“-Escuche, Svejk, ¿de verdad es usted un pedazo de burro?
-Lo soy, mi teniente, a sus órdenes –contestó Svejk triunfalmente-. Desde pequeño tengo una mala suerte increíble. Siempre intento mejorar algo, hacer las cosas bien, y lo único que consigo es desgracia para mi y para los que me rodean . . .”
Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Svejk
“En un viejo libro bávaro sobre el arte militar, encontramos instrucciones para los asistentes. El criado de los tiempos antiguos tenía que ser piadoso, virtuoso, honrado, modesto y trabajador. En pocas palabras, debía ser un hombre ejemplar. Los tiempos modernos han cambiado notablemente este prototipo. El asistente de nuestra época no suele ser piadoso ni virtuoso, ni, huelga decirlo, honrado. Es un saco de mentiras, engaña a su amo y no pocas veces reduce la existencia de éste a un verdadero infierno. Es un esclavo que se las sabe todas e inventa las tácticas más maquiavélicas con tal de llevar a su amo por el camino de la amargura”
Jaroslav Hasek, Las aventuras del buen soldado Svejk
El brillante intelectual italiano Angelo María Ripellino escribió un maravilloso libro titulado “Praga mágica” que narra a través de las calles, los personajes, los artistas, los fantasmas, las iglesias y sinagogas, las tabernas y los tugurios, la historia de esta fabulosa capital centroeuropea. “Praga mágica” es uno de esos recuentos o tributos que cada gran urbe se merece, donde Ripellino nos cuenta las leyendas y nos describe los recovecos de la ciudad del Moldau con una prosa magnética y elevada, pero es la alquimia que existe entre los habitantes y personajes de la ciudad con los palacios y las casuchas por ellos habitados, lo que destaca el autor y que le otorga a Praga ese deslumbrante y ambiguo encanto entre lo majestuoso y lo tenebroso, entre lo grandilocuente y lo sórdido. Uno de los protagonistas más rimbombantes de ese lienzo praguense es el escritor Jaroslav Hasek, del cual Ripellino nos dice que “A través de las distintas máscaras se trasluce, siempre, la auténtica sustancia de Hasek, su naturaleza errante, pendenciera, desordenada, su habilidad de saltimbanqui ambulante” y continúa diciéndonos “Sólo en la embriaguez nocturna, en covachas y antros ennegrecidos por el humo y rociados con escupitajos; en medio de borrachos torcidos e hinchados y con sombreros de payaso, como pintados por Josef Capek; sólo en el barrunte amargo de cerveza orinada y amoniacal que exhala de las letrinas de los tugurios; sólo en aquellas esperpénticas cuevas se enfervorece su fantasía.”
Ese perdulario y malviviente conocido como Jaroslav Hasek es el autor de una de las novelas más importantes y divertidas del siglo xx, no sólo dentro de la literatura checa sino universal, titulada “Las aventuras del buen soldado Svejk”. Josef Svejk es un poblador de clase humilde de la ciudad de Praga donde ejerce el oficio de vendedor de canes, con todas la habilidades que eso amerita, como adulterar las genealogías, razas y edades de los animales en cuestión, y mata su tiempo libre en la cervecería de “El Cáliz”, donde se enzarza en grandes conversaciones y da lugar sin grandes reproches a toda la retahíla de inopinadas e intempestivas anécdotas que tanto saborea de narrar.
La novela parte de un hecho determinante en la historia del siglo pasado, el asesinato acaecido en Sarajevo del Archiduque Fernando en el año 1914, lo cual dará origen a la 1ª Guerra Mundial, cuando el imperio Austrohúngaro del cual los checos hacen parte indisociable, le declaran la guerra a Serbia. Svejk entre su reumatismo, su afición a la cerveza y a la chácara y su trafico de caniches, se verá involucrado en los relevantes eventos bélicos que trastornarán al mundo, aunque él mismo no parezca darse cuenta en ningún momento de las vicisitudes históricas que se cuecen a su alrededor. El personaje oscila en una mezcla de profunda idiotez o un fingimiento tan avezado de la misma que lo propulsiona a la genialidad; en este respecto Ripellino reza “Pero Hasek procura que el lector se quede hasta el final con la duda de si el personaje es, realmente, un tonto redomado o más bien un tremendo astuto, lleno de malicia, «un refinado bribón o, por el contrario un desgarbado zambombo»”.
Con todo el alboroto provocado por el asesinato del Archiduque Fernando, Svejk se ve presa de una serie de confusiones y acusaciones que lo llevan de la prefectura a donde los médicos forenses, de los forenses al manicomio, del manicomio a la comisaría, hasta regresar al hogar después de un burocrático y ridículo recorrido, que nos evoca un paralelismo con Josef K. su vecino praguense, pero en una clave mucho más cómica e irreverente y menos atribulada y terrorífica que la que le tocó vivir al segundo. Luego le tocará a Svejk comparecer al reclutamiento al servicio militar, prestándose de nuevo a montón de confusiones que lo harán ir y venir de hospitales a servir de asistente a capellanes castrenses, a ser perdido en juegos de azar por éste último, servir a un subteniente y finalmente, después de una sarta de extravíos y alborotos llegar al frente acusando, en cada página que transcurre, una mirada paródica y despectiva en cuanto a la guerra, los militares, la religión, la autoridad y lo que puede denominarse la historia con mayúsculas. Un personaje como Svejk provoca que la suma obediencia, a toda autoridad, se vuelva un rasgo, o más bien dicho, un trastorno provocador de una anarquía soslayada, socarrona y liberadora.
“Si le confían un encargo, él (Svejk) lo ejecuta a pesar de todo y con tanta urgencia, que suscita garrafales malentendidos y alborotos carnavalescos, pequeños apocalipsis, que disipa adornando su obesa cara de “O” con una sonrisa alelada”. Así lleva a cabo sus diligencias y peripecias éste ciudadano bonachón que Ripellino describe físicamente como un “pingüe mamarracho, flotando en el arrugado uniforme, con nariz de tapón y barba de cerdas” que es como se nos aparece en los extraordinarios y cómicos dibujos de Josef Lada (amigo de juergas del Jaroslav Hasek) que nos ilustran la novela, lo cual nos produce un efecto aun más cómico del diverso discurrir de Svejk.
Cada malentendido desembocado por el exceso de presteza de Svejk causa descabellados, ridículos y divertidísimos episodios que produce iracundos brotes de cólera en sus superiores, sobre todo del teniente Lukas, que no sabe si acribillar al implicado o si acariciarlo con el inexplicable cariño que le ha adquirido. Pero Svejk no pulula solo en sus distintas aventuras, sino que lo acompañan capellanes beodos y libertinos, soldados glotones y socarrones, oficiales insufribles e imbéciles, cuyo plantel le dota de un formidable y risible colorido a la novela, que siempre se ve sazonado por las incontables y aguardentosas anéctodas-digresiones de la inagotable verborrea de Svejk que gracias a la cualidad anterior y a su cara de beatífico idiota zafa de graves aprietos e incluso de la muerte.
Svejk, hijo de una gran familia literaria de tendencias orondas que proviene desde los inconmensurables Gargantuas y Pantagrueles, pasando por el insigne Sancho Panza llegando hasta el inabarcable Ignatius J. Reilly entre tantos otros, que son quienes dan riego a un terreno literario donde la irreverencia y la sátira son las claves, las vueltas de tuerca, los caminos asfaltados hacía un humor que tiene en los tintes grotescos, el exceso y lo escatológico gran parte de su inagotable combustible. Por lo que no me queda más que recomendar encarecidamente la lectura de "Las aventuras de buen soldado Svejk" y desear que éste texto sea acicate suficiente para tal emprendimiento como para mi fueron el ensayo del maestro Sergio Pitol sobre tan mentado personaje incluido en su "Arte de la fuga", las páginas de Ripellino y el presente de mi hermano Juan.
(entremés ilustrativo y paradigmático de la novela de Hasek)
Fragmento de Las aventuras del buen soldado Svejk de Jaroslav Hasek
El motivo de la rabia del teniente era una menudencia sin importancia: se trataba del número de maletas que Svejk tenía que vigilar:
-Nos han robado una maleta –le reprochaba a Svejk-, y lo dice usted así, como si nada, ¡sinvergüenza!
-A sus órdenes, mi teniente –profirió Svejk con timidez-, no hay duda de que la han robado. Por la estación rondan muchos ladrones y supongo que a uno de ellos le habrá entusiasmado nuestra maleta, de modo que ha aprovechado la oportunidad que se le ha presentado cuando me he alejado un momento para comunicarle a usted que nuestro equipaje estaba en orden. El ladrón sólo ha podido robarla en ese momento tan oportuno. Para los amigos de lo ajeno, la ocasión la pinta calva. Hace dos años, en la estación Noroeste, le robaron a una señora un cochecito incluso con una niña en pañales dentro, pero fueron tan generosos que llevaron a la pequeña a la comisaría de mi calle y dijeron que la habían encontrado abandonada en un portal. Entonces los periódicos convirtieron a la pobre mujer en una madre desnaturalizada.
Y Svejk concluyó con énfasis:
-En las estaciones siempre se ha robado y siempre se robará. No tiene remedio.
-Estoy convencido, Svejk –replicó el teniente-, de que un día u otro usted acabará muy mal. Aun no sé si se hace pasar por tonto o es así de nacimiento. ¿Qué había en la maleta?
-Nada especial, mi teniente –respondió Svejk sin dejar de mirar la calva del hombre que estaba sentado frente del teniente y que, según parecía, no mostraba ningún interés en el asunto de los dos militares porque estaba inmerso en la lectura de Neue Freie Presse-. El espejo de la sala de estar y el perchero del recibidor, pero como ambos objetos eran propiedad del dueño de la casa, se puede considerar que no he sufrido ninguna pérdida.
Al ver el gesto amenazador del teniente, Svejk continuó con tono amable:
-A sus órdenes, mi teniente. Yo no sabía que robarían la maleta, y respecto al perchero le he dicho al dueño que se lo devolveríamos cuando acabe la guerra. En los países enemigos suele haber muchos espejos y percheros, de modo que el amo tampoco deberá lamentar pérdida alguna. Tan pronto como conquistemos alguna ciudad...
-Cállese, Svejk –lo interrumpió el teniente con un tono de voz aterrador.. Un día lo llevaré ante el tribunal militar. Es usted la persona más estúpida que he conocido en mi vida. Otro, aunque viviera mil años, no cometería tantos disparates como los que usted es capaz de perpetrar en unas cuantas semanas. Espero que se haya dado cuenta.
-A sus órdenes, mi teniente, y por supuesto que me he dado cuenta. Soy lo que se dice muy observador, me doy cuenta de todo, pero demasiado tarde, cuando ya no hay remedio. Tengo tan mala suerte como Nechleba de Nekázanka, el que solía ir a la taberna El Paraíso de los Perros. Aquel hombre siempre quería portarse bien y comenzar una nueva vida a partir de sábado, pero cada domingo decía: “Y por la mañana me di cuenta de que estaba en el catre de la cárcel”. Eso le pasaba siempre que tomaba la firme decisión de volver sereno a casa: entonces rompía vallas, desenganchaba caballos en la calle o intentaba limpiarse la pipa con el penacho de la patrulla de policía. Aquel tipo estaba totalmente desesperado: la suya era una mala suerte hereditaria que ya había perseguido a generaciones enteras de antepasados suyos. Su abuelo se fue a dar la vuelta al mundo...
-Déjeme en paz con sus historias Svejk.
-A sus órdenes, mi teniente, todo lo que le estoy contando es la pura verdad. Su abuelo se fue a dar la vuelta al mundo...
-Svejk –dijo con enejo el teniente-, le ordeno otra vez que no me explique más historias, no quiero escuchar nada. Y cuando lleguemos a Budejovice ajustaremos cuentas. ¿Es consciente, Svejk, de que mandaré que lo arresten?
-A sus órdenes, mi teniente, no –dijo Svejk con inocencia servil-. Todavía no lo había mencionado.