domingo, abril 29, 2007
Aqui se calienta...
Hay una cucaracha, la palabra cucaracha me suena a poder absoluto y a las soberanas futuras y generaciones: buscando coger y comer vivid, vivid por siempre lectores y no lectores mios (se sugiere One Step Beyond de Madness).
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jueves, abril 26, 2007
“Dejen que los niños vengan a mi”: Unas palabras sobre "Tideland" de Terry Gilliam
Pensé disponer estas palabras en tanto que comentario al anterior post pero veo que no solamente se trata de una continuidad en el asunto de la mentalidad del niño sino también una manera de manifestar mi admiración profunda por este autor que siempre osciló entre lo fantástico y lo terrorífico con un estilo sumamente personal y barroco: se trata del magnifico Terry Gilliam, bandido del tiempo y una droga mortal para toda especie de relato e imagen convencional.
Como Ofelia en El Laberinto del Fauno, Jeliza-Rose vive en un mundo difícilmente más sórdido; la primera en medio de una guerra donde solamente mora el odio en los corazones y la otra en un mundo de yonkis donde solo mora el veneno en los corazones. La niña de Tideland atestigua la muerte de su madre por intoxicación, proporciona las dosis necesarias de heroína a su padre, viejo perro del rock impecablemente interpretado por el "Gran Lebowsky" Jeff Bridges. Él yace…y yace y yace. Sin embargo, estos escenarios tan aterradores y patéticos para cualquier adulto (en realidad somos los adultos los que los “fabricamos”), son invitaciones para estas niñas a entrar en mundos dentro de mundos, que, si bien son peligrosos, no dejan de ser fantásticos, excitantes y, digan lo que digan los grandes, bellos.
Del Toro muestra, expone lo que Ofelia ve recurrentemente y lo separa claramente de lo que ven los demás; Gilliam, en cambio, recurre contadas veces a la figuración de la proyección mental de Jeliza – Rose empero, formalmente (Nicola Pecorini es un dios del gran angular) hay una saturación de significado respecto al mundo fantástico y subjetivo de la niña, lo que hace inseparable el delirio de la realidad en el aura misma del relato que, a pesar de no parecerlo en absoluto, es bastante lineal y la trama no muy difícil de explicarse.
Como Ofelia en El Laberinto del Fauno, Jeliza-Rose vive en un mundo difícilmente más sórdido; la primera en medio de una guerra donde solamente mora el odio en los corazones y la otra en un mundo de yonkis donde solo mora el veneno en los corazones. La niña de Tideland atestigua la muerte de su madre por intoxicación, proporciona las dosis necesarias de heroína a su padre, viejo perro del rock impecablemente interpretado por el "Gran Lebowsky" Jeff Bridges. Él yace…y yace y yace. Sin embargo, estos escenarios tan aterradores y patéticos para cualquier adulto (en realidad somos los adultos los que los “fabricamos”), son invitaciones para estas niñas a entrar en mundos dentro de mundos, que, si bien son peligrosos, no dejan de ser fantásticos, excitantes y, digan lo que digan los grandes, bellos.
Del Toro muestra, expone lo que Ofelia ve recurrentemente y lo separa claramente de lo que ven los demás; Gilliam, en cambio, recurre contadas veces a la figuración de la proyección mental de Jeliza – Rose empero, formalmente (Nicola Pecorini es un dios del gran angular) hay una saturación de significado respecto al mundo fantástico y subjetivo de la niña, lo que hace inseparable el delirio de la realidad en el aura misma del relato que, a pesar de no parecerlo en absoluto, es bastante lineal y la trama no muy difícil de explicarse.
Termino con un agradecimiento a este genio kafkiano del cine como es el maestro Gilliam que esta vez se las ha jugado por una película independiente hasta los dientes y capaz de estremecer al mismo William Burroughs (todo esto en relación al pequeño gran bodrio llamado Los Hermanos Grimm), mostrando que solo hay un arma del ser humano para combatir al Mal y esta es la niñez, o sea, la imaginación hipertrofiada, la materia sublimada. No se equivocó el flaco al emitir su frase célebre respecto a cómo hay que ser para entrar en el reino de los cielos, como Ofelia o Jeliza – Rose. Amén.
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lunes, abril 23, 2007
Transformers meets Tiwanaku o barloventeos sobre cierta arquitectura andina posmoderna
La arquitectura, de entre las artes mayores, es, a mi consideración, la que más hondo cala en la psiquis del niño antes que las otras. Es muy extraño que la primera emoción y/o recuerdo estético de una persona sea de una canción, un poema o una película: nuestros primeros recuerdos de niñez generalmente se sitúan, se ubican y se encarnan en lugares, espacios específicos, casas. En ese sentido, pienso que la niñez es un estado privilegiado del espíritu humano para empaparse de la belleza, el terror, la grandeza y el sentido profundo, estético de la arquitectura.
El niño percibe el espacio arquitectónico inexorablemente como un espacio simbólico y tiende a hipertrofiar las características significativas de éste, de manera que cada elemento se “transfigura” de real, objetivo, funcional a estético, emocional, imaginal. Cualquier esquina, zócalo, fisura, arco, corredor, motivo de lozas, puerta, escalera, columna, espejo, todo deja de ser simplemente lo que es para convertirse en pasadizo secreto, escondite, obstáculo, cueva, lo grande deviene gigantesco y lo pequeño, un inframundo poblado de seres minúsculos, invisibles para los grandes. La arquitectura comunica en la psiquis del niño tanto como el espacio del cuadro cinematográfico ante un ojo cinéfilo. Nada está al azar: el espacio, construido o no, es la traducción del “espacio” sin dimensiones (invisible de otro modo) de la mente humana. La arquitectura, ante todo, nos delata y nos refleja. Al habitar un espacio determinado, nuestra mente adopta las formas de este y viceversa. Es necesario apelar a nuestros traumas o recuerdos semi-oníricos de infancia cuando descubríamos en una simple jardinera una selva de microdepredadores pre-solares, para encontrar el verdadero arte, sentido estético de la arquitectura.
Si una casa es la proyección, conjunción y materialización de una o varias psiquis humanas, una ciudad es una galaxia de espíritus en el espacio y el tiempo, un dialogo entre interiores exteriorizados y exteriores interiorizados: un punto de encuentro entre lo colectivo visible y lo individual invisible; vivos y muertos conviviendo en la historia, en su propia historia, pisando el suelo diseñado por sus miedos y esperanzas, edificios de frustración, senderos de gloria, semáforos fatales y callejones malevos, muros manchados de sangre y escaleras de semen escarchado. Como la mente humana, en la mente humana: sitio de hibridación entre lo singular irreductible y lo aplastante de las estructuras que no son sino la marca indeleble y formadora del pasado (lenguaje).
Cuando paseo por La Paz esa convivencia se me hace más intensa al meditar en la presencia de la Cordillera Real recordándonos constantemente que una urbe, por más urbe que sea, sigue siendo una peca en la piel de nuestro hermoso planeta y que las torres gemelas por más altas que se pretendieran eran como un moco al lado del Illimani, en el que se estrellaron más de dos aviones que se perdieron de vista en el inmenso manto blanco, me refiero a la convivencia con los espíritus superiores o entidades arcangélicas de la naturaleza en vivo y en directo; La Paz es densa en historia e historias, en vivos y en muertos y en muertos vivos y vivos muertos. Todos estos están, de una manera u otra, retratados en la materialidad misma de “La Ciudad del Río de Oro” (que hoy por hoy parece un apelativo sarcástico viendo las condiciones de nuestro amado y sufrido río Choqueyapu). Aymaro-kafkiana, gótico-andina, barroca, republicana, oscura, diáfana, tradicional, claustrofóbica, verticalista, dadaísta, alienada, americana, extraterrestre, europea, decadente, vital, colorida, opaca, fría, soleada, orgullosa, avergonzada, vieja, renovada, La Paz, la única y tan arriba, tan clavada en lo hondo del abismo.
En ese desgarrado dialogo entre el pasado, el presente y el futuro que implica necesariamente la existencia material de una ciudad se pueden detectar también luchas simbólicas: movimientos y épocas, nuevas influencias, influencias desempolvadas, concepciones y valores plasmados en las paredes y detrás de ellas: en estas luchas, como en toda lucha, hay ganadores y perdedores, nuevas alianzas y nuevas complicidades así como nuevos enemigos. Así pues, yendo al grano, un día caminando por la calle Capitán Ravelo me percato de un edificio de indescriptible apariencia: su concepción parecía venir de la mente de un niño sufriendo pesadillas afiebradas, donde fichas de Lego se revelan contra la inercia de la materia y la gravedad, un monumento lúdico-fálico-futurista-kitsch-andinista. Semejante monumento, me dije con admiración y disgusto a la vez, debe ser igual de peligroso a la arquitectura en boga como debió ser la aparición de la Whopper para el asado tradicional en las gauchas tierras (donde la gente tiene una parrilla en casa en lugar de un altar para su santo). Digo admiración porque sí: todo fenómeno de hibridación es digno de admiración – sobre todo para los estudiosos de la monstruosidad como el que se permite estas líneas –, pero también digo disgusto, y digo disgusto porque de repente me imagine La Paz, ésta La Paz, plagada de edificios semejantes, de repente sintiéndome rodeado de Transformers gigantescos que destruyen todo rastro del pasado que ven a su paso, porque la arquitectura novo-andina(?) de esta índole, si tiene algo malísimo, es que no tolera el pasado: arrasa con todo y no busca en absoluto adaptarse al paisaje sino imponerse a él y SER el paisaje. Los que conciben estos “monumentos” piensan que deben reinventar la ciudad, hacer tabula rasa de todo lo construido anteriormente tratando de mezclar no sé que romanticismos telúricos con una visión obsoleta del futuro (aunque suene paradójico). Si se quedara en monumento aislado yo diría: Sí, bienvenido: participa del abigarrado y complejo mundo arquitectónico de La Paz; pero el problema es que este tipo de construcciones parecen ser una tendencia, lo que implicaría barrer con un pasado por un nuevo presente que refleja artificialmente un andinismo mundializado.
Imagínense llegar a la hoyada paceña y verla plagada de nuevos monstruos colorinches y amorfos por las calles y perdernos de toda la historia arquitectónica – por ende, simbólica – que recorre esta hermosa ciudad a cambio de un presente plano y, cómo no decirlo, de tránsito en relación a toda la conformación venidera en Bolivia a través de la mundialización de recursos simbólicos. Termino exhortando a los nuevos arquitectos vanguardistas a que hagan lo que quieran pero que no tiren a la mierda lo que tantos años ha tomado construir… Respecto a aquello de “hagan lo que quieran”: retiro lo dicho. El resultado puede ser demasiado pesadillesco y me aterraría ver a mi hermosa ciudad devenida en una nueva Cybertron, a los habitantes unos estafermos metálicos de colores insufribles y al Evo todo un Megatron. ¡Dios nos salve!
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domingo, abril 15, 2007
Pesquisas de un texto entre las fronteras del buen gusto y la alta cultura
"Hablando con propiedad, embriagábase más de sobriedad que de alcohol."
Witold Gombrowicz, Ferdydurke
Witold Gombrowicz, Ferdydurke
En uno de esos inhabituales paseos mentales o inopinados extravíos por los laberintos cerebrales, al recordar los pululamientos que tuve por distintas facultades de filosofía en algunos rincones del orbe, así como otras frecuentes visitas a los macabros y sombríos conciertos de thrash metal bautizados como “unders” en diversas chicherías y cementerios, empecé el cuestionamiento siguiente: después de tan intrépidas e inexplicables incursiones ¿qué texto podía ser un verdadero ejemplo, paradigma o guía para explicitar y subsumir mis pensamientos y aprendizajes en templos tan sobresalientes del arte, la cultura y el buen gusto? Ya que si nos ponemos serios y sesudos, es indudable que debe haber, uno o varios textos o canciones que hayan sido fuente de iluminación, conocimientos y desvelamiento durante tantas temerarias aventuras en esos recintos. A través de los años que me tocó realizar esas distintas peripecias algunos textos he enfrentado, no demasiados, he de ser sincero, pero intuyo que alguno más que los veinte dedos que con fortuna todavía soy capaz de ostentar. Sopesando las idiosincrasias y los modus vivendi de los lugares antes mencionados y de la enseñanza que he procurado de aquellos me devanaba el cerebelo en la analítica pesquisa de tratar de sintetizar en un texto la conjugación de lo “aprendido”, “vivido” y “digerido”, o sea un acercarse a una suerte de desentrañamiento de mi autoparódica condición.
Pues días después de la incómoda empresa mental en la que me hallaba despistadamente subsumido, cual grotesca epifanía un libro de mi estantantería empezó a realizar todo tipo de extravagantes morisquetas. Siempre he referido a que un libro me está viendo feo cuando parece observarme con el tremendo afán de ser leído por mí, éste caso era diferente, el volumen parecía un niño gordo que con gestos y cabriolas pretende ser elegido por los capitanes de los sendos equipos de fútbol, tratando de suplantar con su ridícula gracia sus deficiencias en el complejo arte del balompié y la caricia al cuero. De esa índole era el espectáculo al que me enfrentaba, y despistado yo, por no decir opa, no cabía en comprender que esas muecas exaltadas eran ni más ni menos que la solución a todas mis infructuosas cavilaciones.
El libro que tan elocuentemente se me manifestaba era: Ferdydurke del polaco Witold Gombrowicz, un escrito inasible, irreverente, irreductible, inenglobable y, por supuesto, hilarantemente grotesco. Entonces, no sin escasa lucidez comprendí que allí, en uno de sus capítulos se encontraba la respuesta a mi honda cuestión. El texto buscado titula “Filifor forrado de niño” y es el 5to capítulo de la novela.
A manera de resumen particularizado cabe decir que lo que cuenta el episodio es el eterno e irresoluble duelo entre Filifor y su archienemigo Anti-Filifor, dos mentados y reputeados profesores que no tienen otro sino en su vida que perseguir y ser perseguidos por su insaciable y respectivo antagonista, para batirlo con sus más sofisticadas y pérfidas armas. Filifor tenía como munición un concentrado talento sintético listo para inducir a Anti-Filifor o su amante ante cualquier descuido. Por su parte el arsenal del segundo estaba dotado de una pléyade de municiones analíticas capaces de descomponer, o hacer trizas, cualquier ente o concepto que se precie de supremo. ¡Pavada de contienda! En nuestro texto de marras los dos sujetos se enzarzan en una encarnizada lucha gesticulofilosófica tratando por un lado de compendiar al rival como en su opuesto tratar de fragmentarlo al máximo. Las armas poco pragmáticas, la lucha poco habitual y caballerosa y las respectivas damas vilipendiadas. En su conjunto un zafio y despreciable combate entre dos sujetos corruptamente incorruptibles que en su irrenunciable obsesión nos otorgan una de las más sabrosas, memorables, gozosas y risibles diatribas que el mundo de la filosofía educada y del thrash metal virtuoso recuerde.
Releyendo las actas escritas por los doctas eminencias que presenciaron el duelo, soy ahora capaz de confirmar con vehemencia y garbo que “Filifor forrado de niño” de Gombrowicz es el texto que representa la pesadez de mi ligero andar por esos fascinantes y extraños reductos sembrados entre los hirsutos arbustos de la Avenida Complutense y las satánicas chicherías de la Tejada Sorzano.
A continuación un pequeño fragmento del elocuente y balsámico capítulo que hoy nos compete:
He aquí el transcurso sucesivo del incidente, según el protocolo:
1. La profesora Filifor, muy entrada en carnes, gorda, bastante majestuosa, se hallaba sentada, sin pronunciar palabra, ensimismada.
2. El profesor doctor Anti-Filifor plantóse frente a la señora con su objetivo cerebral y empezó a observarla con una mirada que la desvestía hasta lo más íntimo. La señora Filifor tembló de frío y de vergüenza. El doctor profesor Filifor la cubrió en silencio con la manta de viaje y fulminó al insolente con una mirada llena de inmenso desprecio. Sin embargo, mostró al hacerlo signos de inquietud.
3. Entonces Anti-Filifor dijo quedamente:–Oreja, oreja–, y estalló en risa sarcástica. Bajo la influencia de esas palabras la oreja apareció inmediatamente en toda su desnudez y se hizo indecente. Filifor ordenó a su esposa que se cubriera las orejas con el sombrero; esto, sin embargo, no sirvió de mucho porque Anti-Filifor murmuró entonces como para sí mismo: –Dos orificios de la nariz–, desnudando así los orificios de la nariz de la venerable profesora de modo a un mismo tiempo impúdico y analítico. La situación se tornó grave ya que no pudo ni hablarse de la ocultación de los orificios.
4. El profesor de Leyden amenazó con llamar a la policía. La balanza de la victoria comenzó a inclinarse claramente hacia Colombo. El maestro de Análisis dijo con intensa cerebración: –Los dedos de la mano, los cinco dedos–. Por desgracia la robustez de la profesora no era suficiente para ocultar el hecho que, repentinamente, apareció a los reunidos en toda su inaudita vivacidad, es decir el hecho de los cinco dedos de la mano. Los dedos estaban allí, cinco de cada lado. La señora Filifor, totalmente profanada, trató con los restos de sus fuerzas de ponerse los guantes pero ¡cosa absolutamente increíble!, el doctor de Colombo-le hizo al momento el análisis de orina y, riendo desmedida y estruendosamente, exclamó victorioso: – ¡H20C4, TPS, un poco de leucocitos y albúmina!–. Se levantaron todos, el doctor profesor anti-Filifor se retiró con su amante que soltó una risa vulgar, mientras que el profesor Filifor, con ayuda de los abajo firmados, llevó sin demora a su esposa al hospital. Firmado: T. Poklewski, T. Roklewski y Antonio Swistak, testigos.
W. Gombrowicz – Ferdydurke (1946). Argos. Buenos Aires.
Pues días después de la incómoda empresa mental en la que me hallaba despistadamente subsumido, cual grotesca epifanía un libro de mi estantantería empezó a realizar todo tipo de extravagantes morisquetas. Siempre he referido a que un libro me está viendo feo cuando parece observarme con el tremendo afán de ser leído por mí, éste caso era diferente, el volumen parecía un niño gordo que con gestos y cabriolas pretende ser elegido por los capitanes de los sendos equipos de fútbol, tratando de suplantar con su ridícula gracia sus deficiencias en el complejo arte del balompié y la caricia al cuero. De esa índole era el espectáculo al que me enfrentaba, y despistado yo, por no decir opa, no cabía en comprender que esas muecas exaltadas eran ni más ni menos que la solución a todas mis infructuosas cavilaciones.
El libro que tan elocuentemente se me manifestaba era: Ferdydurke del polaco Witold Gombrowicz, un escrito inasible, irreverente, irreductible, inenglobable y, por supuesto, hilarantemente grotesco. Entonces, no sin escasa lucidez comprendí que allí, en uno de sus capítulos se encontraba la respuesta a mi honda cuestión. El texto buscado titula “Filifor forrado de niño” y es el 5to capítulo de la novela.
A manera de resumen particularizado cabe decir que lo que cuenta el episodio es el eterno e irresoluble duelo entre Filifor y su archienemigo Anti-Filifor, dos mentados y reputeados profesores que no tienen otro sino en su vida que perseguir y ser perseguidos por su insaciable y respectivo antagonista, para batirlo con sus más sofisticadas y pérfidas armas. Filifor tenía como munición un concentrado talento sintético listo para inducir a Anti-Filifor o su amante ante cualquier descuido. Por su parte el arsenal del segundo estaba dotado de una pléyade de municiones analíticas capaces de descomponer, o hacer trizas, cualquier ente o concepto que se precie de supremo. ¡Pavada de contienda! En nuestro texto de marras los dos sujetos se enzarzan en una encarnizada lucha gesticulofilosófica tratando por un lado de compendiar al rival como en su opuesto tratar de fragmentarlo al máximo. Las armas poco pragmáticas, la lucha poco habitual y caballerosa y las respectivas damas vilipendiadas. En su conjunto un zafio y despreciable combate entre dos sujetos corruptamente incorruptibles que en su irrenunciable obsesión nos otorgan una de las más sabrosas, memorables, gozosas y risibles diatribas que el mundo de la filosofía educada y del thrash metal virtuoso recuerde.
Releyendo las actas escritas por los doctas eminencias que presenciaron el duelo, soy ahora capaz de confirmar con vehemencia y garbo que “Filifor forrado de niño” de Gombrowicz es el texto que representa la pesadez de mi ligero andar por esos fascinantes y extraños reductos sembrados entre los hirsutos arbustos de la Avenida Complutense y las satánicas chicherías de la Tejada Sorzano.
A continuación un pequeño fragmento del elocuente y balsámico capítulo que hoy nos compete:
He aquí el transcurso sucesivo del incidente, según el protocolo:
1. La profesora Filifor, muy entrada en carnes, gorda, bastante majestuosa, se hallaba sentada, sin pronunciar palabra, ensimismada.
2. El profesor doctor Anti-Filifor plantóse frente a la señora con su objetivo cerebral y empezó a observarla con una mirada que la desvestía hasta lo más íntimo. La señora Filifor tembló de frío y de vergüenza. El doctor profesor Filifor la cubrió en silencio con la manta de viaje y fulminó al insolente con una mirada llena de inmenso desprecio. Sin embargo, mostró al hacerlo signos de inquietud.
3. Entonces Anti-Filifor dijo quedamente:–Oreja, oreja–, y estalló en risa sarcástica. Bajo la influencia de esas palabras la oreja apareció inmediatamente en toda su desnudez y se hizo indecente. Filifor ordenó a su esposa que se cubriera las orejas con el sombrero; esto, sin embargo, no sirvió de mucho porque Anti-Filifor murmuró entonces como para sí mismo: –Dos orificios de la nariz–, desnudando así los orificios de la nariz de la venerable profesora de modo a un mismo tiempo impúdico y analítico. La situación se tornó grave ya que no pudo ni hablarse de la ocultación de los orificios.
4. El profesor de Leyden amenazó con llamar a la policía. La balanza de la victoria comenzó a inclinarse claramente hacia Colombo. El maestro de Análisis dijo con intensa cerebración: –Los dedos de la mano, los cinco dedos–. Por desgracia la robustez de la profesora no era suficiente para ocultar el hecho que, repentinamente, apareció a los reunidos en toda su inaudita vivacidad, es decir el hecho de los cinco dedos de la mano. Los dedos estaban allí, cinco de cada lado. La señora Filifor, totalmente profanada, trató con los restos de sus fuerzas de ponerse los guantes pero ¡cosa absolutamente increíble!, el doctor de Colombo-le hizo al momento el análisis de orina y, riendo desmedida y estruendosamente, exclamó victorioso: – ¡H20C4, TPS, un poco de leucocitos y albúmina!–. Se levantaron todos, el doctor profesor anti-Filifor se retiró con su amante que soltó una risa vulgar, mientras que el profesor Filifor, con ayuda de los abajo firmados, llevó sin demora a su esposa al hospital. Firmado: T. Poklewski, T. Roklewski y Antonio Swistak, testigos.
W. Gombrowicz – Ferdydurke (1946). Argos. Buenos Aires.
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lunes, abril 09, 2007
Fútbol y política: algunas lecciones para los creadores de la militancia absurda
“…suspiro de la criatura desdichada, alma de un mundo sin corazón, espíritu de una época privada de espíritu, opio del pueblo.”
Karl Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
La última vez que dos parlamentarios italianos se agarraron a golpes fue a causa del fútbol. En 1998, dos diputados se enfrentaron por un penal no pitado a Ronaldo, uno de ellos afirmaba que el partido debía volverse a jugar con árbitros extranjeros, el otro se indignó por esta aseveración y llegaron a los golpes. Ahora que Bush, el criminal hijo de criminal, sigue incólume en el poder después de destrozar hombres, mujeres y niños parados encima de petróleo, vale acordarse de Irak. Después de iniciada la ofensiva imperial contra ese país, dirigida por Bush y sus secuaces, la hinchada del club argentino Chacarita Juniors coreó largamente el nombre de Sadam Hussein durante los cánticos de apoyo a su equipo; los hinchas de Huracán pusieron banderas apoyando a Sadam, en una se podía leer claramente “Dear Bush, fuck you”.
La última vez que dos parlamentarios italianos se agarraron a golpes fue a causa del fútbol. En 1998, dos diputados se enfrentaron por un penal no pitado a Ronaldo, uno de ellos afirmaba que el partido debía volverse a jugar con árbitros extranjeros, el otro se indignó por esta aseveración y llegaron a los golpes. Ahora que Bush, el criminal hijo de criminal, sigue incólume en el poder después de destrozar hombres, mujeres y niños parados encima de petróleo, vale acordarse de Irak. Después de iniciada la ofensiva imperial contra ese país, dirigida por Bush y sus secuaces, la hinchada del club argentino Chacarita Juniors coreó largamente el nombre de Sadam Hussein durante los cánticos de apoyo a su equipo; los hinchas de Huracán pusieron banderas apoyando a Sadam, en una se podía leer claramente “Dear Bush, fuck you”.
Ejemplos como éstos, donde la relación entre el fútbol y la política se hace patente, hay miles: la utilización de la Selección Nacional por parte de Mussolini, Videla o Bodaberry o el enfrentamiento de las naciones españolas al sometimiento de Franco (un Aznar antiguo) a través del Atlethic, a través del Barcelona, a través del Celta de Vigo. En base a las opiniones acerca del fútbol, se podría esquematizar la relación entre este juego y la política en base a una dicotomía esencial: el fútbol como "opio del pueblo" versus el fútbol como "espacio de libertad".
La primera postura entiende al fútbol como un fenómeno que va perdiendo su faceta lúdica y se va transformando en un producto de la cosificación, siguiendo la dominación de un Estado determinado. Así, el fútbol es un espacio más de dominación que aliena al individuo y mantiene los vicios del espectro político de turno. La segunda manera de entender al fútbol plantea que a través de este fenómeno se anulan todas las diferencias sociales y se construye un espacio de libertad regido por la democracia y la unidad. Es interesante observar que esta dicotomía sigue una larga tradición sociológica en tanto reflexión acerca de la dominación y la libertad, por ejemplo: Weber y sus preocupaciones en torno a los espacios de libertad en una sociedad cada vez más racional o Durkheim y sus preocupaciones en torno a la capacidad de vivir juntos en una sociedad cada vez más diferenciada
Sin embargo, creemos que esos diferentes bandos donde se alinean los amantes o detractores del fútbol encierran el fenómeno en una mirada reduccionista y sesgada. El fútbol es tanto opio del pueblo como espacio de libertad pero también es mucho más que eso. El fútbol es un prisma que refleja las pulsiones de la sociedad, un hecho social total que permite mirarnos descarnadamente, un espejo que muestra nuestras condiciones profundas, un ojo de cerradura que permite entendernos desde un lugar jodido y privilegiado. Ver a este hermoso juego desde el opio del pueblo o la libertad absoluta sólo es una burda manera de quitarle su magia, su delirio y, principalmente, su capacidad para expresar relaciones y formas sociales profundas que encuentran su canal privilegiado a través de los sentimientos que causan veintidós jugadores corriendo detrás de una pelota.
Pero vayamos un poco más allá, veamos un par de casos donde el fútbol logró lo que muchos burdos “dirigentes de masas” no lograron nunca. Fútbol, política, canalización, identificación, redención. En la lucha contra Francia, una de las más eficaces formas de conseguir adeptos por parte del ejercito de liberación argelino era en base a la organización de campeonatos de este deporte donde surgían militantes con una “conciencia de clase” mucho más profunda y solidaria a partir del sacrificio colectivo que entraña una cancha de fútbol; las mujeres iraníes consiguieron grandes avances en su lucha por la emancipación y escaparon un poco de la terrible dominación sexual masculina gracias a la exigencia de ver los partidos de fútbol los domingos; esa necesidad social, esas ansias de emoción y esperanza hicieron que los dominadores tuvieran que ceder un poco en el sometimiento que expurgan sobre ellas (esto se perfila más interesante aún debido a que mucha gente considera a este juego como un atributo exclusivo del mundo masculino). Althusser, Harnecker y todo el resto de dogmáticos panfletarios que sólo perjudicaron a Marx pueden seguir manteniendo su indecencia y derrota, el fútbol hizo, aunque sea por un momento, lo que ellos no pudieron hacer ni siquiera una vez en la vida.
Terminemos con Braceli, con un ejemplo de cómo el fútbol alienta esperanza y canaliza el difícil tránsito por estas sociedades contemporáneas: “Por el fútbol sabemos que nuestro optimismo es una simpática forma de inmadurez. Que cuando decimos que estamos tocando fondo, somos recurrentemente optimistas. Porque cancelamos alegremente toda posibilidad de algo peor. Y esa negación nos lleva siempre a un fondo que queda más abajo”. Por todo, gracias fútbol.
lunes, abril 02, 2007
Lo kafkiano en el cine: Pesadilla, metamorfosis y absurdo existencial en la pantalla (parte II)
(Continuación)
El héroe – objeto (Eraserhead, Existenz, Crash, Barton Fink, The man without a past, Dead Man): La narración clásica nos presenta un panorama en el que el héroe, gracias a sus méritos, decisiones, astucias y virtudes logra superar obstáculos y enemigos y, a través de estas hazañas, logra también una transfiguración, una trascendencia. El héroe kafkiano es todo lo contrario: pasivo, incómodo quizás, pero no lo suficiente como para emprender una gesta heroica clásica contra los problemas que le acaecen. Como bajo una hipnosis, Henry Spencer en Eraserhead es testigo de tremendas monstruosidades que le acontecen en la vida cotidiana y, él se deja llevar, sigue viviendo el día a día, cada vez más infernal ante los ojos de una audiencia pasmada, M en El Hombre sin Pasado del gran Aki Kaurismaki, acepta sin chistar un destino cruel e inexplicable. El héroe kafkiano es conducido, ya sea por fuerzas internas (pulsiones como en el caso de Existenz o Crash) o externas (como la macabra configuración del destino que le toca vivir a William Blake en Dead Man). Ruptura total con la estructura convencional, el héroe que no toma decisiones ¿Qué tan héroe será?
Laberinto, enclaustramiento autístico y agorafobia (Playtime, Barton Fink, Eraserhead, Copy Shop): La opera prima de David Lynch, la mentada Eraserhead, es quizás por excelencia la película que mejor maneja la simbología del enclaustramiento kafkiano, al igual que Barton Fink de los hermanos Coen. El personaje de esta índole se repliega en su(s) mundo(s) interior(es) ya que, por lo general, es un extraterrestre menos adaptado para la vida social que para la vida subacuática, como el mismo Kafka.
Lo cotidiano hecho inverosímil, lo inverosímil hecho cotidiano (Brazil, Naked Lunch, Crash, Eraserhead, Copy Shop): La película kafkiana por excelencia es probablemente Brazil del maestro Terry Gilliam: un hombre se ve sumergido en una cotidianeidad apabullante, literalmente inverosímil que, a pesar de ser palpable, real, es inconmensurablemente pesadillesca. Lo importante es la literalidad kafkiana: no es una metáfora de…, simplemente es así. Hay una anulación de lo metafórico a favor de un raso metonímico, desesperante, angustiante. Por eso la llave de la locura (esquizofrenia) es sumamente estéril para interpretar lo kafkiano, el escritor checo nunca le dejó al lector la interpretación fácil de decir “estaba loco”, “todo fue un sueño”. Otro universo deformado por seres anormales que viven cómodamente en la normalidad es el fabuloso homenaje Cronen-burroughsiano a Kafka o Kafko-cronenbergiano a Burroughs: Naked Lunch, donde el genio canadiense aprovecha para crear un universo marcado por la angustia, el humor y cierta estética de Kafka combinada con la ciencia loca y la poesía repugnante del estadounidense padre y ejemplo beat.
El absurdo, fin absoluto de las empresas humanas (Playtime, The Big Lebowsky, La muerte de un burócrata): Aunque probablemente más chandleriana que kafkiana The big Lebowsky encierra en su hilarante trama aquella sensación que queda al preguntarse: ¿Y para que coño todo esto? ¿Cómo empezó? ¿A qué derroteros lleva? ¿En qué coño terminó y por qué? A veces en la vida – siempre, yo diría – nos metemos en trayectorias, líneas causales de acciones, y, cuando nos ponemos a reflexionar un mínimo, nos damos cuenta de que hemos perdido la causa por la que habíamos empezado y el fin que nos dirige, y sin embargo, una acción lleva a otra y esta a otra y todas, al estar imbricadas, parecen tener un sentido pero no tenemos la capacidad suficiente de distancia como para saber si efectivamente lo tienen. “The Dude”, Walter y Donny se meten en una aventura detectivesca donde la esencia del humor radica en el absurdo de las situaciones (todo empieza porque unos matones le mean la alfombra al héroe) que se concatenan con cierta lógica ¿Cuál? Difícil saber.
Lo inhumano, el mundo hecho aparato, el aparato antes que todos (Brazil, 12 monkeys, Playtime): En Playtime, el señor Hulot, más kafkeado que nunca, se pierde en un aeropuerto devenido el reino del automatismo y de la alienación del ser humano real en los códigos y sistemas abstractos de la ultra-modernidad de post-guerra. Humor, absurdo y desazón existencial cunden simultáneamente en una de las obras mayores y más subestimadas de la historia del cine. En la trayectoria misma del genio de Jacques Tati se puede leer el desencanto que acaeció en el alma de este artista respecto a la deshumanización progresiva que cundió en Europa: en Jour de fête se nos pinta la Francia campesina y pueblerina en donde los personajes interactúan, conversan, comen y beben, se toman su tiempo. En Playtime, ya nadie habla con nadie y los gags sobre “error en el sistema” son constantes, absurdos y angustiantes. Posteriormente tenemos Traffic, graciosísimo y gigantesco ensayo sobre la creación de significado por asociación intensiva entre automóvil y humano, una especie de Crash avant-la-lettre. De Jour de fête a Traffic progresivamente se denota la automatización que termina por sumergir al pobre Hulot en un mundo maquinizado totalmente ajeno al suyo: pre-moderno, de café, mercado y feria de domingo.
La burocracia, el medio por el fin, el código por el individuo (La muerte de un burócrata, Las doce pruebas de Asterix, The Hudsucker Proxy): Al pobre sobrino, en la gigantesca comedia La muerte de un burócrata, le toca vivir una aventura que quizás hubiese aterrado al mismo señor K: la burocracia cubana de régimen comunista. Este fantástico relato hipertrofia dos características de “El Proceso” de una manera brillante: humor negro y burocracia total, absoluta, en sueños (pesadillas) y en vigilia, en vida y en muerte: el mundo es concebido como una máquina que fabrica humanos a imagen de la máquina de fabricar bustos de Martí que el tío elabora y por lo que se hace reconocer como un gran proletario. El individuo, metido en el laberinto de la burocracia, ya no es un humano, Sujeto, es más bien un número y si el número no corresponde, el error no es el número si no el individuo mismo. Gutiérrez Alea, con “La Muerte de un burócrata” nos regala una de las pinturas más chistosas, desoladoras y extravagantes que se han hecho sobre la condición del ser humano en la modernidad que se sirve de infinidad de medios para hacer la vida más fácil pero esos medios se convierten en fines y, cual pulpos gigantescos, extienden sus tentáculos para asfixiar al ser real, al supuesto destinatario de los beneficios que esos “medios” van a acarrear.
La identidad voluble, metamorfosis (Lost Highway, The Fly, Fight Club, Crash): ¿Y qué si un día te levantas y eres otra persona? Así de simplemente, sin más ni más, sin explicaciones. La narración clásica, ya lo hemos visto muchas veces, es un recorrido simbólico para afianzar la identidad, el héroe solar no es sino una representación psicológica, estética del hombre independiente, idéntico a sí mismo, separado de todo lo ajeno a él, el héroe solar, es, en pocas, una representación imaginal del Sujeto. El héroe-objeto kafkiano es susceptible de mutar en cualquier instante, en Lost Highway, Fred Maddison se vuelve Pete Dayton y en Fight Club, el narrador, encarnado por Edward Norton, se percata lentamente de que ha devenido Tyler Durden, peligroso antisocial y terrorista de la moral. El héroe kafkiano, debido al enclaustramiento autístico posee esa cualidad de desdoblamiento que poseen los niños al generar amigos imaginarios y separarlos de su psiquis hasta constatarlos como seres de carne y hueso. El encontrarse con que de un día para otro a uno le toca ser bicho no es hegemonía de Kafka sino que el maestro Cronenberg (posteriormente) nos mostró el proceso psico-físico que implica devenir una mosca o una especie mutante entre el humano y el automóvil o el gran Hieronymus Bosch que hace siglos ya nos pintaba en el infierno seres híbridos entre hombre y liebre. Yo sólo sé que yo no soy yo. ¿Y tú?
Esperemos que con este piqueo de ideas y asociaciones, vayamos delineando progresivamente el complejísimo mundo de Kafka y su maravillosa construcción simbólica a través de "las obras kafkianas" en el cine posmoderno. Habría que hacer un experimento: ver todas estas películas de una y saborear que sensación nos queda... Probablemente termine uno la sesión con unas cuantas alas, pelos o patas de más...
El héroe – objeto (Eraserhead, Existenz, Crash, Barton Fink, The man without a past, Dead Man): La narración clásica nos presenta un panorama en el que el héroe, gracias a sus méritos, decisiones, astucias y virtudes logra superar obstáculos y enemigos y, a través de estas hazañas, logra también una transfiguración, una trascendencia. El héroe kafkiano es todo lo contrario: pasivo, incómodo quizás, pero no lo suficiente como para emprender una gesta heroica clásica contra los problemas que le acaecen. Como bajo una hipnosis, Henry Spencer en Eraserhead es testigo de tremendas monstruosidades que le acontecen en la vida cotidiana y, él se deja llevar, sigue viviendo el día a día, cada vez más infernal ante los ojos de una audiencia pasmada, M en El Hombre sin Pasado del gran Aki Kaurismaki, acepta sin chistar un destino cruel e inexplicable. El héroe kafkiano es conducido, ya sea por fuerzas internas (pulsiones como en el caso de Existenz o Crash) o externas (como la macabra configuración del destino que le toca vivir a William Blake en Dead Man). Ruptura total con la estructura convencional, el héroe que no toma decisiones ¿Qué tan héroe será?
Laberinto, enclaustramiento autístico y agorafobia (Playtime, Barton Fink, Eraserhead, Copy Shop): La opera prima de David Lynch, la mentada Eraserhead, es quizás por excelencia la película que mejor maneja la simbología del enclaustramiento kafkiano, al igual que Barton Fink de los hermanos Coen. El personaje de esta índole se repliega en su(s) mundo(s) interior(es) ya que, por lo general, es un extraterrestre menos adaptado para la vida social que para la vida subacuática, como el mismo Kafka.
Lo cotidiano hecho inverosímil, lo inverosímil hecho cotidiano (Brazil, Naked Lunch, Crash, Eraserhead, Copy Shop): La película kafkiana por excelencia es probablemente Brazil del maestro Terry Gilliam: un hombre se ve sumergido en una cotidianeidad apabullante, literalmente inverosímil que, a pesar de ser palpable, real, es inconmensurablemente pesadillesca. Lo importante es la literalidad kafkiana: no es una metáfora de…, simplemente es así. Hay una anulación de lo metafórico a favor de un raso metonímico, desesperante, angustiante. Por eso la llave de la locura (esquizofrenia) es sumamente estéril para interpretar lo kafkiano, el escritor checo nunca le dejó al lector la interpretación fácil de decir “estaba loco”, “todo fue un sueño”. Otro universo deformado por seres anormales que viven cómodamente en la normalidad es el fabuloso homenaje Cronen-burroughsiano a Kafka o Kafko-cronenbergiano a Burroughs: Naked Lunch, donde el genio canadiense aprovecha para crear un universo marcado por la angustia, el humor y cierta estética de Kafka combinada con la ciencia loca y la poesía repugnante del estadounidense padre y ejemplo beat.
El absurdo, fin absoluto de las empresas humanas (Playtime, The Big Lebowsky, La muerte de un burócrata): Aunque probablemente más chandleriana que kafkiana The big Lebowsky encierra en su hilarante trama aquella sensación que queda al preguntarse: ¿Y para que coño todo esto? ¿Cómo empezó? ¿A qué derroteros lleva? ¿En qué coño terminó y por qué? A veces en la vida – siempre, yo diría – nos metemos en trayectorias, líneas causales de acciones, y, cuando nos ponemos a reflexionar un mínimo, nos damos cuenta de que hemos perdido la causa por la que habíamos empezado y el fin que nos dirige, y sin embargo, una acción lleva a otra y esta a otra y todas, al estar imbricadas, parecen tener un sentido pero no tenemos la capacidad suficiente de distancia como para saber si efectivamente lo tienen. “The Dude”, Walter y Donny se meten en una aventura detectivesca donde la esencia del humor radica en el absurdo de las situaciones (todo empieza porque unos matones le mean la alfombra al héroe) que se concatenan con cierta lógica ¿Cuál? Difícil saber.
Lo inhumano, el mundo hecho aparato, el aparato antes que todos (Brazil, 12 monkeys, Playtime): En Playtime, el señor Hulot, más kafkeado que nunca, se pierde en un aeropuerto devenido el reino del automatismo y de la alienación del ser humano real en los códigos y sistemas abstractos de la ultra-modernidad de post-guerra. Humor, absurdo y desazón existencial cunden simultáneamente en una de las obras mayores y más subestimadas de la historia del cine. En la trayectoria misma del genio de Jacques Tati se puede leer el desencanto que acaeció en el alma de este artista respecto a la deshumanización progresiva que cundió en Europa: en Jour de fête se nos pinta la Francia campesina y pueblerina en donde los personajes interactúan, conversan, comen y beben, se toman su tiempo. En Playtime, ya nadie habla con nadie y los gags sobre “error en el sistema” son constantes, absurdos y angustiantes. Posteriormente tenemos Traffic, graciosísimo y gigantesco ensayo sobre la creación de significado por asociación intensiva entre automóvil y humano, una especie de Crash avant-la-lettre. De Jour de fête a Traffic progresivamente se denota la automatización que termina por sumergir al pobre Hulot en un mundo maquinizado totalmente ajeno al suyo: pre-moderno, de café, mercado y feria de domingo.
La burocracia, el medio por el fin, el código por el individuo (La muerte de un burócrata, Las doce pruebas de Asterix, The Hudsucker Proxy): Al pobre sobrino, en la gigantesca comedia La muerte de un burócrata, le toca vivir una aventura que quizás hubiese aterrado al mismo señor K: la burocracia cubana de régimen comunista. Este fantástico relato hipertrofia dos características de “El Proceso” de una manera brillante: humor negro y burocracia total, absoluta, en sueños (pesadillas) y en vigilia, en vida y en muerte: el mundo es concebido como una máquina que fabrica humanos a imagen de la máquina de fabricar bustos de Martí que el tío elabora y por lo que se hace reconocer como un gran proletario. El individuo, metido en el laberinto de la burocracia, ya no es un humano, Sujeto, es más bien un número y si el número no corresponde, el error no es el número si no el individuo mismo. Gutiérrez Alea, con “La Muerte de un burócrata” nos regala una de las pinturas más chistosas, desoladoras y extravagantes que se han hecho sobre la condición del ser humano en la modernidad que se sirve de infinidad de medios para hacer la vida más fácil pero esos medios se convierten en fines y, cual pulpos gigantescos, extienden sus tentáculos para asfixiar al ser real, al supuesto destinatario de los beneficios que esos “medios” van a acarrear.
La identidad voluble, metamorfosis (Lost Highway, The Fly, Fight Club, Crash): ¿Y qué si un día te levantas y eres otra persona? Así de simplemente, sin más ni más, sin explicaciones. La narración clásica, ya lo hemos visto muchas veces, es un recorrido simbólico para afianzar la identidad, el héroe solar no es sino una representación psicológica, estética del hombre independiente, idéntico a sí mismo, separado de todo lo ajeno a él, el héroe solar, es, en pocas, una representación imaginal del Sujeto. El héroe-objeto kafkiano es susceptible de mutar en cualquier instante, en Lost Highway, Fred Maddison se vuelve Pete Dayton y en Fight Club, el narrador, encarnado por Edward Norton, se percata lentamente de que ha devenido Tyler Durden, peligroso antisocial y terrorista de la moral. El héroe kafkiano, debido al enclaustramiento autístico posee esa cualidad de desdoblamiento que poseen los niños al generar amigos imaginarios y separarlos de su psiquis hasta constatarlos como seres de carne y hueso. El encontrarse con que de un día para otro a uno le toca ser bicho no es hegemonía de Kafka sino que el maestro Cronenberg (posteriormente) nos mostró el proceso psico-físico que implica devenir una mosca o una especie mutante entre el humano y el automóvil o el gran Hieronymus Bosch que hace siglos ya nos pintaba en el infierno seres híbridos entre hombre y liebre. Yo sólo sé que yo no soy yo. ¿Y tú?
Esperemos que con este piqueo de ideas y asociaciones, vayamos delineando progresivamente el complejísimo mundo de Kafka y su maravillosa construcción simbólica a través de "las obras kafkianas" en el cine posmoderno. Habría que hacer un experimento: ver todas estas películas de una y saborear que sensación nos queda... Probablemente termine uno la sesión con unas cuantas alas, pelos o patas de más...
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