(Este es un artículo escrito hace unos meses referido al retiro de Alan Shearer, ahora que la Premier League se ha reiniciado, y es cuando más se empieza ha sentir el hueco dejado, creo que es pertinente su publicación en el lar.)
Hace una semana volvía a la realidad (mediática) después de un viaje a las tropicales tierras del Chapare. Revisando los últimos resultados acaecidos miré de reojo y con gran satisfacción que Alan Shearer había marcado nuevamente en menos de tres días su 10º gol de la temporada, justo lo que yo como fan suyo había puesto como un justo umbral en lo que iba a su última temporada como jugador profesional. También observé que había sido sustituido a los 70 minutos de juego, imaginé que cómo homenaje y forma de que le lluevan los aplausos después de hacer un gol a los rivales eternos del Newcastle, léase el Sunderland. Pero después de indagar más profundamente que la mera síntesis de los partidos, me tope con una noticia que me cayó como un rayo, dejándome tan anonadado como triste, y era que el “viejo” Alan había sufrido una lesión de rodilla que podía ocasionarle un retiro anticipado (digamos que cuatro partidos antes y la posible ausencia en su partido de despedida), las perspectivas eran poco alentadoras y días después se confirmo la gravedad de la lesión y que la ilustre carrera de Shearer era cuestión del pretérito.
La pena que me ocasionó la noticia fue aliviada y renovada por lo que el mismo Shearer (desconsolado, me imagino, pero como siempre íntegro y valiente) dijo a la prensa que no tenía ningún arrepentimiento sobre su carrera, ya que había vivido su sueño, vestir la 9 del club del que fue hincha, marcar goles en la tribuna en la que de niño presenció por primera vez un partido de fútbol y además ser el capitán y máximo goleador de la historia del Newcastle. Esas palabras no sólo fueron un bálsamo para la tristeza de nunca poder ver a mi ídolo en la cancha, ni si quiera en un partido más del Newcastle, sino que hizo que el fuego del orgullo hinchiera mi pecho de haber tenido en tan alta estima a un jugador que parece pertenecer a otra época, no sólo por sus innatas cualidades de centrodelantero clásico, sino por su deslumbrante ética futbolística, que primó por siempre lo que estuvo en su corazón (el cual es de donde provienen las mayores virtudes futbolísticas de Alan) y no en su bolsillo, ni en las glorias más accesibles.
Shearer ha pasado diez años en el Newcastle y recuerdo que después de la Eurocopa del 1996, donde brilló castigando las redes de quien se pusiera al frente, fue cuando se anunció que Alan había desechado una oferta del Manchester United, para firmar por el club del que había estado enamorado desde niño. Yo que había seguido la anterior temporada con gran ilusión y posterior amargura, cuando el Newcastle había dejado escapar la liga de una forma increíble, volvía a cargarme de ilusión y veía en el hombre que había sido el estandarte del seleccionado inglés como un guía digno de una extraordinaria travesía futbolera. Y vaya que lo fue. No me arrepiento un ápice, el haber apostado como Shearer, mi devoción por la Urracas, en vez de afiliarme al poderoso United que todavía ostentaba como bastión al indómito y carismático Eric Cantona, “El Rey”, como era conocido en los rededores de Old Trafford. Pero cual valiente iluso, al igual que Shearer, juré lealtad al Newcastle United, y de la mano del goleador viví inmensidad de momentos lindos y memorables, así como otros que pesan recordar.
Nunca nos tocó, al él como jugador y a mí como hincha, vivir un título, algunos desaciertos por parte de los técnicos, e infortunios inopinados como intempestivos mermaron la posibilidad de erigir un equipo para batallar contra los Diablos Rojos. Quizás es la mala fortuna la piedra que golpeó a Shearer en más de una vez durante su carrera, dos lesiones graves de las cuales valientemente se repuso, impidieron que Sheaerer estuviera ahí en la cancha liderando a su club cuando estaba en el mejor momento de su carrera. La forma en como termina su carrera es quizás un guiño a esa suerte que fue el único ingrediente que a Alan no le sobró durante sus memorables años en el fútbol, o será que se agotó el día en que enarboló la Premier League con el Blackburn Rovers destronando por primera vez al Manchester United, de algo que parecía haber sido inventado sólo para que ellos lo pudieran alcanzar.
Son tantos los goles, las alegrías, por ende las memorias, y sobre todo el orgullo que deja haber tenido a Alan Shearer, “El Viejo”, como lo denomino ya hace algunos años, como mi referente máximo dentro de mi cosmovisión futbolística, no porque crea ni creyera que el era el mejor jugador del mundo, aunque si sólo de goles se tratara esto, muy pocos se atreverían a discutir mi perspectiva, sino por el símbolo que él encarna, por su amor al juego, por su amor al club y porque por una vez, en éste mundo mercantilista de intereses crematísticos, hubo un hombre que con la número 9 tatuado en la espalda levantó su mano derecha en más de 200 ocasiones durante 10 años atreviéndose a vivir el sueño que una vez tuvo cuando de la mano de su padre gritó los goles de ese club que hoy y siempre amó con devoción, entrega y orgullo.
Por todo eso, y más, mucho más, te doy gracias Alan, y no te preocupes que mi memoria endeble siempre tendrá un sitial privilegiado para ti, y que mis postreros relatos futboleros se encargarán de divulgar tu obra que fue forjada a plan de goles y corazón.
Hace una semana volvía a la realidad (mediática) después de un viaje a las tropicales tierras del Chapare. Revisando los últimos resultados acaecidos miré de reojo y con gran satisfacción que Alan Shearer había marcado nuevamente en menos de tres días su 10º gol de la temporada, justo lo que yo como fan suyo había puesto como un justo umbral en lo que iba a su última temporada como jugador profesional. También observé que había sido sustituido a los 70 minutos de juego, imaginé que cómo homenaje y forma de que le lluevan los aplausos después de hacer un gol a los rivales eternos del Newcastle, léase el Sunderland. Pero después de indagar más profundamente que la mera síntesis de los partidos, me tope con una noticia que me cayó como un rayo, dejándome tan anonadado como triste, y era que el “viejo” Alan había sufrido una lesión de rodilla que podía ocasionarle un retiro anticipado (digamos que cuatro partidos antes y la posible ausencia en su partido de despedida), las perspectivas eran poco alentadoras y días después se confirmo la gravedad de la lesión y que la ilustre carrera de Shearer era cuestión del pretérito.
La pena que me ocasionó la noticia fue aliviada y renovada por lo que el mismo Shearer (desconsolado, me imagino, pero como siempre íntegro y valiente) dijo a la prensa que no tenía ningún arrepentimiento sobre su carrera, ya que había vivido su sueño, vestir la 9 del club del que fue hincha, marcar goles en la tribuna en la que de niño presenció por primera vez un partido de fútbol y además ser el capitán y máximo goleador de la historia del Newcastle. Esas palabras no sólo fueron un bálsamo para la tristeza de nunca poder ver a mi ídolo en la cancha, ni si quiera en un partido más del Newcastle, sino que hizo que el fuego del orgullo hinchiera mi pecho de haber tenido en tan alta estima a un jugador que parece pertenecer a otra época, no sólo por sus innatas cualidades de centrodelantero clásico, sino por su deslumbrante ética futbolística, que primó por siempre lo que estuvo en su corazón (el cual es de donde provienen las mayores virtudes futbolísticas de Alan) y no en su bolsillo, ni en las glorias más accesibles.
Shearer ha pasado diez años en el Newcastle y recuerdo que después de la Eurocopa del 1996, donde brilló castigando las redes de quien se pusiera al frente, fue cuando se anunció que Alan había desechado una oferta del Manchester United, para firmar por el club del que había estado enamorado desde niño. Yo que había seguido la anterior temporada con gran ilusión y posterior amargura, cuando el Newcastle había dejado escapar la liga de una forma increíble, volvía a cargarme de ilusión y veía en el hombre que había sido el estandarte del seleccionado inglés como un guía digno de una extraordinaria travesía futbolera. Y vaya que lo fue. No me arrepiento un ápice, el haber apostado como Shearer, mi devoción por la Urracas, en vez de afiliarme al poderoso United que todavía ostentaba como bastión al indómito y carismático Eric Cantona, “El Rey”, como era conocido en los rededores de Old Trafford. Pero cual valiente iluso, al igual que Shearer, juré lealtad al Newcastle United, y de la mano del goleador viví inmensidad de momentos lindos y memorables, así como otros que pesan recordar.
Nunca nos tocó, al él como jugador y a mí como hincha, vivir un título, algunos desaciertos por parte de los técnicos, e infortunios inopinados como intempestivos mermaron la posibilidad de erigir un equipo para batallar contra los Diablos Rojos. Quizás es la mala fortuna la piedra que golpeó a Shearer en más de una vez durante su carrera, dos lesiones graves de las cuales valientemente se repuso, impidieron que Sheaerer estuviera ahí en la cancha liderando a su club cuando estaba en el mejor momento de su carrera. La forma en como termina su carrera es quizás un guiño a esa suerte que fue el único ingrediente que a Alan no le sobró durante sus memorables años en el fútbol, o será que se agotó el día en que enarboló la Premier League con el Blackburn Rovers destronando por primera vez al Manchester United, de algo que parecía haber sido inventado sólo para que ellos lo pudieran alcanzar.
Son tantos los goles, las alegrías, por ende las memorias, y sobre todo el orgullo que deja haber tenido a Alan Shearer, “El Viejo”, como lo denomino ya hace algunos años, como mi referente máximo dentro de mi cosmovisión futbolística, no porque crea ni creyera que el era el mejor jugador del mundo, aunque si sólo de goles se tratara esto, muy pocos se atreverían a discutir mi perspectiva, sino por el símbolo que él encarna, por su amor al juego, por su amor al club y porque por una vez, en éste mundo mercantilista de intereses crematísticos, hubo un hombre que con la número 9 tatuado en la espalda levantó su mano derecha en más de 200 ocasiones durante 10 años atreviéndose a vivir el sueño que una vez tuvo cuando de la mano de su padre gritó los goles de ese club que hoy y siempre amó con devoción, entrega y orgullo.
Por todo eso, y más, mucho más, te doy gracias Alan, y no te preocupes que mi memoria endeble siempre tendrá un sitial privilegiado para ti, y que mis postreros relatos futboleros se encargarán de divulgar tu obra que fue forjada a plan de goles y corazón.