Es recurrente la frase que afirma que dentro de cada
aficionado al fútbol habita un entrenador. No creo que sea muy certera dicha
frase pues en el mejor de los casos podemos encontrarnos con meros alineadores;
y no creo errar mucho si afirmo que entre los que se tienen por seguidores de
este deporte son mayoría aplastante los fanáticos de la victoria. Cantar goles
y recitar un par de alineaciones no hace que uno sepa de fútbol. De hecho, al
probable mejor jugador de la historia, el hecho de haber metido dos de los
goles más repetidos y citados siquiera le ha servido para desentreñar los
misterios tácticos y estratégicos del balompié. D10s se tornó indigente el día
que se sentó en el banquillo. Pero, tal y como ya se ha dicho tantas y tantas
veces, esa es otra historia...
Viene siendo habitual que las visiones excluyentes y
totalizadoras traten de imponer unos criterios en detrimento del resto. Casi
siempre, parece que la victoria parece justificarlo todo y otorgue razones al
modo en que pueda hacerlo el resolver una ecuación. Y así como quienes
defienden el fútbol de toque se ven refrendados por las victorias de la selección
española y el Barcelona, el triunfo del Chelsea en la Champions cuenta con sus
particulares gurús. El ejemplo es extensible a cualquiera que haya ganado algo
digno de mención para los juntaletras de los mass media. Personalmente, yo
estoy a otra cosa. He disfrutado de infinidad de equipos independientemente de
su esquema y estilo de juego. Quizás, sentir los colores de un equipo menor me
permita disfrutar de modo distinto los grandes prodigios y hechos heróicos
propios de los dioses. He de añadir, que a los carros de los que triunfan suele
arrimarse mucho advenedizo. Y no es muy distinto su papel de aquellos que
mientras sacan a hombros de la plaza al torero se van haciendo con jirones del
traje de luces que convertirán en las reliquias que den sentido a sus
supersticiones.
Al hilo de los triunfos de los equipos (Barcelona y
selección española como máximos exponentes) que practican lo que ya se conoce
como “tiqui-taca” se está construyendo una especie de imaginario en base a las
sensaciones epidérmicas más que en el analisis profundo del juego. Quizás sea
cosa de los tiempos o la consecuencia apropiada de esta cultura de la simbiosis
entre el veni vidi vici y el fast food. Así pues, se da por bueno que el
dominio abrumador de la selección española en la posesión debiera traer como
consecuencia directa una miríada de disparos a puerta; y a razón de lo
anterior, las goleadas debieran estar aseguradas. Si le das a un hooligan una
estadística que alimente su fanatismo, bien puede desarrollar un razonamiento
similar...
Lo “novedoso” de esta manera de jugar es que se
defiende con la pelota y se somete al rival a un castigo tanto físico como
mental. No es en vano que los mejores partidos de la selección española (contra
Rusia en 2008, Alemania en 2010 e Italia en 2012) lo fueron porque dichos
equipos salieron a disputarle la posesión de la pelota y sufrían cuando no la
tenían en su poder. Los rivales, cada vez más y mejor conocedores de las
posibles fisuras de esta manera de entender el juego, han ido acentuando el énfasis
en los aspectos defensivos y ofensivos que podrían darles la victoria. Presión
axfisiante hacia Xavi Hernández, impedir que Iniesta reciba la pelota en tres
cuartos de cancha y salidas fulgurantes en contraataque tras robo de la pelota.
Aquellos equipos de mayor poderío físico intentan presionar en zonas más
adelantadas mientras les dura la gasolina. Si los partidos se prolongan más allá
de los 90 minutos, curiosamente la selección española, plagada de jugadores de
aspecto endeble y una brutal carga de partidos a lo largo del año, llega
en mejores condiciones para disputar los minutos del alargue... Y es que suele
pasar que quienes hacen correr la pelota suelen cansarse menos que quienes
corren tras de ella. Otra de las “novedades” de este sistema.
Asímismo, el combinado español, ante las diferentes
soluciones que le han ido oponiendo los rivales, ha ido optando por prescindir
de los delanteros centro, de los arietes, de la figura del hombre-objetivo, en
definitiva, del tradicional 9 o punta de ataque. Y los ha ido sustituyendo por
enganches, extremos o volantes ofensivos dependiendo de las circunstancias del
rival y el momento de partido.
En todo el tiempo que llevo viendo fútbol, sólo un
equipo tuvo un dominio similar de la competición y del juego: El Milán de
Arrigo Sacchi. Era un placer verles jugar y sobre todo pude aprender mucho de
todos los que en su camino hacia el triunfo le opusieron resistencia. Nadie
pudo jugar como ellos, ni siquiera parecido. Y los que le sucedieron lo
hicieron con modelos de juego muy diferentes y ninguno tan dominante.
En estos últimos cuatro años de dominio del binomio Barcelona-España, se
ha comprobado que renunciar a la posesión de lo pelota es como jugar a la lotería:
rara vez toca. Aunque “comprensible”, resulta muy triste ver como equipos
plagados de jugadores con una calidad enorme, salen a no disputar la posesión
de la pelota a quienes disfrutan con ella. No creo que sea buena idea dejar que
el rival disfrute de la opción de poder desarrollar sus virtudes. Y me parece mezquino
menoscabar el juego de quien pone y propone el fútbol porque no cree mil
ocasiones ante once grandes jugadores cuyo único empeño cierto es defender,
defender y defender. Cuando uno ha tenido que ver a Samuel Etoo jugar de
lateral, o a Didier Drogba, Roque Santacruz y a otros grandes delanteros
marcando en su propia área a los centrales rivales, no puede culpar a quien
busca la manera de derribar los muros de Numancia de no ver un juego brillante.
Las distintas soluciones tácticas que se les ocurren a todos esos “The Special
One” pueden ser muy respetables, pero en tanto que defensivas (y nada
novedosas, pues ya Maguregui y otros muchos antes ya intentaron colgar a sus
once del larguero), no creo que su apuesta sea precisamente ofrecer un bonito
espectáculo a quien va a verlos. Y no sé si ha de ser elogiable de por sí el
hecho de buscar soluciones tácticas que posibiliten mantener este sistema de
juego que consiste en tener la pelota el mayor tiempo posible y lo más cerca
del área rival. Pero desde luego, no tiene mucho sentido parangonar ambas estéticas
sobre todo cuando tantos y tantos que se dicen entendidos (tanto de uno como de
otro “bando”) fundamentan sus disquisiciones en función del resultado.