No es que sea
un fanático del género de vampiros, y mucho menos del terror, diría que con
unas cuantas excepciones, este último es un género que trato de evitar, pero si
Jim Jarmusch decide filmar una película de vampiros, ahí me tienes.
Pese al auge
zombi, los vampiros se han puesto de moda nuevamente con deplorables sagas como
las de Twilight, o con series poco
serias como True Blood de HBO, todas
plagadas de toneladas de metrosexualidad. El no ser víctimas de la mortandad es
una ventaja que ostentan los vampiros, lo cual les otorga una vigencia que
podríamos declarar permanente, y bueno a Jarmusch se le ha dado por filmar una
de chupasangres, titulada Only Lovers
Left Alive.
Sin entrar en
muchos detalles, la cinta va de dos vampiros, apasionados amantes desde tiempos
inmemoriales, que se encuentran viviendo en las antípodas del orbe, uno en
Detroit, Adan, (Tom Hiddleston) y otra en Tanger, Eve, (Tilda Swinton), que se
reúnen imantados por su amorosa pasión. Ambos ancestrales en edad, expertos en
el sigilo y la templanza y peritos en sus conocimientos sobre las artes. El
primero músico, fetichista, coleccionista, sedentario, y depresivo, quasi
suicida, la otra literata, extrovertida, intuitiva, sabia y audaz; y por último
la hermana (Mia Wasikowska), insoportable y de voraz animalidad.
Esos serían
lineamientos básicos de una película cuya trama, como casi toda la filmografía
de Jarmusch, está muy lejos de ser lo principal; lo que el realizador estadounidense
logra es hacer hincapié en las sensaciones, las situaciones y los ritmos que
transmite el filme.
La cadencia de
los movimientos de cámara, así como el constante y formidable uso de la música,
enarbolan un tono a la película de constantes sensaciones y emociones que nos
permiten empatizar con el peculiar carácter de los protagonistas y de sus
circunstancias. La música podría considerarse el cuarto personaje de Only Lovers Left Alive, ya que desde un
inicio de antología los acompaña de forma diegética o como banda sonora. Por
eso se sitúa en la mayor parte del metraje en Detroit, como un tributo a esta
decadente, trasnochada y melómana urbe norteamericana; el trato que el director
realiza de la ciudad evoca en versión nocturna cierta plástica del New Orleans
de Down By Law.
La elegancia y
la sofisticación, es otro rasgo distintivo de la película, que ya de por si
ostenta a un director muy elegante siempre en su puesta en escena, pero
ahondado ahora por unos protagonistas con el colmo de distinción y gusto, lo
cual brinda al conjunto una deliciosa textura, con ciertos dejos de snobismo. Un
enorme aplauso a Yorick Le Saux, director de fotografía de la obra, que es una
de las películas de escenografía más abigarrada de todas las hechas por
Jarmusch.
En fin, la
exploración de Jarmusch a un género, casi tan antiguo como el cine mismo, trae
un matiz de autor al nutrido universo de títulos, mediante el magnífico trazo
del cineasta, además del cariño que pone en los planos, personajes, canciones y
situaciones. Lo anterior puede situar no sólo a su película entre los mejores
acercamientos a los primos de Drácula, sino que nos encontramos ante una joya
que seguro estará entre las mejores películas del año.
Me podrán
acusar de fetichista, pero no por los pálidos hematófagos, ni por las eternas historias de amor, sino por
el canoso cineasta de Ohio que vez tras vez firma una auténtica maravilla en
35mm.