación más amarga del hambre y de la condición voraz del ser y de la vida misma. La vida, para vivir, debe matar, devorar y herir o sino desaparecer tras sufrir penosas y absurdas cantidades de dolor.


La viscosidad tiene un fuerte sentido visceral o, más precisamente, intestinal en la composición del maestro en cuestión, se trata de un recurso plástico muy potente para representar la exigencia monstruosa del aparato digestivo en pos de alimento, del hombre devorándose a sí mismo desde adentro. La vida es la trágica situación en la que se encuentra el ser humano dentro de una cadena siniestra de cadáveres devenidos alimento y hombres en transe de devenir cadáveres, un ciclo material despiadado del cual el ser humano es más esclavo que dominador.

Así pues, en el retrato – uno de sus motivos favoritos –, vemos rostros deformados por una lógica interna, la lógica propia de la carne: una lógica más fuerte que la lógica formal e identitaria, que parece subyugarse al flagelo de la condición material del ser, allí donde el imperan el hambre y el dolor.

Esta patética fluidez del ser marcado desde el interior por una carnalidad implacable y ciega a los sentimientos y a los valores, es una clave de observación, una visión del mundo que se plasma también en los múltiples paisajes que nos ha dejado Soutine sugiriéndonos a un Van Gogh sumido en un universo Caligariano de entre-guerras: no brillan ni cielo ni estrellas, todo parece estar a punto de ser llevado por la tormenta como en el inicio del Mago de Oz, sólo que las casas, y todo lo demás, en lugar de salir volando a un lugar mágico parecen estar condenadas a la desaparición y al olvido en un lugar trágico.


La melancolía y, más aun, la desesperación se hacen completamente patentes en la pincelada de este sufrido artista judío que prefería pintar antes de comer, abrigarse o curarse de los males que lo aquejaban constantemente (la úlcera estomacal lo acompañó gran parte de su vida y terminó por matarlo). Quizás la deformación de lo figurado en los mentados lienzos es aquello que deja entrever una lágrima o una cascada de lágrimas. No es tanto la muerte o la sexualidad lo que parece sugerir la carne en su obra sino más bien el calvario que implica vivir, convivir con el cuerpo y los cuerpos, convivir con los animales y lo que devienen a la larga: comida, para alargar absurdamente la vida, escapando vanamente de lo que va a llegar sí o sí. Tarde o temprano.


Son probablemente Bacon, Corinth y Soutine los artistas de vanguardia que mejor han plasmado esa situación terrible, fuente de monstruosidad pero a la vez de una inmensa belleza que es la condición carnal de ser, el cuerpo no como una entidad diferenciada e idéntica a sí misma sino como una energía descontrolada de humores, vísceras, deseos y pulsiones oscuras para nuestro pobre intelecto. El cuerpo clásico, fachada de un espíritu superior, se convierte en la obra de estos tres genios la delicada línea entre el mundo exterior, objetivo, sólido y el turbio interior que fluye como fluye la lava de un volcán: destructiva y caóticamente. El expresionismo inscribe una continuidad y una ruptura con el impresionismo: el devenir de una Europa carcomida por el odio, el hambre y la guerra transforman (trastornan) el límpido paisaje impresionista en un paisaje-grito, cuerpo-grito y alma-grito que se expresan desde un interior perturbado por nuestra condición, un interior en el que no cabe sino la inmensidad del vacío y la muerte. La marca de los expresionistas es una cicatriz imborrable en el cuerpo de la historia del arte y la cultura. Su delirante visión siempre recordará al alma sensible que estamos solos en un mundo gris, dentado y voraz ¿Ganas de gritar? Qué más da.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Diego, nos metés en un mundo que transita del bucólico y cándido del impresionismo a un apocalíptico expresionismo donde mezclás la viscosidad del óleo con los humores sanguíneos, el agua ras con el plasma, el lienzo con la mortaja, el pincel con el estilete, en un análisis- del teutón y el judío- por momentos fascinante y por momentos aterrador, donde no solo la carne termina marcada. Seguí dándole color al lar de los conformes disconformes. Alejandra Sacco.

Rosenrod dijo...

Impresionante retrato de un movimiento que abrió tantas puertas y rompió tabúes. Nunca lo humano, lo verdaderamente humano, fue tan central.

Un saludo!

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Alejandra y Rosenrod: Les agradezco por su interés: todo este tema de la mutación de tendencias en la historia del arte es apasionante y al darle vueltas a este caso precisamente, me vino a la cabeza una idea que da cabida a un debate, más de naturaleza sociológica que estética: ¿Será el impresionismo una manifestación estética propia del espíritu francés y el expresionismo del alemán?
La idea es que mitología, cosmovisión, condiciones socio-históricas y volkgeist propician ciertas maneras de pensar y crear y obstaculizan otras. Un siglo antes podríamos hablar de la marca francesa del movimiento neo-clásico y la alemana del romanticismo... El debate está abierto...

Anónimo dijo...

ei dieguito, no lei el articulo, ni los comentarios, ni siquiera se de que se trata la mierda esta, pero bueno, desde guatemala te saluda esta fachada de individuo, que dejaste olvidado en los callejones de la decadente barcelona, bautizado con calimocho, paul
haase.p@gmail.com

policarpa dijo...

como se llaman estos cuadros?

policarpa dijo...

cual es el nombre de esos cuadro?