El fútbol es un modelo de sociedad individualista. Exige iniciativa, competencia y conflicto. Pero está regulada por la norma no escrita del juego limpio.
Antonio Gramsci.
Desde todos los espacios sociales retumba el mismo eco: es hora de cambiar al fútbol boliviano. Los dirigentes, periodistas e hinchas repiten sin cesar que es necesario transformar el fútbol en nuestro país. Se alista una gran “cumbre” en diciembre donde se tratará el tema, cada (de)formador de opinión deportiva aprovecha cualquier espacio desde su tribuna para mostrar la urgencia de este proceso, los espectadores futboleros repiten también estas premisas. Sin embargo, hay un aspecto que nadie toma en cuenta: ¿cómo será el cambio? Nadie parece tener idea de qué implicará esta transformación y cuáles serán sus características. Todos se llenan la boca con un fenómeno que, claramente, no tienen idea de cómo surgirá.
Este ensayo pretende reflexionar sobre este mentado cambio en el fútbol boliviano. La reflexión parte de una premisa esencial: nadie tiene idea cómo debe realizarse el cambio y los actores tradicionales del campo futbolístico no van a poder realizarlo satisfactoriamente. A partir de esta idea, se analizan las pulsiones de transformación del fútbol boliviano a partir de tres espacios de análisis: en primer lugar, los actores relacionados al fútbol; en segundo lugar, los procesos que se están postulando como posibilidades de “cambio”; en tercer lugar, las características del cambio que se está proponiendo desde la clase hegemónica que pregona incesantemente la transformación. Se pretende, entonces, a partir de la idea de “cambio”, entender las características del campo futbolístico en Bolivia y ver si realmente los actores que lo conforman podrían llevar una verdadera transformación del fútbol boliviano.
1. Los actores
“Durante mis años como dirigente de la Liga no observé que ninguno de los dirigentes de clubes se hubiera enriquecido con el ejercicio de su función, más al contrario, vi cómo entregaban tiempo y dinero de su propio pecunio para continuar con esta actividad por el cariño que le tienen”.
Mauricio Méndez, Presidente de la Liga del Fútbol Boliviano.
“Si quieren ser dirigentes, que hagan como todos hicimos y hacemos, que pongan dinero”.
Carlos Chávez, Presidente de la Federación Boliviana de Fútbol.
“Si iba al arco era gol”.
Fermín Zabala, comentarista deportivo.
Si hablamos del cambio en el fútbol boliviano, ¿no sería el primer paso esencial cambiar con todos los actores que han hecho que el fútbol en nuestro país llegue al agonizante estado en el que está? ¿No es el primer paso para el cambio deshacernos de todos los incapaces e ignorantes que han dirigido este barco que se va a flote? Esquemáticamente y siguiendo a Gramsci, la reflexión sobre los actores hegemónicos del campo futbolístico en Bolivia puede resumirse en dos espacios: los actores estructurales, los dirigentes, y los actores superestructurales, los periodistas (los “intelectuales” del fútbol). Veamos ambos espacios de análisis desde el prisma del cambio.
Uno de los espacios sociales desde donde surgió esta propuesta de cambio fue el de los dirigentes. Desde Carlos Chávez hasta Sergio Asbún, pasando por Mauricio Mendez. Sin embargo, parece por lo menos paradójico que ellos sean los que dirijan las riendas de la transformación. Si ellos quieren propiciarla que se hagan un lado. Ese ya sería un avance. Que los dirigentes quieran hacerse cargo del cambio es como pedirle a Manfred Reyes Villa o Jaime Paz Zamora que redacten un nuevo código de ética y decencia. Desde mi punto de vista, no podrá existir un cambio profundo y verdadero del fútbol boliviano con ellos a la cabeza. Esto sucede por tres razones: la ignorancia e incapacidad, el apego al poder y la mantención instintiva de la clase hegemónica. Veamos estos tres aspectos.
La dirección del fútbol boliviano siempre ha sido un nicho cerrado controlado por la élite de las distintas regiones. A pesar de su carácter eminentemente popular y democrático, el fútbol, a contracorriente de sus pulsiones esenciales, ha sido dominado por una clase cerrada que ha ido rotando en el poder. Las mismas familias, los mismos apellidos, los mismos orígenes. La reproducción pura y dura. Mientras la materia vital del fútbol transcurre por los barrios, los canchones y el área rural, sus dirigentes se atrincheran en hoteles de cinco estrellas, en lustrosos ternos y en aviones de primera clase. Ceden el poder sólo a sus iguales: amigos o familiares. Y yo digo esto con conocimiento de causa, con un conocimiento que también implica una duda existencial: yo he transitado estos caminos que ahora critico y enuncio. El cariño y la solidaridad con gente que aprecio demasiado no me han permitido, hasta ahora, tomar una decisión al respecto. Formo parte de esa reproducción y bebo de los mismos vicios. Sin embargo, más allá de posturas individuales, queda claro que este fenómeno debe cambiar, que es necesario arrebatar el control del fútbol a la clase hegemónica que ya sólo puede controlar el deporte (el Estado ya no les pertenece, San Miguel ya no les pertenece, este país ya no es su prostíbulo). Esta clase hegemónica dentro del deporte debe irse por la incapacidad que han demostrado en el manejo del fútbol.
Sólo bastan un par de ejemplos. Nuestros queridos dirigentes planifican un campeonato “playoff” (es decir: eliminatorias) donde, se supone, el sentido es la eliminación directa de los contendientes. Sin embargo, de los once equipos que juegan este campeonato, en la primera ronda, se elimina solamente UNO. Son tan asnos que su idea de playoff es que uno se elimine y queden diez. Como dice mi amigo Cholo: es un playoff comunista. Es absurdo, es poco serio, es risible. Ni siquiera once niños organizando un campeonato de cacho podrían hacerlo peor. Nuestros dirigentes son tan incapaces que ni siquiera pueden organizar un campeonato decente. Por otro lado, veamos un ejemplo de las divisiones inferiores (otro de los espacios imaginarios donde todo el mundo se llena la boca acerca del cambio y no ubican nada), un jugador sub-20 de Bolívar (que participó en el campeonato sudamericano sub-17) recibe denuncias de que su edad es fraudulenta y se plantea una impugnación (otro de los males estructurales de nuestro fútbol del cual hablaré en la segunda parte del artículo), aún así nuestros lúcidos dirigentes deciden hacerlo participar en la competencia bolivariana con todos los posibles problemas que esto acarraría. Por un lado se denuncia y juzga al jugador y su club y, por otro lado, se lo hace jugar en la selección nacional. Es un absurdo. Son sólo pequeños ejemplos dentro de un mar de hechos: el manejo de la selección nacional, la forma en que se organizan los campeonatos, la repartición de los premios a copas internacionales, la espesura institucional de la Federación de fútbol y la Liga. Etcétera, etcétera, etcétera.
Sin embargo, los absurdos que cometen los dirigentes no son sólo por incapacidad o ignorancia. Suceden por eso pero también por otro aspecto: el apego al poder. Esta clase hegemónica no quiere dejar de controlar a la gallina de los huevos de oro. Son incapaces para planificar o pensar el fútbol pero son muy duchos para entretejer los hilos del poder y mantener un manto que los mantenga en su posición. Las reuniones de la Liga no se basan en aspectos técnicos, se basan en aspectos políticos. Los campeonatos se planifican mal porque entran en enfrentamiento intereses regionales, políticos y de clase. La institucionalidad y la justicia no existen, en el fútbol boliviano sólo existe el manejo del poder (y sus funcionarios privilegiados y desalmados: los abogados). Esta clase dirigente hará todo lo posible por mantener su isla privilegiada, su espacio de dirigencia aislado de las masas populares que respiran fútbol. Por eso plantean el cambio, es sólo una propuesta ideológica que busca mantener su hegemonía.
Reflexionemos ahora sobre los “intelectuales” del fútbol, sobre los funcionarios de la superestructura futbolística: los periodistas. Al igual que en el caso de los dirigentes, en general están marcados por dos fenómenos: la ignorancia y el apego al poder. Desconocimiento y mala leche.
La ignorancia de nuestros periodistas deportivos es demasiado profunda. Con algunas excepciones, como el caso de Ernesto Moreno y Marco Tarifa, los periodistas están en su posición privilegiada por giros del destino o por relaciones familiares y de capital social. No han llegado a su sitial de referentes sociales por conocimiento o trabajo sacrificado. Todos los hinchas deportivos identifican fácilmente lo asnos que son.
Nuestros periodistas están marcados por una profunda ignorancia. No tienen ninguna capacidad para analizar aspectos técnicos de un partido de fútbol, para reflexionar sobre las profundidades de este juego, para entender que el fútbol es una realidad compleja y sugestiva, y, por supuesto, no tienen idea para entender por dónde debe ir el cambio, aunque se llenen la boca con él.
Veamos algunos ejemplos. Henry, como es de conocimiento público, realiza una asistencia con una mano gigantesca. El gol le da el paso a Francia al Mundial. Surge una polémica profunda relacionada a la necesidad de que el fútbol tenga apoyo tecnológico para el arbitraje. Este es un aspecto complejo que merece un profundo debate (piénsese solamente en las repeticiones que existen en el tenis o el fútbol americano). Sin embargo, Azbel Valenzuela, comentando esta noticia, señala con su voz estreñida: “Es un absurdo, señores. No hay que meter tecnología. El fútbol es un juego hermoso porque funciona en base al azar. Nunca van a prosperar este tipo de ideas”. Simplificación babosa. Un aspecto que merece reflexión y análisis es acabado rápidamente desde el lugar común. Acción típica del periodista. Por otro lado, veamos las ideas de Juan Pastén sobre los directores técnicos. Antes de que Bielsa se convierta en un ícono de moda, Pastén transmitía el partido entre Chile y Argentina en Buenos Aires. Con el mayor desparpajo del mundo dice: “Bielsa es un petulante. No es como Basile que planifica los partidos y es obsesivo. Él se deja llevar sólo por su instinto y es un técnico que improvisa siempre”. Pastén habla sin tener idea de nada. Sin saber que Bielsa es un obsesivo de la planificación y Basile un técnico mucho más libre. Habla porque tiene boca, sin tener un poco de información al respecto. Por último, veamos a Toto Arévalo y su viejo Sancho: David Heredia. El otro día intentaron analizar que debería pasar para que el tigre pase de ronda ya que había perdido tres a uno contra el Bolívar. Con el gol doble de visitante, nuestros pobres periodistas se enfrentan a bretes que sus pobres neuronas sufren mucho por pasar. Estuvieron dos horas, pobres, intentando entender que pasaba si Bolívar ganaba dos a cero. Al final, sinceros, renunciaron a dar una solución: “Pensaremos con calma y mañana daremos la información”. La sinapsis pudo detenerse, volvió a su lugar convencional: la estática. El mismo problema ha pasado mil veces el provocador de Berdeja. Los mismos sufrimientos, los mismos desconocimientos, los mismos ridículos. El rey de este espacio, el amo incondicional de la ignorancia y la sinapsis estática se llama Fermín Zabala. Es tan ofensiva y directa su estupidez, que no son necesarios ejemplos.
A este aspecto, la ignorancia, se debe sumar un hecho más: el apego al poder y la mala leche. Muchos periodistas mantienen su posición de privilegio en base a las relaciones de poder que ostentan (dicen por ahí que Pastén formaba parte de las reuniones de directorio de Mauro Cuellar) y el veneno que van supurando. El amarillismo como forma de sobrevivencia. Como no pueden analizar el deporte (en realidad no pueden analizar nada), tienen que reducir la profundidad del juego a la parafernalia burda que lo acompaña. Hay muchos ejemplos al respecto, pero no quiero extenderme más. Lo que queda claro es que los periodistas que deberían construir, desde su espacio, los contenidos profundos del cambio no tienen idea del fútbol y sus complejidades.
Terminemos esta primera parte con una aseveración que concluya la tinta derramada en estas páginas. Para que el fútbol boliviano cambie de verdad, el primer paso es deshacernos de sus actores hegemónicos. Tenemos que desterrar a los dirigentes incapaces y a los periodistas ignorantes de los espacios que ostentan sin ningún merecimiento.