domingo, diciembre 12, 2010

Burn after reading: o la perfección cinematográfica según los hermanos Coen

Joel y Ethan Coen se caracterizan por proponer un cine autoral que difícilmente se puede encerrar en claves de lectura o conceptos reductores como en el caso de ciertos de sus contemporáneos (Lynch, Kusturica, Almodóvar, Cronenberg, Egoyan, etc.). De hecho, a primera vista, se podría decir que la única marca común que se encuentra en su obra variopinta es que sus películas son buenísimas, requisito insuficiente para ser llamado “autor”. Para ello, la crítica y el análisis cinematográfico necesitan leitmotifs, obsesiones, autoreferencias, universos, etc. Al parecer, la apuesta de estos maestros, consiste en revertir el paradigma del “autor” como un renegado contra los géneros cinematográficos y el cine convencional.

La primera marca de su cine, y es imposible darse cuenta de ello tomando en cuenta las películas de manera aislada, es la voluntad de rendir un homenaje al cine mismo, al arte cinematográfico, a sus géneros, a sus clásicos, a sus fetiches y a sus divinidades. Cada filme que nos presentan representa una vocación (consciente o inconsciente, ¡qué importa!) de servir al cine más que servirse de él. Así, los amantes del film noir, del género policiaco, del cine de gangsters, de la comedia, del surrealismo, del realismo, etc., seguramente van a encontrar una o más pelis de los Coen que los van a interpelar.

Y, sin embargo, hay algo en esta obra, algo tan coeniano que no permite encasillar ninguna de sus películas en los cánones de los géneros arriba mencionados. No es fácil encontrarlo y es casi increíble que este misterioso elemento estructural se concentre tanto en propuestas como “Barton Fink” y “The man who wasn´t there” como en “Ladykillers” o “Raising Arizona”.

Después de darle vueltas y vueltas a esta obra sale a la luz la piedra angular que mueve el cine de estos singulares hermanos: la poética del error humano. Fue tras ver con sumo placer, y por tercera vez, la infravalorada “Burn After Reading” que tuve la revelación. Esta macabra historia, centrada en el corazón de Washington vestida con una traje burocrático-existencialista, nos regala un elenco de antología: John Malkovitch, Tilda Swinton, George Clonney, Frances McDormand y Brad Pitt, en uno de sus papeles más brillantes.

Quizás debido a que salió posteriormente a la ganadora del Oscar “No Country for old men”, esta joya pasó sumamente desapercibida y eso que, para algunos puristas (valga la diplomacia), se trata de un legado aun mayor que la acreedora de la estatuilla. En todo caso “Burn after reading” nos muestra imagen tras imagen, la quintaesencia del cine de estos hermanos que es uno de los mayores aportes a las artes audiovisuales de nuestra era.

Así como nos hicieron vivir la glamorosa locura de Los Angeles en “The big Lebowsky”, el frenesí capitalista de Nueva York en “The hudsucker proxy” o el spleen monocromático de Fargo en “Fargo”, en esta ocasión nos transportan a la capital de los USA – es menester resaltar la fascinación que tienen estos directores por recorrer su país de origen en su travesía por el universo del cine –. Malkovitch, viejo funcionario de un servicio de inteligencia se ve desempleado por su dipsómano afán, su infiel e inescrupulosa mujer quiere el divorcio y una justa separación de bienes. En una confusión informática, un disco con información secreta cae en manos de un asistente de gimnasio que no está dispuesto a salir sin una tajada del asunto, acompañado por una señora solitaria y, en apariencia, inofensiva. Toda la trama ya está planteada, la película de espionaje perfecta está sobre el tablero y el espectador se sienta esperando el giro maestro. Pero (esa es la palabra que marca esa tendencia narrativa y estética en la propuesta coeniana) lastimosamente las cosas en la vida real, como en el cine de este par, no son siempre tan perfectas, los giros no son tan maestros, tan matemáticos, las mentes no son tan brillantes, las historias de unos se cruzan con las de otros, las consecuencias de los actos son imprevisibles por el actor de los mismos, el ser humano es débil, caprichoso, egocéntrico, inseguro, coqueto y, la mayor de las veces, estúpido. Pesimista perspectiva antropológica pero suficiente como para servir de base para una creación sublime (recordándonos la contrahecha humanidad que embellecía un tal Velásquez).

Una vez planteados los personajes, el suspenso y la tensión narrativa, las cosas empiezan a desencadenarse de una manera muy poco probable para un esquema narrativo clásico pero no para la vida tal y como es y, menos, para estos dos conocedores de la esencia humana. Sin entrar en detalles, “Burn after reading” se burla, de una manera genial, de los servicios de inteligencia: de su proceder, de su confiabilidad en una época no apta para guardar secretos (no me voy a prolongar recordándoles Wikileaks). Sin artificios, plantean la (considerable) posibilidad de la injerencia del error, de las pasiones, de los irracionales consejos del bajo vientre, en los procedimientos institucionales más oficiales.

Revisando “Blood Simple”, “The Big Lebowsky” (casi un remake alucinado de “The Big Sleep” de Howard Hawks) y otras películas de este maravilloso corpus, se puede reconocer la pasión que tienen los Coen por el film noir, en el sentido ortodoxo del término. A veces, se deja ver, en sus historias, una obsesión por encontrar variaciones a las estructuras del género. Una de esas “estructuras” de la narrativa noir es, indudablemente, la femme fatale: esa mujer que deviene, por su belleza, sus encantos y el poder que aquello le otorga, en aquella emisaria de la fatalidad para ella misma y su entorno. En “Burn After Reading” esta experimentación narrativa alcanza niveles sumamente inesperados y nos presenta a Frances McDormand (que ya nos había mostrado algo de esta faceta en su tierna juventud en la opera prima de los hermanos) encarnando a una femme fatale inédita en la historia del cine y que, sin embargo, cuela perfectamente con el rol estructural de este paradigma: su ambición, su vanidad y su egoísmo, sirven de motor narrativo para los sucesos nefastos que acaecen. Cincuentona en búsqueda de ese quimérico self-respect, valor tan caro para una sociedad en exceso competitiva, se ve en la situación perfecta para mover los hilos a su favor y lo hará con la misma frialdad que una Ava Gardner, Jane Greer o Lauren Bacall en aquellos memorables clásicos del género.

Sutil, discreta, sin desmesuradas pretensiones artísticas, comerciales o narrativas, este filme da en el clavo en todos los aspectos que pueden hacer de un filme una experiencia sensacional, fresca, reconfortante, entretenida y nos deja, servidita sobre la mesa, la clave para entender la pretensión global de la obra de Joel y Ethan: el error, la falla del sistema, la incomunicación, el desencuentro, como bases estructurales del acontecer en la vida humana. Pero la cosa no se queda ahí, sino que vemos la capacidad de generar una estética, una sublimación, una poética cinematográfica de esta condición tan olvidada tanto por el cine de Hollywood como por los autores llamados “realistas” que creen que se puede mostrar los hechos sin la participación activa de la subjetividad.

Sin nada que envidarle a lo mejor de su obra (lo mejor de lo mejor) como “The big Lebowsky”, “Millers crossing” o “Barton Fink”, esta historia debería quedar como un testimonio de que se puede hacer buen cine en una época donde hasta algunos de los más grandes han perdido el norte en cuanto al (no tan) noble ejercicio de esta práctica artístico-industrial. No duden en verla o volver a verla que, en este caso, no hay pérdida alguna.

sábado, noviembre 13, 2010

“Soul Kitchen” y las facetas cinematográficas de Fatih Akin

Fatih Akin, tiene dos facetas como director de cine: la de hacer dramas descarnados de altos quilates o la de proponer comedias facilonas y carismáticas, en ambas vetas el talentoso realizador turco/alemán sale airoso. “Contra la pared” (Gegen die Wand) o “Al otro lado” (Auf der anderen Seite) son del primer tipo, contundentes dramas, con la tragedia merodeando cada esquina del relato, dignas representantes en cualquier festival de primer nivel. “In July” o “Soul Kitchen”* -su último filme- son del segundo tipo, comedias resultonas que a base de personajes principales y secundarios bien construidos, embelesan al espectador en su lógica de fábula moderna. En cualquiera de sus facetas, el cine de Akin recurre al destino mágico o a la coincidencia excesiva, utensilio cinematográfico del que por ejemplo abusa con poquísima fortuna el español Julio Medem en películas como “Lucía y el sexo” o “Los amantes del círculo polar”.

Akin, también, hace del destino uno de los motores de su cine, pero sus dotes como realizador le permiten dotar a sus películas de un carisma y un refinado envoltorio que las salva de ser tildado de como un guionista barato. No es la excepción su último esfuerzo, “Soul Kitchen” la cual nos cuenta las tribulaciones amorosas y laborales de Zinos Kazantzakis, un griego/alemán, que regentar un restaurante homónimo al título de la película.

La historia es sencilla y previsible, pero el camino o el envoltorio que elige Akin para narrar la historia, le permite un resultado más cercano al triunfo que al fracaso. Su manejo de las imágenes, su elección de la música, la empatía que te crean los personajes principales, la diversidad de las bellezas de las actrices, las actuaciones y el mismo humor, aunque en ciertos casos demasiado reiterativo, consuman una película con pocas pretensiones, pero con óptimos resultados en su vena de comedia fácil, pero con una calidad y, reiteramos, un carisma que está a leguas de lo que sería en lenguaje hollywoodiense una comedia romántica.

No es habitual que un director se desenvuelva con igual soltura géneros tan antagónicos como los que maneja Fatih Akin, y lo cierto es que se agradece que así lo haga, intercalando en su filmografía películas ganadoras del Oso de Oro como el dramón “Contra la pared” o prodigando risas y buena onda como en su última “Soul Kitchen”, ahora es el turno de una tragedia, la cual estaremos esperando ávidamente dado que éste es hoy una de los directores más prominentes del cine mundial.

*"Soul Kitchen" se está exhibiendo en La Paz y en toda Bolivia en el marco del Festival de Cine Europeo 2011

viernes, octubre 22, 2010

Hypocrisy en La Paz: de gases, abducciones y riffs epilépticos



El pasado 26 de septiembre, se presentó en el teatro 6 de agosto de La Paz, la legendaria banda de death metal sueco Hypocrisy. La espera de la mentada agrupación se remonta a muchos años e incluso décadas. Sí, durante muchos lustros temas como “Pleasures of molestation” fueron y son himnos en el underground paceño. Al recordar las viejas andanzas en la Roquerón, Tejada Sorzano e/i/o/u Hotel Milton, siempre viene a la cabeza la despiadada canción.

En las preliminares, nos tocó atestiguar (cabría otro artículo sólo respecto a ese punto, enfocándolo como un tema clínico) la peor organización de la historia de un concierto de rock desde las épocas de Jabba the Hut hasta hoy. No hay palabras para describir la maraña de estupideces que llevaron a las huestes de nobles metaleros a ser gasificados por las fuerzas de Cobra, sin haber hecho ningún mérito para merecer semejante castigo. Gracias a Dios los metaleros son gente de paz y de bien, no como los fans del pop o de la trova que, a mi juicio, no hubieran soportado ese suceso sin, mínimo, heridos. Sólo créame lo siguiente: un niño de ocho años con una vivacidad mediana hubiera organizado los mecanismos de ingreso al concierto de mejor manera. La inteligencia humana es sorprendente, sin embargo, a veces, la estupidez se encarga de sorprender aún más. A pesar de eso, fue grato y sospechosamente onírico ver a toda la vieja (vieja) escuela de metal paceño, firme como un queso, esperando a sus viejos ídolos; cuerpos maltrechos emanados de la tumba salieron a la luz para ver a los titanes suecos. Un aire de viaje en el tiempo se apoderó de la gasificada 6 de agosto.

Vivos, aunque lagrimeando un tantín, los presentes nos dispusimos en el solemne teatro y empezaron los azotes. Los gigantescos vikingos (parecían un grupo de nazguls rockeando en la comarca) hacían ver pequeño el escenario. Sus notas torturadas cubrían todo el ambiente, hipnotizando y castigando a los estupefactos oídos de la audiencia andina. Aparte de unos pocos temas del nuevo y promocionado álbum “A taste of extreme divinity” y un jugoso cover de Slayer (“Piece by piece”), los cuatro jinetes nos regalaron versiones realmente abductoras de “Fire in the sky” o “Let the knife do the talking”. Sin embargo, para deleite de la audiencia, no se cortaron con los clásicos noventeros que venimos esperando desde la pubertad: “Apocalypse” fue probablemente el clímax del concierto. “The fourth dimension”, “Killing art”, “Coming Race” y “The Final Chapter” (clásico con el que regresaron en su primer bis) llenaron las expectativas de la voraz audiencia y la hipnotizaron: “Scream for me La Paz, now I will scream for you” fueron las palabras de Peter Tägtgren antes de espantarnos con un alarido de esos que sólo él puede dar, poseso por una serpiente mítica, estremeciendo las paredes del recinto. “Pleasures”, contrariamente a lo que se pensaría, no fue de lo más impactante y se nota que, en vivo como en estudio, la propuesta de Tägtgren desde el “Fourth dimension” hasta el “Final Chapter” es la más fina para escuchar y contiene los más grandes clásicos de la banda y del género.

El grupo se dio íntegro, cerrando la apocalíptica ceremonia con “Roswell 47”, en una versión sumamente brutal pero limpia, más limpia aún que en el disco: un verdadero deleite para un viejo corazón metalero. Todo terminó y, como siempre, ante el epílogo de un BUEN concierto, nos fuimos con los cuellos macurcados, a dormir a casa, a dormir como bebés.

Siempre quedará el recuerdo y la admiración a estos titanes del rock pesadísimo, a estos profetas del satanismo alienígena (¿alienismo satanígena?), que vinieron con una avalancha de bulla y buena música sin importar los 3600 metros sobre el nivel del mar, a comprobar que su música cala hondo hasta en el extremo occidente, donde se los recibirá aún mejor la próxima vez.



martes, octubre 12, 2010

El monstruo del Choqueyapu: impresiones

“Fukú americanus, mejor conocido como fukú –en términos generales, una maldición o condena de algún tipo: en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. (…) Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadeno el fukú, y desde ese momento todo se ha vuelto una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilometro Cero del fukú, su puerto de entrada, pero todos nosotros somos sus hijos, nos demos cuenta o no”

Junot Diaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao



1. El monstruo/la ciudad.

“La Paz, 1980…Metrópolis erguida sobre un vertiginoso valle interandino surcado por un río que antaño era un río de oro y le daba su nombre críptico a la población que allí habitaba…un río que carga sobre sus sórdidas aguas todas las frustraciones, penas e inmundicias de una urbe pervertida…un misterioso río llamado Choqueyapu”. Así comienza la novela gráfica El monstruo del Choqueyapu de Diego Loayza, Mario Piñeyro y Cristian Vidangos. El héroe del relato tiene un entorno específico y esencial: la misteriosa ciudad de La Paz.

El monstruo es hijo de esta ciudad. Su existencia sólo es posible en estas tierras. La Paz, la capital aymara del mundo, la compleja síntesis de diversos lentes escrutando y construyendo la realidad, es el único ente que le daría vida a este personaje. Por eso el monstruo tiene un amigo alcohólico (como todos nosotros), por eso se defiende de los policías con el poder eléctrico de Blanka de Street Fighter, por eso no puede alejarse de la política, por eso conoce los infiernos más profundos y las alegrías más benéficas.

La historia es también hija de esta ciudad. Las aventuras que despliega el relato sólo pueden ser fruto de estas hermosas y grotescas tierras. De ahí surgen las propiedades represo/detectivescas de los policías que buscan al monstruo, de ahí surgen los delirantes titulares de los periódicos, de ahí surgen las repugnantes características de la conciencia de los políticos. El monstruo del Choqueyapu es, al mismo tiempo, una creación y un prisma de la ciudad. El monstruo es hijo de una historia larga de encuentros y desencuentros, de dolor y de alegría, de muerte y de vida.

Sin embargo, La Paz no agota la historia del monstruo. No la monopoliza solamente para ella. Las aventuras que nos cuenta esta novela gráfica cobran sentido en múltiples realidades. El monstruo del choqueyapu, entonces, (por decirlo de alguna manera), tiene rasgos universales. A fin de cuentas, nuestro héroe sigue luchando contra los mismos fantasmas que enfrentamos todos los humanos desde hace mucho tiempo atrás: la muerte, el amor, la amistad, el destino.

2. El formato/la novela gráfica.

Trabajar dentro de este formato tiene algunas propiedades muy interesantes. A medio camino entre la literatura y el cine, la novela gráfica es un oficio sugestivo que permite, entre muchos otros, desarrollar un proceso esencial: combinar el trabajo creativo de equipo con la modestia en la utilización de los medios. Crear arte colectivamente, muchas veces ha tenido como prerrequisito esencial el desparramar dinero. Pienso en el cine o la arquitectura. En momentos donde cada vez hay menos recursos, donde miles sufren por la forma en que hemos organizado nuestra especie, tiramos cientos de millones de dólares en superproducciones y monumentos que solamente quedarán como registros históricos de nuestra estúpida manera de habitar el mundo. Los grandes hoteles en Dubai o las pop corn movies que Hollywood crea para los adolescentes, son un grosero insulto que la humanidad escupe al cielo y a la tierra. Mejor lo dice Alan Moore, sugestivo guionista de comics como Watchmen o V de Vendetta: “Odio a la industria del cine. Si hago un mal comic, no cuesta cientos de millones de dólares, que es el presupuesto de un país emergente de África. Es dinero que podría haber sido destinado a aliviar algo del inmenso sufrimiento que vive el mundo y sin embargo se destina a darles a adolescentes occidentales aburridos, apáticos, perezosos e indiferentes otra manera de matar 90 minutos de sus interminables vidas sin sentido”.

Sin embargo, el trabajo de comic o de la novela gráfica escapa a estas imposturas. Tres amigos pueden encerrarse en un cuarto y crear sin joder a nadie ni despilfarrar fortunas. No necesitan bloquear una avenida entera, en una ciudad donde una calle expedita es un oasis, no necesitan llenar el entorno de ruido (esa pesadilla urbana con la que lucha todo el tiempo el protagonista de El silenciero de Antonio Di Benedetto), escudados en una triste etiqueta: “artistas”. No necesitan gastar millones de dólares para entregarle al mundo algo que lo haga verse de nuevo. Y eso es lo que ha sucedido en esta creación, tres amigos laburan, solitarios y tranquilos, creando a partir de pintar y cortar papeles, como niños. Revuelven esta realidad, triunfo de Aristóteles, y la recrean desde otra perspectiva. Se mueven dos pasos y miran desde ahí, iluminan nuestra apariencia lógica. ¿Acaso no es ésa la principal propiedad del arte?

3. El camino/el humor.

Esta renovadora mirada sobre nuestra “realidad” se vale de una herramienta esencial: el humor. Este sentimiento permea toda la novela como un hálito de cobijo e iluminación. En El monstruo del Choqueyapu, el humor tiene una capacidad esclarecedora. Permite mostrar cómo somos. Desde el humor se desnudan nuestras ficticias instituciones y roles. Desde el humor, se ponen en cuestión los valores que hemos adquirido y los actores que hemos construido. La policía, los periodistas, los artistas profesionales, los políticos. Sin embargo, el humor en el monstruo no es solamente un proceso epistemológico, es también una fuerza redentora que arranca carcajadas sinceras. “Científicos aíslan el gen cochabambino” leo en un periódico de El monstruo del Choqueyapu y me cago de risa en el minibús, en medio de la trancadera. Me olvido de toda la tensión que implica habitar esta ciudad. Esta novela gráfica logra ese seductor hechizo del arte: provocar risas que te permitan mirar la vida desde otra perspectiva y entibien el duro tránsito por estos caminos. “El suicidio es una enfermedad de la ciudad” dice De Santis. Si le creemos, El monstruo del Choqueyapu es un bálsamo perfecto para re habitar La Paz sin perder la carcajada y el cariño por ella.

jueves, septiembre 30, 2010

Vila-Matas y "Dublinesca", de entierros, obsesiones y literatura


“Recordé unas frases que escribió Borges en su juventud: 'Ignoro si la música sabe desesperar de la música y si el mármol del mármol, pero la literatura es un arte que sabe profetizar que aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin.' ” Enrique Vila-Matas, Doctor Pasavento

“Los españoles son de esa clase de gente que se cree que por repetir una y otra vez la misma cosa al final acaba siendo verdad.” Enrique Vila-Matas, El Mal de Montano

"Lo apocalíptico es un señor o un sentimiento muy informal, que no merece tanto respeto." Enrique Vila-Matas, Dublinesca


Enrique Vila-Matas es un escritor, o mejor dicho un obseso, o aun mejor dicho, en jerga de fútbol argentino, un funebrero, resumiendo un escritor obsesionado en escribirse en funerales, o al revés un enterrador obsesionado en enterrarse en la literatura, cualquiera de las fórmulas funciona ya que Vila-Matas es una cinta de Moebius o una pintura de Escher, donde la cinta, o las escaleras, o Enrique siempre vuelven sobre si mismas, que son la literatura, los escritores, las obsesiones, las sepulturas y los sepultureros y es por eso que con su última máscara del editor retirado Riba en su última novela Dublinesca (2010) va en busca de otro episodio luctuoso, el entierro de la Galaxia Gutenberg obviamente en clave joyceana verbigracia del título del libro. Riba pretende enterrarse en el mismo funeral de la Galaxia Gutenberg, como Rosario Girondo pretende curarse del mal de Montano, de ese mal de literatura, a través de la escritura, o como el Doctor Pasavento pretende disolverse y desaparecer como el lenguaje y las letras en los microscópicos microgramas de Walser, y si al final el desvanecimientos, la enfermedad y el deceso, son partes o directrices de esa culminación que es la muerte, esa irrenunciable pugna que sostenemos con el tiempo y con la memoria y con el libro, ya que como dijo Borges la prótesis de la memoria es el libro, por ende la literatura, donde Vila-Matas libra sin escatimar en ahínco y denuedo su obsesa batalla entre la vida y la muerte, entre la memoria y la desaparición, entre la catarsis liberadora y la autoimpuesta y autoparasitaria esclavitud.

Dentro de este redundante mapa, existe siempre la noción de viaje, sea este real o mental, sea el destino Nueva York, Valparaíso, Lyon, Herisau, la sempiterna Barcelona París, o Dublín, la travesía es un algo intrínseco en las letras de Vila-Matas, que viaja a de escritor a escritor, de cita a cita, de memoria a memoria, de ciudad a ciudad, intercalando entre todos los anteriores con encantadoras asociaciones que lo llevan de la de una mera botella de agua a Molly Bloom, como el lo dijo en una entrevista, a través de n pasos de asociaciones relativas a su incurable enfermedad: la literatura. Quizás la única vía que Vila-Matas halla para purgar, o para curar ese mal, esa enfermedad, es aniquilarla, buscar la catarsis a través de enterrar, sepultar a la literatura y por ende suicidarse en cada intento y resucitar al siguiente, con otra máscara, en otro versión del obituario, igual de enfermo, igual de obseso, con la misma enfermedad, con idéntica obsesión.

Dublinesca presenta a Samuel Riba, el último editor literario, que provocado por una discusión con sus padres trama un viaje a Dublín aprovechando de honrar el sexto capítulo del Ulises de Joyce, para elaborar el sepelio de la Galaxia Gutenberg, aprovechando en el ínterin brindar un homenaje a la amistad, a Irlanda y a sus próceres literarios Joyce y Beckett, a la evaporación alcohólica en un país esencialmente alcohólico, al tránsito de un mundo (el del papel y la imprenta) a otro (el del ordenador y google), al salto de lo francés a lo inglés, a los fantasma y al inasible y espectral escritor genial, y a su profundo e incomprendido amor por Celia su budista esposa, y a tantas otras cosas, mientras en su cabeza día a día se teje una telaraña insondable al igual que a Spider, ese ensimismado personaje de la película homónima de Cronenberg; finalmente toda la confabulación de Riba no es otra cosa que un ejemplar suicidio, al mejor estilo de Vila-Matas, o sea otro episodio de ese diario que es la gran parte de su apasionante carrera de escritor.

Antes de empezar a escribir este texto escuchaba, muy a lo Vila-Matas “Downtown Train” de Tom Waits, releyendo algunos pasajes de algunos de sus libros anteriores en los cuales por más que utilice miles de disfraces, o abanicos de géneros, o pléyades de citas, siempre termina desenmascarándose, él nos dice en El mal de Montano: “Es bien sabido que no hay mejor forma de liberarse de una obsesión que escribir sobre ella” (E.M.D.M. 117), ese es Vila-Matas para quien la literatura es un viaje sin punto y aparte que lleva a esa callejuela, que parafraseando a Doctor Pasavento, es el mejor atajo que conoce para llegar a la misteriosa calle única de su vida (D.P. 368) y donde cada libro es un finado que como dice el poeta sirio-libanés citado en la misma novela “A todos esos muertos a nuestro alrededor, ¿dónde sepultarlos sino en el lenguaje?” (D.P. 40). ¿En qué otro cementerio podría sepultarse ese obseso de don Enrique?

jueves, septiembre 23, 2010

“The Darjeeling Limites” u otra pieza del abigarrado universo de Wes Anderson

“The Darjeeling Limited” como casi todo el cine del estadounidense Wes Anderson, versa sobre la vacuidad y la incomunicación existente en la relación paternofilial, que provoca a su vez barreras y cortocircuitos entre hermanos o familiares. Como en “The Royal Tenenbaums”, “Life Aquatic” o “The Amazing Mr. Fox”, un acontecimiento particular permite una reunión familiar en determinado entorno claustrofóbico. En los Tenenbaums fue una preciosa y angosta casa nuevayorkina, en “Life Aquatic” el interior de un fascinante e intrigante submarino y en “Mr. Fox” las profundidades del subsuelo terrestre, en “The Darjeeling Limited” el entorno es el camarote y los pasillos de un tren hindú en el cual tres hermanos se embarcan en pos de sanar su relación en un entorno plenamente espiritual.

El conflicto familiar es el móvil del cine de Anderson, y la claustrofobia, la asfixia y el amor por los detalles, la forma de plasmarlo; “The Darjeeling Limited” no es la excepción, ya que dentro de la travesía por el tren Anderson goza de una libertad completa para sugerir minuciosamente las distintas personalidades de los tres hermanos (interpretados por Owen Wilson –amigo entrañable de Anderson en la vida real–, Adrien Brody y Jason Schwartzman), el cuidado y el cariño por el detalle hace de Anderson un director de corte netamente fetichista; los objetos, el vestuario y los decorados en conjunto hacen parte de una cuidadísima y deliciosa puesta en escena donde el color es también un ingrediente crucial. Las maletas de los hermanos, el reproductor de Ipod de Schwartzman, las gafas y el cinturón de Brody, los calzados y el bendaje de Wilson son todos elementos que dan profundidad y contexto a sus personajes, dotan de sentido a la trama de la película y permiten que en tan corta duración Anderson se pueda explayar con tanta amplitud y competencia.

Para mayor disfrute del filme “The Darjeeling Limited” y para ampliar su particular universo, Anderson realizó una precuela, un cortometraje llamado “Hotel Chevalier” donde uno de los personajes tiene un incómodo encuentro con su mujer amada, interpretada por Natalie Portman, que desde “Beautiful Girls” no sale tan hermosa y provocadora. El cortometraje crea un vínculo entre este y el comienzo de la película, que en su secuencia inicial abre con un memorable y frenético cameo de uno de los actores fetiches de Anderson, el inefable Bill Murray.


El filme en si, no es una obra maestra que quizás si es “The Royal Tenenbaums”, pero es indudablemente una buena película, pero lo más elogiable es que pieza a pieza Anderson va consolidando un universo plagado de personajes inseguros, que buscan el sentido de su existencia a través del desvencijado vínculo con sus progenitores, y ese universo goza de colores, matices y guiños dramáticos que convierten a Wes en uno de los directores más originales y entrañables del cine actual. A disfrutarlo se ha dicho.

jueves, septiembre 16, 2010

Sobre las implicaciones antropológicas de la música y el fabuloso encuentro de David Lynch y Lee Scratch Perry



La música es el lenguaje universal – el significado del universo – y el nexo invencible entre nuestro mundo y orbes más diáfanas y sutiles. A la vez código y sensación, ordenadamente caótica, caóticamente estructurada, domadora del tiempo y de todas sus bestias, la música, como el fuego, vive de su propia extinción.

Ligada a la especie como la facultad de erguirse, hablar o domesticar(se), la música, como hecho social, trasciende las diferencias interculturales y parece comunicar con símbolos más antiguos que el lenguaje mismo, más antiguos que la encarnación. Su ligación al tiempo como plataforma para desplegarse en tanto unidad, le otorga características que se hacen incomprensibles para la razón lógica. Esa paradoja, esa tensión entre la unidad y la multiplicidad que se alimentan mutuamente, hacen que, a pesar de poder ser estudiada como una ciencia exacta y apoyándose en los instrumentos de la física, la raíz de la música, su origen profundo, no puede ser sino mágico-religioso. Vislumbro un grupo de homínidos en la noche de los tiempos, sacudiendo el cuerpo, percutiendo una cosa de la naturaleza contra otra, como una prolongación del cuerpo, hasta encontrar, en un trance incomparable, repeticiones, cadencias. De repente, los horribles movimientos inarticulados se transforman en baile, los cacofónicos golpes, en ritmo y el grupo de homínidos ya no es el mismo, ahora vislumbro ángeles y genios que los cabalgan y les encienden los ojos a un universo que se enciende también con ese acto. Los cuerpos, súbitamente, aparecen como prolongaciones del alma. Como una chispa del sol de medianoche que palpita en cámara lenta, en concordancia con los golpes que las sobreexcitan, las siluetas se mueven a pesar de ellas: por primera vez se han encontrado el espíritu y la materia. A partir de ahora la materia será espiritual y el espíritu material, a partir de ahora la vida será la vida y el tiempo será el tiempo.


Tantos años después, no se puede sino constatar que la música es tan vital como el agua dulce o el sueño para nuestra especie. ¿Por qué? Quizás, como el sueño, es una reminiscencia necesaria de los tiempos en los que sabíamos volar, recuerdos de cuando éramos uno. Esa memoria que se contiene en la música es un puente para superar las inmensas barreras socio-culturales que se han desarrollado con la difusión y nos han diferenciado, esa memoria nos recuerda que somos una especie y que esa especie está posesa… por un genio musical.

¿Qué tendrían que ver entre sí un blanco cafeinómano de Missoula de raíces protestantes con un jamaiquino marihuanero de origen rural? Muy poco o nada. Excepto que comen, cagan, duermen, hablan y aman la música. Y la música, en este valle de lágrimas, es la palestra para ejercer la más pura libertad y es el ángel que nos permite desplegarnos en los vertiginosos terrenos de la belleza inmaterial - no se trata de un sentido figurado en absoluto sino que, efectivamente, el terreno emocional de la música es el del vértigo y no es casualidad que el oído sea y el sentido musical y el del equilibrio -. Experimentadores incansables, tachados de genios por algunos y de dementes por otros, David Lynch (1946) y Lee Scratch Perry (1936) han consolidado un sirwiñaku musical sin par, dándole así continuidad a su onírica trayectoria. Sí, onírica a más no poder, ni en uno de esos afiebrados sueños chapareños, me hubiera imaginado al mago del cine Lynch junto al sacerdote de la música dub LSP jameando, tejiendo sonidos etéreos… y, pensándolo bien, la combinación es perfecta.


Con esa conciencia de que la música es una alfombra voladora que nos hace viajar, invito al lector a escuchar estas notas de estos dos viajeros trabajando juntos para el placer del oyente: Dubblestandart meets David Lynch and Lee Scrath Perry.


martes, agosto 24, 2010

Iron Maiden y su inacabable frontera final

Hay hitos en la vida que trastornan la percepción que de ahí en más tendrás de la misma. Estos acontecimientos decisivos, que vivirán como tatuajes en la existencia de uno, suelen ocurrir durante la niñez, cuando aun somos un barro muy maleable. Puedo recordar el ver aluciando en el cine “The Return of the Jedi” con 5 años, o asistir con 7 años al decisivo partido entre Bolívar y Petrolero de Cochabamba en un atestado y lluvioso Hernando Siles, eventos que marcaron para siempre mi relación con el cine y con el fútbol. También en esa época de descubrimientos y vivencias indelebles evoco un día cualquiera a los 6 años en el que mi padre regresaba de viaje y después de desempacar se dirigió al tocadiscos y puso un vinilo que sería el hito de toda mi historia musical desde entonces. El disco era “Piece of Mind” de Iron Maiden y el tema “Where Eagles Dare”, maravilloso himno de la banda con la que se abre ese memorable álbum. Mi viejo había estado en Nueva York y, con un amigo pasaban por el Radio City Music Hall y vieron que tocaba en vivo la banda Iron Maiden que sabían había hecho sensación en el último Rock en Rio. Ingresaron por curiosidad y presenciaron el fabuloso concierto, mi viejo compró el disco e imperceptiblemente estaba modificando los derroteros de mi vida.

Estamos hablando de hace 25 años atrás, y hoy me encuentro con que Iron Maiden, la banda más importante de mi vida y con la que más tiempo he “perdido” escuchando, ha sacado su 15º álbum de estudio “The Final Frontier”. 25 años es mucho tiempo, es lo que duran las bodas de plata con la vida, y lo cierto es que las circunstancias de uno en ese lapso de tiempo cambian y mucho. Escuchar un nuevo disco de Maiden no me provoca la misma emoción que hace cuarto de siglo, o que hace 15 años, pero a su vez es un evento que me convoca, que me exige otorgarle atención y por qué no decirlo, me acarrea cierta excitación.

La era de gloria e inspiración absoluta de Maiden fue entre 1980 y 1988 cuando en tan solo en 9 años produjeron 7 discos que contienen lo mejor de su obra, con sus tres trabajos magistrales que, a mi parecer, son “Piece of Mind” (mi experiencia maidenera primigenia), “Somewhere in Time” (el mejor disco que he escuchado en mi vida) y “Seventh Son of a Seventh Son”. Pasada esa era dorada son muchos los altibajos y etapas las de la banda británica: la ida del guitarrista Adrian Smith y la consiguiente grabación de peor disco de la Doncella de Hierro “No Prayer for the Dying”, luego Blaze Bayley reemplazaría a Dickinson con dos discos llenos de canciones muy rescatables, después regresarán Bruce Dickinson y Smith a su casa para lo que Maiden nos otorgó una joya de madurez que es “A Brave New World”, luego vinieron tres grabaciones incluyendo el “The Final Frontier” que si bien no gozan de momentos deslumbrantes tienen momentos elogiables que hoy todavía causan ese emoción que sólo provoca el aura y sonido Maiden.

Muchos años han pasado, pero creo que no tantos para Maiden, que sigue siendo la misma banda, identificable desde sus inicios y con música de muy alta calidad pese a los 3 cambios de cantantes y otros cambios de integrantes, a los diferentes sonidos que han experimentado o al devenir de la industria musical durante tres décadas. Mientras tantas bandas han sucumbido en sus propias trampas de egos, en su sequía musical y creativa, en sus tentaciones innovadoras o en sus traiciones idiosincráticas, Maiden no. La banda hincha del West Ham United ha cambiado muy poco desde sus inicios y jamás ha dejado de reconocerse como Iron Maiden, y creo que en su caso es algo muy bueno, no por tozudez, falta de horizontes musicales o fundamentalismo recalcitrante sino por hacer de esa esencia/sonido/presencia/estética inconfundible un logro a prueba del tiempo.

No sé cual será la frontera final de Maiden y de su insigne bajista Steve Harris, ya que su vocación de hacer música con su banda parece inagotable, así como esa fiebre de estar en la carretera tocando en directo noche tras noche. Quizás la frontera ya la cruzaron hace muchos años, pero no lo parece; si bien no gran inspiración, hoy todavía se siente en Maiden vivacidad y pasión por tocar y crear más heavy metal. Sus fans oscilan entre metaleros ajados de 50 años con ajustados y negros jeans levis, blancas cañas reebok y chamarra o chupa de cuero negra con largas melenas y entradas considerables blanden su cabellera cantando “Manowar, Manowar, living on the road” en el mitiquísimo Excalibur vallecano, así como quincerañeros presentes en sus conciertos con frondoso acné, adictos al internet y al ipod y que no saben de la existencia de un soporte musical conocido como acetato o vinilo -intuyo que me encuentro en el ecuador de esos dos tipos de fans-, todos nosotros admiradores de Eddie y de la banda que representa esa legendario monstruo.

Hace algunos años atrás, en las Ventas en Madrid, con 25 años me tocaba ver por primera vez a Iron Maiden con Bruce Dickinson como frontman, la fortuna permitió que entonaran uno de mis himnos favoritos, la inconmensurable y encantadora “Revelations”; escuchar en vivo esa canción era uno de los sueños que tenía desde pequeño, creo que en ese momento parecía cerrarse con perfección el círculo y el idilio que he vivido con Maiden, pero con ellos cerrar círculos, delimitar fronteras o dictar finales es una tarea casi imposible, lo que hace la aventura más fascinante aún, ya que Iron Maiden siempre será un fiel compañero de viaje, un hito existencial, al que uno siempre puede recurrir descubriendo o evocando temas y temas de su cuantiosa, inacabable y única leyenda.


"Revelations" en vivo en la gira de 1985 World Slavery Tour

miércoles, julio 28, 2010

Antonio Mariaca: el color como alfa y omega del lenguaje pictórico

Cuando uno se enfrenta a un lienzo del paceño Antonio Mariaca, las dualidades sempiternas que se presentan en la historia del arte parecen estériles para clasificar lo que se tiene ante los ojos. Así pues las duplas vanguardia/clasicismo, figuración/abstracción, expresionismo/impresionismo, realismo/idealismo, no nos aclaran en absoluto el panorama respecto al lugar de la obra de este artista. Sin fallarle totalmente a la verdad, la susodicha obra corresponde a todos estas categorías o podría corresponder si nos limitamos al afán de clasificar y archivar el conocimiento. Sin embargo, ninguna de estas categorías describe a cabalidad el trabajo de Mariaca. Para captar la particularidad de este corpus gigantesco de cuadros es necesario remontarse a una instancia anterior a la gestación de estas dualidades con respecto a la cuestión de la modernidad en el arte. Ésta no consiste en otra cosa que en buscar el lenguaje – pictórico para el caso que nos ocupa – puro.


Con evidentes influencias de Picasso y del maestro expresionista Rimsa, el pintor inicia una travesía hasta encontrar su propio lenguaje, su propio sistema y, sin embargo, como buen modernista, busca, metódicamente, el lenguaje de lo pictórico, las armas puras de la representación mediante una técnica, tan infinita, plástica, compleja y elemental como es el óleo.

La piedra angular de la obra es el color y las emociones que se logran mediante su combinación. De esto se podría deducir que Mariaca se alinea en la escuela abstracta heredera de Kandinsky y sin embargo no estaríamos en lo cierto. En eso consiste la grandeza de este pintor: nunca sucumbió totalmente a la abstracción y, más bien, operó la alquimia pictórica de la transfiguración del objeto cotidiano en una auténtica fiesta de colores. En ese sentido Mariaca, nunca se apartó de los motivos de la pintura académica y tampoco se obsesionó con ninguno en particular (aunque tuvo motivos predilectos, cómo no): paisajes, naturalezas muertas, retratos, desnudos, etc. Él no apostó por alejarse del objeto para dedicarse exclusivamente al color sino que creyó posible que el color era capaz de transformar al objeto sin perder una pizca de su poder expresivo. He ahí la tensión.

Como buen vanguardista, rechazó los cánones del dibujo, el volumen y la perspectiva clásicos, dejando bien claro que, para el pintor, éstos son tan sólo instrumentos y, muchas veces, no los más útiles para llegar al éxtasis plástico. Esa postura le permite liberar ese niño interior que simplifica las formas para resaltar las emociones y, sin postura ideológica o filosófica, deja ver en su obra una mirada diáfana de la vida.

Como en la visión alucinada de un santo, la imagen de una simple iglesita de pueblo, al pie de un cerro deviene en una maravillosa amalgama de mensajes cromáticos que, si bien se entremezclan en una síntesis epiléptica de sensaciones, no dejan de poseer un orden musical que se derrite como el tiempo y, sin embargo, está ahí, fijo, intemporal, como un escrito en la piedra.

Quizás la fiesta sea la clave ética y estética de esta obra: el espíritu festivo propio de la religiosidad mestiza de los Andes pareció haberle inspirado para transfigurar la visión de la multitud en un sólo cuerpo cuya energía se manifiesta en una apoteosis de colores. Una embriaguez prístina que acerca al hombre a su creador a través de los elementos, parece motivar esa mirada sutilmente mística. Esa es pues la pintura como praxis: una embriaguez y una fiesta. El templo es un taller, las palabras son pigmentos y las plegarias son esos pigmentos plasmados y combinados en un lienzo. Oficiando día a día esa ceremonia, trabajando como pocos, Antonio Mariaca dejó más de mil cuadros de indudable hermosura y quedará como un maestro en la historia de la pintura boliviana: pocos han encarado el color como él porque pocos han entendido la vocación del pintor como él.

miércoles, julio 21, 2010

Zumbido: perspectivas

1. Desde la aparición y la conquista del cine sonoro como condición indispensable de un viaje narrativo y estético decente, se debería extender este imperativo a todo el espectro creativo que implique continuidad. Zumbido parece afirmar esta tendencia como una premisa tanto en su ética como en su estética. La importancia del ambiente sonoro le da una densidad muy singular y contribuye, casi tanto como en el cine, a crear una atmósfera específica.

2. Zumbido se posiciona, como ya dejaba entrever Carreras delictivas, en una tensión fundamental; aquella que yace entre la descripción cuasi etnográfica de la realidad (vista desde el exterior) y el delirio afiebrado de una interioridad desbordante. Es que, lo olvidamos muy fácilmente debido a un error en la traducción, en la palabra surrealismo está, y muy presente, la palabra realismo. Superrealismo sería la acepción correcta del término: una forma de realismo tan enriquecida, lúcida y aguda que sea capaz de parecerse a todo lo contrario. La minuciosa atención al detalle, la tabula rasa axiológica y la ausencia marcada de todo postulado metafísico están lejos de hacer de Zumbido una novela realista en el sentido tradicional del término ya que nada de esto está concebido dentro de lo que conocemos como objetividad (ajena a uno mismo y su percepción), sino, más bien, todo está impregnado de una subjetividad embriagadora. En ese sentido la presente novela reabre el debate sobre lo que es realismo. ¿No es más “realista” una concepción del mundo en la que la intermediación del sujeto impide el acceso a cualquier objetividad que aquella en la que las cosas se dan límpidamente desde un pulcro e incuestionable exterior? ¿Acaso existe un mundo fuera de lo que percibimos e interpretamos de él? Si existe, en todo caso, es inaccesible à tout jamais. Es por eso que, a mi parecer, la posición realista, si confunde realidad con objetividad, es la más alejada de la experiencia real (que es lo que pretende representar).

3. Así como la travesía de este narrador es absurda, así como su comienzo y su fin parecen arbitrarios dentro de una continuidad amorfa de sucesos, así también se puede reconocer un viaje dantesco, una forma escatológica y llena de símbolos que se suceden y concatenan, una estructura, una iniciación heroica. El tono existencialista se entremezcla con una sutil búsqueda de trascendencia que, como en un viaje de salvia divinorum, puede (extra)limitarse a confundir al héroe (y, por ende, al lector) con las ondas concéntricas de agua en una piscina medio turbia, el sabor de una fruta o el zumbido lejano de una fábrica.


4. Como tercer camino entre la noción objetiva de realidad y el idealismo renacentista o neoclásico, la historia de las artes siempre tuvo un tesoro de imágenes que no caben para nada en ninguna de estas dos escuelas: la pesadilla. Como bien notaba Borges, las pesadillas poco tienen que ver con tragedias tangibles, dolores físicos y eventos ominosos que ocurren en la vida diurna (tortura, muerte, guerras, accidentes, hambre, etc.) sino, más bien, maneja símbolos, símbolos desconcertantes que hipertrofian y reflejan como espejos (imago), el miedo primordial de la humanidad, el miedo de todos y de cada uno. Una mujer de ojos negros que se inserta un huevo de pájaro en la vagina, la yema amarillenta recorriendo sus muslos, su sonrisa: he ahí la pesadilla, su terror y su (innegable) belleza. ¿La vida cotidiana se parece más a las pesadillas o a los sueños?

5. Nuevamente JSC nos sumerge en una estética de la incomodidad, de la imperfección universal, de la mediocridad operativa de la realidad, las fisuras de la misma. En eso, también, radica su savia kafkiana.

6. La pelea a muerte contra el perro y Francis Bacon. Esa escena, crucial en el desarrollo, está marcada por el exceso: de ira, de oscuridad (se da en un hueco que parece una silueta humana), de animalidad. El órgano de odio que brota de los dos contrincantes, misteriosamente, los une y, por ende, los transforma en un espectro baconiano donde el movimiento se confunde con el estatismo de la imagen simbólica, completando así y de manera muy original, el arquetipo de la monstruosidad (en medio de la noche oscura), donde, contrariamente a la imagen de San Jorge que aniquila al dragón, tenemos al hombre deviniendo en uno con la bestia. Y es, sin embargo, una anécdota, un hecho de la vida cotidiana, algo que se puede contar cuando respondes a una pregunta como: ¿Cómo te fue hoy?


7. No hay final abierto si el principio y el medio también lo son.

8. La construcción concienzuda de atmósfera y la monotonía (el título lo sugiere) me hicieron pensar en el cine de Cronenberg: por más que, en apariencia, se trate de una ciudad habitada por millones, un país, una cultura, estamos dentro del universo del narrador: un mundo nocturno plagado de sonidos acosadores, una mirada sorprendida y absorta de niño combinada con el spleen adulto de nuestros tiempos. Ese universo, al margen de la ciudad, cultura, etc., tiene leyes temporales, colores, ruidos, y personajes propios y bien delimitados… no hay nada más, nadie más afuera de este hermético planeta que, en algo, se parece a la tierra.

9. Como decía Joao Guimaraes: La mayoría de las veces, basta con contar un día de la vida de una persona para resumir toda esa vida… una noche, unas horas, agregaría yo después de leer Zumbido.

10. Zumbido: aquel sonido lejano y constante que se impone al punto de desaparecer, delimita el mundo; marcando el principio arbitrario y sin sentido de la historia (universal y de la novela), nos invita a un viaje a no sé que profundidades medulares del hombre, lodazales primordiales del símbolo. Un sólo zumbido de principio a fin.

miércoles, julio 14, 2010

Los equipos ideales del Mundial (día 32)

Siguiendo la línea propuesta durante todo el mundial vamos a atiborrarlos con los equipos ideales. Primero vamos a colocar el equipo"A" de la Copa del Mundo con todos lo mejores, pero como esa lista nos sabía a poco no tuvimos opción a colocar el equipo "B" ya que era injusto dejar de lado a muchos jugadores que cual ángeles caídos dejaron su impronta en Sudáfrica, y para no ser incoherentes, pondremos al final el equipo ideal de los últimos dos partidos del mundial para completar las 7 fechas del certamen. Quisiéramos encarecidamente que nos propongas equipos muy distintos al seleccionado y nos critiquen ácidamente nuestras elecciones como nuestras omisiones.

Sobre el mejor jugador del torneo, con lo complicado que es compartir criterios con la FIFA en esta ocasión no tengo objeción a su veredicto de otorgar el Balón de Oro a Diego Forlán. El goleador uruguayo, en un mundial donde las figuras fueron los equipos y no los individuos, fue el futbolista más desequilibrante, sus goles valieron oro, sacó siempre a su equipo de situaciones de alta tensión, casi todos sus tantos fueron de factura espectacular, brindó carisma y fue uno de los goleadores, creo que argumentos suficientes para erigirlo como el mejor. La plata le corresponde al fantástico Andrés Iniesta, que después de un año plagado de lesiones, volvió con todo al mundial y fue el más destacado de España (junto a Villa) con ese talento que derrocha a borbotones, el gol en la final es una inconmensurable guinda de la torta. El bronce y cerrando el podio y creo que yendo un poco a contracorriente elegimos al trasunto de Perter Lorre, Mesut Özil, un jugador que trastorna la idea del "10" alemán como otrora fueron Rummenigge, Matthäus, Hässler o Ballack, tiene un desparpajo, un tacto con el balón y a ratos una displicencia, muy ajena a los cánones teutones, se entiende su ascendencia turca, pero a su vez goza de un porte físico muy germano, y en esa mezcla entre talento y magia, además de esbeltez y potencia se mezcla su gracia, y en el mundial la desplegó pese a que a veces le falta constancia. Müller pudo ser también el tercero, y pese a su grandioso mundial por oportunismo, instinto y gran dadivosidad al juego colectivo preferimos a su compañero. Algunas preguntarán por Sneijder, y la verdad es que difícil pensar en un jugador más sobrevalorado durante el torneo, sin menoscabar sus goles, casi todos preñados de inmensa fortuna, fue el reflejo de Holanda, no le sobró nada, hizo lo suyo y alcanzó hasta que alcanzó.


De los goles nos quedamos en primer lugar con la emboquillada del italiano Quagriarella ante Eslovaquia pese a su inutilidad, como jugada relámpago de contragolpe y el trallazo final elegimos segundo al primer gol del mundial convertido por Tshabalala de Sudáfrica ante México y por último y en homenaje al mejor jugador del mundial un gol de Forlán, y que sea a gusto del lector.

De las esperanzas que aludimos al principio del mundial todas se fueron desvaneciendo con mucha pena y poquísima gloria por distintos motivos, y la única alegría que nos otorgaron fue el gran protagonismo de Fabregas en la finalísima, siendo pieza fundamental del triunfo español y suscribiendo que no podría haber una gesta española sin que el tuviera su parte en el cuento.

Sudáfrica 2010 se nos va alejando, dejándonos "mono" de fútbol, de himnos, de goles, de emociones, de análisis, de gritos, de penas, de alegrías y sobre todo de balompié que contiene y subsume todo lo anterior. "El lar" poco a poco va concluyendo su labor como febril cronista de esta magna fiesta de la humanidad, todavía nos quedarán algunos estertores, pero nunca está de mas agradecerles a ustedes lectores que son los que alimentan y consumen nuestra retorcida vocación de escribir.