“En efecto, la memoria es una realidad plural, dinámica, proteiforme. Más que una realidad dada, fijada, se trata de un magma, de un proceso. Es cierto que no se la puede considerar como una placa que registra –de forma neutra, notarial, desde lo externo- nuestras experiencias. Es reactiva, huye al control plenamente lógico. Es enigmática, en ocasiones puntualiza en la reconstrucción de los particulares hasta la crueldad, a veces de repente bloqueada, apagada, pérdida en un vacío turbio”.
Franco Ferrarotti, Las historias de vida como método.
10) Deportivo La Coruña 4 – Milán 0. Cuartos de final de la Champions League. 2004. Albert Luque: El partido de ida parecía una sentencia concluyente. El Milán había ganado 4 a 1 en su cancha al Deportivo la Coruña y los cuartos de final parecían estar definidos. Pero, ya se sabe, con ese Superdepor nada estaba nunca definido. El partido de vuelta se jugaba en Riazor y la muchedumbre que colmaba las gradas creía en la gesta heroica. A los cinco minutos, el “Rifle” Pandiani anota el primer gol para el Depor y la eliminatoria parece cada vez más cerca. Pasada la media hora del primer tiempo, Valerón empalma un genial frentazo que deja al equipo español a un gol de la gloria. Todavía hay tiempo, lo más difícil parece haberse realizado, sin embargo el Depor no recula, sigue empujando en busca del gol de la clasificación. Sale la defensa italiana con la pelota, Albert Luque roba el balón, enfrenta al arquero Dida, y clava la pelota al fondo de las mallas. 3 a 0. El Deportivo La Coruña ha realizado la hazaña. En el segundo tiempo, Fran decoraría el resultado y sellaría la enorme victoria del Superdepor por 4 a 0.
9) Vélez Sarsfield – Milán. Copa Intercontinental. 1994. Omar “El Turco” Asad: Madrugada. Algo había en ese Vélez que me seducía terriblemente. Será que desde niño siempre odié a River y a Boca, y por eso ese equipo pequeño triunfando en Argentina me emocionaba constantemente. Ganar en Argentina ya había sido un gran logro, conseguir la Copa Libertadores ya tenía tintes de hazaña, pero jugar contra el gigante italiano parecía una empresa imposible. Me levanté temprano (yo que toda la vida lo que mas he odiado es levantarme temprano), me senté frente al televisor esperando el milagro. El pícaro “Turco” Asad se adelanta a un paso defensivo hacia el arquero, corta el envío y, desde un ángulo imposible, mete al pelota en el arco. Se acabó, Vélez es campeón, Chilavert, Trotta, Asad, Flores, levantan la Copa Intercontinental. Desde Liniers, un grupo humilde levanta el trofeo delante de todo el mundo.
8) Bolívar 2 – The Strongest 2. 2008. Liga del Fútbol Boliviano. Pablo Salinas: Estamos dentro. Por primera vez, nuestra relación con el fútbol excede la pasión enorme del hincha. Con todo lo que eso implica (“nunca volverás a ser el mismo” me dijo un día el Gabo y tenía toda la razón del mundo). Sentados en “Butaca” (nunca antes había ido a ver el fútbol desde una butaca, lugar frío y separado), con los amigos del alma, sufrimos los dos goles que anota el tigre en el primer tiempo. Intentamos reaccionar pero la suerte parece estar echada, no encontramos ni el gol, ni la pelota. El tiempo pasa velozmente. Ya son cuarenta minutos del segundo tiempo y seguimos perdiendo por dos goles. A los cuarenta y uno, el rugido de la multitud festeja un penal para el Bolívar. Arnulfo Valentierra, mediocampista marcado por la calidad y el amor por la pelota, convierte el gol del descuento. Pero casi no queda tiempo. Dos minutos después, desde la derecha parte un centro caprichoso que se dirige hacia Pablo Salinas, quien se lanza y logra desviar el envío hacia las redes. Empatamos en dos minutos. El primer mosh en la historia de Butaca.
7) Deportivo La Coruña – Real Madrid. Final de la Copa del Rey. 2002. Diego Tristán: Festín para el poderoso. Centenario del Real Madrid, final de la Copa del Rey en pleno Santiago Bernabeu. Día para festejar, para mantener la hegemonía, para extender el imperio. La mesa está servida. El heroico Deportivo La Coruña (ese mágico Superdepor, marcado por la tenacidad de Mauro Silva, por la claridad de Valerón y por el olfato de Diego Tristán) destruye la celebración. Le gana 2 a 1 al Madrid, en su propio estadio y el día de su legendario festejo. Tristán, después de un pase de Valerón, la manda a guardar y el Deportivo le gana al Madrid. Algunas veces se cumple la absoluta sentencia del Quijote: “La fortuna siempre está del lado de los buenos”.
6) Liverpool – Milán. Final de la Champions League. 2005. Xavi Alonso: Sólo, echado en la cama de mi cuarto, veía con estupor como finalizaba el primer tiempo de la final de la Champions del 2005, el Milán ganaba holgadamente 3 a 0 al Liverpool inglés. Yo, que siempre voy en contra de los italianos y que iba formando esa época una simpatía por el Liverpool que a veces se ha convertido en fanatismo, puteaba en voz baja contra los milaneses. Me había escapado del trabajo en vano (el funcionariado no da espacio para el fútbol) y creía que la final estaba sellada. Se inicia el segundo tiempo y en diez minutos el Liverpool se pone 2 a 3. Pocas veces he sentido esa emoción de nuevo. Sentado al borde de la cama, observé el penal que le cometieron a Gerard. Xavi Alonso se aprestó a patearlo. Yo, un nudo de tensión y emoción buscando catarsis, me quedé mudo cuando Dida atajó el penal, para saltar después cuando Alonso recogió el rebote y la mandó al fondo de las mallas. 3 a 3, imposible, irreal. “You never walk alone”.
5) Colombia – Alemania. Copa Mundial en Italia. 1990. Freddy Rincón: Cochabamba. Habré tenido diez años. El Mundial era, con diferencia, el mejor momento de la vida. Aún sigue siendo así, aunque la intensidad no es la misma. En vacaciones, hospedado con la familia en la casa de un tío con el que nunca hablaba. Sin embargo, todos los días nos sentábamos juntos a ver el fútbol. Colombia me encantaba: el “pibe” Valderrama con su peinado estrafalario y esa capacidad para mostrar que la inteligencia es más útil que la velocidad y la fuerza física, el excéntrico Higuita que extendía su área de influencia de manera dramática, Higuarán y Estrada, delanteros veloces, fibrosos, filosos. Esa Colombia se enfrenta en el escenario mundial contra la poderosa Alemania. Necesitan del empate para pasar de ronda y dominan el partido frente al gigante. Sin embargo, inmerecidamente, Alemania se pone al frente con un gol de Littbarsky faltando solamente dos minutos para que acabe el partido. El gol es un golpe demasiado duro para los colombianos, parece que la suerte está echada, ya no hay tiempo. De pronto, Leonel Alvaréz corta la pelota, el balón le llega apenas a Valderrama, la controla y logra realizar una hermosa pared para después meter un envenenado envío que deja a Freddy Rincón sólo frente al arquero. Él lo encara y mete la pelota entre sus piernas. Rosquito perfecto, guiño a la niñez y a la infancia, que manda a los colombianos a la segunda ronda del Mundial.
4) Bolivia – Brasil. Final de la Copa América. 1997. Erwin Sánchez: La última herencia de esa alquimia del 93. Los últimos estertores de esa generación dorada y ese proyecto increíble. Jugamos la Copa América en nuestra casa y nos enfrentamos en la final a Brasil. El ambiente está condimentado por los fantasmas de Ugarte, Camacho y tantos otros. Brasil ha venido con todas sus estrellas. Sin embargo, nosotros somos los protagonistas del partido, en el Siles, el equipo boliviano es dueño y señor de la pelota. Sin embargo, no podemos meterla al arco. En un aislado ataque los brasileros se ponen 1 a 0. Las ansias se apoderan del estadio. Seguimos yendo, buscando vehementemente el gol del empate. Le queda la pelota a Sánchez, Le pega desde lejos, tiro rastrero y caprichoso que vence la resistencia, de nuevo, de Taffarel. 1 a 1. Todavía hay esperanza.
3) Bolívar – Boca Juniors. Copa Libertadores de América. 1991. Miguel Sanabria: Desde que tengo memoria, los lunes en la mañana saben al fin del mundo. Saben a tristeza, dolor, fatiga. Menos los lunes de Copa Libertadores, cuando el Bolívar juega a media semana. Desde el lunes se inician, más bien, los hermosos momentos de espera para el partido soñado. Vamos siempre a Preferencia con mi tío. Miércoles en la noche, sentados en nuestro lugar de siempre comemos sándwiches traídos desde casa, comentando sobre Boca Juniors y hablando de un delantero paraguayo recién llegado que dicen que es buenísimo, Miguel Sanabria. El Bolívar de los años noventa es una escuadra temible. Un equipo de primer nivel que puede pelearle a cualquiera en Sudamérica, más aún en el Siles. Pero Boca, es siempre Boca. Nuestro equipo hace una hermosa jugada coordinada, Sanabria se enfrenta al arquero y clava un zapatazo, puñal paraguayo, en la parte superior del arco. Fiesta total, Boca ha caído en el inexpugnable estadio de La Paz.
2) Bolivia – Brasil. Eliminatorias para la Copa Mundial en Estados Unidos. 1993. Marco Etcheverry: Algo especial, distinto, tenía esta Selección Nacional. Los partidos en la Copa América del 93, poco tiempo antes de las Eliminatorias, ya mostraban las características profundas de su juego: el orden defensivo y la creatividad en el ataque, sazonadas estas posturas colectivas con jugadores individuales en un nivel altísimo: Rimba, Cristaldo, Melgar, Etcheverry, Sánchez, Ramallo. La victoria (7 a 1) contra Venezuela en su cancha permitía soñar, pero nadie podía intuir lo que vendría más adelante. Yo estaba en preferencia, habré tenido 13 años. Lo primero que me impresionó fue el canto del himno nacional (creo que nunca lo he vuelto a escuchar así, con tanta emoción y vehemencia). Partido durísimo, contra el invicto de siempre: Brasil. No hay forma de anotar el gol hasta que, faltando poco para el final del partido, nos cobran un penal a favor. Gritos, abrazos, tensiones. Erwin “Platini” Sánchez (posiblemente le mejor jugador de la cancha) le pega al balón. Su remate rebota contra las piernas de Taffarel y un agónico silencio se apodera del estadio. Me senté en la gradería, la cabeza entre mis brazos, impotente, destruido. Sabía que el destino ineludible era el 0 a 0. El unívoco destino que se apodera siempre de estas tierras. De pronto, escucho un murmullo y me levanto. Etcheverry va forcejeando por la banda, es una jugada sin peligro pero ahora cualquier esperanza es útil, lanza un centro intrascendente y la pelota se cuela, mansita, por las piernas de Taffarel y entra al arco. Un rugido no-humano, animal, metafísico, antinatural, intenta canalizar la emoción. Entre el griterío histérico, se logra distinguir “GOL”.
1) Bolívar – Liga Deportiva Universitaria. Semifinales de la Copa Sudamericana. 2004. Ronald García: Curva Norte, 5 horas sentados en el estadio antes de que empiece el partido, jugando cacho esperamos, compleja vigilia, el partido que puede poner al Bolívar en la final de la Copa Sudamericana. Los ecuatorianos son duros, entran a jugar de igual a igual, nada de tirarse al pedo y colgarse de un arco. Nos ponemos arriba 1 a 0, pero ellos siguen atacando y complicando el partido. Están a punto de empatar a cada instante, desde lejos (la Curva Norte es un espacio inmenso hasta el arco de la Curva Sur) vemos como la pelota ronda por el área sin entrar a nuestro arco. De pronto, la pelota le queda al “Nacho” García, levanta la cabeza y clava un zapatazo al ángulo del arco (ese arco que está ahí cerquita). Ni siquiera lo vemos venir a festejar con nosotros: gritos, caídas, gradas, abrazos se funden en un movimiento que me hace terminar en el suelo, acompañado por los amigos de siempre. Después, el sufrimiento: el descuento y la posibilidad cada vez más latente del empate. Sin embargo, al fin llega el pitazo final. El resto son lágrimas.