“(...)
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado .
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.”
Fragmento de Miedo, poema de Raymond Carver.
Advertencia: estas líneas no son nada más que una interpretación absolutamente subjetiva de la obra narrativa de Raymond Carver motivada por la sorpresiva aparición en español del libro “Si me necesitas, llámame”.
Pocos sentimientos tan hermosos como encontrar algo nuevo, inédito, de algún escritor que admiras profundamente. Siempre, talvez plenamente desde Kafka, encontrar un manuscrito puede cambiar el rumbo entero de la Historia. Ahora, muchos años después de su muerte, se encontraron algunos cuentos inéditos de Raymond Carver compilados en el libro mencionado más arriba. En este caso, el hallazgo es aún más interesante debido a la poca extensión de la obra narrativa de este escritor norteamericano.
“Si me necesitas, llámame” mantiene los grandes espacios narrativos carverianos: el profundo Estados Unidos, el abuso del alcohol, las familias disgregadas; en fin, el peso cotidiano de la existencia bajo el manto del Imperio según Negri. A su vez, mantiene sus rasgos estilísticos característicos: los finales atropellados, abiertos y enigmáticos, el lenguaje inmediato y simple, la narración directa, cruda y parca.
Mucho se ha hablado sobre estos dos aspectos: sus preocupaciones y su estilo. Sin embargo, me parece que en toda la obra de Carver está presente una intuición que modela todas sus creaciones: el miedo. De ahí que el poema que sirve de epígrafe a este artículo sea para mí el espacio donde se condensa todo su mundo narrativo.
Toda la obra de Carver está signada por el miedo a la catástrofe, a un giro malicioso del destino, expresada tanto a nivel externo como a nivel interno. El miedo a propiedades que nos exceden y que pueden cambiar la vida de manera terrible para siempre, el miedo a los demonios internos, tristes y malditos, que pueden acabar con la felicidad de manera definitiva.
En el primer caso, en términos externos ajenos a la decisión de los individuos, el miedo está orientado a fenómenos cotidianos que trastocan la existencia de las personas, de manera traumática e irreversible: un accidente de transito que mata a tu hijo, un par de jóvenes borrachos que violan a dos mujeres o un incendio que arrebata a una madre divorciada a sus dos únicos tesoros: sus hijos (como dice Carver en el citado poema: “Miedo de ver a una patrulla detenerse frente a la casa. (...) Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.”); la muerte, la tristeza, el dolor infinito, son solamente cuestión de probabilidades, la existencia es sólo una lucha peregrina contra la posibilidad de la tragedia. En el fondo no somos más que títeres tratando de vencer al designio, casi siempre unívoco, del dolor, la nostalgia, la amargura y, siempre inevitable y certera, la muerte.
En el segundo caso, en términos internos relacionados a los estados de ánimo y las motivaciones emocionales, el miedo está orientado a la aparición de sucesos internos que se te pliegan al alma como sombras imperecederas: la depresión, la nostalgia, la debilidad frente a las drogas, la imposibilidad para poder escribir (de nuevo el poema citado: “Miedo de no quedarme dormido durante la noche./Miedo de que el pasado regrese./Miedo de que el presente tome vuelo(...) ¡Miedo a la ansiedad! / Miedo a la confusión.”). En el mundo carveriano, la acción cotidiana es sólo una insuficiente batalla contra la absurda existencia: el trabajo, las relaciones, el pasado y el futuro, son sólo estrategias nimias para tratar de engañar al peso funesto y doloroso del mundo. En el espacio carveriano, el amor siempre acaba, todas las relaciones son perennes, la pasión es una llama que se apaga inevitablemente, el cariño es sólo una acción que te vuelve más débil y vulnerable y el resultado siempre es la tristeza y la impotencia.
En el fondo, en los cuentos de Carver, los seres humanos no somos más que protagonistas de un mundo que está vacío; no somos más que sombras que malviven día a día en base al absurdo; no somos más que sujetos viviendo una existencia cotidianamente triste, esperando el devenir del día a día, hasta que un suceso cambie nuestra existencia para siempre. Y ese cambio es siempre un camino, tamizado por nostalgias y sucesos dramáticos, hacia la muerte.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado .
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.”
Fragmento de Miedo, poema de Raymond Carver.
Advertencia: estas líneas no son nada más que una interpretación absolutamente subjetiva de la obra narrativa de Raymond Carver motivada por la sorpresiva aparición en español del libro “Si me necesitas, llámame”.
Pocos sentimientos tan hermosos como encontrar algo nuevo, inédito, de algún escritor que admiras profundamente. Siempre, talvez plenamente desde Kafka, encontrar un manuscrito puede cambiar el rumbo entero de la Historia. Ahora, muchos años después de su muerte, se encontraron algunos cuentos inéditos de Raymond Carver compilados en el libro mencionado más arriba. En este caso, el hallazgo es aún más interesante debido a la poca extensión de la obra narrativa de este escritor norteamericano.
“Si me necesitas, llámame” mantiene los grandes espacios narrativos carverianos: el profundo Estados Unidos, el abuso del alcohol, las familias disgregadas; en fin, el peso cotidiano de la existencia bajo el manto del Imperio según Negri. A su vez, mantiene sus rasgos estilísticos característicos: los finales atropellados, abiertos y enigmáticos, el lenguaje inmediato y simple, la narración directa, cruda y parca.
Mucho se ha hablado sobre estos dos aspectos: sus preocupaciones y su estilo. Sin embargo, me parece que en toda la obra de Carver está presente una intuición que modela todas sus creaciones: el miedo. De ahí que el poema que sirve de epígrafe a este artículo sea para mí el espacio donde se condensa todo su mundo narrativo.
Toda la obra de Carver está signada por el miedo a la catástrofe, a un giro malicioso del destino, expresada tanto a nivel externo como a nivel interno. El miedo a propiedades que nos exceden y que pueden cambiar la vida de manera terrible para siempre, el miedo a los demonios internos, tristes y malditos, que pueden acabar con la felicidad de manera definitiva.
En el primer caso, en términos externos ajenos a la decisión de los individuos, el miedo está orientado a fenómenos cotidianos que trastocan la existencia de las personas, de manera traumática e irreversible: un accidente de transito que mata a tu hijo, un par de jóvenes borrachos que violan a dos mujeres o un incendio que arrebata a una madre divorciada a sus dos únicos tesoros: sus hijos (como dice Carver en el citado poema: “Miedo de ver a una patrulla detenerse frente a la casa. (...) Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.”); la muerte, la tristeza, el dolor infinito, son solamente cuestión de probabilidades, la existencia es sólo una lucha peregrina contra la posibilidad de la tragedia. En el fondo no somos más que títeres tratando de vencer al designio, casi siempre unívoco, del dolor, la nostalgia, la amargura y, siempre inevitable y certera, la muerte.
En el segundo caso, en términos internos relacionados a los estados de ánimo y las motivaciones emocionales, el miedo está orientado a la aparición de sucesos internos que se te pliegan al alma como sombras imperecederas: la depresión, la nostalgia, la debilidad frente a las drogas, la imposibilidad para poder escribir (de nuevo el poema citado: “Miedo de no quedarme dormido durante la noche./Miedo de que el pasado regrese./Miedo de que el presente tome vuelo(...) ¡Miedo a la ansiedad! / Miedo a la confusión.”). En el mundo carveriano, la acción cotidiana es sólo una insuficiente batalla contra la absurda existencia: el trabajo, las relaciones, el pasado y el futuro, son sólo estrategias nimias para tratar de engañar al peso funesto y doloroso del mundo. En el espacio carveriano, el amor siempre acaba, todas las relaciones son perennes, la pasión es una llama que se apaga inevitablemente, el cariño es sólo una acción que te vuelve más débil y vulnerable y el resultado siempre es la tristeza y la impotencia.
En el fondo, en los cuentos de Carver, los seres humanos no somos más que protagonistas de un mundo que está vacío; no somos más que sombras que malviven día a día en base al absurdo; no somos más que sujetos viviendo una existencia cotidianamente triste, esperando el devenir del día a día, hasta que un suceso cambie nuestra existencia para siempre. Y ese cambio es siempre un camino, tamizado por nostalgias y sucesos dramáticos, hacia la muerte.