1. David Cronenberg, de entre una prodigiosa generación de “autores” en el sentido duro del término, es de los pocos que ha sabido afrontar el devenir de la década pasada sin caer en una severa crisis narrativa de cinematografía autocomplaciente y, en algunos casos, groseramente masturbatoria, que se limitaba a tener un aroma de las películas de los ochentas y noventas, cuando el (llamado) cine posmoderno o, más a mi gusto, posthitchcockiano, nos regalaba joyas que en este blog nos hemos cansado de loar y que consolidaban esa constelación de creadores alrededor del globo. Con su perdón, no puedo evitar incluir en este fenómeno a gigantes del rubro como Kusturica, Lynch, Kitano, Allen, Almodóvar, Tarantino, Kar Wai, Burton, Egoyan, etc. Esta aseveración responde menos a una nostalgia romántica de un pasado “buen” cine que a la constatación de que todo cambio de orden societal conlleva cambios en todas las actividades y los productos de la cultura: estamos lejos del contexto en el que se produjeron “Reservoir Dogs” o “The Big Lebowsky”. Y esto debido a los cambios en la tecnología y, sobre todo, en el aspecto cultural: se trata de indagar sobre qué es lo que se esperaba de un filme en ese entonces y qué es lo que se espera ahora. Todo cambio tecnológico en el cine genera cambios en la forma de narrar y eso no ocurre por primera vez y los ejemplos de ello abundan: el bajón narrativo que padecieron las primeras películas sonoras se hizo evidente en relación al lenguaje del cine mudo anteriormente consolidado. Actualmente, esta revolución multifacética está correlacionada con la revolución de los medios: el cine de ser El medio por excelencia, se ha convertido en uno más y no forzosamente el más fascinante entre las masas. Las grandes producciones empachan y ya no conmueven más que la hamburguesa posterior a la sala oscura, y, por otro lado, hay una eclosión inédita de producciones independientes, de medios de difusión, así como de un mercado para las mismas. En fin, la hiperinflación de imágenes, símbolos y estímulos de los que vive rodeado el hombre de hoy hacen que el impacto de cada uno de ellos sea cada vez más insignificante y le interpele en menor grado que cuando éstos eran escasos. La competencia que tienen las películas es inmensa y su rol, ni siquiera entre las artes audiovisuales, ya no es el mismo que hace diez o quince años (tanto del lado de la producción como de la audiencia). Esa es la velocidad de las metamorfosis que viven la sociedad y las culturas en nuestros días.
2. “A dangerous method”, fiel a su título, comprueba que la clave del cine de Cronenberg, más que en el contenido de las imágenes o de las historias – hoy en día habría que ser simplista para quedarse con el estereotipo del “rey del horror venéreo” – radica en el método: el camino, la forma de conducir una historia; esa manera tremendamente filosófica y visceral a la vez que tiene el canadiense, de penetrar en el espectador y sacudir su condición de sujeto desde (muy) adentro: sujeto como portador de una subjetividad pero también, y sobre todo, como ente “sujetado a” fuerzas que lo invaden y determinan, a pesar de cualquier intento de consciencia, razón y voluntad. He ahí el proceso de alienación viral del lenguaje cronenbergiano, he ahí su esencia y su capacidad de adaptarse a temas tan diversos como la mafia, la telepatía, la creación literaria, las adicciones o la realidad virtual, y de extraer relatos de fuentes como el teatro, el cómic y la literatura con la misma facilidad.
3. La película en cuestión muestra un Cronenberg maduro que ya ha aprendido con maestría el arte de no dejarse seducir por la autoreferencia y de abocarse, con la meticulosidad de un cirujano, a respetar las leyes internas del organismo específico que constituye cada obra para revelar su belleza. “A Dangerous Method” es, indudablemente, una película bella.
4. Si bien en “The Fly” y en “M. Butterfly” ya habíamos visto el tema del amor como una sublimación de la voraz vocación erótico-tanatológica de la unión (fusión) carnal, Cronenberg nunca había presentado el amor romántico como lo hace en esta pieza minimalista de época. Es que las situaciones, el tono y la tensión que gobiernan sus anteriores filmes son tan ominosos que el tema del amor aparece como un contrapunto necesario para resaltar con más fuerza la fatalidad y la imposibilidad de trascendencia dentro de un mundo regido por leyes similares a las que le acaecen a un insecto, en un trayecto programado y axiológicamente llano. “A dangerous method” deja entrever la posibilidad del amor como cura, un atisbo de transfiguración y trascendencia en oposición a la fusión monstruosa con la otredad (“The Fly”, “Videodrome”, “A history of violence”) o a la compulsiva repetición de una programación viral hasta la autodestrucción (“Shivers”, “Naked Lunch”, “Crash”). El concepto mismo de “cura” aparece por primera vez, como una posibilidad, en un universo cinematográfico donde la patología impera como motor ontológico y estético y donde toda “medicina” resulta fatalmente más monstruosa que la enfermedad en una línea fiel a la tradición de Jekyll y Hyde o Frankenstein. Si en “The Brood” veíamos cómo una terapia de “exteriorización” fracasaba de una manera espeluznante y empujaba a la paciente a “parir” monstruosidades indecibles (Samantha Eggar logra uno de los personajes más escalofriantes de la historia del cine), la “terapia del habla” – “The taking cure” titula el libro que inspiró la obra que inspiró el filme – aplicada por el Doctor Jung resulta en una metamorfosis dolorosa, cómo no, pero mucho más reconfortante para la paciente, que corona esa transformación con un diáfano embarazo. La atormentada diada relacional amor-enfermedad se ve complementada por un tercer elemento hasta entonces inédito en esta filmografía: la ternura. La tragedia amorosa vivida por Jung y Sabina Spielrein le da un toque de humanidad más-que-reptiliana a este cosmos de personajes que no hacen sino ahondar cada vez más en ese afán de desentrañar la especie que, como la obra en causa, no debería dejar de sorprendernos. Lo valioso de este logro es que se lleva a cabo, era de esperarse, sin el más mínimo recurso a la empalagosa interpretación del romance hollywoodense, salvaguardándose rigurosamente del dramón de época con fines oscaristas.
5. Es indudable que existe un humor cronenbergiano, no es fácil de asimilar y, en la mayoría de los casos, el proceso no se hace sin cuestionamientos respecto a los propios principios morales, sexuales, digestivos y/o estéticos que uno pueda poseer como espectador. Así es como, en la medida que uno se va alienando a las reglas de este “tejedor de pesadillas”, pasa del terror y el asco, al disfrute y a la vigilancia hacia ciertos dejes de espléndido humor (no en vano Cronenberg viene de una tradición cultural milenaria de grandes humoristas). A pesar de eso, ninguna película se ha acercado tanto al campo humorístico de una manera tan directa como “A Dangerous Method”. En este sentido es necesario remarcar la gran actuación de Viggo Mortenssen – probablemente la mejor de la trilogía –, que encarna a un Freud fiel a una línea biográfica intimista que hace hincapié en su ingenio y mordacidad así como en sus patentes neurosis y paranoias. La aproximación realista no evita que esta versión del padre del psicoanálisis se aliste en ese ejército de personajes perturbadores, paranoicos, excéntricos y faustianos que pueblan la obra del canadiense nutriéndola del mentado humor: como el Doctor Benway en “Naked Lunch”, Vaughan en “Crash”, Brian O´blivion en “Videodrome” o Paul Ruth en “Scanners”. Además de Freud, es imprescindible mencionar en este aspecto el rol, breve pero crucial, de Vincent Cassel interpretando a Otto Gross, como una voz interior lasciva del propio Jung que lo motiva, con bases filosóficas, a ceder ante sus instintos a pesar de su deontología laboral y de su ética marital. Es dificil no emparentar a este personaje con Clark Nova, la cucaracha-máquina-de-escribir-esfínter-hablante que colabora con Bill Lee en la afiebrada adaptación de Burroughs.
6. Cronenberg siempre se enfrenta a un desafío nuevo en cada proyecto, una nueva dificultad respecto a su obra previa; quizás, en este caso, el “peligro” que enfrenta este método cinematográfico radica en el equilibrio que debe mantener el relato entre sus raíces teatrales (tanto la tragedia como la comedia) así como el respeto riguroso al hecho histórico – una inédita perspectiva realista en esta trayectoria – y todo dentro de un relato (tanto en el sentido de narración como en el del paceñismo “relatear”) donde todas las escenas se ligan a través de poquísimas acciones y muchísimos diálogos. Su éxito radica en ese maravilloso casting que permite una implacable solidez en los personajes y en las poderosas relaciones y mutaciones que se van tejiendo en base a esos diálogos cargados de múltiples sentidos. La palabra, como sugiere la escuela pragmática en semiología, es una forma de acción; no se limita a la representación. Esa la razón por la cual el filme se hace sumamente llevadero a pesar de que “pase” muy poco.
7. Los cuestionamientos en la obra de Cronenberg son, en gran medida, los del psicoanálisis pero, por lo general, de una manera latente (no confundirse: una vertiente posee una naturaleza teórica y la otra, estética, emotiva). Sin embargo, en este caso, estas cuestiones, además, se exponen y se hacen patentes como contenido efectivo de la narración cinematográfica. La inteligencia soberbia del director permite que “A Dangerous Method” pueda ser leída en diferentes niveles y por diferentes audiencias. Si bien es necesaria una base en cuanto a ciertas ideas generales sobre la revolución que implicó e implica el psicoanálisis, los no-iniciados podemos disfrutar porque, como en toda buena película, independientemente del contexto, lo que nos interpela son las relaciones entre los personajes y los cambios que éstas y éstos van sufriendo. Además, y en esto hace hincapié el canadiense en sus propios comentarios sobre el filme, el nacimiento del psicoanálisis constituye, hoy por hoy, una suerte de mito fundacional de los tiempos modernos: Freud, Jung, la Viena de principios de siglo, el diván, el afán positivista y científico como ideología hegemónica, la libido, el complejo de Edipo, etc. Esto le permite abordar el tema científico sin pecar de intelectualista, e incluso hacerlo de una manera sutilmente burlesca, en referencia al arsenal de estereotipos que se mueven alrededor de este "mito". El lenguaje de “A dangerous method” resulta en un sano equilibrio entre conversaciones altamente teóricas e iniciáticas del psicoanálisis y sentimientos y conflictos arquetípicos de la especie como el amor prohibido, la traición, la amistad, el deseo sexual, la culpa: todas esas experiencias presentes en la gran mayoría de relatos de la especie (desde una vil telenovela mexicana hasta Guimarães Rosa) y que los mismos psicoanalistas trataban de explicar.
8. Una joya más en esta pulquérrima filmografía, “A Dangerous Method” cumple con las expectativas y nos lleva a un viaje apasionadamente humano, y eso sin faltar en ningún momento al modus operandi de su padre, que, como todo buen padre, permite el parricidio para ver que su “progenitura” cinematográfica alcance su plenitud y autonomía y no deje de sorprendernos gratamente una y otra vez.
9. Nos vemos en Cosmopolis.