Quizás la modernidad pictórica, movimiento vertiginoso del espíritu humano que se da principalmente entre 1850 y 1950, se puede resumir como la preponderancia de la libertad creadora del artista en relación a los cánones impuestos por la estructura social (la academia, la iglesia, la crítica, la moral, la “realidad”, etc.). Al mismo tiempo, y en correlación con la hipóteis anterior, la susodicha modernidad corresponde al momento en que la pintura se hace consciente de sí misma y de sus armas. La aparición de la fotografía, el cine, la publicidad, la propaganda política, el periódico y los mass media en general, permitió que la pintura tome consciencia de su especificidad, al no verse cargada de representar todo lo que los mentados medios fueron haciendo poco a poco.
La búsqueda de la individualidad se volvió el norte de las artes poco a poco y eso, sobre todo, en el mundo de la plástica. El buen vanguardista, en lugar de buscar cómo se pinta, busca cómo él pinta, qué lo hace único en relación a esa técnica y materia específica. La aparición de los llamados “ismos” es sintomática de una explosión de ideas, escuelas, visiones, estéticas y posiciones ante lo que es, o debería ser, la pintura y el arte en general. Desde el impresionismo hasta la abstracción rothkiana hay un proceso demasiado acelerado como para poder ser abarcado facilmente por un individuo: se trata de cambios enteros de cosmovisiones que se “encarnan” en individuos específicos en lugares específicos. Pocos son los pintores que puedan ostentar esa voluntad picassiana de abarcar, de alguna manera u otra, ese vasto espacio de ideas, luces y voluntades que es conocido como modernidad pictórica.
La obra de Maria Esther Ballivián es, dentro de la pintura boliviana, la que más se aproxima a este espíritu omniabarcante de la modernidad. Porque si generalmente vemos que el trayecto de los pintores va de lo general a lo particular – es decir por un comienzo académico y una revisión de las escuelas y maestros anteriores hasta llegar a desarrollar un estilo “propio” como en el caso de Goya, Van Gogh, Kandinsky, Corinth, Pollock, Rivera, etc. –, el caso de Maria Esther Ballivián es inverso: su búsqueda y su sino personal consiste en la experimientación de tendencias en muchos casos opuestas. Esa dinámica plástica y esa sed de libertad se manifiesta como marca personal en la obra de esta paceña recordada siempre hermosa y de encantador carácter.
Es impresionante como la exposición de Ballivián en el MNBA de La Paz da a pensar que se podría tratar de una muestra colectiva: al menos cuatro pintores de diferentes escuelas, épocas y tendencias. Desde su primer período hasta el último, he podido recordar a Rimsa (cómo no, su primer maestro), Soutine, Corinth, Modigliani, Van Gogh, Derain, Bacon, Rivera, Picasso, Braque, De Kooning, Rothko y Kline. ¿Qué representa esta mezcolanza sino la inmensa latitud de visiones plasmadas en la modernidad pictórica? Sintetizando, se puede denotar cuatro períodos fuertes: el primero muestra una tendencia post-impresionista y hasta expresionista. Tanto motivos como técnica tienen una fuerte influencia del lituano-boliviano. El segundo presenta una fuerte impronta cubista donde Picasso y Braque marcan indudablemente tendencia. La tercera etapa se aleja de toda concepción figurativa y parte a la conquista de la abstracción donde se muestra tan cómoda con la sobriedad rothkiana (en tonos mucho más agrisados) como con el frenesí a lo Kline. Por último, en la étapa anterior a su trágica partida, vemos un retorno al arte figurativo y un privilegio al desnudo femenino donde se deja entrever ese cuestionamiento al cuerpo renacentista a través de la figuración de una “nueva carne” tan cara para la escuela de Londres (en especial para Bacon y Freud).
Esa amplitud estilística, en el caso de María Esther Ballivián, no denota una voluntad académica y megalómana de “lucirse” ante la crítica, las escuelas y los consumidores de arte sino que responde a una necesidad, tan manifiesta en Tiziano, Goya o Picasso, de explorar las posibilidades de la plástica para conmover el espíritu. Esa búsqueda experimental se diferencia de aquella del científico en que del resultado no se espera en absoluto el vislumbramiento de “leyes universales”. Probablemente en eso consiste la especificidad sociológica del arte moderno en relación a todos los otros campos de la modernidad: la experimentación es una forma de encontrar el trazo individual, aquello que es único y que no se puede compartir. La experimentación en la modernidad pictórica es totalmente correlativa a la liberación del pintor en relación a cánones impuestos. Es por ello que las “escuelas” en esta época de la humanidad corresponden más a premisas estéticas, a posiciones filosóficas que a preceptos directamente técnicos que separan a una obra “correcta" de su (temido) opuesto.