Era vox populi que los dioses del fútbol habían bendecido a sus fieles
con un soberbio partido enfrentando a Brasil y a esta magnífica España en el
histórico feudo de Maracaná; el menú difícilmente podía ofrecer algo más
apetecible.
Pero antes de ponernos cómodos en
nuestros asientos, Brasil, con una efectividad que fue una constante durante
toda la copa, asestó el primer golpe a España, cuyo libreto era, fiel a su idiosincrasia,
tener el balón y manejarlo a placer. Dicho libreto se vio truncado de inicio y
España tuvo que ir en busca de una remontada, lo cual no es habitual en su
reciente historia futbolística.
Brasil, además del gol se mostró
impetuoso de entrada, prevaleciendo en el juego físico, ganando las pelotas
divididas casi siempre y golpeando mucho aunque de forma poco visible, con
Paulinho como abanderado de ese juego brusco que el irónico Lugano tuvo el acierto de remarcar.
España tardó en encontrar fluidez
con la pelota y siempre estuvo un poco timorata ante algún letal contragolpe a
pies de Neymar quien, además de mostrar todo su brillo, tuvo la ventaja de
estar marcado por un esperpéntico Arbeloa que todo lo que se podía hacer mal, lo
hizo mal –Del Bosque no debió aguardar a que terminara el primer tiempo con dos
goles abajo para prescindir del lateral madridista–.
Cuando España, promediando el
primer tiempo, empezó a sentirse más
precisa con la circulación del balón e Iniesta lanzaba pinceladas de su
deslumbrante talento, en una jugada rápida hilvanada por tres jugadores que
habían estado muy bajos, Torres, Mata y Pedro, dejaron a la península ibérica
con el grito ahogado en la boca, ya que después de tres pases precisos y una definición
de manual, apareció un inconmensurable David Luiz que con persistencia, pericia
y gotas de fortuna, logró evitar el gol cuando Julio César estaba tirado como
botella de picnic. Ahí se torció el partido.
Un partido que a priori iba ser reñidísimo se empezó a
volcar muy favorable a los locales, cuando éstos volvieron a impactar en
momentos cruciales del cotejo, a un minuto del final del primer tiempo, Neymar
con un zurdazo bestial venció a Casillas, ante la siempre condescendiente y
bobalicona mirada de Arbeloa.
Del Bosque habrá usado su mejor
retórica para reavivar a los suyos en el medio tiempo, pero de poco sirvió, ya
que apenas empezado el segundo tiempo, otra daga del mortífero Fred dejó knock out a los campeones del mundo. Lo que quedó, más allá del penal y algún otro
avatar, fue de relleno. Fred había decretado campeón de la Copa Confederaciones
al Brasil de un rebosante Felipão que llegó con mil incertidumbres, pero que se
va con un título y pocas pero muy reconfortantes certezas para afrontar el gran
reto de ganar un mundial en casa. Pero nada me quita de la cabeza, que el Golden Goal, la jugada del partido y por
ende del campeonato fue la milagrosa salvada del pelucón David Luiz que con su enjundia e impronta es el
abanderado del campeón y el jugador que mejor identifica el estilo canarinho de Felipão.