domingo, enero 12, 2014

Alí, el epítome de las fuerzas vivas



“N´golo era una palabra congoleña que significaba fuerza, fuerza vital. Podía aplicarse al propio ego, a la posición social, a la fuerza física o al impulso sexual. Era indudable que Alí se sentía despojado de la parte que en justicia le correspondía. Durante diez años la prensa había estado estafando a Alí en relación con el n´golo. No importaba que poseyera tanto como cualquier otro norteamericano; él quería más. No es el n´golo que se posee, sino aquel que le niegan a uno, lo que suscita las más violentas histerias del alma. Por consiguiente, en modo alguno podía permitirse el lujo de perder aquel combate. Caso de perderlo, escribirían los epitafios de su carrera, y los muertos no poseen n´golo. Los muertos se están muriendo de sed, según reza un antiguo proverbio africano. “  Norman Mailer, El combate


Desde mis primeros años de vida vengo oyendo de una leyenda llamada Muhammad Alí, que luego aprendí que era un boxeador. Dicho peleador previamente se había llamado Cassius Clay, antes de cambiar de nombre y religión para pasarse al credo del Islam, quien además se negó a ir a una guerra en Vietnam, por lo cual le usurparon el título mundial de los pesados en la época dorada de su deporte. Oyendo de refilón a los mayores también supe que este sujeto tan contestatario había sido parte de muchos de los mejores combates bosxísticos de todos los tiempos.

Ya muchos años después, me tocó ver un documental titulado “When We Were Kings” que narraba todos los avatares que rodearon a una de las peleas más memorables de la historia, el “Rumble in the Jungle”, que enfrentó a Muhammad Alí, el retador y a George Foreman, campeón del mundo.


El documental de Leon Gast es un complemento audiovisual perfecto al libro de Norman Mailer “The Fight”, traducido como “El combate” (Contra, 2013), ya que ambas se enfocan de lleno en el evento que encumbró a un nivel de leyenda eterna a Muhammad Alí.

El entorno de la pelea es fabuloso, enclavada allá en 1974 en la tórrida Kinshasa, capital del ex-Congo belga, en ese momento de la dictadura de Mobutu Sese Seko denominado Zaire entonces, y hoy rebautizado como la República Democrática del Congo. País situado en el corazón de África era el anfiteatro de un combate que parecía que iba ser el descarnado adiós a Alí,  a su incontenible orgullo y verborrea y a sus aspiraciones a mayor gloria deportiva.  

Alí volvió en 1970 a los cruadriláteros después de más de tres años suspendido por su negativa de “servir” a su país yendo a Vietnam, y perdió su invicto contra Joe Frazier en 1971 en el combate titulado como “The Fight of the Century”, narrado también por Norman Mailer en un libro llamado “En la cima del mundo” (451 Editores, 2009). Desde entonces Alí pese a su inconmensurable talento , ya no fue considerado un luchador invencible, tanto a así que fue derrotado también por Ken Norton en 1973, aunque en sendas revanchas se vengaría tanto de Frazier como de Norton.

El ocaso de Alí se vislumbraba, ya que enfrentaba a un brutal Foreman que había destrozado tanto a Frazier como a Norton. Un peleador bestial que demolía a todo contendiente que se le pusiera enfrente. Una máquina de triturar carne, a quien todo el mundo le auguraba un triunfo ante el envejecido Alí. Mailer, nos refiere a los campeones de peso completo como quizás el más aterrador de los asesinos desarmados, y contrapone a ambos púgiles de la siguiente manera “uno de los motivos por los que Alí inspiraba amor (y relativamente por respeto hacia  su fuerza) era el hecho de que su personalidad sugiriera invariablemente la idea de que no sería capaz de causar daño a un hombre corriente, sino que se limitaría a zafarse de cada ataque mediante un mínimo movimiento, y que pase el siguiente. Foreman, en cambio, era una amenaza real. En cualquier pesadilla de matanza, atacaría y atacaría”. 

Tanto el documental de Gast, como la crónica de Mailer, te van adentrando en todo un novelesco envoltorio de la pelea, donde siempre sobresale la irrefrenable locuacidad de Ali que es la única emisión optimista (además del entrenador del mismo, Angelo Dundee) que refrenda que él vencerá a Foreman; todos los expertos, la prensa especializada y los entornos cercanos a los púgiles parecían estar convencidos de que Foreman terminaría con Alí sin demasiada dificultad.   

En sendas narraciones, ambas magníficas, a uno se le van desvelando detalles de lo que se cocía en torno a la pelea, las singularidades de los luchadores y de sus respectivos entornos, las peculiares rutinas de entrenamiento, los miedos soslayados de un lado y el derrochador optimismo del otro lado, la guerra mediática entablada por egos más poderosos que los mismo músculos y todas las fuerzas y ritmos atávicos de la mágica África negra, donde según la filosofía Bantú se cuenta que “los muertos se están muriendo de sed”.   

El preludio del combate tiene como trasfondo los lugares de entrenamiento, y Mailer lo define diciendo: “De sobra era sabido que un campo de entrenamiento se propone el objetivo de manufacturar un producto: el ego de un púgil”, y para labrar esa buena condición física para afrontar la pelea, esta era entendida por el mismo autor como “el principal misterio del boxeo. Se trata de un insólito estado del cuerpo y de la mente que permite a un peso pesado poder moverse a alta velocidad por espacio de quince asaltos. Lo cual no puede lograrse por un simple acto de voluntad”. Además de referirse a la personalidad de un campeón de peso completo explicitando a que “no habría muchos psicópatas capaces de soportar la disciplina del boxeo profesional.”

Alí y sus descargas dialécticas trataban en todo momento de herir el ego y la vanidad de Foreman, Mailer nos aclara que “no existe actividad más vanidosa que el boxeo. Un hombre sube al ring para provocar admiración. Por consiguiente en ningún deporte puede verse uno más humillado.” Y de ahí que Alí contrapusiera su estilo estético y danzarín con los patosos movimientos de momia que tenía Foreman: “Alí se esforzaría al máximo con el fin de que Foreman se sintiera torpe. Si, cuando resultaba más temible, Foreman se parecía a un león, y luchaba como un león, en sus peores momentos se asemejaba a un buey.”

Gast nos deja arrobados con todas las ráfagas musicales que daban un aura más que teatral al combate con los ritmos de James Bown y Miriam Makeba, y Mailer también nos divierte con las bufonescas apariciones de los estrambóticos y carismáticos esbirros de Alí y Foreman, Drew “Bundini” Brown y Elmo Henderson, ambos entrelazados en una pugna de metralla verbal, aporreándose con atronadoras palabras como palos para humillar al jefe de uno y otro mientras se cruzan en un corredor. Bundini decía no saber leer, ni escribir, pero se solazaba en afirmar que sí, sabía hablar (tanto así que a él se atribuye la frase “baila como una mariposa, aguijonea como una abeja.”). La batalla no tenía cuarteles, se destilaba en todos los confines de Kinshasa, nadie sabia el desenlace, pero todos lo intuían. 

El relato de Mailer tiene además la magia de la intimidad, el de haber estado ahí y haber sido parte del tinglado; por ejemplo haber corrido con Alí por las calles de Kinshasa pocas noches antes del combate, el tomar partido hacia Mohammad e irlo declarando cada vez menos de soslayo hasta afirmar de no querer pasarle su kencherio al púgil de su preferencia o el relato de la resentida actitud de niño malcriado que exhibió Bundini en el vestuario previo a la pelea porque Alí no quiso usar la bata que este le hizo confeccionar para la pelea, la cual combinaba con el atuendo de Bundini, y como Muhammad consoló y reanimó los espíritus de uno de los talismanes de su esquina.

El combate llegó el 30 de octubre de 1974 a las 4 de la madrugada en el estadio 20 de Mayo de Kinshasa, y rompió todos los pronósticos, todos los vaticinios y todas las aproximaciones que se habían realizado: Alí salió a agredir a Foreman de entrada y de forma atrevida y arriesgada disparando directos de derecha, confundió y desconcertó a su rival,  luego en vez de bailar, como el mismo reiteró incontables veces que lo iba a hacer, el de Kentucky se fue hacia las cuerdas y allí espero a Foreman, inclinado y apoyado en estas recibió golpe tras golpe de su cruel rival resistiendo los impactos con codos y puños, transmitiendo a las cuerdas y no a las piernas los impactos, para que en cada desconcentración de George, lanzar contraataques punzantes. Todos entendieron esto como una locura, pero como subraya con agudeza Mailer sobre esto: “¿qué es la genialidad sino el equilibrio al borde de lo imposible”. La confusión y la suma de impactos bien asestados fue mermando las fuerzas, la moral y la resistencia de Foreman. El quinto asalto fue el más memorable en el que ambos luchadores tuvieron momentos grandiosos y propinaron ristras de golpes colosales; después de dicho asalto la desconfianza y escepticismo de los comentaristas Jim Brown y Joe Frazier, quienes no daban un duro por las posibilidades de Alí, fueron mutando y como rascándose los ojos se iban percatando de que lo imposible se iba tornando en realidad. La incredulidad curándose con el ver para creer.

“Un hermoso final perduraría en la leyenda, mientras que una victoria anodina y sin brillo lo dejaría a medio camino de la leyenda –sus amigos lo ensalzarían en exceso y sus enemigos lo pondrían en tela de juicio–, siendo esta la situación que más suele afligir a la mayoría de los héroes”, pero Alí después de una trompada magistral y sin golpear de nuevo a Foreman para no entorpecer la maravillosa estética de su derrumbe, se alzó de nuevo en el campeón del mundo por knock out (primera y única vez que Foreman fue knockeado en su ilustrísima carrera de 81 combates y casi 30 años de duración), haciendo carne de lo imposible, habiendo diagramado una estrategia secreta que no entendieron ni propios ni extraños, y erigiendo su leyenda hasta la estratósfera para ser considerado el mayor boxeador de todos los tiempos y uno de los deportistas más colosales que haya pisado la faz de la tierra.


Años después constaté que la epopeya del “Rumble in the jungle” es una de las cumbres de la épica deportiva, y el hecho que Leon Gast y Norman Mailer nos hayan entregado dos testimonios tan emotivos como vívidos de un evento semejante no hacen más que justicia a un combate, a una época, pero sobre todo a un personaje que en palabras de su propio idioma siempre será larger than life.





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