lo que iba a ser, la mierda que ha sido.”
Joaquin Sabina, Pie de guerra.
Después llegaron Adorno, Horkheimer y todo el resto de la banda de la Escuela de Frankfurt, continuaron sus preocupaciones y demostraron largamente las tristes y dolorosas caracteristicas del ser humano: la personalidad autoritaria, las pulsiones por el poder, el miedo a la libertad, la angurria, las ansias de matar, la tristeza ineludible de nuestro destino. En el fondo, el punto más jodido de lo demostrado por estos pesimistas y brillantes alemanes era que el ser humano no tenía ideales verdaderos profundos, la acción política para mejorar el mundo y sus habitantes era solamente un callejón sin salida signado por la necesidad de expurgar demonios individuales que en última instancia se convertirán en privilegios, en poder, en la misma mierda anterior.
Escribo todo este recuerdo de Frankfurt para contextualizar un triste hallazgo que tuve días atrás y que confirma estas preocupaciones. Adolescente, leí un libro que me conmovió en extremo, se llamaba “Las mil y una historias de Radio Venceremos”. Escrito por un ex jesuita simpatizante de la revolución cubana, el libro recogía testimonios, anecdotas e historias de los componentes de la radio del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FFMLN), movimiento guerrillero de El Salvador. En los ochenta, en medio de una típica dictadura atroz latinoamericana auspiciada por los hijos de puta de los Estados Jodidos de América (Alison Spedding dixit), este movimiento peleó a muerte por un país mejor, por escapar aunque sea un poco de la oligarquía que se repartía el poder elección tras elección mientras la mayoría se moría de hambre. Y uno leía emocionado las historias de unos locos manteniendo la radio en medio de la guerra, agarrando el micrófono como si fuera una metralla y salvando la vida cada día entre los bombardeos de aviones regalados por los gringos.
De entre todos los protagonistas recuerdo a tres especialmente: Santiago, un venezolano quijotesco que era el locutor principal, llegado a El Salvador después de estar en Nicaragua; “Maravilla”, locutor, corresponsal y periodista, venezolano también, cineasta graduado en Londres; y Joaquín Villalobos, comandante del frente guerrillero donde estaba la radio, ex hombre de las juventudes demócrata cristianas. Los tres eran tipos valerosos que habían sacrificado la posibilidad de una vida exitosa por meterse al monte y morir por una causa solidaria y extrema. Los tres combinaban la convicción con el sentido del humor y la inteligencia. El libro, en términos cronológicos, terminaba años antes del proceso de paz que convirtió al FMLN en un partido político. No volví a saber de ellos.
Hace unos días volví a encontrar el libro, lo leí de un tirón disfrutando de nuevo de esos excepcionales hombres viviendo a salto de mata en lo profundo de El Salvador; me pregunté que habrá sido de ellos y decidí averiguar a través del internet. Me llevé una sorpresa. Santiago es el que más cerca se ha mantenido de lo que era, dirige el Museo de la Memoria de El Salvador, ha dirigido un documental histórico y escribe un libro sobre la lucha guerrillera de los ochenta. “Maravilla” es millonario, productor afamado de telenovelas mexicanas (no es broma, ni invento). Y Joaquín Villalobos, el gran comandante Atilio, es un asqueroso intelectual afiliado a las ideas de la social democracia europea, que asegura que para El Salvador es mejor que gane la oligarquía que el FMLN para que no exista una alianza con “las dictaduras” de Castro y Chavez.
Terminé de leer toda la información en internet y me dieron nauseas. No pude dejar de pensar en la Escuela de Frankfurt, en las asquerosas y profundas características de los hombres y mujeres, en la imposibilidad de vencer nuestras pulsiones de poder, odio y dinero (“el hombre como el lobo del hombre”). Casi siempre, con rarísimas excepciones, en eso terminan los grandes movimientos que intentan luchar por un mundo mejor, repiten exactamente las características fundamentales que intentaban competir y los hombres se convierten en esos seres que odiaban cuando eran jóvenes.
Pensaba terminar haciendo una relación con los miles de políticos bolivianos que cumplieron justamente este tránsito. No pude dejar de pensar en nuestro MIR, pero no puedo escribir nada sobre ellos, como dice Shimose “quiero escribir y me sale espuma”. A veces, el empute causa falta de ironía, argumentación y palabras. ¿Qué me queda entonces por decir al respecto? Sólo: Jaime, ojalá "ardas" un poco más en el infierno.