"... son tan escasos los escritores buenos que cuando aparece uno,
entre mil malos, casi no necesita escribir para que alguien se de cuenta"
"Quizá el problema de los escritores era que siempre querían hacerlo bien,
siempre querían escribir "en serio", y podían pasarse la vida sin empezar,
tan abrumadora se presentaba la exigencia de expresar su verdad."
César Aira, Parménides
Por las escasas aventuras que me ha tocado merodear por el planeta Aira, puedo certificar que su rey y único habitante, además de arquitecto y constructor, César, es realmente, un extraterrestre. Los derroteros personalmente recorridos me presentan en primer lugar una atípica e irrisoria guerra que se libra entre los acérrimos asistentes de dos gimnasios de un mismo barrio (“La guerra de los gimnasios”), como también un recorrido temporal a una Elea donde Parménides entrega, a un joven poeta la jocunda tarea de redactar a su nombre el épico poema filosófico “Sobre la naturaleza” (“Parménides”) y, por último, el en(frasca)rme en las abundantes y colosales disputas entre el bien y el mal protagonizadas por los antitéticos Barbaverde y el Profesor Frasca ante los atónitos ojos del desconfiado, ingenuo y enamorado periodista Aldo Sabor.
La literatura de Aira habita en su planeta donde su mundo se viste de una realidad tangente, plagada de personajes taciturnos, con grandes aspiraciones y voluntades endebles para hacerlas carne, debido entre otras cosas a las extravagancias que se suceden dentro de su cotidianeidad tan poco rutinaria.
Aira hace blandir su pluma al unísono de su inteligencia, con lo cual acaece un popurrí de imaginación desbordante, creando entornos barrocos, complejos, alucinados, donde discurren las profundas reflexiones de sus héroes.
En su última obra “Las aventuras de Barbaverde” nos situamos en una Rosario actual, donde el pérfido Doctor Frasca anda urdiendo increíbles planes para mandar al bombo el mundo, pero conseguir sobre todo su máxima aspiración, que es derrotar a su archirival y epígono del Bien, el elusivo Barbaverde, quien en infinidad de ocasiones ha truncada las malintencionadas y bienpensadas tramas de Frasca. En esa coyuntura de estirpe comiquera, emerge el personaje principal Aldo Sabor, neófito periodista que será quien bajo el amparo del superhéroe tendrá la dicha de ser cronista y testigo presencial de sus aventuras; también está Karina, la bella y insobornable artista posmoderna, de la cual Sabor se enamora profundamente y que siempre está envuelta por azares del arte y del destino en los entresijos de los combates de tan relevantes antagonistas.
Dentro de lo que serían trazos extraídos de un género tan efectivo como trillado, que es el comic de superhéroes, Aira empieza y aprovecha el fértil terreno para disparar pincelazos de su irresistible imaginación, su humor socarrón y su desvariante inteligencia, ésta última que parece tener cotas insuperables en la acogedora sesera del Doctor Frasca que con fines de trastornar la simple existencia mundana planea en sus infructuosos y denodados intentos: lograr hacer irrumpir a la existencia cósmica un Salmón gigantesco que se acercara a la tierra y sirviera para alimentar por siempre a toda la humanidad, todo esto bajo el estricto monopolio del ingenioso y perverso Doctor basado en maquinaciones fundadas en un estricto darwinismo; en otra ocasión decidió, con una tremenda maldad filosófica, aniquilar el presente suplantándolo “con la sucesión causa-efecto (…) la causa siempre estaba en el pasado, respecto del efecto, y éste estaba en el futuro de la causa”, lo cual alborotó de sobremanera las reflexiones de la hermosa Karina quien se decía “No habría más presente. El mundo se quedaría sin esa deliciosa suspensión irresponsable en que las cosas han coincidido porque sí, por casualidad, sin explicación. Todo empezaría a funcionar en encadenamientos que extenuarían el pensamiento de la Humanidad, y ya no habría más vacaciones, ni felicidad.”; la siguiente fechoría del siniestro genio del mal consistía en convertir todos los juguetes del mundo en personas y aparatos de tamaño real, nutriéndose de extensos ejércitos de súbditos a su profesoral majestad, así como también haremos de impúdicas Barbies dispuestas a todo; y finalmente ir haciendo agujeritos en el forro del universo mediante una soslayada subasta de números que permitiría eventual y falsamente disipar el hambre del mundo, toda una pantomima con fines de dominación de ese genio del mal “que tenía el mundo entero por escenario”.
Toda esta secuencia de enrevesadas tramas y estratagemas de dominación universal están salpicadas del humor más telúrico y pueblerino, ya que el pese a lo vasto del planeta tierra casi todos los intentos se dan en Rosario o en pueblos cercanos como San Lorenzo donde amas de casa se dedicaban a la artesanal tarea de redactar revistas de chismes conocida como La Sanlorenceña, alguna aventura como muy lejana produce eventos en Egipto a donde se traslada un grupo de turros y atorrantes rosarinos a beber cerveza con la excusa de un viaje “arqueológico” al mando de Tapita, y acompañado de “grandes” intelectos como Cabeza, Jonathan, Bonfiglio o el dandy Carlitos, con sus novias Beba y Yamila.
Así de inconexo, inaprensible, variopinto, improvisado, estrambótico, barroco, improbable y fascinante es el atisbo que poseo de la literatura de Aira, y asumo e imagino, que con lo prolífico y desmesurado que es, sigue poblando de criaturas extrañas y descontextualizadas conflictos inéditos e impensables para cualquier otro escritor no extraterrestre que no tenga como nombre César y de procedencia planetaria Aira (aunque con lo paródico y socarrón que es César Aira, finalmente me decanto a pensar o imaginar que él no se digna a habitar su propia orbe).