No me cabe ninguna duda que todos
en algún momento podemos considerar algo como ilégitimo en contraposición a que
pueda ser legal. En muchas ocasiones vemos como tildamos una ley de injusta,
poco ética, inmoral… Parece olvidarse que las leyes no sólo están escritas por
hombres, sino que son aplicadas por seres semejantes a nosotros que tienen su
particular interpretación de las mismas.
No es raro tampoco escuchar a los
que no son partidarios de un gobierno afirmaciones que cuestionan la
legitimidad del mismo o de sus decisiones. Argumentos se esgrimen de todo tipo
y fundamento. Y se hace con mucha más frecuencia que la que hoy nos pretenden
hacer ver los que prestan su apoyo a los gobernantes españoles actuales.
Puedo comprender que haya muchos
que entiendan que no hay motivos suficientes como para tomar la drástica medida
de cercar el Congreso para presionar a quienes hoy lo ocupan a que lo
abandonen. Pero no me resultan creíbles aquellos que dicen que no se puede
resolver una situación de ilegitimidad con otra medida ilegítima. Es una
falacia. Y lo es, desde el mismo momento en que una democracia se autodefine
como tal y deposita la legitimidad del poder en la voluntad del pueblo; y si
una mayoría del mismo entiende que los que lo representan han establecido unos
mecanismos para usurparle su soberanía, puede y debe sublevarse ante dichos
representantes.
Podré estar de acuerdo en los
límites de la capacidad de aguante de cada cual. Y en la interpretación que se
puedan hacer de palabras y hechos. Incluso en las medidas a adoptar o los
medios a utilizar para conseguir revocar un gobierno. Pero decir que no se
puede derrocar a un gobierno calificado como ilegítimo saliendo a la calle y
cercando o tomando el Congreso sólo puede hacerse desde una posición teórica:
Se sigue considerando como legítimo a dicho gobierno.
Es falso decir que las urnas son
las únicas garantías de legitimidad a la hora de gobernar en democracia. Y el
gran Saramago ya nos mostró en una de sus novelas la falacia que se esconde
tras tal afirmación y las consecuencias que en la sociedad tiene el convertir
al ciudadano en mero votante. La legitimidad no sólo reside en un resultado
electoral, también consiste en cumplir las promesas o los programas, en la
defensa del interés común, en la protección de las instituciones públicas, en
el respeto al ciudadano, en la mejora de las condiciones de vida de los más
desfavorecidos, en dejar el país en unas condiciones al menos similares a como
se coge… La legitimidad de un gobierno democrático reside en muchas más cosas
que el mero voto, y aunque a nuestras elecciones no lleguen observadores
internacionales para validar nuestra calidad democrática, es evidente que la
percepción mayoritaria en la ciudadanía sobre sus gobernantes es francamente
nefasta. Paradójicamente, hay dictadores que han pasado a la historia con mejor
opinión de quienes fueron represaliados.
En mi opinión, si la situación
política y ciudadana general no da un giro de 180 grados, no merece la pena
quedarse aquí a criar a un hijo. Prefiero lo desconocido en un lugar con
condiciones de vida mucho peores, a esta sensación de opresión que nos ofrece
las ventajas de las democracias occidentales en donde el ciudadano no es más
que un número de DNI, una filiación a la seguridad social, un voto y/o un
perfil de facebook.