“El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él , aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improvisto” H. Murakawari
En todas las solapas de los libros de Rodrigo Fresán encuentro comparaciones con Borges, en algunas si no creo recordar mal, dice que Fresán es un Borges elevado a la enésima potencia, lo cual para algunos puede ser una herejía, dada semejante comparación justamente con el epítome de la literatura argentina. No he leído lo suficiente de Fresán como para poder rebatir o aseverar rabiosamente tal afirmación, pero tras los primeros contactos que he estado teniendo con éste, tanto como narrador y como crítico, me provoca un sentimiento muy afín a Borges. Me explico. Siempre que me toca leer al “viejo” me provoca una insaciable sed de erudición, su intertextualidad me hace sentir que ojalá el día dure setenta y tres horas para poder devorar todos los libros de todos los autores a que el refiere, otros autores me provocan ésta sensación pero nunca de manera tan pronunciada. Con Fresán es diferente, pero a la vez muy afín, ya que cuando el te nombra algo, implícitamente te recomienda algo o explícitamente divulga a viento y marea un descubrimiento, me parece en lo poco que lo voy conociendo que acierta, que por ende me voy fiando de su ojo clínico, un Borges a la justísima potencia se podría decir.
Entonces a raíz de una reseña que Fresán realizó del libro “Kafka en la orilla”, me interesé por los libros del japonés Haruki Murakami, a quien por un impulso fresaniano y “la velocidad de las cosas” me vi impelido a leer. Mi elección, sin poder explicarla realmente fue “Tokio Blues – Norwegian Wood”, novela publicada en castellano el año 2005.
Es casi imposible disociar nuestra biografía de a pie con nuestra biografía bibliográfica, ya que ambas inciden mutuamente en un tiempo común y no voy a negar lo atribulados que fueron mis días en el momento que me toco enfrentarme a “Tokio Blues”. Me considero una persona tranquila pero por razones que aquí huelgan explicar, debido a mi situación sentimental mis nervios estaban a flor de piel, o si se prefiere una expresión más criolla, tenía “más nervios que pata ´e chancho”. Me sentía intranquilo y con la cabeza y las emociones deambulando por peligrosos atolladeros. De pronto de forma huidiza y con fin de ahuyentar momentáneamente mis pensamientos a otros derroteros, saqué el libro del japonés y empecé con su lectura.
Es difícil encontrar literatura, buena o mala, que te hechice a la cuarta o quinta cuartilla. Con Murakami eso era realidad y cuando quise darme cuenta llevaba leídas unas cincuenta páginas, lo cual desde luego no era lo más asombroso, sino que mi nerviosismo y mis preocupaciones no se habían olvidado, pero las sentía más controlables, parecían haber menguado. Sin pretenderlo me había estado enfrentando a una suerte de literatura balsámica e “hipnotizadora” (en palabras del mismo Fresán), que me permitía proseguir con mis mas tenaces afanes sin las tensiones de los momentos anteriores a la lectura. Cada nuevo enfrentamiento con “Tokio Blues” reducía las cotas de mis tribulaciones para trasladarme a una especie de paseo catárquico, donde me encontraba muy a gusto y del cual no estaba muy dispuesto a abandonar.
Sería quizás debido a esa percepción serena, no alborotada, que Murakami tiene para narrar su historia a partir de las experiencias emocionales de juventud de Watanabe, personajes principal de la novela, y como este se interrelaciona con el mundo y con las pocas personas de éste que no parecen ser fantasmas, sino que tienen verdadera entidad.
El tono melancólico, casi otoñal, de la novela como del personaje, es un vehículo ideal para narrar como Watanabe concibe el mundo, y la percepción de esto no la tenemos por mas que por las distintas relaciones que entronca con una serie de mujeres Naoko (la hermosa, silenciosa y enferma ex-novia de su mejor amigo), Midori (una sensual, simpática y libre estudiante), Hatsumi (abnegada novia de otro de otro amigo del protagonistas) y Reiko (mujer ya mayor, con problemas psíquicos y mejor amiga de Naoko). Todas ellas dibujarán el mapa de los sentimientos de Watanabe, consiguiendo provocar o sacar de él facetas diferentes, sin alterar en ningún momento, su inalterable personalidad y la comprensión, o ubicuidad, que el tiene del mundo conjugada con un peculiar sentido del humor, cosas que atraen de sobremanera a los personajes femeninos.
“Tokio Blues” es una novela de la vida y de la muerte, de personajes que se dividen en los absolutamente vitales como Midori y Reiko y con los fantasmales, que parecen pertenecer más al reino del Hades, como ser Naoko y Hatsumi. El suicidio es un espectro que recorre toda la novela, y es en definitiva uno de los grandes triunfos del novelista, el poder congeniar el reino de la vida con el de la muerte, dotando todo de una naturalidad que parece hacer de ambos reinos algo inextricable, como reza el mismo texto en la voz de Watanabe “la muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida”.
La inmersión al universo de “Tokio Blues” es triste, melancólica, pero a la vez apacible y como ya dijimos, cercana a la catarsis. Murakami tiene esa virtud de los artistas orientales de a través de su oficio acercarnos a olores, colores y paisajes que pese a ser reconocibles se nos asemejan a lo mágico. Justo cuando indagaba en la reseña de Fresán sobre éste libro y que lo tilda de hipnótico y opiáceo (lo cual está escrito en la cinta que acompaña la novela y ahí terminaba la cita), me complací de constatar que esos adjetivos venían seguidos de “que recuerdan al cine de Wong Kar-Wai” (frase omitida en la cinta) y me quedé pensando, ufano, en que tendrán Murakami como Wong Kar-Wai para poder provocar, cado uno con su fórmula alquímica, esa purificación tan cercana a un nostálgico embelesamiento.
Entonces a raíz de una reseña que Fresán realizó del libro “Kafka en la orilla”, me interesé por los libros del japonés Haruki Murakami, a quien por un impulso fresaniano y “la velocidad de las cosas” me vi impelido a leer. Mi elección, sin poder explicarla realmente fue “Tokio Blues – Norwegian Wood”, novela publicada en castellano el año 2005.
Es casi imposible disociar nuestra biografía de a pie con nuestra biografía bibliográfica, ya que ambas inciden mutuamente en un tiempo común y no voy a negar lo atribulados que fueron mis días en el momento que me toco enfrentarme a “Tokio Blues”. Me considero una persona tranquila pero por razones que aquí huelgan explicar, debido a mi situación sentimental mis nervios estaban a flor de piel, o si se prefiere una expresión más criolla, tenía “más nervios que pata ´e chancho”. Me sentía intranquilo y con la cabeza y las emociones deambulando por peligrosos atolladeros. De pronto de forma huidiza y con fin de ahuyentar momentáneamente mis pensamientos a otros derroteros, saqué el libro del japonés y empecé con su lectura.
Es difícil encontrar literatura, buena o mala, que te hechice a la cuarta o quinta cuartilla. Con Murakami eso era realidad y cuando quise darme cuenta llevaba leídas unas cincuenta páginas, lo cual desde luego no era lo más asombroso, sino que mi nerviosismo y mis preocupaciones no se habían olvidado, pero las sentía más controlables, parecían haber menguado. Sin pretenderlo me había estado enfrentando a una suerte de literatura balsámica e “hipnotizadora” (en palabras del mismo Fresán), que me permitía proseguir con mis mas tenaces afanes sin las tensiones de los momentos anteriores a la lectura. Cada nuevo enfrentamiento con “Tokio Blues” reducía las cotas de mis tribulaciones para trasladarme a una especie de paseo catárquico, donde me encontraba muy a gusto y del cual no estaba muy dispuesto a abandonar.
Sería quizás debido a esa percepción serena, no alborotada, que Murakami tiene para narrar su historia a partir de las experiencias emocionales de juventud de Watanabe, personajes principal de la novela, y como este se interrelaciona con el mundo y con las pocas personas de éste que no parecen ser fantasmas, sino que tienen verdadera entidad.
El tono melancólico, casi otoñal, de la novela como del personaje, es un vehículo ideal para narrar como Watanabe concibe el mundo, y la percepción de esto no la tenemos por mas que por las distintas relaciones que entronca con una serie de mujeres Naoko (la hermosa, silenciosa y enferma ex-novia de su mejor amigo), Midori (una sensual, simpática y libre estudiante), Hatsumi (abnegada novia de otro de otro amigo del protagonistas) y Reiko (mujer ya mayor, con problemas psíquicos y mejor amiga de Naoko). Todas ellas dibujarán el mapa de los sentimientos de Watanabe, consiguiendo provocar o sacar de él facetas diferentes, sin alterar en ningún momento, su inalterable personalidad y la comprensión, o ubicuidad, que el tiene del mundo conjugada con un peculiar sentido del humor, cosas que atraen de sobremanera a los personajes femeninos.
“Tokio Blues” es una novela de la vida y de la muerte, de personajes que se dividen en los absolutamente vitales como Midori y Reiko y con los fantasmales, que parecen pertenecer más al reino del Hades, como ser Naoko y Hatsumi. El suicidio es un espectro que recorre toda la novela, y es en definitiva uno de los grandes triunfos del novelista, el poder congeniar el reino de la vida con el de la muerte, dotando todo de una naturalidad que parece hacer de ambos reinos algo inextricable, como reza el mismo texto en la voz de Watanabe “la muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida”.
La inmersión al universo de “Tokio Blues” es triste, melancólica, pero a la vez apacible y como ya dijimos, cercana a la catarsis. Murakami tiene esa virtud de los artistas orientales de a través de su oficio acercarnos a olores, colores y paisajes que pese a ser reconocibles se nos asemejan a lo mágico. Justo cuando indagaba en la reseña de Fresán sobre éste libro y que lo tilda de hipnótico y opiáceo (lo cual está escrito en la cinta que acompaña la novela y ahí terminaba la cita), me complací de constatar que esos adjetivos venían seguidos de “que recuerdan al cine de Wong Kar-Wai” (frase omitida en la cinta) y me quedé pensando, ufano, en que tendrán Murakami como Wong Kar-Wai para poder provocar, cado uno con su fórmula alquímica, esa purificación tan cercana a un nostálgico embelesamiento.
2 comentarios:
Excelente entrada,Alvaro.
No he leido Tokyo blues,pero desde luego ahora será una lectura muy a tener en cuenta. El hecho de que se compare al autor del libro con Wong Kar-Wai dice mucho a su favor...¿será que hace falta ser asiático para saber transmitir ciertas cotas de sensibilidad?
Bueno,un abrazo desde Valencia. Aquí teneis un lector fiel (menos cuando se trate de fútbol,obviamente jeje).Espero que consigas lo que has venido buscando y que nos visites pronto.Saludos
Chino
Haruki Murakami y Manuel Puig, dos de las grandes influencias de Wong Kar-wai. Debo admitir que aunque conozco ese detalle nunca me había animado a buscar los escritos de Murakami, en especial, porque hace tiempo que deje la literatura por el cine. Pero después de este post quiero leerlo... algo que no me habia pasado desde que quise leer Siddharta de Herman Hesse, y creeme que eso fue hace mucho pero mucho tiempo.
P.d: Este post me ha llegado oportunamente, tanto que te he robado una parte para ponerlo en mi blog principal.
P.d.2: Sí, se ve muy extraño sin anteojos.
P.d.3: Ya vi My Blueberry Nights, así que podremos conversar de ella cuando la veas.
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