Lo primero que habría que decir de esta crisis mundial, es que es una crisis del primer mundo. Fuera de los confines de este, la crisis es el pan nuestro de cada día. De hecho, los ciclos económicos en los países que son el retrete de Occidente, se pueden dividir en nefastos o en "aquí tenemos una prueba que demuestra que siempre se puede ir a peor".
No sé si merece la pena enunciar alguna de las posibles recetas que curen esta gripe. De hecho, a veces creo que no estaría mal que el G-8 pillara una buena neumonía que lo dejase tiritando. Sólo que intuyo que los únicos cadáveres que llegarían a los cementerios fueran los de los siervos primermundistas. Pero sobre todo, antes de recitar cualquier posible decálogo con las respuestas que nos resuelvan el problema, creo que cabría analizar previamente qué nos ha traído hasta aquí: Porque es evidente que hemos llegado sin ayuda de nadie...
La primera cosa que se ha estado haciendo mal desde principios de los setenta, más concretamente desde el año 1973 cuando se nos avino la primera crisis del petróleo, es que ha desaparecido de la esfera pública la intelectualidad. Pensar era aburrido y además no resolvía nada... Era necesario que el debate desapareciera de la calle y circunscribirlo a la academia, para que la propaganda pudiese lograr los efectos que se perseguían. Si hay algo dañino para el sano ejercicio de la crítica y el pensamiento, es la demagogia y el malentendido relativismo. Porque hay que explicar que esta corriente de pensamiento no defiende que todas las ideas sean igualmente válidas, sino que todo análisis remite a unas circunstancias concretas, y ellas son las que condicionan dicho análisis. Por si alguien no termina de entenderlo: No se puede poner en el mismo plato de la balanza la miseria de África y a los homeless neoyorquinos.
A esta primera condición se le unió una segunda. Más que venir de la mano, diríase que son siamesas... En la política, se fue cambiando la división entre buenos y malos por hacer común la idea de "todos son iguales". Se ha ido extendiendo en todos los regímenes políticos, desde las más tradicionales democracias a las más largas dictaduras, que esté quien esté en el poder, la única pretensión de quien lo detenta es el propio beneficio. Tal barbaridad no iguala en modo alguno nada. Nos convierte a todos en seres que merecemos el peor de los destinos: El que tenemos. Entender la política de tal modo, la secuestra del ciudadano, lo vuelve un pelele en manos de quien gobierna. A ojos del tirano, hoy el hombre es un poco menos humano. ¿Qué sentido tiene rebelarse ante la injusticia si la revolución es tan sólo un cambio en los nombres de las puertas de los despachos? Esta idea que poco a poco a ido calando entre cada habitante de este mundo, tiene un efecto perverso: Sólo hay esperanza en un posible mesías...
Hay otros ingredientes en este cóctel de la desgracia, pero que el mejunje sea más dulce o amargo no menoscaba su condición de bebedizo con el que se trata de domesticar a la ciudadanía de cualquier lugar del orbe. Hoy, cualquier persona, sea cual sea su nacionalidad, ha de tomar conciencia de su servidumbre. Fuera de los ámbitos de poder, fuera de los lugares donde se deciden las leyes o las condiciones de vida de cualquier comunidad, sea cual sea la posición social o la remuneración, el ciudadano ha de hacer valer la única fuerza que posee: La del número. Si queremos dejar de ser esclavos, meras piezas del engranaje consumista, hemos de hacer valer nuestra fuerza de trabajo, nuestro capacidad de elección, la racionalidad en el consumo. Somos más. Tal vez seamos escoria, pero somos más. Sin nosotros, no son nada. Sin ellos, nosotros viviríamos mejor. Sin nosotros, ellos vivirán peor.
Hay que tomar conciencia del lugar real que ocupamos, de lo que queremos, de adónde queremos ir. No se puede seguir comiendo lo que otros han masticado antes. No podemos seguir haciendo propias las reflexiones de los demás. Querámoslo o no, somos los responsables de nuestro destino. Y si queremos que la palabra libertad adquiera algún sentido, hemos de poner en juego toda nuestra capacidad crítica no sólo ante las certezas externas, sino también ante nuestros miedos, errores y aciertos.
La Política es la ciencia que nos convoca a todos. Todos los días de nuestra vida están afectados por ella y sus consecuencias. ¿Querremos seguir cruzados de brazos?
No sé si merece la pena enunciar alguna de las posibles recetas que curen esta gripe. De hecho, a veces creo que no estaría mal que el G-8 pillara una buena neumonía que lo dejase tiritando. Sólo que intuyo que los únicos cadáveres que llegarían a los cementerios fueran los de los siervos primermundistas. Pero sobre todo, antes de recitar cualquier posible decálogo con las respuestas que nos resuelvan el problema, creo que cabría analizar previamente qué nos ha traído hasta aquí: Porque es evidente que hemos llegado sin ayuda de nadie...
La primera cosa que se ha estado haciendo mal desde principios de los setenta, más concretamente desde el año 1973 cuando se nos avino la primera crisis del petróleo, es que ha desaparecido de la esfera pública la intelectualidad. Pensar era aburrido y además no resolvía nada... Era necesario que el debate desapareciera de la calle y circunscribirlo a la academia, para que la propaganda pudiese lograr los efectos que se perseguían. Si hay algo dañino para el sano ejercicio de la crítica y el pensamiento, es la demagogia y el malentendido relativismo. Porque hay que explicar que esta corriente de pensamiento no defiende que todas las ideas sean igualmente válidas, sino que todo análisis remite a unas circunstancias concretas, y ellas son las que condicionan dicho análisis. Por si alguien no termina de entenderlo: No se puede poner en el mismo plato de la balanza la miseria de África y a los homeless neoyorquinos.
A esta primera condición se le unió una segunda. Más que venir de la mano, diríase que son siamesas... En la política, se fue cambiando la división entre buenos y malos por hacer común la idea de "todos son iguales". Se ha ido extendiendo en todos los regímenes políticos, desde las más tradicionales democracias a las más largas dictaduras, que esté quien esté en el poder, la única pretensión de quien lo detenta es el propio beneficio. Tal barbaridad no iguala en modo alguno nada. Nos convierte a todos en seres que merecemos el peor de los destinos: El que tenemos. Entender la política de tal modo, la secuestra del ciudadano, lo vuelve un pelele en manos de quien gobierna. A ojos del tirano, hoy el hombre es un poco menos humano. ¿Qué sentido tiene rebelarse ante la injusticia si la revolución es tan sólo un cambio en los nombres de las puertas de los despachos? Esta idea que poco a poco a ido calando entre cada habitante de este mundo, tiene un efecto perverso: Sólo hay esperanza en un posible mesías...
Hay otros ingredientes en este cóctel de la desgracia, pero que el mejunje sea más dulce o amargo no menoscaba su condición de bebedizo con el que se trata de domesticar a la ciudadanía de cualquier lugar del orbe. Hoy, cualquier persona, sea cual sea su nacionalidad, ha de tomar conciencia de su servidumbre. Fuera de los ámbitos de poder, fuera de los lugares donde se deciden las leyes o las condiciones de vida de cualquier comunidad, sea cual sea la posición social o la remuneración, el ciudadano ha de hacer valer la única fuerza que posee: La del número. Si queremos dejar de ser esclavos, meras piezas del engranaje consumista, hemos de hacer valer nuestra fuerza de trabajo, nuestro capacidad de elección, la racionalidad en el consumo. Somos más. Tal vez seamos escoria, pero somos más. Sin nosotros, no son nada. Sin ellos, nosotros viviríamos mejor. Sin nosotros, ellos vivirán peor.
Hay que tomar conciencia del lugar real que ocupamos, de lo que queremos, de adónde queremos ir. No se puede seguir comiendo lo que otros han masticado antes. No podemos seguir haciendo propias las reflexiones de los demás. Querámoslo o no, somos los responsables de nuestro destino. Y si queremos que la palabra libertad adquiera algún sentido, hemos de poner en juego toda nuestra capacidad crítica no sólo ante las certezas externas, sino también ante nuestros miedos, errores y aciertos.
La Política es la ciencia que nos convoca a todos. Todos los días de nuestra vida están afectados por ella y sus consecuencias. ¿Querremos seguir cruzados de brazos?
1 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo con la falta de pensamiento, con la proscripción de todos aquellos que se atreven a poner problemas la sistema y a una partitocracia en la que sólo parecen tener sitio los expertos en relaciones sociales, los conocidos como "trepas", mientras que la inteligencia se convierte en algo en peligro de extinción.
Lo curioso es que nos han llevado a esta situación los adalides del liberalismo, los defensores de un estado adelgazado al máximo, y ahora son los primeros que corren a que sea el estado el que les saque de los problemas, y lo malo es que el estado tiene que hacerlo porque si no la situación sería incluso mucho peor.
Un saludo.
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