jueves, junio 16, 2011

“Hunger”, poderosísimo debut de Steve McQueen

“Hunger” es el filme debut del británico Steve McQueen, quien en una entrevista mencionó que allá entonces por 1981 cuando tenía unos 12 años tres eventos marcaron indeleblemente su retina: los disturbios de Brixton, el triunfo del Tottenham en la FA Cup, y la huelga de hambre de Bobby Sands, quien fue comandante y preso político perteneciente al I.R.A. (Irish Republican Army), el cual es el personaje principal de la película.

“Hunger”, es una exploración fílmica en tres actos muy definidos de una prisión en Irlanda del Norte en 1981 donde los reclusos son prisioneros políticos del I.R.A. El primer acto discurre en una descripción de los hábitos y condiciones en las que vivían los convictos, la segunda es una sola secuencia del diálogo entre Bobby Sands y su párroco, donde el primero aclara la decisión de realizar una huelga de hambre hasta las últimas consecuencias, y por última el tercer acto muestra las consecuencias de dicha acción.

El filme es sumamente vívido, radical y visceral; por la trama que aborda y el entorno que exhibe es imposible no presentar una cinta cargada de sordidez. El realizador pese a empatizar con los reclusos logra gambetear el maniqueísmo, mostrando retazos de humanidad por parte de los guardias y el terror y brutalidad de la que ellos también era presas. La descripción del trato en la cárcel bordea lo infrahumano, en lo que uno observa el inmenso tesón y convicción de los conscriptos para aguantar los vejámenes más violentos y escatológicos, con la finalidad de luchar por sus demandas y sus derechos que se enmarcan en sus creencias básicas por lo que entre otras demandas se niegan a utilizar ropa de un preso convencional, dado que no se consideran criminales bajo ningún concepto sino presos políticos. El alegato mas que satanizar al funcionario policial, es una ácida e imperdonable crítica al despiadado y deshumanizado mandato de la odiosa Thatcher en Gran Bretaña que empezó el año 1979, como a cualquier otro régimen anterior o actual haga gala de la tortura y de la degradación de los derechos humanos como método sobre sus presos.

El epicentro del filme y una de las mejores secuencias vistas en años, es el diálogo entre Bobby Sands y su sacerdote de confianza. Casi la totalidad de la secuencia (de mas de 20 minutos) es un plano fijo, donde todo se centra en una conversación plagada de intensidad, matices, complicidades, lecturas entre líneas, convicciones morales, memorias y una pasión, sentimiento y compasión brutal de parte de ambos individuos, cada uno con una poderosa y convencida postura, pero en frontal disidencia. El virtuosismo de los guionista (el mismo McQuenn y la dramaturga irlandesa Enda Walsh), sumada al talento y precisión de los actores Michael Fassbender (Sands) y Rory Mullen (el cura), provocan un estremecimiento a través de la forma en que ambos desnudan sus almas a través de las líneas, haciendo de la escena un monumento a la autenticidad, y valga la redundancia a la pasión, convicción y ahínco del ser humano en su más marcado y respetado disenso.

El desenlace, la inmolación a través del hambre de Bobby Sands, va en el mismo tono sombrío, dramático y extremo de toda la película con un atisbo de redención. La película de McQueen viene sobrada en alma y carácter, es un excelente logro cinematográfico que pincela con planos y detalles precisos la realidad de un inframundo; concluyendo “Hunger” es una poderosa y desasosegante apología de lo indomable en espíritu humano.

miércoles, junio 08, 2011

Mad Men: La Madison Av., los años sesenta y la historia de un país

Mad Men, multipremiada serie que ya deambula camino a su 5ta. Temporada, es una exquisita travesía por la Avenida Madison de Nueva York, donde se cocían todos los fregados del mundo publicitario de la capital del mundo, ergo el apelativo Mad(ison) Men que los mismos publicistas acuñaron para autodenominarse. La vida de los personajes de la serie gira en torno a grandes ideas, whisky, cigarrillos y relaciones adúlteras, con un periférico condimento de vida familiar. Don Draper es el ícono de la serie, gurú, genio y creativo de una firma publicitaria, que através de su elegancia, encanto devenido en petulancia, seduce a clientes y a un amplio abanico de damas de variados estilos e intereses, desparramando su éxito a borbotones.

Siguiendo la trayectoria de Draper, de su agencia y de los personajes que lo rodean, uno va adentrándose en la realidad histórica que vivía Estados Unidos en el transcurso de la década de los sesentas, donde está situada temporalmente la serie. El punto de partida es que la desmesurada apología del cigarrillo como sinónimo de rebeldía, madurez, hombría, glamour y tantas otras cosas que lo hacían parte inextricable de la vida cotidiana desde el desayuno hasta entremés de las contiendas nocturnas, sufre sus primeros ataques reflejados a través de la popular revista Reader´s Digest (Selecciones) denunciando que éste es dañino para la salud, por lo que las campañas publicitarias deben dar un golpe de timón para seguir fomentando su consumo. Esa es una primera alusión al quehacer cotidiana de una sociedad que avanza y muta a pasos sigilosos o agigantados, ya sea con la aprobación de la pastillas anticonceptivas (parte de la liberación femenina que es uno de los epicentros temáticos de la serie), o con la brutal tensión de la crisis de los misiles cubanos que a muchos les hizo pensar en un final de los tiempos, o con el proyecto de derribar la legendaria Penn Station y erigir el hoy mitiquísimo Madison Square Garden, o el completo desasosiego de una nación que contemplaba como su presidente era brutalmente asesinado, o ya para acabar la enumeración el fabuloso knock out de Cassius Clay a Sonny Liston, como no, fuente de inspiración de una publicidad para maletas Samsonite.

La década de los sesenta es a su vez, una época tan marcada por vicisitudes trascendentales que conmovían a todo el mundo, y de lo cual no están exentos los protagonistas de Mad Men como la muerte de Marylin Monroe o la fulgurante aparición de un cuarteto denominado como The Beatles, así se ven envueltos en los eventos históricos las mujeres y secretarias de la agencia publicitaria que quedan descorazonadas por el suicido de la sensación rubia, así como queda enloquecida la pequeña hija de Draper al saber que le han conseguido tickets para ver a los melenudos oriundos de Liverpool.

Así es como mientras irrumpen romances, o los agentes de cuentas van en busca de nuevos clientes, se observa la batalla electoral entre Kennedy y Nixon, o lucha por los derechos civiles de la raza negra, a los cuales uno de los publicistas más visionarios, Pete Campbell ve como un poderoso mercado emergente, así como se debe llegar a las compañías de aeronáutica que están inmersas en una carrera sin precedentes para alcanzar la meta máxima para la raza humana: la luna.

Esos son los meandros históricos por los que avanzan la apasionante Mad Men, que aparte de su sabroso contexto este se ve trascendido por un universo que goza de las crisis de identidad de Draper, las sabrosas curvas de la despampanante Joan Holloway o el desternillante humor de Roger Sterling entre tantas cosas mas; parafraseando a Dylan, uno de lo sumos íconos de la época: the answer my friends is blowing in DVD.

jueves, marzo 10, 2011

Copia Conforme: delicioso encuentro cinematográfico entre Kiarostami y Binoche

“Copia conforme” (“Copie conforme”), es la última película del maestro iraní Abbas Kiarostami, quien por primera vez realiza un filme fuera de su país. Hace ya algunos años mi tía, que es admiradora de Juliette Binoche, me decía, que uno de los grandes anhelos de la afamada actriz era poder hacer una película con el director iraní, después de un tiempo prudencial su cometido se cumplió y el encuentro final entre director/actriz resultó sumamente convincente.

“Copia conforme” parece versar sobre el encuentro de un escritor inglés y crítico arte/literatura y una vendedora de arte francesa admiradora del trabajo del primero en la Toscana italiana. Este encuentro permite al director debatir sobre diferentes temas relacionados al arte, como el interminable debate del estatuto sobre la copia y el original, pero sobre todo le otorga la posibilidad de jugar con los roles e identidades de sus protagonistas que sin ninguna ruptura aparente tornan sus personalidades, sus vínculos personales y sentimentales, su relación con el pretérito y tantos otros matices que permiten dos sobresalientes interpretaciones por parte de Binoche y de William Shimell.
Todo el desarrollo del filme se desemvuelve a partir de la subida al coche de ella para dar un paseo por interesantes sitios de la preciosa Toscana. Como siempre Kiarostami es un magistral filmador de pasajeros en coches en movimiento (ver por ejemplo “Ten” o “El sabor de la cereza”), uno los sus motivos cinematográficos favoritos, y en este caso su cámara sin moverse en absoluto presenta un plano formidable donde se superponen tres capas de imágenes, los protagonistas sentados en los dos asientos delanteros, el paisaje del fondo que va cambiando según va dejando atrás el motorizado, y el reflejo que nos brinda el parabrisas con toda una arquitectura invertida de la ciudad que van abandonando con el cielo como firmamento. La cantidad de información visual no deja de ser deleitable y se erige como una de las secuencias más lindas jamas filmadas con un plano fijo mezclando en incesante movimiento del automóvil; si a eso le sumamos toda lo conversado, el rebalse de información y la preciosidad de la imágenes nos provocan poder repetir de nuevo la experiencia de contemplar ese mismo plano una y otra vez.

La película homenajea a varias películas de viajes sentimentales como ser “Te querré siempre” (“Viaggio in Italia), obra maestra de Roberto Rosellini con la bella Ingrid Bergman y George Sanders que interpretan un matrimonio que zozobra en un recorrido ante los fastuosos paisajes de Napoles, o la adolescente travesía por Viena de Richard Linklater “Antes del amanecer” (“Before Sunrise”) con Ethan Hawke y Julie Delpy.

Siempre es un placer ver una película de Abbas Kiarostami, y en su primera incursión occidental, el pulso de su cámara y de sus encuadres, de su ritmo narrativo y de la pléyade de matices que aborda cada vez que se lanza a filmar, triunfa como siempre, no sin la ayuda de sus extraordinarios actores de donde sobresale un impresionante Juliette Binoche, que con muy buen tino anhela y atisbaba un encuentro cinematográfico tan delicioso como fructífero.

miércoles, enero 26, 2011

El retorcido y fabuloso Kanye West

Poco conocía yo de un tal Kanye West, había escuchado un par de canciones que me gustaban mucho (“Flashing Lights” que tiene un espectacular vídeo dirigido por Spike Jonze y “Gold Digger” en colaboración con el actor Jamie Fox), sabía que era un reputado productor musical, que era uno de las figuras más afamadas y egocéntricas (lo cual me figuro debe ser dificultoso en ese entorno) del mundo del hip-hop, conocía alguna colaboración eventual con Rihanna o con Jay-Z y por último había presenciado su sabroso exabrupto en los Video Music Awards de MTV cuando inopinadamente y agresivamente salió a escena a interpelar a Taylor Swift por haber ganado un premio que al entender de Kanye (y de casi el 99% de la población mundial) debía ser de Beyoncé.

Eso era todo, hasta que por curiosidad me bajé su último y loado disco “My beautiful dark twisted fantasy”. Nunca antes había escuchado un disco de hip-hop entero voluntariamente, pero quedé atrapado, por no decir hipnotizado desde la primera canción “Dark Fantasy”, que con unos cánticos que evocan a unas sirenas odiseicas algo posmodernas, ya me tenían enganchado. “Gorgeous” continua la sesión y prosigue el fluido discurrir de algo que es atrapante y que no tiene nada de ordinario. Continua “Power” (obviamente aludiendo al suyo) con unos coros femeninos que cíclicamente se repiten al fondo al compás de las palmas, donde las ráfagas raperas te largan líneas como “Now I embody every characteristic of the egotistic” o “Holy, powers, Austin, Powers/Lost in translation with a whole fuckin' nation/They say I was the abomination of Obama's nation” o “I know damn well y'all feelin' this shit/I don't need yo' pussy, bitch, I'm on my own dick” donde ese aparente egocentrismo se hace patente, evidente y lacerante (por ejemplo no faltan en las letras comparaciones con Mohamed Alí). Luego viene “All of the lights”, quizás la canción más comercial y poppy del álbum donde acuden, como en todo el trayecto, una pléyade de colaboradores tales como Rihanna, Alicia Keys y Elton John, por mencionar algunos, pero además durante el disco aparecen y reaparecen hip-hoperos de la talla de Jay-Z, Kid Cudi, Pusha T, Bon Iver y la irreverente neófita de protuberantes posaderas Nicki Minaj (a la mayoría de los cuales he empezado a conocer y luego apreciar gracias a este fantástico microcosmos que es el “…dark twisted fantasy”).

Kanye es totalmente consciente de su talento, y muchas veces, según lo leído su percepción de lo que hace es mucho mejor para él que para el resto del mundo, sobre todo en los que se refiere a sus cuatro discos anteriores, entre los que algunos consideran obras maestras y otros sobrevalorado talento malgastado. Kanye es totalmente convencido de que es omnipotente y que las cosas debe llevarlas más allá, y eso hace en “Runaway”, la mejor canción del disco, una seductora oda a los douchebags, assholes, scumbags y jerkoffs, o sea por todo el mundo (Kanye incluido), por lo cual reiteradamente se celebra un merecido brindis; la procacidad que acompaña todo el disco está, como no, en esta maravillosa canción, pero evocando un maravilloso contrapunto con la melodía y sentimiento que aflora en el tema. West no contento con la canción o con el disco hizo toda una película de 34 minutos de “Runaway” (filmada en las fabulosos entornos de Praga) donde un Fénix femenino aterriza sobre su lujoso motorizado, él se enamora de la antropomórfica ave, guiándola en su cotidianidad hasta que esta un tanto asqueada del mundo huye. El vídeo de la canción se concentra en una cena de lujo en un inmenso hangar donde la Fénix pasa casi inadvertido y Kanye toma el piano y se larga con la canción a cuestas acompañado de una extraordinaria compañía de ballet, otra vez haciendo gala de un sensacional contrapunto.

No cabe obviar la perversa, retorcida e hilarante “Monster” otra de las tantas cimas del disco donde quizás más sobresale el rapeo de Kanye y de sus lugartenientes Jay-Z y Nicki Minaj, ni “Hell of a life”, otro momento excelente donde Kanye rapea al ritmo del estribillo de la mítica “Iron Man” de los Black Sabbath: “Have you lost your mind?/Tell me when you think we crossed the line/No more drugs for me, pussy and religion is all I need/Grab my hand and baby we'll live a hell of a life”; nos hace saber su idea de una “Hell of a life” la cual es: “I think I fell in love with a porn star/And got married in a bathroom/Honeymoon on the dance floor/And got divorced by the end of the night/That's one hell of a life”.

Creo que el súmmum del deterioro de mi personalidad de metalero (autoparódico y vilipendiado, aunque todavía firme como un papayo) es la aceptación de que he quedado fascinando por un álbum de hip-hop, la evidencia es incontrastable, Kanye West ya está ahora en mi agenda de conocidos y inevitablemente cuenta con mi sentido aprecio, más allá de lo posero y traidor que pueda sonar. “My beautiful dark twisted fantasy” es un tremendo viaje de 13 canciones que quitándole el “my” es muy difícil de describir mejor que su autor, como algo hermoso, fantasioso, oscuro y sobre todo recontratorcido.

domingo, diciembre 12, 2010

Burn after reading: o la perfección cinematográfica según los hermanos Coen

Joel y Ethan Coen se caracterizan por proponer un cine autoral que difícilmente se puede encerrar en claves de lectura o conceptos reductores como en el caso de ciertos de sus contemporáneos (Lynch, Kusturica, Almodóvar, Cronenberg, Egoyan, etc.). De hecho, a primera vista, se podría decir que la única marca común que se encuentra en su obra variopinta es que sus películas son buenísimas, requisito insuficiente para ser llamado “autor”. Para ello, la crítica y el análisis cinematográfico necesitan leitmotifs, obsesiones, autoreferencias, universos, etc. Al parecer, la apuesta de estos maestros, consiste en revertir el paradigma del “autor” como un renegado contra los géneros cinematográficos y el cine convencional.

La primera marca de su cine, y es imposible darse cuenta de ello tomando en cuenta las películas de manera aislada, es la voluntad de rendir un homenaje al cine mismo, al arte cinematográfico, a sus géneros, a sus clásicos, a sus fetiches y a sus divinidades. Cada filme que nos presentan representa una vocación (consciente o inconsciente, ¡qué importa!) de servir al cine más que servirse de él. Así, los amantes del film noir, del género policiaco, del cine de gangsters, de la comedia, del surrealismo, del realismo, etc., seguramente van a encontrar una o más pelis de los Coen que los van a interpelar.

Y, sin embargo, hay algo en esta obra, algo tan coeniano que no permite encasillar ninguna de sus películas en los cánones de los géneros arriba mencionados. No es fácil encontrarlo y es casi increíble que este misterioso elemento estructural se concentre tanto en propuestas como “Barton Fink” y “The man who wasn´t there” como en “Ladykillers” o “Raising Arizona”.

Después de darle vueltas y vueltas a esta obra sale a la luz la piedra angular que mueve el cine de estos singulares hermanos: la poética del error humano. Fue tras ver con sumo placer, y por tercera vez, la infravalorada “Burn After Reading” que tuve la revelación. Esta macabra historia, centrada en el corazón de Washington vestida con una traje burocrático-existencialista, nos regala un elenco de antología: John Malkovitch, Tilda Swinton, George Clonney, Frances McDormand y Brad Pitt, en uno de sus papeles más brillantes.

Quizás debido a que salió posteriormente a la ganadora del Oscar “No Country for old men”, esta joya pasó sumamente desapercibida y eso que, para algunos puristas (valga la diplomacia), se trata de un legado aun mayor que la acreedora de la estatuilla. En todo caso “Burn after reading” nos muestra imagen tras imagen, la quintaesencia del cine de estos hermanos que es uno de los mayores aportes a las artes audiovisuales de nuestra era.

Así como nos hicieron vivir la glamorosa locura de Los Angeles en “The big Lebowsky”, el frenesí capitalista de Nueva York en “The hudsucker proxy” o el spleen monocromático de Fargo en “Fargo”, en esta ocasión nos transportan a la capital de los USA – es menester resaltar la fascinación que tienen estos directores por recorrer su país de origen en su travesía por el universo del cine –. Malkovitch, viejo funcionario de un servicio de inteligencia se ve desempleado por su dipsómano afán, su infiel e inescrupulosa mujer quiere el divorcio y una justa separación de bienes. En una confusión informática, un disco con información secreta cae en manos de un asistente de gimnasio que no está dispuesto a salir sin una tajada del asunto, acompañado por una señora solitaria y, en apariencia, inofensiva. Toda la trama ya está planteada, la película de espionaje perfecta está sobre el tablero y el espectador se sienta esperando el giro maestro. Pero (esa es la palabra que marca esa tendencia narrativa y estética en la propuesta coeniana) lastimosamente las cosas en la vida real, como en el cine de este par, no son siempre tan perfectas, los giros no son tan maestros, tan matemáticos, las mentes no son tan brillantes, las historias de unos se cruzan con las de otros, las consecuencias de los actos son imprevisibles por el actor de los mismos, el ser humano es débil, caprichoso, egocéntrico, inseguro, coqueto y, la mayor de las veces, estúpido. Pesimista perspectiva antropológica pero suficiente como para servir de base para una creación sublime (recordándonos la contrahecha humanidad que embellecía un tal Velásquez).

Una vez planteados los personajes, el suspenso y la tensión narrativa, las cosas empiezan a desencadenarse de una manera muy poco probable para un esquema narrativo clásico pero no para la vida tal y como es y, menos, para estos dos conocedores de la esencia humana. Sin entrar en detalles, “Burn after reading” se burla, de una manera genial, de los servicios de inteligencia: de su proceder, de su confiabilidad en una época no apta para guardar secretos (no me voy a prolongar recordándoles Wikileaks). Sin artificios, plantean la (considerable) posibilidad de la injerencia del error, de las pasiones, de los irracionales consejos del bajo vientre, en los procedimientos institucionales más oficiales.

Revisando “Blood Simple”, “The Big Lebowsky” (casi un remake alucinado de “The Big Sleep” de Howard Hawks) y otras películas de este maravilloso corpus, se puede reconocer la pasión que tienen los Coen por el film noir, en el sentido ortodoxo del término. A veces, se deja ver, en sus historias, una obsesión por encontrar variaciones a las estructuras del género. Una de esas “estructuras” de la narrativa noir es, indudablemente, la femme fatale: esa mujer que deviene, por su belleza, sus encantos y el poder que aquello le otorga, en aquella emisaria de la fatalidad para ella misma y su entorno. En “Burn After Reading” esta experimentación narrativa alcanza niveles sumamente inesperados y nos presenta a Frances McDormand (que ya nos había mostrado algo de esta faceta en su tierna juventud en la opera prima de los hermanos) encarnando a una femme fatale inédita en la historia del cine y que, sin embargo, cuela perfectamente con el rol estructural de este paradigma: su ambición, su vanidad y su egoísmo, sirven de motor narrativo para los sucesos nefastos que acaecen. Cincuentona en búsqueda de ese quimérico self-respect, valor tan caro para una sociedad en exceso competitiva, se ve en la situación perfecta para mover los hilos a su favor y lo hará con la misma frialdad que una Ava Gardner, Jane Greer o Lauren Bacall en aquellos memorables clásicos del género.

Sutil, discreta, sin desmesuradas pretensiones artísticas, comerciales o narrativas, este filme da en el clavo en todos los aspectos que pueden hacer de un filme una experiencia sensacional, fresca, reconfortante, entretenida y nos deja, servidita sobre la mesa, la clave para entender la pretensión global de la obra de Joel y Ethan: el error, la falla del sistema, la incomunicación, el desencuentro, como bases estructurales del acontecer en la vida humana. Pero la cosa no se queda ahí, sino que vemos la capacidad de generar una estética, una sublimación, una poética cinematográfica de esta condición tan olvidada tanto por el cine de Hollywood como por los autores llamados “realistas” que creen que se puede mostrar los hechos sin la participación activa de la subjetividad.

Sin nada que envidarle a lo mejor de su obra (lo mejor de lo mejor) como “The big Lebowsky”, “Millers crossing” o “Barton Fink”, esta historia debería quedar como un testimonio de que se puede hacer buen cine en una época donde hasta algunos de los más grandes han perdido el norte en cuanto al (no tan) noble ejercicio de esta práctica artístico-industrial. No duden en verla o volver a verla que, en este caso, no hay pérdida alguna.

sábado, noviembre 13, 2010

“Soul Kitchen” y las facetas cinematográficas de Fatih Akin

Fatih Akin, tiene dos facetas como director de cine: la de hacer dramas descarnados de altos quilates o la de proponer comedias facilonas y carismáticas, en ambas vetas el talentoso realizador turco/alemán sale airoso. “Contra la pared” (Gegen die Wand) o “Al otro lado” (Auf der anderen Seite) son del primer tipo, contundentes dramas, con la tragedia merodeando cada esquina del relato, dignas representantes en cualquier festival de primer nivel. “In July” o “Soul Kitchen”* -su último filme- son del segundo tipo, comedias resultonas que a base de personajes principales y secundarios bien construidos, embelesan al espectador en su lógica de fábula moderna. En cualquiera de sus facetas, el cine de Akin recurre al destino mágico o a la coincidencia excesiva, utensilio cinematográfico del que por ejemplo abusa con poquísima fortuna el español Julio Medem en películas como “Lucía y el sexo” o “Los amantes del círculo polar”.

Akin, también, hace del destino uno de los motores de su cine, pero sus dotes como realizador le permiten dotar a sus películas de un carisma y un refinado envoltorio que las salva de ser tildado de como un guionista barato. No es la excepción su último esfuerzo, “Soul Kitchen” la cual nos cuenta las tribulaciones amorosas y laborales de Zinos Kazantzakis, un griego/alemán, que regentar un restaurante homónimo al título de la película.

La historia es sencilla y previsible, pero el camino o el envoltorio que elige Akin para narrar la historia, le permite un resultado más cercano al triunfo que al fracaso. Su manejo de las imágenes, su elección de la música, la empatía que te crean los personajes principales, la diversidad de las bellezas de las actrices, las actuaciones y el mismo humor, aunque en ciertos casos demasiado reiterativo, consuman una película con pocas pretensiones, pero con óptimos resultados en su vena de comedia fácil, pero con una calidad y, reiteramos, un carisma que está a leguas de lo que sería en lenguaje hollywoodiense una comedia romántica.

No es habitual que un director se desenvuelva con igual soltura géneros tan antagónicos como los que maneja Fatih Akin, y lo cierto es que se agradece que así lo haga, intercalando en su filmografía películas ganadoras del Oso de Oro como el dramón “Contra la pared” o prodigando risas y buena onda como en su última “Soul Kitchen”, ahora es el turno de una tragedia, la cual estaremos esperando ávidamente dado que éste es hoy una de los directores más prominentes del cine mundial.

*"Soul Kitchen" se está exhibiendo en La Paz y en toda Bolivia en el marco del Festival de Cine Europeo 2011

viernes, octubre 22, 2010

Hypocrisy en La Paz: de gases, abducciones y riffs epilépticos



El pasado 26 de septiembre, se presentó en el teatro 6 de agosto de La Paz, la legendaria banda de death metal sueco Hypocrisy. La espera de la mentada agrupación se remonta a muchos años e incluso décadas. Sí, durante muchos lustros temas como “Pleasures of molestation” fueron y son himnos en el underground paceño. Al recordar las viejas andanzas en la Roquerón, Tejada Sorzano e/i/o/u Hotel Milton, siempre viene a la cabeza la despiadada canción.

En las preliminares, nos tocó atestiguar (cabría otro artículo sólo respecto a ese punto, enfocándolo como un tema clínico) la peor organización de la historia de un concierto de rock desde las épocas de Jabba the Hut hasta hoy. No hay palabras para describir la maraña de estupideces que llevaron a las huestes de nobles metaleros a ser gasificados por las fuerzas de Cobra, sin haber hecho ningún mérito para merecer semejante castigo. Gracias a Dios los metaleros son gente de paz y de bien, no como los fans del pop o de la trova que, a mi juicio, no hubieran soportado ese suceso sin, mínimo, heridos. Sólo créame lo siguiente: un niño de ocho años con una vivacidad mediana hubiera organizado los mecanismos de ingreso al concierto de mejor manera. La inteligencia humana es sorprendente, sin embargo, a veces, la estupidez se encarga de sorprender aún más. A pesar de eso, fue grato y sospechosamente onírico ver a toda la vieja (vieja) escuela de metal paceño, firme como un queso, esperando a sus viejos ídolos; cuerpos maltrechos emanados de la tumba salieron a la luz para ver a los titanes suecos. Un aire de viaje en el tiempo se apoderó de la gasificada 6 de agosto.

Vivos, aunque lagrimeando un tantín, los presentes nos dispusimos en el solemne teatro y empezaron los azotes. Los gigantescos vikingos (parecían un grupo de nazguls rockeando en la comarca) hacían ver pequeño el escenario. Sus notas torturadas cubrían todo el ambiente, hipnotizando y castigando a los estupefactos oídos de la audiencia andina. Aparte de unos pocos temas del nuevo y promocionado álbum “A taste of extreme divinity” y un jugoso cover de Slayer (“Piece by piece”), los cuatro jinetes nos regalaron versiones realmente abductoras de “Fire in the sky” o “Let the knife do the talking”. Sin embargo, para deleite de la audiencia, no se cortaron con los clásicos noventeros que venimos esperando desde la pubertad: “Apocalypse” fue probablemente el clímax del concierto. “The fourth dimension”, “Killing art”, “Coming Race” y “The Final Chapter” (clásico con el que regresaron en su primer bis) llenaron las expectativas de la voraz audiencia y la hipnotizaron: “Scream for me La Paz, now I will scream for you” fueron las palabras de Peter Tägtgren antes de espantarnos con un alarido de esos que sólo él puede dar, poseso por una serpiente mítica, estremeciendo las paredes del recinto. “Pleasures”, contrariamente a lo que se pensaría, no fue de lo más impactante y se nota que, en vivo como en estudio, la propuesta de Tägtgren desde el “Fourth dimension” hasta el “Final Chapter” es la más fina para escuchar y contiene los más grandes clásicos de la banda y del género.

El grupo se dio íntegro, cerrando la apocalíptica ceremonia con “Roswell 47”, en una versión sumamente brutal pero limpia, más limpia aún que en el disco: un verdadero deleite para un viejo corazón metalero. Todo terminó y, como siempre, ante el epílogo de un BUEN concierto, nos fuimos con los cuellos macurcados, a dormir a casa, a dormir como bebés.

Siempre quedará el recuerdo y la admiración a estos titanes del rock pesadísimo, a estos profetas del satanismo alienígena (¿alienismo satanígena?), que vinieron con una avalancha de bulla y buena música sin importar los 3600 metros sobre el nivel del mar, a comprobar que su música cala hondo hasta en el extremo occidente, donde se los recibirá aún mejor la próxima vez.



martes, octubre 12, 2010

El monstruo del Choqueyapu: impresiones

“Fukú americanus, mejor conocido como fukú –en términos generales, una maldición o condena de algún tipo: en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. (…) Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadeno el fukú, y desde ese momento todo se ha vuelto una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilometro Cero del fukú, su puerto de entrada, pero todos nosotros somos sus hijos, nos demos cuenta o no”

Junot Diaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao



1. El monstruo/la ciudad.

“La Paz, 1980…Metrópolis erguida sobre un vertiginoso valle interandino surcado por un río que antaño era un río de oro y le daba su nombre críptico a la población que allí habitaba…un río que carga sobre sus sórdidas aguas todas las frustraciones, penas e inmundicias de una urbe pervertida…un misterioso río llamado Choqueyapu”. Así comienza la novela gráfica El monstruo del Choqueyapu de Diego Loayza, Mario Piñeyro y Cristian Vidangos. El héroe del relato tiene un entorno específico y esencial: la misteriosa ciudad de La Paz.

El monstruo es hijo de esta ciudad. Su existencia sólo es posible en estas tierras. La Paz, la capital aymara del mundo, la compleja síntesis de diversos lentes escrutando y construyendo la realidad, es el único ente que le daría vida a este personaje. Por eso el monstruo tiene un amigo alcohólico (como todos nosotros), por eso se defiende de los policías con el poder eléctrico de Blanka de Street Fighter, por eso no puede alejarse de la política, por eso conoce los infiernos más profundos y las alegrías más benéficas.

La historia es también hija de esta ciudad. Las aventuras que despliega el relato sólo pueden ser fruto de estas hermosas y grotescas tierras. De ahí surgen las propiedades represo/detectivescas de los policías que buscan al monstruo, de ahí surgen los delirantes titulares de los periódicos, de ahí surgen las repugnantes características de la conciencia de los políticos. El monstruo del Choqueyapu es, al mismo tiempo, una creación y un prisma de la ciudad. El monstruo es hijo de una historia larga de encuentros y desencuentros, de dolor y de alegría, de muerte y de vida.

Sin embargo, La Paz no agota la historia del monstruo. No la monopoliza solamente para ella. Las aventuras que nos cuenta esta novela gráfica cobran sentido en múltiples realidades. El monstruo del choqueyapu, entonces, (por decirlo de alguna manera), tiene rasgos universales. A fin de cuentas, nuestro héroe sigue luchando contra los mismos fantasmas que enfrentamos todos los humanos desde hace mucho tiempo atrás: la muerte, el amor, la amistad, el destino.

2. El formato/la novela gráfica.

Trabajar dentro de este formato tiene algunas propiedades muy interesantes. A medio camino entre la literatura y el cine, la novela gráfica es un oficio sugestivo que permite, entre muchos otros, desarrollar un proceso esencial: combinar el trabajo creativo de equipo con la modestia en la utilización de los medios. Crear arte colectivamente, muchas veces ha tenido como prerrequisito esencial el desparramar dinero. Pienso en el cine o la arquitectura. En momentos donde cada vez hay menos recursos, donde miles sufren por la forma en que hemos organizado nuestra especie, tiramos cientos de millones de dólares en superproducciones y monumentos que solamente quedarán como registros históricos de nuestra estúpida manera de habitar el mundo. Los grandes hoteles en Dubai o las pop corn movies que Hollywood crea para los adolescentes, son un grosero insulto que la humanidad escupe al cielo y a la tierra. Mejor lo dice Alan Moore, sugestivo guionista de comics como Watchmen o V de Vendetta: “Odio a la industria del cine. Si hago un mal comic, no cuesta cientos de millones de dólares, que es el presupuesto de un país emergente de África. Es dinero que podría haber sido destinado a aliviar algo del inmenso sufrimiento que vive el mundo y sin embargo se destina a darles a adolescentes occidentales aburridos, apáticos, perezosos e indiferentes otra manera de matar 90 minutos de sus interminables vidas sin sentido”.

Sin embargo, el trabajo de comic o de la novela gráfica escapa a estas imposturas. Tres amigos pueden encerrarse en un cuarto y crear sin joder a nadie ni despilfarrar fortunas. No necesitan bloquear una avenida entera, en una ciudad donde una calle expedita es un oasis, no necesitan llenar el entorno de ruido (esa pesadilla urbana con la que lucha todo el tiempo el protagonista de El silenciero de Antonio Di Benedetto), escudados en una triste etiqueta: “artistas”. No necesitan gastar millones de dólares para entregarle al mundo algo que lo haga verse de nuevo. Y eso es lo que ha sucedido en esta creación, tres amigos laburan, solitarios y tranquilos, creando a partir de pintar y cortar papeles, como niños. Revuelven esta realidad, triunfo de Aristóteles, y la recrean desde otra perspectiva. Se mueven dos pasos y miran desde ahí, iluminan nuestra apariencia lógica. ¿Acaso no es ésa la principal propiedad del arte?

3. El camino/el humor.

Esta renovadora mirada sobre nuestra “realidad” se vale de una herramienta esencial: el humor. Este sentimiento permea toda la novela como un hálito de cobijo e iluminación. En El monstruo del Choqueyapu, el humor tiene una capacidad esclarecedora. Permite mostrar cómo somos. Desde el humor se desnudan nuestras ficticias instituciones y roles. Desde el humor, se ponen en cuestión los valores que hemos adquirido y los actores que hemos construido. La policía, los periodistas, los artistas profesionales, los políticos. Sin embargo, el humor en el monstruo no es solamente un proceso epistemológico, es también una fuerza redentora que arranca carcajadas sinceras. “Científicos aíslan el gen cochabambino” leo en un periódico de El monstruo del Choqueyapu y me cago de risa en el minibús, en medio de la trancadera. Me olvido de toda la tensión que implica habitar esta ciudad. Esta novela gráfica logra ese seductor hechizo del arte: provocar risas que te permitan mirar la vida desde otra perspectiva y entibien el duro tránsito por estos caminos. “El suicidio es una enfermedad de la ciudad” dice De Santis. Si le creemos, El monstruo del Choqueyapu es un bálsamo perfecto para re habitar La Paz sin perder la carcajada y el cariño por ella.

jueves, septiembre 30, 2010

Vila-Matas y "Dublinesca", de entierros, obsesiones y literatura


“Recordé unas frases que escribió Borges en su juventud: 'Ignoro si la música sabe desesperar de la música y si el mármol del mármol, pero la literatura es un arte que sabe profetizar que aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin.' ” Enrique Vila-Matas, Doctor Pasavento

“Los españoles son de esa clase de gente que se cree que por repetir una y otra vez la misma cosa al final acaba siendo verdad.” Enrique Vila-Matas, El Mal de Montano

"Lo apocalíptico es un señor o un sentimiento muy informal, que no merece tanto respeto." Enrique Vila-Matas, Dublinesca


Enrique Vila-Matas es un escritor, o mejor dicho un obseso, o aun mejor dicho, en jerga de fútbol argentino, un funebrero, resumiendo un escritor obsesionado en escribirse en funerales, o al revés un enterrador obsesionado en enterrarse en la literatura, cualquiera de las fórmulas funciona ya que Vila-Matas es una cinta de Moebius o una pintura de Escher, donde la cinta, o las escaleras, o Enrique siempre vuelven sobre si mismas, que son la literatura, los escritores, las obsesiones, las sepulturas y los sepultureros y es por eso que con su última máscara del editor retirado Riba en su última novela Dublinesca (2010) va en busca de otro episodio luctuoso, el entierro de la Galaxia Gutenberg obviamente en clave joyceana verbigracia del título del libro. Riba pretende enterrarse en el mismo funeral de la Galaxia Gutenberg, como Rosario Girondo pretende curarse del mal de Montano, de ese mal de literatura, a través de la escritura, o como el Doctor Pasavento pretende disolverse y desaparecer como el lenguaje y las letras en los microscópicos microgramas de Walser, y si al final el desvanecimientos, la enfermedad y el deceso, son partes o directrices de esa culminación que es la muerte, esa irrenunciable pugna que sostenemos con el tiempo y con la memoria y con el libro, ya que como dijo Borges la prótesis de la memoria es el libro, por ende la literatura, donde Vila-Matas libra sin escatimar en ahínco y denuedo su obsesa batalla entre la vida y la muerte, entre la memoria y la desaparición, entre la catarsis liberadora y la autoimpuesta y autoparasitaria esclavitud.

Dentro de este redundante mapa, existe siempre la noción de viaje, sea este real o mental, sea el destino Nueva York, Valparaíso, Lyon, Herisau, la sempiterna Barcelona París, o Dublín, la travesía es un algo intrínseco en las letras de Vila-Matas, que viaja a de escritor a escritor, de cita a cita, de memoria a memoria, de ciudad a ciudad, intercalando entre todos los anteriores con encantadoras asociaciones que lo llevan de la de una mera botella de agua a Molly Bloom, como el lo dijo en una entrevista, a través de n pasos de asociaciones relativas a su incurable enfermedad: la literatura. Quizás la única vía que Vila-Matas halla para purgar, o para curar ese mal, esa enfermedad, es aniquilarla, buscar la catarsis a través de enterrar, sepultar a la literatura y por ende suicidarse en cada intento y resucitar al siguiente, con otra máscara, en otro versión del obituario, igual de enfermo, igual de obseso, con la misma enfermedad, con idéntica obsesión.

Dublinesca presenta a Samuel Riba, el último editor literario, que provocado por una discusión con sus padres trama un viaje a Dublín aprovechando de honrar el sexto capítulo del Ulises de Joyce, para elaborar el sepelio de la Galaxia Gutenberg, aprovechando en el ínterin brindar un homenaje a la amistad, a Irlanda y a sus próceres literarios Joyce y Beckett, a la evaporación alcohólica en un país esencialmente alcohólico, al tránsito de un mundo (el del papel y la imprenta) a otro (el del ordenador y google), al salto de lo francés a lo inglés, a los fantasma y al inasible y espectral escritor genial, y a su profundo e incomprendido amor por Celia su budista esposa, y a tantas otras cosas, mientras en su cabeza día a día se teje una telaraña insondable al igual que a Spider, ese ensimismado personaje de la película homónima de Cronenberg; finalmente toda la confabulación de Riba no es otra cosa que un ejemplar suicidio, al mejor estilo de Vila-Matas, o sea otro episodio de ese diario que es la gran parte de su apasionante carrera de escritor.

Antes de empezar a escribir este texto escuchaba, muy a lo Vila-Matas “Downtown Train” de Tom Waits, releyendo algunos pasajes de algunos de sus libros anteriores en los cuales por más que utilice miles de disfraces, o abanicos de géneros, o pléyades de citas, siempre termina desenmascarándose, él nos dice en El mal de Montano: “Es bien sabido que no hay mejor forma de liberarse de una obsesión que escribir sobre ella” (E.M.D.M. 117), ese es Vila-Matas para quien la literatura es un viaje sin punto y aparte que lleva a esa callejuela, que parafraseando a Doctor Pasavento, es el mejor atajo que conoce para llegar a la misteriosa calle única de su vida (D.P. 368) y donde cada libro es un finado que como dice el poeta sirio-libanés citado en la misma novela “A todos esos muertos a nuestro alrededor, ¿dónde sepultarlos sino en el lenguaje?” (D.P. 40). ¿En qué otro cementerio podría sepultarse ese obseso de don Enrique?

jueves, septiembre 23, 2010

“The Darjeeling Limites” u otra pieza del abigarrado universo de Wes Anderson

“The Darjeeling Limited” como casi todo el cine del estadounidense Wes Anderson, versa sobre la vacuidad y la incomunicación existente en la relación paternofilial, que provoca a su vez barreras y cortocircuitos entre hermanos o familiares. Como en “The Royal Tenenbaums”, “Life Aquatic” o “The Amazing Mr. Fox”, un acontecimiento particular permite una reunión familiar en determinado entorno claustrofóbico. En los Tenenbaums fue una preciosa y angosta casa nuevayorkina, en “Life Aquatic” el interior de un fascinante e intrigante submarino y en “Mr. Fox” las profundidades del subsuelo terrestre, en “The Darjeeling Limited” el entorno es el camarote y los pasillos de un tren hindú en el cual tres hermanos se embarcan en pos de sanar su relación en un entorno plenamente espiritual.

El conflicto familiar es el móvil del cine de Anderson, y la claustrofobia, la asfixia y el amor por los detalles, la forma de plasmarlo; “The Darjeeling Limited” no es la excepción, ya que dentro de la travesía por el tren Anderson goza de una libertad completa para sugerir minuciosamente las distintas personalidades de los tres hermanos (interpretados por Owen Wilson –amigo entrañable de Anderson en la vida real–, Adrien Brody y Jason Schwartzman), el cuidado y el cariño por el detalle hace de Anderson un director de corte netamente fetichista; los objetos, el vestuario y los decorados en conjunto hacen parte de una cuidadísima y deliciosa puesta en escena donde el color es también un ingrediente crucial. Las maletas de los hermanos, el reproductor de Ipod de Schwartzman, las gafas y el cinturón de Brody, los calzados y el bendaje de Wilson son todos elementos que dan profundidad y contexto a sus personajes, dotan de sentido a la trama de la película y permiten que en tan corta duración Anderson se pueda explayar con tanta amplitud y competencia.

Para mayor disfrute del filme “The Darjeeling Limited” y para ampliar su particular universo, Anderson realizó una precuela, un cortometraje llamado “Hotel Chevalier” donde uno de los personajes tiene un incómodo encuentro con su mujer amada, interpretada por Natalie Portman, que desde “Beautiful Girls” no sale tan hermosa y provocadora. El cortometraje crea un vínculo entre este y el comienzo de la película, que en su secuencia inicial abre con un memorable y frenético cameo de uno de los actores fetiches de Anderson, el inefable Bill Murray.


El filme en si, no es una obra maestra que quizás si es “The Royal Tenenbaums”, pero es indudablemente una buena película, pero lo más elogiable es que pieza a pieza Anderson va consolidando un universo plagado de personajes inseguros, que buscan el sentido de su existencia a través del desvencijado vínculo con sus progenitores, y ese universo goza de colores, matices y guiños dramáticos que convierten a Wes en uno de los directores más originales y entrañables del cine actual. A disfrutarlo se ha dicho.