“Músicos anónimos, ensayando en los sótanos del mundo, yo los saludo.”
“Mi nombre es Rufus”, Juan Terranova
Una de las primeras grandes frustraciones de la vida es cuando uno de forma lógica y realista se da cuenta que el sueño de ponerse la camiseta número 9 ante una tribuna colmada de fanáticos y hacer el gol que provoque el derrumbe de tribuna será irrealizable, ya que uno es meramente un expeditivo lateral izquierdo en el equipo del curso y se conforma no con romperla, sino con no cagarla. El sueño de la niñez hecha añicos, pero eso se recompone con la adolescencia avecinándose. Empieza otra de las añoranzas que es la de tocar la guitarra ante otra multitud distinta y hacerla vibrar con un salvaje y desgarrador riff de guitarra como lo harían Dimebag Darrell de Pantera o Kerry King de Slayer. Segundo porrazo con la realidad, uno puede secuenciar varios acordes pero ni el oído, ni los dedos alcanzan la velocidad ni el virtuosismo deseado, ni la banda comformada por tus amigos augura tener las canciones ni los y las seguidoras de una banda mítica, así que a colgar la guitarra en la misma perchera onírica que los kichutes.
No es nada grave, es algo bastante común lo que me ocurrió, sino en el mundo habrían tres clases de hombres: los grandes futbolistas, las estrellas del rock y pequeño grupo de los parias; al contrario, los grandes futbolistas y las estrellas de rock son muy escasos por eso causan furores y devociones; lo que no te priva de intentar ser músico y a través de la guitarra eléctrica tratar de vivir los sueños más alocados. Eso es lo que nos cuenta Juan Terranova* en su deliciosa novelita “Mi nombre es Rufus”(Interzona, Buenos Aires, 2008).
“Mi nombre es Rufus” cuenta en primera persona las peripecias del guitarrista de la banda punk Birmania en el Buenos Aires de principios de los noventa, hasta su disolución siete años más tarde. La novela está contada en fragmentos numerados, en las que el protagonista de forma aleatoria y anarquista narra las peripecias del grupo y un sinfín de comentarios, valoraciones, sentencias y acotaciones en torno a lo que se vivía y se escuchaba en el parque Rivadavia y sus inmediaciones en aquel entonces.
El narrador pulula por la novela innombrado, al cual por una licencia auto otorgada pasaremos a llamar Rufus, como el título de la misma. Rufus es un guitarrista que ama la guitarra, ama la música y desea vivirla en libertad, pero siempre respetando los marcos autoimpuestos como la decisión estilística y moral que representa ser parte de una banda de punk: “Yo nunca había tocado rock de esa manera, menos con gente. Me costó entender la idea de que es un hecho cultural completo, no sólo musical.”. Rufus es el espectador y participe que con cierta distancia analítica nos narra lo que se cocía entre el Mono (el baterista), Kike (el bajista) y Javi (el cantante) los otros integrantes de Birmania: “Nos gustaba The Clash. Era donde más coincidíamos.”
Se intuye en todo momento que la relación de Rufus es de forma intrínseca con la música y con la vivencia de la misma, no tanto con el estrellato y las desmesuras del rockanroll, como si lo vive el Javi, el egocéntrico, carismático y genial cantante que tiene una relación con su escasa fama, con las drogas y con todas las mujeres que caen a su alrededor “El Javi era el que más cogía. Le daba a todo. Le interesaba mucho la cantidad. Un día podía estar con una chica hermosa y al otro día con una mina reventada. Monopolizaba el camarín para él solo. – Sos un cliché – le dije una vez. – Y vos sos un pelotudo – me respondió.”
Rufus también pretende hacer entre epigrama y epigrama un vademecum de lo que es hacer rock “El Mono estudiaba en un colegio industrial y tenía mi edad. Estábamos los dos en quinto año y él después pasó a sexto. Eso también ayudo mucho. Para hacer rock hay que saber de electricidad.”. Cada tanto te larga consejos técnicos: “El punk en la guitarra implica saber glisar y ligar tanto como aprender a cortar” o cuando habla de componer canciones “Otra técnica buena es afanar. Afanar acordes, progresiones, ideas. Y después tratar de esconderlas con ideas propias, taparlas con otra cosa. Si es muy evidente que es un choreo es porque está mal digerido”, mandándose de rato en rato frases lapidarias: “Las métricas irregulares son fantásticas. Transforman el barro en oro”.
Un goce añadido que tienen los fragmentos que profiere Rufus es que son a su vez aforismos, sobre todo cuando al final de ellos larga una sentencia: “ La identidad viene en los matices pero tienen una sola arteria sonora” o “el rock es un cocodrilo negro que se come la cola a si mismo” o “caminamos de lo cocido a lo crudo y volvimos, pero nunca llegamos a pisar sangre.”.
En el universo musical de Rufus es de implicancia moral y existencial la esencia del punk y de lo punk, es la religión elegida y no se puede transar: “También en 1991, Guns N´Roses presentó Use You Illusion I y II. A mí siempre me pareció un álbum doble excepcional, pero no lo decía porque se daba a la confusión. A principios de los 90 era el punk o Axl Rose. No había reconciliación posible”, porque “Paul Simonon pegándole con el bajo al escenario en la tapa de The Clash. Eso es punk: gestos reciclados con convicción.” Rufus disecciona el punk y su espíritu “El punk nació como producto de la decadencia. Su esplendor fue su final” y es difícil definir lo punk mejor que él con la siguiente imagen: “El Javi amaba las cucarachas. Las atrapaba con las dos manos y se las metía vivas en la boca. Eso es punk”y realmente lo es.
En el devenir de la novela aparecen montones de héroes del rock desde leyendas como Black Sabbath , los Sex Pistols, Frank Zappa, Jimmy Page y Jimmi Hendrix a pilares del rock argentino como Sumo, Attaque, Los Redonditos de Ricota o Todos tus muertos, pasando por Tom Waits, David Bowie, Red Hot Chilli Peppers o Metallica. Como todo biografía que se precie, está llena de álbumes míticos, conciertos asistidos y personajes gigantes, aunque también la novela contiene algunas alusiones literarias a Cioran, Paul Valery o Badeuleire o alguna muy despectiva hacía Borges, que fue uno de los causantes del fin de Birmania cuando Kike empezó con su lectura “–Borges es un viejo de mierda que escribe para los que escuchan a Fito Paez – lo cortó el Javi. Kike puso una cara de sorpresa tan compungida que al Mono y a mí se nos escapo una risa” y complementa el narrador sentenciando lleno de idiosincrasia “Borges puede ser todo lo que quieras. Pero no es punk”.
Mientras avanza la narración empiezan a aparecer los momentos de triste introspección: “Hay un momento en tu vida, un momento inevitable, en el que te preguntás porque estás haciendo lo que estás haciendo, si lo estás haciendo bien, y si no tendrías que estar haciendo otra cosa. Es inevitable”. Rufus narra como la vida erigida en torno a Birmania y al rock se va derrumbando con el tiempo como enemigo mortal “ Lo que te liquida, el gran reformatorio de la vida, es el tiempo” y eso te expone a otra vida y a otro personaje totalmente distinto al que había idealizado al lado de la guitarra “Si la persona que fui hace unos años me viera hoy entrar al supermercado y dudar frente a la góndola de los pañales seguro haría un comentario irónico”, y Rufus prosigue “El supermercado es como el embudo de espejos. La prueba de fuego. No hay forma de zafar. Abajo de esos tubos de neón blancos, el libro de tu historia personal se vuelve transparente como una cortina de baño”. El sueño inevitablemente hecho trizas.
Pero está en la evocación, en la vivencia de aquello que alguna vez fue Birmania todo el deleite que provoca “Mi nombre es Rufus” y Juan Terranova triunfa, consiguiendo realizar un tributo de melómano a todo aquel que tuvo el efímero sueño de destrozar una guitarra frente a una sarta de desaforados en estado delirante.