jueves, julio 30, 2009

María Esther Ballivián: Un viaje extático por el arte del siglo XX

Quizás la modernidad pictórica, movimiento vertiginoso del espíritu humano que se da principalmente entre 1850 y 1950, se puede resumir como la preponderancia de la libertad creadora del artista en relación a los cánones impuestos por la estructura social (la academia, la iglesia, la crítica, la moral, la “realidad”, etc.). Al mismo tiempo, y en correlación con la hipóteis anterior, la susodicha modernidad corresponde al momento en que la pintura se hace consciente de sí misma y de sus armas. La aparición de la fotografía, el cine, la publicidad, la propaganda política, el periódico y los mass media en general, permitió que la pintura tome consciencia de su especificidad, al no verse cargada de representar todo lo que los mentados medios fueron haciendo poco a poco.

La búsqueda de la individualidad se volvió el norte de las artes poco a poco y eso, sobre todo, en el mundo de la plástica. El buen vanguardista, en lugar de buscar cómo se pinta, busca cómo él pinta, qué lo hace único en relación a esa técnica y materia específica. La aparición de los llamados “ismos” es sintomática de una explosión de ideas, escuelas, visiones, estéticas y posiciones ante lo que es, o debería ser, la pintura y el arte en general. Desde el impresionismo hasta la abstracción rothkiana hay un proceso demasiado acelerado como para poder ser abarcado facilmente por un individuo: se trata de cambios enteros de cosmovisiones que se “encarnan” en individuos específicos en lugares específicos. Pocos son los pintores que puedan ostentar esa voluntad picassiana de abarcar, de alguna manera u otra, ese vasto espacio de ideas, luces y voluntades que es conocido como modernidad pictórica.



La obra de Maria Esther Ballivián es, dentro de la pintura boliviana, la que más se aproxima a este espíritu omniabarcante de la modernidad. Porque si generalmente vemos que el trayecto de los pintores va de lo general a lo particular – es decir por un comienzo académico y una revisión de las escuelas y maestros anteriores hasta llegar a desarrollar un estilo “propio”
como en el caso de Goya, Van Gogh, Kandinsky, Corinth, Pollock, Rivera, etc. –, el caso de Maria Esther Ballivián es inverso: su búsqueda y su sino personal consiste en la experimientación de tendencias en muchos casos opuestas. Esa dinámica plástica y esa sed de libertad se manifiesta como marca personal en la obra de esta paceña recordada siempre hermosa y de encantador carácter.


Es impresionante como la exposición de Ballivián en el MNBA de La Paz da a pensar que se podría tratar de una muestra colectiva: al menos cuatro pintores de diferentes escuelas, épocas y tendencias. Desde su primer período hasta el último, he podido recordar a Rimsa (cómo no, su primer maestro), Soutine, Corinth, Modigliani, Van Gogh, Derain, Bacon, Rivera, Picasso, Braque, De Kooning, Rothko y Kline. ¿Qué representa esta mezcolanza sino la inmensa latitud de visiones plasmadas en la modernidad pictórica? Sintetizando, se puede denotar cuatro períodos fuertes: el primero muestra una tendencia post-impresionista y hasta expresionista. Tanto motivos como técnica tienen una fuerte influencia del lituano-boliviano. El segundo presenta una fuerte impronta cubista donde Picasso y Braque marcan indudablemente tendencia. La tercera etapa se aleja de toda concepción figurativa y parte a la conquista de la abstracción donde se muestra tan cómoda con la sobriedad rothkiana (en tonos mucho más agrisados) como con el frenesí a lo Kline. Por último, en la étapa anterior a su trágica partida, vemos un retorno al arte figurativo y un privilegio al desnudo femenino donde se deja entrever ese cuestionamiento al cuerpo renacentista a través de la figuración de una “nueva carne” tan cara para la escuela de Londres (en especial para Bacon y Freud).


Esa amplitud estilística, en el caso de María Esther Ballivián, no denota una voluntad académica y megalómana de “lucirse” ante la crítica, las escuelas y los consumidores de arte sino que responde a una necesidad, tan manifiesta en Tiziano, Goya o Picasso, de explorar las posibilidades de la plástica para conmover el espíritu. Esa búsqueda experimental se diferencia de aquella del científico en que del resultado no se espera en absoluto el vislumbramiento de “leyes universales”. Probablemente en eso consiste la especificidad sociológica del arte moderno en relación a todos los otros campos de la modernidad: la experimentación es una forma de encontrar el trazo individual, aquello que es único y que no se puede compartir. La experimentación en la modernidad pictórica es totalmente correlativa a la liberación del pintor en relación a cánones impuestos. Es por ello que las “escuelas” en esta época de la humanidad corresponden más a premisas estéticas, a posiciones filosóficas que a preceptos directamente técnicos que separan a una obra “correcta" de su (temido) opuesto.

A su vez, esa “libertad” puede volverse en contra del artista cuando, por paradójico que suene, devenga en canon impuesto (y la práctica de la pintura pierda su necesidad de constante y riguroso diálogo con el pasado). En ese justo y peligroso equilibrio se sitúa la obra esta pintora que se puede considerar como una maestra porque rescata los mayores valores de la demencial manifestación del espíritu humano que es la pintura de vanguardia y elude con inteligencia los vicios que de ella nacieron: su rigor es maravilosamente equilibrado por una intuición y una fuerza femenina, más-que-racional; su técnica siempre ha estado al servicio de la idea y no al revés, cada obra es un desafío técnico, estético, ético y, por ende, una responsabilidad asumida: esa cualidad tan ausente en el arte mercantilista y reaccionario que tiene copadas tantas salas (y consultorios) en nuetros países.

Por eso y por mucho más, visitar la mentada exposición se puede considerar un viaje en miniatura a través de la pintura del siglo XX vista por los ojos y pintada con las manos de una mujer excepcional, nacida en La Paz, Bolivia. Su muerte prematura y accidental no la privó de haberse paseado por muchos rincones del espíritu humano a través del lenguaje del color y las formas; tantos rincones que muchos hubieran necesitado cuatro vidas para poder abarcarlos con esa precisión y con esa pasión que hacen que sus pinceladas trasciendan tiempo y modas, y que sigan arrancando lágrimas de los ojos absortos de propios y extraños.

lunes, julio 27, 2009

Popurrí disconforme

Con el afán de proveer al lector de una experiencia que expanda lo sensorial mientras visita a los conformes disconformes hemos añadido una banda sonora que irá paulatinamente cambiando cada cierto tiempo y la primer es inaugurada con temas que han pululado por estos lares durante su creación. Esperamos lo disfruten, sino pongan la fabulosa tecla de pausa y volvemos al mutismo inicial. Agradeceremos sus sugerencias para futuras listas.


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martes, julio 14, 2009

Dos cuentos de Salarrué

Hacía tiempo que quería empezar a postear aquí relatitos breves de autores sudacas cuya obra apenas se divulga fuera de las fronteras de sus países de origen. Nos vivimos quejando de que a Sáenz sólo lo conocen en Bolivia. Pues bien, otro tanto ocurre con un montón de tipos geniales ecuatorianos, peruanos, venezolanos y sí, hermanos bolitas, hasta chilenos. Empiezo la serie con dos obras maestras de Salarrué (Salvador, 1899-1965), un clásico de las letras excéntricas al sur del Río Bravo.

Semos malos

Goyo Cuestas y su cipote hicieron un arresto, y se jueron para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en bandolera; el muchacho la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de lata monstruosa que perjumaba con música.


-Dicen quen Honduras abunda la plata.


-Sí tata, y por ai no conocen el fonógrafo, dicen...


-Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán tres choya.


-¡Ah!, es quel cincho me viene jodiendo el lomo.


-¡Apechálo, siás bruto!
Apiaban para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos.

Calentaban café con ocote. En el bosque de zunzas, las taltuzas comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces bían visto el rastro de la culebra carretía, angostito como fuella de pial. Al sesteyo, mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un fostró. Tres días estuvieron andando en lodo, atascados hasta la rodilla. El chico lloraba, el tata maldecía y se reiba sus ratos.
El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de pasantes. Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie diún palo y pasaban allí la noche, oyendo cantar los chiquirines, oyendo zumbar los zancudos culuazul, enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.


-¡Tata: brán tamagases?...


-Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.


-Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.


-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.
-Es que currucado no me puedo dormir luego.


-Estiráte, pué...
-No puedo, tata, mucho yelo...


-¡A la puerca, con vos! ¡Cuchuyate contra yo, pué!...


Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un tapexco y, rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara añudada de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano.
Los primeros clareyos los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semi-arremangados en la manga rota, sucia y rayada como una cebra.
Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.

Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar chingastes de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado olisco.


-Te digo ques fológrafo.


-¿Vos bis visto cómo lo tocan?


-¡Ajú?... En los bananales loi ei visto...


-¡Yastuvo!...


La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.
Los bandidos rieron, como niños, de un planeta extraño. Tenían los blanquiyos manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su cipote huían a pedazos en los picos de los zopes; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban como abono, tal vez para un sauce, tal vez para un pino...
Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.
Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.
Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo y, desesperada, la prima lamentaba una injusticia.
Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...
Uno de ellos se echó llorando en la manga. El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo barrioso, donde una sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:
-Semos malos.
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.

El cuento del cuento que contaron

Puesiesque Mulín, Cofia, Chepete y la Culachita se sentaron y dijeron: "Contemos cuentos debajo desta carreta". "Sí", dijeron "contemos". Y entonces Chepete dijo: "Yo sé uno bien arrechito". "Contalo, pué", le dijeron. Y él entonce lo contó y dijo: "Puesiesque un día, ya bien de noche, venía un tren y al yegar a una sombra de un palón, siasustó la máquina y se descarriló sin sentir a quioras, y se jue caminando por un montarral hasta que ya nuguantó, porquiba descalza, y se paró debajo de unos palencos de la montaña. Y los maquinistas dijeron: "¡Dejemos aquí esta papada vieja, que tanto que pesa!" Y la dejaron, y creció el monte con el tiempo. Y un día la hayaron ayí los micos y se encaramaron en ella y pensaron: "¿Qué será?" Y un mico jaló la pita de la campana y ¡talán, glán, glán! sonó. Y salieron virados por los palos y diay regresaron y la golvieron a sonar hasta que ya no les dio miedo. Entonce con unos martiyos se pusieron a sonar la campana y toda la máquina, hasta que le sacaron chispas y se golvió a prender la leña y empezó a calentarse: ¡fruca, fruca, fruca!... Y un mico jaló el pito y ¡pú-pú!, pitó y salió a toda virazón otragüelta, hasta que se les quitó el miedo y se pusieron a meterle leña y leña, pero como la máquina no tenía ya agua, cuando le jalaron la palanca, se tiró corcoviando por un camino y reventó ¡¡pom!! y todos los micos volaron por el aigre y se quedaron prendidos de las colas en las ramas más altas de los palos".

Entonce la Culachita le dijo: "Golvelo a decir". Y Chepete le dijo: "Güeno". Y golvió a comenzar y siacabuche.

miércoles, julio 08, 2009

Pedro, Juanito y Simón: Los héroes de la epopeya de la Salsa

epopeya.

(Del gr. ἐποποιΐα).

1. f. Poema narrativo extenso, de elevado estilo, acción grande y pública, personajes heroicos o de suma importancia, y en el cual interviene lo sobrenatural o maravilloso.

2. f. Conjunto de poemas que forman la tradición épica de un pueblo.

3. f. Conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados de manera épica, o sea con las cualidades propias de la poesía heroica.

¿Qué tienen en común? Un sujeto a caballo entre el chuloputas y el sicario, de afilado cuchillo y largo gabán, que deambula por la noche, el barrio y las calles de Nueva York, rodeado de fulanas y perendecas, iluminando con álabes auríferos su caminar, un guaperas de calidad, de patronímico Navaja, de onomástico Pedro; el primo de un policía, rufián y atracador, asiduo al facón y al pistolón, amigo de lo ajeno y de la orgía, enemigo del laburo y de lo honrado, celebridad entre las fieras del barrio y de la jungla de cemento, conocido en el bajo mundo como Juanito Alimaña, malicia pura; y un individuo orgullo de papá Andrés, educado como en tropel, a chicotazos y con severidad, mas de costumbres no tan como los demás, una hembrota afecta a la “falda, lápiz labial y un carterón”, Simón su nombre, travesti el tipo, el gran varón.

Todos ellos son héroes de la epopeya de la salsa, aquella que emergió entre los sesentas y los setentas sembrada por la experiencia y el ritmo nuyorikan entre las calles y avenidas de Bronx, Queens y Manhattan, con sus padrinos y cantores Willie Colón, Héctor LaVoe y Rubén Blades (Navajas), quienes cual poetas homéricos del nuevo mundo cantaron e inventaron la salsa moderna, canciones largas, con la magia y la bruma de lo urbano, narrando en la historia de ángeles caídos la neotradición del latino emigrado, envuelto en un aura trágica y calida, y en un entorno de lluvia con nieve pero paradójicamente de espíritu tropical.

Ícaro, Sísifo y Prometeo suplantados a ritmo salsero por facinerosos, hampones y travelos como Pedro, Juanito y Simón, el Mediterráneo permutado por el cemento del Nueva York boricua, los versos de la épica helénica cambiados por las coplas de una extensa canción; en resumen Blades, Colón y LaVoe nos cantan la epopeya de un nuevo pueblo, entre rascacielos y gélidos inviernos, narrando magistralmente vidas marginales pero amplificadas, de epítomes y cuchilladas, de rimas tropicales muy bien bailadas.

“Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar

con el tumbao que tienen los guapos al caminar;

las manos siempre en los bolsillos de su gabán

pa' que no sepan en cual de ellas lleva el puñal.”

Pedro Navaja, Rubén Blades


“En su mundo mujeres, fumada, y caña

atracando vive Juanito Alimaña”

Juanito Alimaña, Héctor LaVoe

“En la sala de un hospital a las 9 y 43 nació Simón

es el verano del 56 el orgullo de Don Andrés por ser varón

fue criado como los demás

con mano dura con severidad nunca opinó

cuando crezcas vas a estudiar la misma vaina que tu papá,

óyelo bien tendrás que ser un gran varón.”

El Gran Varón, Willie Colón