Ufffff... Ya hace tiempo que tuve la intuición que querer en esta vida te aboca a ese círculo vicioso que consiste en echar siempre a alguien de menos. No hay solución ni para un misántropo como yo. Hace unos cuantos años que conozco a Alvaro, e intuyendo que la vida es una especie de chiste, fue contándonos unos cuantos como empatizamos (pronúnciese con acento gaucho y después, sonría). Como todo en esta vida se puede medir por un valor, sea por estar omnipresente o por no percibir su ausencia, la genética nos vino a hacer a ambos a imagen y semejanza de los nuestros. Uno no es así por generación espontánea. Tiene que tener unos precedentes. Y nosotros nos parecemos a nuestros padres mal que nos empute, que sinceramente, es bien poco. Y no sé si esto tiene algo que ver en que él se emocione con los dichosos griegos, o que yo ejerza de gentil defensor de los hebreos. El hecho es que el tiempo de comer kebaps en un tugurio pakistaní por Huertas u ¿Hortaleza?, pareció acabar el día en que Alvaro se convirtió en emigrante de ida y vuelta. Nadie contaba con mi palabra de vasco y su amor por Madrid. Le prometí visita y cumplí.
Es conocido por muchos mi fascinación por La Paz sin necesidad alguna de ser socio de Greenpeace o Amnistía Internacional. Mi amor por ese botxo es a pelo. Pero no es menos cierto, que si me voy a pasar la vida regresando a la, por ahora, capital de Bolivia, es porque allí conocí al clan Trasunto. Con permiso de Gilda, me vais a permitir que lo denomine así. Uno sólo puede decir que tiene dos familias porque en ambas se siente como en casa. Y en chez Trasunto, que parece que siempre esté de jornadas de puertas abiertas, uno no sólo se siente como en su hogar de toda la vida, sino tiene esa sensación de pertenecer a algo, de ser uno más, de tener más de un padre y una madre sin trámites de adopción, sin ser un hijo de puta. Siento el exabrupto pero me lo he puesto como si fuera el mismísimo Felipe II.
Hace pocos meses que me volví de mi segunda estadía en La Paz. Dos increíbles meses. La primera fueron quince días. La siguiente, ¿quién sabe si para siempre? Hoy es el día en que me siento más colla que nunca, pero por Trasunto, y también por Arbeloa. Guido, Gilda, Diego, Alvaro, gracias por muchas cosas intangibles (de nuevo con acento gaucho). Sé que no hace falta pero lo he decir: mi casa también es vuestra casa, aunque todavía pertenezca a esa generación tan española que todavía vive con sus padres.
No es por que crea que haya que luchar por un mundo más justo, que también. Ni porque sea un militante de la razón práctica, a mi pesar. Estas palabras habían de ser dichas, pues aunque bien conocidas, compartidas y públicas, una vez más, me apetecía expresarlas.
1 comentarios:
A nombre de los Trasunto te digo una vez mas: mi casa es tu casa (con acento gringo, parece que los gringos necesitan decir estas palabras en nuestro idioma para que tengan un significado mas profundo), y la casa de tu madre, de tus hermanos ..., solo hace falta que se animen a aventurarse a este botxo.
Un gran abrazo,
Gilda
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