martes, diciembre 15, 2009

Lucien Freud: reflejo


A los ancianos de hoy, de ayer y mañana


Ya decía el brujo Juan, internacionalmente famoso indio yaki, que si queríamos ser “Hombres de conocimiento” teníamos que vencer a cuatro enemigos… mortales enemigos. El primero es el miedo que nos confunde y nos hace perder la claridad. El segundo, una vez vencido el miedo con claridad, es la claridad misma. Ésta deviene en enemigo ya que, al igual que el miedo, enceguece; además de hacer perder la humildad. Una vez vencida la trampa de la claridad gracias a la convicción del misterio prístino de las cosas, se crea un despertar inconmensurable de la consciencia y aquello deriva en poder, mucho poder, abismo de abismos en el corazón de la humanidad, tercer enemigo. ¿No será suficiente vencer a semejantes dragones para ser un “Hombre de conocimiento” cuando la mayoría de entre nosotros ya hemos trastabillado para siempre tan sólo con el primero de entre ellos? No. Hay uno más, al que don Juan llama el “enemigo invencible”: la vejez.


Vejez: aquella etapa que nuestra sociedad de Shakiras y Cristianos Ronaldo nos quiere ocultar a todo precio, concebida no como una parte crucial del devenir espiritual del individuo y la sociedad, sino como una antesala monstruosa, inútil y espectral a la extinción del ego; etapa que es lo que es debido a que en ese entonces las fuerzas de la materia actúan de la manera más despiadada sobre el estar-en-el-mundo de cada uno: inercia, peso, gravedad, caos, fatiga. Asimismo, los recuerdos, las angustias y las culpas, como si fueran materia misma, colaboran al yugo de las vértebras y los pesares morales al temblor de las manos cansadas. El Héroe Luminoso de la cosmovisión yaki debe enfrentar semejante prueba para alcanzar la iluminación. Es la batalla más dura de la humanidad y al vencedor se le otorga el mayor de los premios: el conocimiento.


En este autorretrato, Lucien Freud, por un instante – que, paradójicamente, en el caso de la pintura al óleo se plasma durante siglos –, logra doblegar al invencible. Con esa osadía saenzeano-milleriana de algunos hombres del siglo pasado, el pintor yace desnudo ante el espejo, su mirada es abismal. Con una espátula como espada y una paleta como escudo, el guerrero desafía la muerte y el miedo de la muerte que no es sino el miedo a sí mismo. En él, el peso de la materia se ha hecho implacable; allí donde se acumula durante años la gravedad (cuello y genitales), la pintura es grumosa y espesa como pocas veces se ha visto. El trazo es tan preciso como monstruoso, caótico e intuitivo. Si la modernidad de la pintura es entendida desde la escuela de Londres como el arte de la materia y de la condición material de la existencia (quizás es su único denominador común), la vejez deviene en musa privilegiada. El cuerpo se hace símbolo de sí mismo y no de otra cosa (realidad o idealidad). El guerrero incansable mira la noche de su propio cuerpo, la noche de la carne; encerrado en un cuarto que, de manera cuasi fractal, reproduce la misma anatomía a escala arquitectónica y, por las tonalidades y los empastes, parece sugerir su propio olor a viejo, a guardado.


Quizás el brujo le llamaba invencible a este enemigo porque es ineludible, implacable y que, la única manera de superarlo es transfigurándolo, hacer que sea la vejez la que venza a la vejez misma, transformar su deformidad en belleza, su enfermedad en exceso de vida y su mirada en consciencia despojada, la de aquel que sabe que ha de morir y que la vida es un doloroso regalo, un triste milagro. Así, Freud, aprovechando de los poderes alquímicos de la pintura transfigura para vencer: acto de cierto cariz platónico que no es otra cosa que hacer que las cosas sean lo que realmente son, más allá de los prejuicios, los miedos, las dudas y los deseos.

6 comentarios:

Alvaro G. Loayza dijo...

Oneiros, la pintura de Lucian Freud es soberbia, tiene esa aura de paradoja que encierran los grumosos y ajados cuello, rostro y huevas que se contrastan a un pecho y unos muslos plagados de firmeza. Es el guerrero viéndose al espejo, y haciendo del espejo ese retrato inmortal, ese viejo vicio del pintor de hacerse inmortal a través del óleo y el lienzo, pero ésta vez en una pose valiente pero cercana al ocaso. Te falto enumerar del guerrero las botas, enser asociado a la valentía y al coraje y honor que implica morir con ellas puestas. Un abrazo!!!

Anónimo dijo...

exceptions esthetic utilisation inundate quintiles excipient mthe deliberately tailoring astray anticipation
masimundus semikonecolori

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Die with your boots on... come dice el cerquilludo Dickinson

Rebeca sin peca. dijo...

Vuelvo a las andadas!
Me fui a estudiar fuera y en el piso nuevo aún no tengo internet! Echaba de menos esto pero aquí estoy. No puedo dejar este blog de lado ;)

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Bienvenida.

Anónimo dijo...

Hola Diego,
Solicitando autorización para publicar esta entrada en nuestra emag www.elojodeadrian.com
Porfavor responder a elojodeadrian@yahoo.es
Saludos cordiales
Mayra Barraza